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Por qué necesitamos ser anti-partido, por Roi Ferreiro
18 oct 2007
EXTRACTO del texto Por qué necesitamos ser anti-partido, por Roi Ferreiro
Las raíces prácticas de la forma partido

En general, la clase obrera se organiza para la lucha. Sólo mediante su unidad colectiva sus capacidades individuales pasan a constituir un poder capaz de transformar su situación práctica -o sea, en mayor o menor medida, la sociedad-. La organización no existe como algo separado de la lucha y de la conciencia de la necesidad de ésta. Esto sólo lo parece, debido al hecho de que las organizaciones particulares pueden, una vez creadas, seguir subsistiendo como entes aparentemente dotados de vida propia. Esta ilusión es la base práctica del fetichismo de la organización.

El partido, como forma de organización, es un tipo de estructura que, por definición, existe sólo en oposición a otros partidos y para luchar contra ellos. No es una unidad colectiva dirigida a transformar la situación (objetiva o subjetiva), sino una unidad para luchar contra otras fuerzas políticas, por la adhesión de las voluntades de los individuos.

Por supuesto, la justificación de su existencia es que esas otras fuerzas se oponen a la transformación de la situación, y que la adhesión de los individuos es necesaria para ese fin. Pero, de hecho, el partido no tiene como función la transformación social. Esta es la cuestión. Su función es transformar las relaciones de poder. Se ocupa de las mediaciones, no de la actividad humana como un todo. Es el reflejo político de la separación entre el trabajo y los medios de trabajo y de su relación alienante que subordina el trabajo vivo a la dinámica ciega de la acumulación.

Existe, pues, una contradicción entre la forma partido y la pretensión de que desarrolle funciones revolucionarias. Dado que su objeto son las relaciones de poder, el partido no puede ser una organización emanada directamente de la lucha de clases. Su origen no está en la práctica de la lucha, sino en determinada forma de conciencia acerca de esa lucha, que adopta un punto de vista exterior a la misma. Este origen teórico es la conciencia dominante, ya que es la burguesía la que ha creado los partidos políticos, pero su origen práctico está en el bajo desarrollo de la autoactividad proletaria, que crea la falsa conclusión de que la clase misma no es capaz de ir más allá de determinado nivel de lucha, conciencia y organización. Al emanar de esa conciencia falsa, el partido obrero es una organización que, de hecho, pretende (o al menos desearía) existir sin tener en cuenta la lucha y la conciencia del proletariado, y que lleva en sus genes la subestimación de las capacidades de la clase en conjunto.


Partido, vanguardia y poder

Cuando el partido obrero se proclama organización del "sector más avanzado" de la clase, está definiendo éste último, de manera implícita, como el "sector más avanzado políticamente". En el lenguaje del partido, esto quiere decir: el más avanzado en la lucha por el poder. No se trata del más avanzado en la lucha de clases real, del sector más avanzado prácticamente en la lucha. Este sector no es el que interesa realmente al partido.

Lo que el partido necesita no son luchadores conscientes por la emancipación de la clase, sino trabajadores eficientes en pro de la realización práctica del programa del partido. Al luchar por cambiar las relaciones de poder, el partido lucha implícitamente por ocupar un lugar en esas relaciones de poder cambiadas -incluso aunque, en teoría, se pueda plantear renunciar al poder-. Se encierra a sí mismo en la lucha por el poder, porque esa es la lógica de su función y su estructura, y los individuos que lo forman se convierten en prisioneros de esa dinámica de actividad.

Si la estructura del partido revolucionario se conforma agrupando a l@s individuos más avanzados políticamente, a los más capaces de ejercer un poder; su diferencia fundamental en comparación con los otros partidos es que su principal objetivo no es -en el supuesto de que se trate de un partido sinceramente "revolucionario" y "proletario"- el poder del Estado existente, sino el poder de un Estado futuro, poder que está latente en la propia existencia del proletariado. O sea, su objetivo es ejercer el poder del proletariado. Para ello, cuenta con el presupuesto pseudo-lógico de que, si el proletariado no es autoconsciente, no puede, por tanto, ejercer el poder que ya tiene a raíz de su posición en la producción. (De ahí la insistencia en que el potencial revolucionario del proletariado se deriva de su "posición en la producción", en lugar de poner el acento en su capacidad para la autoorganización espontánea y en su tendencia, determinada por su ser social, a negar prácticamente la propiedad privada).

El partido es el sujeto ejecutivo del poder de la clase. En esto se resumen todos los discursos pseudorrevolucionarios acerca de la necesidad de la dirección, del liderazgo, de una teoría revolucionaria, etc., y que en nada contribuyen a clarificar las cuestiones que pretenden resolver porque su punto de vista sobre la lucha de clases y el desarrollo del proletariado como sujeto revolucionario es esencialmente abstracta. La abstracción de la lucha, inherente a encuadrar la actividad propia en la forma partido, que es una organización exterior a la lucha, conlleva a su vez a reproducir esa abstracción a nivel mental, desarrollando ideologías de partido. Por supuesto, para el adepto al partido, estas ideologías son la máxima expresión de la conciencia de clase, precisamente porque para él la conciencia de clase es esencialmente una conciencia política, no una conciencia social total.

La idea del partido como sujeto efectivo del poder de la clase significa, prácticamente, que cuando más se desarrolla el poder del partido, menos poder real tiene la clase. La dirección del partido es la autoalienación de la clase como sujeto político, es el poder de la clase puesto fuera de ella y autonomizado como un ente autoexistente. La conciencia de la necesidad del partido y su ideología política nada tienen que ver con la lucha obrera y su necesidad de organización. La consideración de la organización como previa a la lucha es la justificación ideológica de su existencia, lo mismo que la oposición adialéctica entre espontaneidad y organización. En el momento en que se comprende que los levantamientos proletarios generan su propia organización y su propio pensamiento, y se ve su insuficiencia como un problema de desarrollo de totalidad, no de dirección política, entonces toda la concepción del partido se derrumba.
Mira també:
http://www.geocities.com/cica_alt/cica/porqueantipartido/indice.htm

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