|
Notícies :: @rtivisme : un altre món és aquí : corrupció i poder : criminalització i repressió : especulació i okupació |
al senyor hereu, con carinyu
|
|
per amics de la makabra |
05 des 2006
|
«Hay que aguantar hasta el fin». Y siguió más altivo que antes; y los ayudas de cámara continuaron sosteniendo la inexistente cola... |
El traje nuevo del Emperador
[Cuento infantil. Texto completo]
Hans Christian Andersen
Hace muchos años habÃa un Emperador tan aficionado a los trajes nuevos, que gastaba todas sus rentas en vestir con la máxima elegancia.
No se interesaba por sus soldados ni por el teatro, ni le gustaba salir de paseo por el campo, a menos que fuera para lucir sus trajes nuevos. TenÃa un vestido distinto para cada hora del dÃa, y de la misma manera que se dice de un rey: “Está en el Consejoâ€?, de nuestro hombre se decÃa: “El Emperador está en el vestuarioâ€?.
La ciudad en que vivÃa el Emperador era muy alegre y bulliciosa. Todos los dÃas llegaban a ella muchÃsimos extranjeros, y una vez se presentaron dos truhanes que se hacÃan pasar por tejedores, asegurando que sabÃan tejer las más maravillosas telas. No solamente los colores y los dibujos eran hermosÃsimos, sino que las prendas con ellas confeccionadas poseÃan la milagrosa virtud de ser invisibles a toda persona que no fuera apta para su cargo o que fuera irremediablemente estúpida.
-¡Deben ser vestidos magnÃficos! -pensó el Emperador-. Si los tuviese, podrÃa averiguar qué funcionarios del reino son ineptos para el cargo que ocupan. PodrÃa distinguir entre los inteligentes y los tontos. Nada, que se pongan enseguida a tejer la tela-. Y mandó abonar a los dos pÃcaros un buen adelanto en metálico, para que pusieran manos a la obra cuanto antes.
Ellos montaron un telar y simularon que trabajaban; pero no tenÃan nada en la máquina. A pesar de ello, se hicieron suministrar las sedas más finas y el oro de mejor calidad, que se embolsaron bonitamente, mientras seguÃan haciendo como que trabajaban en los telares vacÃos hasta muy entrada la noche.
«Me gustarÃa saber si avanzan con la tela»-, pensó el Emperador. Pero habÃa una cuestión que lo tenÃa un tanto cohibido, a saber, que un hombre que fuera estúpido o inepto para su cargo no podrÃa ver lo que estaban tejiendo. No es que temiera por sà mismo; sobre este punto estaba tranquilo; pero, por si acaso, preferÃa enviar primero a otro, para cerciorarse de cómo andaban las cosas. Todos los habitantes de la ciudad estaban informados de la particular virtud de aquella tela, y todos estaban impacientes por ver hasta qué punto su vecino era estúpido o incapaz.
«Enviaré a mi viejo ministro a que visite a los tejedores -pensó el Emperador-. Es un hombre honrado y el más indicado para juzgar de las cualidades de la tela, pues tiene talento, y no hay quien desempeñe el cargo como él».
El viejo y digno ministro se presentó, pues, en la sala ocupada por los dos embaucadores, los cuales seguÃan trabajando en los telares vacÃos. «¡Dios nos ampare! -pensó el ministro para sus adentros, abriendo unos ojos como naranjas-. ¡Pero si no veo nada!». Sin embargo, no soltó palabra.
Los dos fulleros le rogaron que se acercase y le preguntaron si no encontraba magnÃficos el color y el dibujo. Le señalaban el telar vacÃo, y el pobre hombre seguÃa con los ojos desencajados, pero sin ver nada, puesto que nada habÃa. «¡Dios santo! -pensó-. ¿Seré tonto acaso? Jamás lo hubiera creÃdo, y nadie tiene que saberlo. ¿Es posible que sea inútil para el cargo? No, desde luego no puedo decir que no he visto la tela».
-¿Qué? ¿No dice Vuecencia nada del tejido? -preguntó uno de los tejedores.
-¡Oh, precioso, maravilloso! -respondió el viejo ministro mirando a través de los lentes-. ¡Qué dibujo y qué colores! Desde luego, diré al Emperador que me ha gustado extraordinariamente.
-Nos da una buena alegrÃa -respondieron los dos tejedores, dándole los nombres de los colores y describiéndole el raro dibujo. El viejo tuvo buen cuidado de quedarse las explicaciones en la memoria para poder repetirlas al Emperador; y asà lo hizo.
Los estafadores pidieron entonces más dinero, seda y oro, ya que lo necesitaban para seguir tejiendo. Todo fue a parar a sus bolsillos, pues ni una hebra se empleó en el telar, y ellos continuaron, como antes, trabajando en las máquinas vacÃas.
Poco después el Emperador envió a otro funcionario de su confianza a inspeccionar el estado de la tela e informarse de si quedarÃa pronto lista. Al segundo le ocurrió lo que al primero; miró y miró, pero como en el telar no habÃa nada, nada pudo ver.
-¿Verdad que es una tela bonita? -preguntaron los dos tramposos, señalando y explicando el precioso dibujo que no existÃa.
«Yo no soy tonto -pensó el hombre-, y el empleo que tengo no lo suelto. SerÃa muy fastidioso. Es preciso que nadie se dé cuenta». Y se deshizo en alabanzas de la tela que no veÃa, y ponderó su entusiasmo por aquellos hermosos colores y aquel soberbio dibujo.
-¡Es digno de admiración! -dijo al Emperador.
Todos los moradores de la capital hablaban de la magnÃfica tela, tanto, que el Emperador quiso verla con sus propios ojos antes de que la sacasen del telar. Seguido de una multitud de personajes escogidos, entre los cuales figuraban los dos probos funcionarios de marras, se encaminó a la casa donde paraban los pÃcaros, los cuales continuaban tejiendo con todas sus fuerzas, aunque sin hebras ni hilados.
-¿Verdad que es admirable? -preguntaron los dos honrados dignatarios-. FÃjese Vuestra Majestad en estos colores y estos dibujos -y señalaban el telar vacÃo, creyendo que los demás veÃan la tela.
«¡Cómo! -pensó el Emperador-. ¡Yo no veo nada! ¡Esto es terrible! ¿Seré tan tonto? ¿Acaso no sirvo para emperador? SerÃa espantoso».
-¡Oh, sÃ, es muy bonita! -dijo-. Me gusta, la apruebo-. Y con un gesto de agrado miraba el telar vacÃo; no querÃa confesar que no veÃa nada.
Todos los componentes de su séquito miraban y remiraban, pero ninguno sacaba nada en limpio; no obstante, todo era exclamar, como el Emperador: -¡oh, qué bonito!-, y le aconsejaron que estrenase los vestidos confeccionados con aquella tela en la procesión que debÃa celebrarse próximamente. -¡Es preciosa, elegantÃsima, estupenda!- corrÃa de boca en boca, y todo el mundo parecÃa extasiado con ella.
El Emperador concedió una condecoración a cada uno de los dos bribones para que se las prendieran en el ojal, y los nombró tejedores imperiales.
Durante toda la noche que precedió al dÃa de la fiesta, los dos embaucadores estuvieron levantados, con dieciséis lámparas encendidas, para que la gente viese que trabajaban activamente en la confección de los nuevos vestidos del Soberano. Simularon quitar la tela del telar, cortarla con grandes tijeras y coserla con agujas sin hebra; finalmente, dijeron: -¡Por fin, el vestido está listo!
Llegó el Emperador en compañÃa de sus caballeros principales, y los dos truhanes, levantando los brazos como si sostuviesen algo, dijeron:
-Esto son los pantalones. Ahà está la casaca. -Aquà tienen el manto... Las prendas son ligeras como si fuesen de telaraña; uno creerÃa no llevar nada sobre el cuerpo, mas precisamente esto es lo bueno de la tela.
-¡SÃ! -asintieron todos los cortesanos, a pesar de que no veÃan nada, pues nada habÃa.
-¿Quiere dignarse Vuestra Majestad quitarse el traje que lleva -dijeron los dos bribones- para que podamos vestirle el nuevo delante del espejo?
Quitose el Emperador sus prendas, y los dos simularon ponerle las diversas piezas del vestido nuevo, que pretendÃan haber terminado poco antes. Y cogiendo al Emperador por la cintura, hicieron como si le atasen algo, la cola seguramente; y el Monarca todo era dar vueltas ante el espejo.
-¡Dios, y qué bien le sienta, le va estupendamente! -exclamaban todos-. ¡Vaya dibujo y vaya colores! ¡Es un traje precioso!
-El palio bajo el cual irá Vuestra Majestad durante la procesión, aguarda ya en la calle - anunció el maestro de Ceremonias.
-Muy bien, estoy a punto -dijo el Emperador-. ¿Verdad que me sienta bien? - y volviose una vez más de cara al espejo, para que todos creyeran que veÃa el vestido.
Los ayudas de cámara encargados de sostener la cola bajaron las manos al suelo como para levantarla, y avanzaron con ademán de sostener algo en el aire; por nada del mundo hubieran confesado que no veÃan nada. Y de este modo echó a andar el Emperador bajo el magnÃfico palio, mientras el gentÃo, desde la calle y las ventanas, decÃa:
-¡Qué preciosos son los vestidos nuevos del Emperador! ¡Qué magnÃfica cola! ¡Qué hermoso es todo!
Nadie permitÃa que los demás se diesen cuenta de que nada veÃa, para no ser tenido por incapaz en su cargo o por estúpido. Ningún traje del Monarca habÃa tenido tanto éxito como aquél.
-¡Pero si no lleva nada! -exclamó de pronto un niño.
-¡Dios bendito, escuchen la voz de la inocencia! -dijo su padre; y todo el mundo se fue repitiendo al oÃdo lo que acababa de decir el pequeño.
-¡No lleva nada; es un chiquillo el que dice que no lleva nada!
-¡Pero si no lleva nada! -gritó, al fin, el pueblo entero.
Aquello inquietó al Emperador, pues barruntaba que el pueblo tenÃa razón; mas pensó: «Hay que aguantar hasta el fin». Y siguió más altivo que antes; y los ayudas de cámara continuaron sosteniendo la inexistente cola.
FIN |
This work is in the public domain |