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Notícies :: laboral
Los desequilibrios del mercado de trabajo en el Estado español
22 ago 2006
La actividad económica en el Estado español se inserta actualmente en la prolongación de una larga fase de expansión iniciada a mediados de los 90, y que se mantiene a pesar de la moderada desaceleración experimentada en los primeros años de la presente década.
La actividad económica en el Estado español se inserta actualmente en la prolongación de una larga fase de expansión iniciada a mediados de los 90, y que se mantiene a pesar de la moderada desaceleración experimentada en los primeros años de la presente década.

Los factores que han contribuido a este ciclo expansivo son diversos, tanto a nivel externo como interno. Entre los factores externos puede destacarse la continuidad del crecimiento a escala mundial durante este período, o la influencia de un contexto macroeconómico favorable en la Unión Europea (UE), caracterizado por un tipo de cambio estable, bajos tipos de interés y el apoyo de los fondos estructurales. En el ámbito interno, el impulso de la demanda ha sido un soporte fundamental, al que se han sumado algunos factores favorables de la lado de la oferta -como el aumento de la oferta de trabajo y del empleo- que han facilitado su traslación al crecimiento económico.

El dinamismo de la actividad económica durante la última década se manifiesta en el comportamiento positivo de diferentes indicadores. Así, en este período se han registrado unas elevadas tasas anuales de crecimiento de la producción, superiores al 3% en los últimos cinco años; el aumento significativo de la oferta laboral, fundamentalmente, a través de la creciente incorporación de mujeres e inmigrantes al mercado de trabajo; un intenso proceso de creación de empleo, con un ritmo de crecimiento anual superior al de la UE; o, en definitiva, la aceleración del proceso de convergencia real con la Unión Europea.

Este proceso presenta, sin embargo, elementos críticos de diversa naturaleza. Así, por una parte se constatan una serie de desequilibrios macroeconómicos que pueden incidir negativamente en el crecimiento a medio plazo, tales como: la persistencia de una significativa inflación diferencial, en relación a la zona euro; el déficit continuado de la balanza de pagos; el progresivo aumento del endeudamiento de las familias, que en la actualidad se ha situado por encima del 100% de su renta disponible, y que está vinculado fundamentalmente a la carestía en la adquisición de las viviendas; o la existencia de una brecha significativa en términos de productividad, en relación a la media de la Unión Europea (UE).

El mercado de trabajo presenta, por otra parte, algunos desequilibrios importantes, como el insuficiente volumen de ocupación -a pesar de la evolución positiva del empleo en este período- que afecta especialmente a las mujeres; la persistencia de un elevado nivel de temporalidad; los niveles de siniestralidad laboral, que siguen siendo los más altos de la UE; las deficiencias en materia de educación y formación, particularmente en el ámbito de la empresa, con una proporción de trabajadores no cualificados significativamente superior a la media de la Unión Europea; y la desigual posición laboral de determinados colectivos, como las mujeres, los jóvenes o los inmigrantes.

El análisis de estos elementos críticos ha planteado un debate intenso sobre las características del modelo productivo en España, así como sobre la necesidad de reorientar el crecimiento económico sobre otros factores de competencia vinculados a la inversión productiva, la investigación, innovación y el desarrollo tecnológico, la difusión de las tecnologías de la información y las comunicaciones, y la calidad del empleo .

Con el objetivo de aportar elementos de reflexión que permitan profundizar en este debate, se abordan a continuación algunos de los principales cambios que se han producido en el empleo en el Estado español entre 1996 y 2004. un período de especial relevancia por diferentes razones.

Así, estos años se corresponden -como ya se ha apuntado- con un ciclo de prolongada expansión de la actividad económica, en el que se combina un notable aumento de la producción con un intenso proceso de creación de empleo. En el marco de este proceso, se han consolidado algunos de los rasgos diferenciales que caracterizan al patrón de crecimiento de la actividad económica en el Estado español, tanto en términos de estructura productiva como de mercado de trabajo. Finalmente, en este período se han desarrollado además dos cambios estructurales de singular importancia para el futuro del empleo, como son la incorporación masiva de la mujer al mercado de trabajo y la creciente presencia de mano de obra inmigrante.

1. Cambios en la estructura sectorial del empleo
La estructura sectorial del empleo a mediados de los 90 se caracteriza por el claro predominio de los servicios, que en 1996 concentraban a 7.950.200 personas -el 62% del volumen total de la ocupación- situándose a continuación la industria, que concentra en torno al 19% del empleo, y a una distancia significativamente mayor la construcción, la agricultura y el sector energético .

Entre 1996 y 2004, se han creado 5.078.500 empleos, con una tasa de crecimiento del 40% para el conjunto de la economía. Una evolución muy positiva, cuyo resultado es un volumen de 17.865.800 ocupados al final del período, que constituyen una tasa de empleo del 50%.

La creación de empleo durante este período se ha concentrado fundamentalmente en dos grandes sectores: los servicios, donde se han generado 3.498.200 empleos; y la construcción, que registra 1.031.500 nuevos ocupados. El sector industrial, por su parte, ha experimentado un incremento significativamente más moderado de la ocupación, creando 648.700 empleos. Los sectores primario y energético han experimentado, en cambio, un decrecimiento en sus niveles de empleo.

A un nivel más desagregado, las ramas de actividad que han ganado mayor peso relativo en la estructura sectorial del empleo al final del período pueden clasificarse en cuatro grandes grupos:

· Actividades ligadas al crecimiento de la construcción, bien encuadradas en este sector, bien en servicios relacionadas con el mismo: Construcción general de inmuebles y obras de ingeniería civil, Instalaciones de edificios y obras, Acabado de edificios y obras, Servicios técnicos de arquitectura e ingeniería y otras actividades y Actividades inmobiliarias por cuenta de terceros.

· Actividades asociadas a sectores de servicios tradicionales, que mantienen un peso significativo en la estructura productiva: Restaurantes y Comercio al por menor en establecimientos no especializados.

· Actividades relacionadas con la cobertura de necesidades sociales, asociadas bien a la extensión de los sistemas de protección social, bien a necesidades cubiertas tradicionalmente a través de trabajo no remunerado: Actividades de servicios sociales y Hogares que emplean personal doméstico.

· Actividades de servicios a empresas, cuya demanda ha crecido por diversos factores, desde la incorporación de innovaciones tecnológicas, al desarrollo de procesos de externalización: Actividades industriales de limpieza, Actividades empresariales diversas, Actividades jurídicas, de contabilidad y teneduría de libros, y Consulta de aplicaciones informáticas y suministro de programas.

La evolución de la ocupación durante este período continúa profundizando, en consonancia con los cambios en la estructura productiva, la terciarización del empleo iniciada en las décadas anteriores, en un proceso similar al registrado por las economías más avanzadas. No obstante, el análisis más detallado de los cambios registrados por los sectores más dinámicos permite matizar esta valoración general, apuntando algunos elementos diferenciales de la estructura sectorial del empleo.

Un primer elemento singular lo constituye la notable expansión registrada por la construcción, un sector cuyo protagonismo en la creación de empleo durante este periodo ha sido significativamente superior al experimentado en otros países de la UE. El crecimiento del empleo en este sector se ha mantenido incluso al final de la década, cuando comienza a registrarse cierta desaceleración del conjunto de la actividad económica.

En el comportamiento tan notable de la construcción concurren factores de muy diversa índole, que han permitido satisfacer una creciente demanda de vivienda: el mayor nivel de empleo; el incremento de la licitación oficial, y de forma particular la licitación de obra civil; el proceso de adopción del euro, provocando un “afloramiento� de dinero negro; el desfavorable comportamiento de los mercados bursátiles, que en un entorno de bajos tipos de interés podría haber propiciado que los agentes encontraran atractivo el mercado inmobiliario desde el punto de vista financiero. Un conjunto de factores que han permitido alcanzar los excepcionales volúmenes de construcción de los últimos años, junto a los más altos precios relativos de la vivienda en la historia del Estado español.

La distribución sectorial del empleo en los servicios al final del período considerado se caracteriza por el peso de cuatro sectores que concentran casi el 60% de la ocupación: Inmobiliarias y servicios a empresas; Comercio y reparación; Hostelería; y Administración Pública.

Esta distribución permite apuntar algunos elementos diferenciales de la estructura sectorial del empleo terciario en el Estado español, en relación a la Unión Europea (UE-15): una fuerte especialización en las actividades relacionadas con los servicios tradicionales; y el menor peso relativo de los servicios a empresas, a pesar del fuerte crecimiento registrado en este período. La brecha más significativa, sin embargo, se localiza en Sanidad y servicios sociales, un sector donde el peso del empleo en el Estado español -a pesar del crecimiento registrado en este período- es significativamente inferior al que tiene en la Unión Europea.

La industria en el Estado español se caracteriza, asimismo, por una significativa concentración del empleo en las manufacturas tradicionales, que han registrado en algunos casos una significativa creación de empleo (una tendencia diferencial en relación al comportamiento de estos sectores en la Unión Europea). Destaca particularmente el caso de Productos metálicos, un sector que ha experimentado durante este período un significativo aumento de la producción, combinado con una intensa creación de empleo y un incremento significativo de la productividad.

En suma, en el período 1996-2004 se desarrolla en el Estado español un intenso proceso de creación de empleo, cuya evolución sectorial se corresponde en términos generales con los cambios registrados en la estructura productiva. Un proceso indudablemente positivo, que ha permitido acercar la tasa de empleo de a la media de los países europeos, aunque el mercado de trabajo español sigue registrando un insuficiente volumen de ocupación, que afecta especialmente a las mujeres.

El desarrollo de este proceso plantea, sin embargo, algunos elementos de incertidumbre sobre la evolución del empleo a medio plazo.

Un primer elemento de especial preocupación es el excesivo protagonismo de la construcción. La importancia que tiene el fuerte dinamismo de este sector está asociada a las repercusiones que las variaciones de su actividad tiene en el resto de sectores, el denominado “efecto arrastre�. Así, la construcción genera efectos inducidos muy superiores a la media del conjunto de sectores, lo que hace que las variaciones en la demanda de la construcción se transmitan de forma amplificada al conjunto de la economía. Una situación que plantea serios interrogantes sobre las repercusiones negativas que podría generar sobre el conjunto de la actividad económica un descenso abrupto en la actividad del sector, debido a factores como el encarecimiento del dinero o de las materias primas.

es el peso que siguen manteniendo en la estructura del empleo sectores industriales y de servicios tradicionales,que incluso en determinados casos -como en algunas manufacturas o la Hostelería- han registrado un intenso aumento de la mano de obra ocupada, excepcional en el entorno de la Unión Europea.

Estos sectores se caracterizan por una serie de rasgos -como el uso intensivo de mano de obra poco cualificada, un contenido tecnológico bajo o bajo, y escasos niveles de productividad- que motivan que la competencia en precios sea más relevante, que en otros sectores con un alto contenido tecnológico e innovador de los productos.

Esta situación plantea algunos interrogantes sobre la capacidad competitiva de estos sectores a medio plazo, fundamentalmente por dos motivos: por una parte, porque las industrias y servicios tradicionales se enfrentan a una demanda internacional con menor potencial de crecimiento, además de experimentar una mayor competencia de los países emergentes, con menores niveles de renta y salarios (tanto del interior de la UE como del exterior). Ambos factores suponen un riesgo para la competitividad de estos sectores, sobre todo de aquellos que -como la Hostelería- tienen un elevado componente inflacionista.

Por otra parte, a lo largo de la década de los 90 se han producido diversos cambios estructurales en los países más avanzados, con una aceleración muy notable de las actividades de producción y utilización de bienes y servicios vinculados a la difusión de las tecnologías de la información y las comunicaciones, donde la competencia se dirime en base a características como las ganancias en productividad, la diferenciación de productos o la calidad, además de los precios. Un hecho que plantea la necesidad de fomentar las actividades relacionadas con estos mercados más dinámicos y en expansión, cuya presencia en la estructura productiva en España es relativamente baja.

Por último, destaca linsuficiente desarrollo del empleo en un sector como Sanidad y servicios sociales, asociado al bajo grado de cobertura de las personas dependientes en el Estado español; una necesidad social muy relevante que, como se ha puesto de manifiesto en el debate sobre el proyecto de Ley de dependencia, sigue siendo cubierta fundamentalmente a través del trabajo no remunerado de las mujeres en el ámbito doméstico; o también, de forma creciente, a través del recurso de mano de obra inmigrante, que en muchos casos trabaja de forma irregular.

2. Cambios en la estructura ocupacional del empleo
La evolución de la estructura ocupacional del empleo en el período 1996-2004 se caracteriza por la profundización de las tendencias desarrolladas en las décadas anteriores: un crecimiento de las ocupaciones no manuales, particularmente de las más cualificadas, pero también de algunas de baja cualificación; una cierta estabilidad en la evolución de las ocupaciones manuales de baja cualificación; y un retroceso significativo de las ocupaciones manuales de alta cualificación.

Entre 1996 y 2004 se produce un intenso proceso de creación de empleo, localizándose fundamentalmente en cinco grupos ocupacionales, que registran un incremento de 4.357.800 personas ocupadas: Trabajadores no cualificados; Artesanos y trabajadores cualificados de la industria manufacturera, construcción y minería; Trabajadores de servicios de restauración, personales, protección y vendedores de los comercios; Técnicos y profesionales de apoyo; y Técnicos y profesionales científicos y profesionales.

A un nivel más desagregado, las ocupaciones cuyo empleo registra un mayor dinamismo durante este período son las de: Profesionales de apoyo de la gestión administrativa; Albañiles y mamposteros; Empleados del hogar; Personal de limpieza de oficinas, hoteles y otros trabajadores asimilados; Camareros, bármanes y asimilados; Empleados de agencias de viajes, recepcionistas en establecimientos; Peones del transporte y descargadores; y Representantes de comercio y técnicos de venta.

A partir de estos datos, es posible destacar algunos elementos de reflexión relevantes sobre la evolución de la estructura ocupacional en el Estado español durante este período.

Un primer tema concierne a las relaciones entre los cambios sectoriales y ocupacionales del empleo. En términos generales, existen diferencias significativas entre las estructuras ocupacionales de cada sector, así como en las variaciones que se producen en las mismas a lo largo del tiempo. Ello plantea una cuestión particularmente importante, como es determinar si los cambios ocupacionales son el resultado de los cambios técnicos y organizativos ocurridos en los sectores, o si se han visto más bien determinados por las modificaciones en la composición sectorial del empleo

El análisis en detalle de la evolución del empleo permite constatar que las ocupaciones que registran un mayor crecimiento tienen, en general, una presencia significativa en algunas de las ramas de actividad que experimentan un mayor crecimiento, como: Construcción general de inmuebles y obras de ingeniería civil; Restaurantes; Actividades de servicios sociales; Instalaciones de edificios y obras; Actividades industriales de limpieza; Actividades empresariales diversas; Comercio al por menor en establecimientos no especializados; Actividades jurídicas, de contabilidad, teneduría de libros; Acabado de edificios y obras; Hogares como empleadores de personal doméstico; o Actividades inmobiliarias por cuenta de terceros. Ello apunta a que el efecto sectorial ha jugado un papel determinante en los cambios ocupacionales del empleo durante este período.

Los cambios ocupacionales del empleo en España durante la última década muestran, por otra parte, pautas de una clara polarización. Así, se constata un crecimiento claro del grupo de profesionales y técnicos de apoyo -que tienen unos requerimientos de cualificación altos- al mismo tiempo que se produce un aumento significativo de las ocupaciones relacionadas con el trabajo en los servicios, muchas de las cuales precisan de unos niveles de cualificación muy bajos (catering y trabajo en hoteles, limpieza, personal doméstico, trabajos de vigilancia, etc.).

Este proceso de polarización es una tendencia común de la evolución del empleo en los países más desarrollados. No obstante, la estructura de las ocupaciones en el Estado español presenta diferencias significativas con la media de la UE. Particularmente, a pesar de las tendencias señaladas, se observa que las ocupaciones no manuales tienen actualmente un peso relativo en el volumen total de empleo significativamente superior en España que en la Unión Europea.

La brecha más significativa, a un nivel más desagregado, se sitúa en una doble dimensión: por una parte, en relación a los Técnicos y profesiones de apoyo, cuyo peso relativo en el volumen total de empleo de España es significativamente al de la UE. En el extremo opuesto, el porcentaje de los trabajadores no cualificados en la estructura ocupacional es sustancialmente superior en España que en la Unión Europea.

3. La temporalidad del empleo
La persistencia de un elevado volumen de contratación temporal constituye uno de los principales rasgos diferenciales del mercado de trabajo español. Un diagnóstico sobre el que existe amplio consenso y que se pone especialmente de manifiesto cuando se contrasta la situación con la de otros países del entorno europeo .

La temporalidad del empleo en el Estado español es un fenómeno marcadamente heterógeneo, que afecta con desigual intensidad -dentro de su elevado nivel general- a los distintos colectivos, sectores productivos e incluso territorios.

El principal factor de diferenciación lo constituye la edad, siendo los jóvenes el colectivo que registra mayor incidencia de la temporalidad. El sexo también constituye un elemento de discriminación, ya que las mujeres presentan un mayor volumen de empleo temporal.

Por otra parte, se constatan diferencias significativas en las tasas de temporalidad de las distintas Comunidades Autónomas, destacando con valores más elevados algunas como Extremadura o Andalucía. Unas diferencias asociadas a elementos como las características de la estructura productiva o el mayor nivel de desempleo.

La temporalidad se caracteriza, asimismo, por una fuerte concentración sectorial. Así, entre 1996 y 2004 el número de asalariados temporales crece en 1.450.400 personas. Un crecimiento que se localiza fundamentalmente en seis sectores, que registran un aumento de 1.100.200 asalariados con contratos temporales, el 75% del empleo temporal creado en España durante este período: Construcción, Hogares que emplean personal doméstico, Educación, Actividades sanitarias, veterinarias y servicios sociales, Inmobiliarias y servicios a empresas y Hostelería.

Al final del período, el empleo temporal se localiza en un núcleo de cinco sectores productivos: Construcción, Comercio y Reparación, Hostelería, Inmobiliarias y servicios a empresas y Hogares que emplean personal doméstico.

Un indicador más ajustado de la evolución del empleo temporal lo proporciona la tasa de temporalidad, que en 1996 era del 33,7%, destacando tres sectores con valores especialmente elevados: Construcción Agricultura y Hostelería. Este indicador ha registrado un suave retroceso a lo largo del período, pasando a una tasa del 32,1% en 2004.

La tasa de temporalidad en 2004 se caracteriza asimismo por un notable componente sectorial, siendo especialmente elevada en cuatro sectores: Agricultura, Construcción, Hogares que emplean personal doméstico y Hostelería. En estos sectores, las ramas de actividad que presentan una mayor incidencia de la temporalidad son las de Producción agrícola, Construcción general de inmuebles y obras de ingeniería civil, Actividades de los hogares como empleadores de personal doméstico, Acabado de edificios y obras, y Restaurantes. La temporalidad del empleo es un fenómeno complejo, que no puede explicarse en función de una causa singular, sino por la combinación de factores generales de diversa índole -tanto económica como jurídica o sociológica- así como de aspectos específicos relacionados con las características de los procesos de trabajo y las condiciones laborales de los diferentes sectores productivos.

Una cuestión particularmente relevante, en todo caso, es el hecho de que algunos de los sectores que concentran mayor volumen de empleo temporal -como la Construcción, Comercio y reparación u Hostelería- presentan elementos comunes, como un contenido tecnológico medio o bajo, el uso intensivo de mano de obra, sus bajos niveles de productividad y su alto componente inflacionista. En este sentido, se trata de sectores donde ha predominado un modelo de competencia vía precios, en el que las empresas privilegian el recurso generalizado a la contratación temporal, el uso intensivo de fuerza de trabajo poco cualificada y la reducción de costes laborales.

Adicionalmente, en algunos de estos sectores -como la Construcción o la Hostelería- se concentran buena parte de los trabajadores inmigrantes, que en general son contratados bien de forma temporal, bien en muchos casos incluso de forma irregular. El creciente volumen de mano de obra inmigrante constituye, de hecho, uno de los factores subyacentes al repunte registrado en las tasas de temporalidad en los últimos años.

Esta situación plantea que la reducción de la temporalidad en dichos sectores no puede abordarse, exclusivamente, a través de reformas del ordenamiento jurídico que regula la contratación temporal. Además, deben articularse medidas orientadas a fomentar un modelo de competencia no basado te en precios y la reducción costes, sino en el desarrollo de otros aspectos como la innovación, la incorporación de las tecnologías de la información y las comunicaciones, la diferenciación de productos y la calidad, y la formación y cualificación de los trabajadores.

La temporalidad del empleo está estrechamente asociada, por último, a uno de los rasgos más negativos del mercado de trabajo español, como es la elevada siniestralidad laboral (la más alta de toda la Unión Europea).

Así, según los datos oficiales cada año se producen en el Estado español un millón de accidentes laborales, de los que más de mil acaban en fallecimiento. Unos accidentes a los que se deben añadir otros muchos que no aparecen registrados en las estadísticas, como ocurre con los falsos autónomos en la construcción y el transporte, o con los que sufren los trabajadores -en muchos casos, inmigrantes- que trabajan de forma irregular en la agricultura y los servicios.

La siniestralidad laboral no se distribuye de forma homogénea, por otra parte, a toda la población laboral, afectando con mayor intensidad a los trabajadores con contratos temporales, especialmente a los jóvenes y los trabajadores inmigrantes.

La falta de aplicación de las normas de seguridad laboral por parte de los empresarios; la degradación del mercado de trabajo; el uso cada vez más generalizado de la subcontratación, especialmente en sectores como la construcción; y la escasa dotación de medios con que cuenta la inspección de trabajo, así como la falta de compromiso de las administraciones, son algunos de los factores que -sumados a la elevada temporalidad- contribuyen a la persistencia de esta lacra social.

4. Mujer y empleo
Uno de los cambios sociales más relevantes desarrollados en el Estado español durante las últimas décadas, es la creciente incorporación de las mujeres al mercado de trabajo. Un fenómeno que se produce de forma relativamente tardía, en comparación con otros países del entorno europeo y que obedece a diversos factores, desde los cambios en las pautas culturales -por ejemplo, en relación al modelo familiar- al incremento en los niveles educativos de las mujeres.

El análisis de los cambios sectoriales y ocupacionales en el empleo de las mujeres durante la última década, permite apuntar algunos elementos relevantes.

La participación de la mujer en el mercado de trabajo ha experimentado una evolución muy significativa, que se refleja en unaimportante contribución al empleo generado durante este período . Un proceso indudablemente positivo, cuyo desarrollo presenta no obstante algunos desequilibrios relevantes, que se ponen de manifiesto cuando se contrasta la situación laboral de la mujere en otros países del entorno europeo.

Así, los propios informes elaborados por las instituciones comunitarias han remarcado reiteradamente la desigual posición laboral de las mujeres en el Estado español, a pesar de los avances producidos, que se traduce en una tasa de empleo significativamente distante de la media europea . Una distancia que plantea la necesidad de reforzar las medidas orientadas a la inserción laboral de las mujeres, así como incrementar la oferta asequible de los servicios para el cuidado de los hijos y otras personas dependientes.

Un segundo elemento de reflexión está relacionado con la elevada concentración sectorial del empleo femenino, con una fuerte especialización en determinadas actividades de servicios de componente tecnológico bajo y escasos niveles de productividad, como Comercio al por menor, Hostelería u Hogares que emplean personal doméstico. Una situación que contrasta con el bajo grado de feminización del empleo en el sector industrial, o en algunas de las ramas de actividad terciarias que presentan un mayor carácter estratégico por su componente tecnológico y su potencial de crecimiento a medio plazo.

La evolución de la estructura ocupacional del empleo femenino en este período permite destacar tres aspectos relevantes: por un lado, un cambio gradual en el tradicional patrón de segregación ocupacional, que se manifiesta en una diversificación progresiva del empleo de las mujeres en las distintas ocupaciones (si bien todavía persiste, en todo caso, una elevada concentración ocupacional). Particularmente, destaca el aumento del empleo de las mujeres en algunas de las ocupaciones con mayores requerimientos de cualificación, como Técnicos y profesionales de apoyo.

Por otro lado, las ocupaciones que registran un mayor crecimiento en sus niveles de empleo tienen una presencia relevante en los sectores donde el empleo femenino ha experimentado un mayor dinamismo, como Comercio y reparación, Inmobiliarias y servicios a empresas, Actividades sanitarias y veterinarias y de servicios sociales, Hostelería, Educación y Hogares que emplean personal doméstico.

La evolución del empleo femenino reproduce, por otra parte, las mismas pautas de polarización ocupacional que se detectan a nivel general, en la medida en que los incrementos más significativos del empleo se producen al mismo tiempo en los grupos ocupacionales con mayores y menores requerimientos de cualificación. En este sentido, resulta particularmente preocupante el mayor grado de presencia femenina en el grupo de Trabajadores no cualificados.

Finalmente, se plantea asimismo seguir reforzando las medidas que incentiven la promoción del empleo estable entre las mujeres, en la medida en que el empleo femenino sigue registrando -a pesar de la reducción registrada en este período- una tasa de temporalidad superior a la media.

5. Inmigrantes y empleo
La creciente presencia de inmigrantes constituye uno de los fenómenos sociales más relevantes de los últimos años; un hecho que se pone de manifiesto cuando se analiza la evolución de este colectivo en el Estado español, cuya población ha triplicado su número desde principios de la década, pasando de 0,9 millones de personas a cerca de 3 millones en 2004 . El Estado español ha pasado así a convertirse en un país de inmigración, en convergencia con la mayoría de los países de la Unión Europea.

La incorporación de población inmigrante ha tenido efectos significativos en el ámbito laboral, aunque no sólo en éste, sobre todo en una doble dimensión: el aumento de la oferta de trabajo, con una aportación significativa al crecimiento de la población activa; y su participación en el empleo, contribuyendo de forma relevante al crecimiento de la ocupación en el Estado español durante la última década .

Las características de la incorporación de este colectivo al mercado de trabajo plantean en paralelo algunos interrogantes. Una primera cuestión concierne a la elevada concentración de los ocupados inmigrantes en unos sectores determinados, que en algunos casos -como la industria agroalimentaria, la construcción, o la hostelería- presentan incertidumbres en cuanto a su crecimiento a medio plazo. Un hecho que plantea la articulación de políticas, especialmente en materia de formación, que favorezcan una mayor diversificación de la actividad de este colectivo en el conjunto de la estructura productiva.

Por otra parte, se observa que los inmigrantes se ocupan con mucha mayor frecuencia en trabajos que demandan baja cualificación o especialización profesional, mientras que su presencia en las ocupaciones con mayores requerimientos en esta materia es mucho más baja.

Estas características de la estructura ocupacional del empleo de los inmigrantes obedece a motivos muy diversos, desde factores básicos del mercado de trabajo -volumen de empleo ofrecido y demandado para cada nivel de salarios y tipología de puestos- al menor ajuste inicial de la cualificación de la mano de obra inmigrante a los requerimientos de producción. O, en otro orden, por elementos no relacionados directamente con el mercado laboral, como el reconocimiento de cualificaciones o el conocimiento de los mecanismos formales e informales de dicho mercado, e incluso en algunos casos el idioma. La normativa vigente y los requisitos en ella fijados juegan un papel determinante, asimismo, en la distribución sectorial y ocupacional de los inmigrantes en su acceso al mercado de trabajo regular.

La elevada temporalidad en el empleo de este colectivo constituye un tercer elemento de especial preocupación. Una cuestión asociada a la concentración del empleo de los inmigrantes en algunos de los sectores con mayor temporalidad -como la Construcción, Hostelería, Agricultura, u Hogares que emplean personal doméstico- pero en la que también juega un papel determinante la forma en que se produce su incorporación al mercado de trabajo. Ello plantea la adopción de diferentes medidas orientadas a reforzar las garantías jurídicas de los inmigrantes, así como a reducir la temporalidad de este colectivo -asociada en muchos casos a la precariedad- promoviendo así una mejora en los niveles de calidad del empleo.

Finalmente, una cuestión que exige un tratamiento específico es el trabajo desarrollado por los inmigrantes en la economía sumergida. Un ámbito que presenta lógicamente una difícil cuantificación, pero donde se estima la presencia de un importante volumen de personas en situación administrativa irregular, la mayoría empleados de manera informal. Una situación que obstaculiza la integración laboral de los inmigrantes, pero que además tiene consecuencias muy negativas para el normal funcionamiento del mercado de trabajo, como el aumento de la segmentación, la degradación de las condiciones laborales y la explotación, y la profundización de la exclusión social.

6. Algunas consideraciones finales
La economía española experimente desde mediados de los años 90 una prolongada fase de expansión, en la que combina un fuerte crecimiento de la producción con un intenso crecimiento del empleo. Asimismo, se ha desarrollado durante este período algunos cambios estructurales de especial importancia, como son la presencia progresiva de la mujer en el mercado de trabajo, o la creciente presencia de mano de obra inmigrante

El desarrollo de este proceso presenta, sin embargo, una serie de elementos críticos, que ponen en tela de juicio la continuidad del mismo. Por una parte, la existencia de una serie de desequilibrios macroeconómicos que pueden afectar a medio plazo la capacidad de crecimiento, como la persistencia de una significativa inflación diferencial, el continuado déficit en la balanza de pagos, el creciente endeudamiento de las familias, o el escaso nivel de productividad.

Estos rasgos negativos vienen determinados, en buena medida, por las características de una estructura productiva que mantiene una fuerte especialización en industrias y servicios tradicionales. Unos sectores donde predomina un modelo de competencia basado en precios, es decir: sobre la base del uso de intensivo de mano de obra poco cualificada, bajo contenido tecnológico, escasa inversión en formación, la temporalidad y la rotación de los trabajadores y la reducción de costes laborales.

A ello se suma, además, el excesivo protagonismo adquirido por la construcción, un sector cuyo peso en la estructura productiva es muy superior al de otros países del entorno europeo. El notable crecimiento de la construcción ha tenido efectos indudables en términos de producción y empleo, pero al mismo tiempo ha generado una serie de impactos negativos, como: el fomento desorbitado la especulación, asociada en no pocos casos a la corrupción institucional; la presión inflacionista; el creciente endeundamiento familiar, estrechamente vinculado a la carestía en la vivienda; o el fuerte impacto medioambiental.

Los mayores desequilibrios se sitúan, sin embargo, en el ámbito del mercado de trabajo, especialmente en aspectos como: la persistencia de una elevada temporalidad del empleo; las carencias en materia de cualificación, un hecho estrechamente asociada al escaso nivel de formación continua en las empresas; la desigual posición laboral de determinados colectivos, como los jóvenes y las mujeres.

Particularmente grave resulta el apartado de siniestralidad laboral, registrándose en el mercado de trabajo español los mayores niveles de accidentabilidad laboral. Un fenómeno estrechamente asociado a la elevada temporalidad, y que tiene especial incidencia en sectores como la construcción, donde la generalización de la subcontratación en cadena, y el uso creciente de trabajo irregular -sobre todo, de mano de obra inmigrante- ha disparado los índices de mortalidad laboral. La escasa dotación de medios de que dispone la inspección de trabajo, así como la falta de voluntad política para poner coto a los desmanes de las grandes empresas constructoras, son factores que contribuyen asimismo a profundizar esta lacra social.

Mención aparte merece, asimismo, la situación de los inmigrantes, cuya peor posición en el mercado de trabajo -en términos de empleo, como de condiciones laborales- se asocia además a las dificultades en los procesos de integración. Unas dificultades que se verán presumiblemente agravadas en un escenario de crisis económica, probable a medio plazo, donde la competencia por los puestos de trabajo puede fomentar el desarrollo de la xenofobia y el racismo.

Estos elementos se enmarcan, por último, en un contexto de creciente fragmentación de las relaciones laborales, como consecuencia de la progresiva extensión de fenómenos como la subcontratación y descentralización productiva, así como la creciente capacidad de las empresas para internacionalizar sus procesos de producción (por ejemplo, a través de la deslocalización). Una situación que, sumada a los elevados índices de precariedad laboral, dificulta notablemente la acción sindical, e incluso la propia organización colectiva de los trabajadores.

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