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Por mi grandísima culpa
25 set 2006
Benedicto XVI ha repetido estos días una consigna magnífica para
culpar a los descreídos de buena parte de los actuales males del
mundo. El subtítulo de la crónica de La Vanguardia,anteayer, lo
explicitaba: "El Papa afirma que la ausencia de Dios en nuestra
sociedad horroriza a otras religiones".
Dice Ratzinger que los no
cristianos no odian a Occidente porque sí, sino porque despreciamos
a Dios y porque consideramos un derecho de la libertad poder
burlarnos de la religión: "Las poblaciones de �frica y Asia admiran
nuestras prestaciones técnicas y nuestra ciencia, pero al tiempo se
horrorizan ante un tipo de razón que excluye totalmente a Dios de la
visión del hombre".

Por el mismo precio, yo podría decir que me horroriza la presencia
de Dios en muchas sociedades. Que me horroriza todo tipo de razón
que incluya la presencia de un Ser Superior e Indiscutible. Podría
decir que, en cambio, veo la mar de bien que lo que mis vecinos
consideran sagrado yo no lo considere en absoluto. Y que, al
contrario, lo que para mí es sagrado, a ellos les importe un
pimiento.

Ésa es la base de nuestra civilización, gracias a todos los que han
luchado para no tener que acatar dogmas de iluminados. Pero a la
Iglesia católica ya le va bien que tanta libertad de opinar mengüe
un poquito. Cuando, hace ya lustros, unas autoridades islámicas
dictaron una fetua contra Salman Rushdie, quedó desconcertada. Al
cabo de nada empezó a sentir cierta envidia: "Ellos sí que saben (ni
que sea mediante sentencias de muerte) hacer inapelables sus
dictados...". Desde entonces, la envidia ha dejado paso a una
admiración que a la postre se ha convertido en acicate.

Que, ahora, a todos los que no creemos en historias sagradas nos
hagan culpables del odio que los fundamentalistas islámicos sienten
hacia Occidente es una pirueta fantástica. ¡Por culpa nuestra - por
no ir a misa cada domingo- el mundo de Mahoma nos tiene manía! La
pirueta (que ahora nos carguen a nosotros el muerto, con perdón) no
debería extrañarnos, viniendo de una fe que aún pregona esa
exaltación de la injusticia que es el pecado original. ¿Hereda la
gente las culpas - los asesinatos de sus progenitores, pongamos- y
paga por ellas? El pecado original (con sus variantes, por ejemplo,
el síndrome de la mujer maltratada) es un chollo para los que mandan.

Una vez instalada en el cerebro de los siervos, la idea de que somos
culpables de hechos en los que no hemos participado se activa a
voluntad, apelando a herencias históricas, afinidades colectivas...
(Fíjense en cómo, en política, a la que los catalanes piden lo que
creen suyo, finos comentaristas autóctonos los flagelan en seguida
con ese max-mix de pecado original y síndrome de la mujer maltratada
que los convierte en responsables de todos los garrotazos que
reciben). Pues bien, según Benedicto XVI, ahora resulta que los
muertos por los atentados fascistas islámicos - del 11-S al 7-J,
pasando por el 11-M- nos los hemos ganado a pulso: porque algunos no
creemos en un Dios Todopoderoso Creador del Cielo y de la Tierra. Lo
diremos con letra de tango: "Fui culpable de que sufrieras tanto, /
culpable de tu llanto, / culpable de tu amor. / Mis veinte años no
sabían / lo que vale una ilusión / y, cobarde, mi paso traicionero /
detrás de otro sendero / un día se alejó". Chimpún.

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Sindicat Terrassa