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Augusto Pinochet, asesino
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per José Pablo Feinmann |
11 des 2006
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Y se murió de viejito nomás. En una cama, del corazón (un corazón al que sólo acudió para morir tranquilo), rodeado de fascistas y dolorosamente impune. Cuesta encontrar las palabras para expresar la monstruosidad de este hombre. |
Y se murió de viejito nomás. En una cama, del corazón (un corazón al que sólo acudió para morir tranquilo), rodeado de fascistas y dolorosamente impune. Cuesta encontrar las palabras para expresar la monstruosidad de este hombre. Cuesta expresar la tragedia que implicó en nuestras vidas. Inauguró el golpe sangriento, con torturas sin lÃmite, con desaparecidos. Todo golpe cruento, asesino, tomó su nombre: pinochetazo. AquÃ, a mediados del ’75, todos lo decÃan: “Lo que se viene es el pinochetazoâ€?. Debimos saberlo desde el ’73. Debimos saber que el adversario no sólo era poderoso, sino que era criminal. Debimos haber puesto cautela en nuestra mano; no frenarla, no pararla, pero reflexionar que lo de Chile nos dejaba muy solos, era muy desmedido y reclamaba eso: cautela. Pero estábamos embalados. En septiembre de 1973 la Facultad de FilosofÃa y Letras dictaba muchas de sus materias en la calle Córdoba. Un lindo lugar con una capilla en el medio. Ivannisevich se sacó una foto pegándole con un pico a una pared, destruyendo el edificio. Prolijos, dejaron la capilla. TodavÃa está. Un pibe de la JUP me dijo del golpe y se me ofreció para levantar mi clase. Yo, uno se creÃa, aún, inmortal, le dije que la levantaba yo y llevaba a mis alumnos a la marcha. Salimos de las aulas en busca de las marchas. SentÃamos más la presencia de la JP en las calles, vivando a Allende, que la relación profunda, Ãntima, que la tragedia de Chile tenÃa con nosotros. En esa época las fronteras parecÃan más lejanas. Si algo pasaba en Chile, no tenÃa por qué pasar aquÃ.
En seguida llegó la foto del carnicero. Es la perfecta caricatura del general golpista sudamericano. La jeta erguida, bigote, anteojos negros. Después, la noticia de la muerte de Allende. DecÃan: se suicidó. Un periodista le pregunta a Ricardo BalbÃn qué harÃa él en una situación asÃ. El compadrito de comité se mandó una histórica: “¡Ah, no! A mà no me hacen esoâ€?. No recuerdo qué dijo Perón. Nada memorable, sin duda. Poco tiempo después cruzaba la cordillera y se entrevistaba con el carnicero. ¡Qué vivos están estos recuerdos! Los dos bien trajeados de milicos. Con capas y todo. Le gustaban las capas a Pinochet. Al dÃa siguiente o a los dos dÃas empezaron a llegar los exiliados, los que apenas habÃan salvado el pellejo o los que habÃan sido escupidos del Estado Nacional. Estaban desechos. En Ezeiza, el gobierno argentino les tomó huellas digitales hasta de los dedos del pie. Les tomaron todos los datos, los ficharon bien fichados, les hicieron saber que si algo raro hacÃan duraban media hora sin ser arrestados. El Descamisado publicó las fotos y tituló: “Esta vergüenza se hace en nombre del peronismoâ€?. Claro que sÃ: eso hizo el peronismo. Lo habrÃa hecho cualquier gobierno argentino. Pero el peronismo de esos dÃas era pinochetista. Cosa que, en algún oscuro rincón de su alma, siempre puede volver a ser si es necesario.
López Rega habrá brindado con champán. El carnicero de Chile estaba enseñando cómo se arreglan las cosas con el marxismo internacional, con la sinarquÃa apátrida. Nosotros empezamos a enterarnos de las peores cosas. Las versiones que llegaban sobre las torturas y las violaciones del Estado Nacional estremecÃan. ¿Era posible tanta crueldad? Se sabÃa que estaba lleno de tipos de la CIA el Estadio. Que los de la CIA eran especialmente activos en torturar y hasta enseñaban a los empeñosos chilenos cómo hacerlo. Las mujeres que maltrataron a Allende con los cacerolazos salieron a festejar. Otros agarraban lo que tenÃan a mano y huÃan. “Yo –me contó años después un escritor– llegué a Perú, me metà en una pensión, abrà mi valija y puse en un estante los libros que me habÃa llevado. Ahà estaba mi nueva biblioteca: un libro de Cortázar, otro de Lezama Lima y uno de Tolstoi. Era todo lo que tenÃa.â€?
Un dÃa lo fue a ver Borges. El carnicero estaba orgulloso: el gran escritor habÃa cruzado la cordillera y estaba feliz de verlo. Le puso una condecoración bien llamativa. El gran escritor –el que decÃa un mar de concheterÃas bobas cada vez que “comÃaâ€?, porque un concheto no “almuerzaâ€? ni “cenaâ€?, “comeâ€?, en lo de Bioy Casares– le dijo al carnicero: “Me honra esta condecoración porque Chile tiene la forma de una espadaâ€?. También la Thatcher lo recibió y le habló con un inglés lento y vocalizado como para que el carnicero entendiera: “Le agradezco su ayuda en la guerra de las Falklands. Sin sus informaciones nuestros pilotos no podrÃan haber hecho los blancos que hicieronâ€?. El carnicero sonrió, satisfecho, goloso.
Cierta vez estaba en una clÃnica en Londres. Golpean a su habitación. Entra una mujer joven y resuelta, treinta años, por ahÃ. El carnicero, siempre seductor, sonrÃe y dice: “Pasa, niña. Dime, ¿a qué vienes?â€? “A arrestarlo, general. Por violaciones a los derechos humanos.â€? Se enfurece y llama a sus matones: “¡Saquen de aquà a esta comunista!â€? DÃas después regresa a su paÃs. Llega en silla de ruedas. No bien baja del avión se pone de pie y saluda a los suyos. ¡PÃcaro el carnicero! Otra vez habÃa engañado a todos.
No sirve para nada que se muera. Que estos tipos se mueran cuando ya mataron a todos los que querÃan matar es un pobre consuelo. Ni un cáncer vale desearle. Nadie va a revivir por eso. Nadie va a sufrir menos de lo que sufrió. Deja, para colmo, problemas. Los militares de su paÃs (al que le aseguró la economÃa y todos sabemos cuánto aprecian esto los pueblos) lo honrarán desde las armas. Michelle Bachelet no lo honrará desde el Estado. Pero habrá que organizar actos en toda América latina. El New York Times ha anunciado su muerte como la de un cruzado contra el marxismo. Puño de hierro, dictador, pero un hombre que no dudó. Fue la suma de las peores cosas que un ser humano puede ofrecer: lo de asesino lo sabemos, pero fue, además, ladrón, mentiroso, cÃnico, se rió de sus adversarios y de sus muertos. Descansará en paz porque morirse es eso. Pero que no tenga paz su memoria. Que nadie olvide sus crÃmenes. La era de horror que inauguró. Que en las escuelas argentinas se sepa que Pinochet es parte de nuestra historia, porque prefiguró nuestra pesadilla, porque inspiró a nuestros verdugos. Que gane la verdad por sobre la mentira con que sus adeptos buscan protegerlo. Que su nombre infunda pavor y que ese pavor se transforme en coraje: nunca más un Pinochet. Que haya un busto suyo con una placa en todos los paÃses del mundo. Que esa placa diga: “Augusto Pinochet, asesinoâ€?. Porque olvidarlo serÃa como olvidar Auschwitz, el Estadio Nacional, la ESMA. |
Mira també:
http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-77546-2006-12-11.html |
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Re: Augusto Pinochet, asesino
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per veronica |
12 des 2006
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Gracias General por habernos salvado del yugo marxista, nosotros y nuestros hijos estaremos eternamente agradecidos |