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La domesticación de la memoria
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per Andrés Devesa Correu-e: andresdevesa@gmail.com (no verificat!) |
06 abr 2006
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Una reivindicación benjaminiana de la memoria histórica |
"La noche de los conjurados
todos los bailarines comprendimos el dÃa y la hora
ya que el porqué estaba de sobra justificado
en la inmensa cuantÃa del sufrimiento humano."
Leopoldo MarÃa Panero
El viento cálido que sopla en esta primavera del 2006, además del polen y de la sempiterna contaminación de nuestras ciudades, nos trae también un aroma del pasado. Se cumplen 75 años de la proclamación de la II República y 70 del fin de la guerra civil española. Desde hace algunos años la memoria de estos hechos históricos se encuentra cada vez más presente en nuestra sociedad y no cabe duda que a lo largo de este año veremos como se celebran multitud de actos de homenaje y conmemoración de los mismos. La memoria histórica de estos acontecimientos reclama un lugar –que durante años le fue negado por los mismos que ahora se convierten en sus adalides– en la polÃtica española. La celebración de este aniversario supondrá, sin duda, un antes y un después en la concepción que tenemos de estos hechos y en la articulación de la memoria de ese pasado respecto a la construcción del presente y el futuro. Por eso, es más necesario que nunca reflexionar sobre los aspectos teóricos y prácticos que implican la construcción de una memoria histórica, tratando de sortear las ilusiones y espejismos que se nos presentarán como conclusiones definitivas y llegar hasta las últimas consecuencias que se puedan extraer de la recuperación del pasado y su implicación en el presente.
El siglo XX dejó tras de sà un rastro de ruinas formado por las pilas de cadáveres de las vÃctimas de la Historia, que, por primera vez se hicieron visibles y reclamaron sus derechos. Después de la “monstruosidadâ€? que supuso Auschwitz, las reflexiones acerca de la memoria histórica han pasado a tener una importancia crucial en el pensamiento filosófico y moral, pero las lecciones que debÃamos extraer del recuerdo de las barbaries que jalonan este siglo –que nos dijeron traerÃa el bienestar de la humanidad de la mano del progreso y nos dejó el horror multiplicado ad infinitum– han sido ignoradas o, al menos, desarticuladas y vaciadas de cualquier contenido práctico, puesto que esas enseñanzas suponÃan poner en cuestión las bases de nuestra sociedad, sacar a la luz las contradicciones entre los ideales de la Ilustración y el desarrollo de un progreso técnico y económico independiente de los seres humanos[1].
La memoria se concibe como un imperativo moral que nos obliga no sólo a recordar los crÃmenes del pasado, sino, fundamentalmente, traerlos al presente para resarcir a las vÃctimas y evitar que puedan volver a repetirse esos hechos. Según Reyes Mate habrÃa dos formas de entender la memoria: la de los polÃticos y filósofos, que quieren recordar para que la historia no se repita, y la de las vÃctimas, que entienden la memoria como un acto de justicia que debe resarcirlas de su dolor. “No es lo mismo recordar para que la historia no se repita, que para que se haga justicia: en el primer caso pensamos en nosotros mismos y, en el otro, en las vÃctimas.â€?[2] Estas dos formas de entender la memoria son en realidad complementarias. Ambas entienden que la barbarie ha sido superada y que las implicaciones de la memoria corresponden al pasado –recordar y “compensarâ€? a las vÃctimas– y al futuro –evitar la repetición de los crÃmenes–, pasando por alto que el presente que vivimos no es sino la consecuencia de ese pasado, el resultado de ese huracán que llamamos progreso[3] y, por tanto, la repetición de la barbarie sigue teniendo lugar, al no haber sido eliminados los factores que la hicieron posible. La barbarie no es una excepción en la historia, sino la regla y, por tanto, el presente que vivimos hunde sus raÃces en una inmensa fosa común en la que se encuentran los cadáveres de los vencidos, de los eternos perdedores que jamás han contado para la historia.
Nos encontramos ante una aparente contradicción. Por un lado tenemos la necesidad de recuperar la memoria del pasado como un requisito necesario para pasar página a un episodio trágico de la historia y continuar la vida, pero la recuperación de esa misma memoria tiene una consecuencia no deseada, especialmente para aquellos que detentan el poder, al mostrarnos como los pilares de la sociedad están construidos sobre ese sufrimiento que se trata de resarcir, puesto que no se puede hacer justicia a las vÃctimas sin eliminar las condiciones que las crean, por tanto, no se puede hablar de la recuperación de una memoria histórica y de resarcimiento a las vÃctimas sin cuestionar el tiempo homogéneo y vacÃo en el que se inscribe nuestra forma de entender el mundo, dominado por la idea de progreso, para la que el sufrimiento y la miseria de los seres humanos no son nada en relación a una serie de ideas independientes del ser humano, ya sean la economÃa, el progreso o la ideologÃa. El dolor humano se supedita a los intereses de minorÃas o, peor aún, al desarrollo casi-autónomo del sistema.
La forma de resolver esa contradicción se lleva a cabo mediante la domesticación de la memoria. La memoria es vaciada de su contenido revolucionario, entendiendo éste en un sentido benjaminiano, como jetztzeit, tiempo-ahora que rompe el continuum de la historia y traslada al presente la tradición de los oprimidos[4], haciéndoles regresar de la inmensa fosa común a la que les relegó la Historia para traer consigo sus reivindicaciones silenciadas y exigir del presente la auténtica realización de la historia, aquella que tenga en cuenta el sufrimiento de la humanidad, la realización, aquà y ahora, de una revolución que contenga las reivindicaciones de una humanidad libre, en la que el ser humano sea el auténtico sujeto de la historia y no un ente abstracto. Un proyecto revolucionario basado en un imperativo ético: devolver la dignidad a los olvidados de la historia, imperativo sin el cual no es posible hablar de libertad y justicia.
En ese sentido de “domesticaciónâ€? de la memoria en tanto que desarticulación de su potencial emancipatorio, deben entenderse algunos de los fenómenos que están teniendo lugar en los últimos años en relación a la memoria de la II República, la guerra civil y el franquismo. La conmemoración de lo que supuso la experiencia republicana y el recuerdo de las vÃctimas del fascismo se enmarcan en un contexto polÃtico complejo en el que se halla en juego una reconfiguración del modelo de Estado y una refundación de la democracia española. Nos encontramos ante la “segunda transiciónâ€? reclamada por buena parte de la izquierda[5]. En este contexto deben inscribirse tanto las iniciativas sociales para la recuperación de la “memoria históricaâ€?, como la profusión de publicaciones sobre la república y la guerra civil, los debates en los medios de comunicación de masas y las acciones polÃticas de la izquierda –en un primer momento desde el ámbito local para después ampliarse al autonómico y estatal– tendentes a resarcir a las vÃctimas del fascismo o a condenar –después de un silencio de dos décadas– al régimen criminal surgido de la guerra civil.
La institucionalización de la memoria es una forma de controlarla, de evitar cualquier discurso alternativo que cuestione la versión “oficial� construida por los historiadores, los medios de comunicación y los “gestores autorizados� de la memoria. Es una forma de silenciar y domesticar la memoria, que queda reducida a su versión espectacular: homenajes, actos institucionales, conmemoración de fechas clave, monumentos, etc. Aspectos necesarios para la recuperación de la memoria pero claramente insuficientes y además fácilmente controlables por el poder, el único que puede llevar a cabo estos proyectos[6]. La auténtica reivindicación de la memoria de aquellas personas, la de su lucha práctica, queda silenciada tras el muro de palabras, conscientemente vaciadas de cualquier contenido concreto: república, libertad, antifascismo, democracia,…
El objetivo es la utilización de la memoria de las vÃctimas para legitimar el presente, obviando las cuestiones molestas y reduciendo la memoria a una cuestión meramente simbólica. AsÃ, la revolución obrera es silenciada y se nos muestra a las miles de personas que lucharon y murieron por ella como defensores de una democracia que se conecta con el actual régimen polÃtico. Con ello se matan dos pájaros de un tiro. En primer lugar se obvia que el régimen actual es la continuación directa de la Dictadura, resultado del pacto entre elites que adaptó las arcaicas estructuras del régimen franquista a las necesidades del nuevo capitalismo transnacional e integró en el mismo a los sectores “progresistasâ€? de la burguesÃa excluidos durante cuarenta años de los ámbitos del poder. Además se borra el recuerdo de las realizaciones prácticas de una revolución proletaria que, a pesar de los innumerables errores que tuvo, constituye el ejemplo histórico más significativo de una alternativa al capitalismo, de una democracia directa en la que la gente empezaba a tener su propia vida en sus manos. La contrarrevolución estalinista que acabó, antes que llegasen las tropas de Franco, con esta experiencia revolucionaria es pasada por alto o reducida a las vicisitudes “normalesâ€? de la polÃtica partidista de la izquierda de la época, condenable, pero no muy diferente de la llevada a cabo por otros grupos polÃticos.
El ejemplo de la revolución española ha de estar presente en nuestra memoria, aunque el hecho de reivindicarla no impida que debamos insistir en sus limitaciones, como la de querer cambiar las estructuras sociales simplemente haciendo pasar los medios de producción de las manos de la burguesÃa a la de los obreros, sin cuestionar la alienación y desposesión que implicaban la misma existencia de esos medios de producción y de la propia civilización industrial. Pero el recuerdo de esa experiencia no es nada sin el recuerdo de las vÃctimas, de todas las vÃctimas de la barbarie, ya sean las del fascismo, las del gulag estalinista o las de las miles de personas que mueren cada dÃa –en guerras fabricadas por intereses económicos, por la contaminación del medio y de las especies o por la violencia diaria Ãmplicita en nuestra forma de vida– vÃctimas de la sinrazón de un sistema que presume de racional. Debemos tener presente su sufrimiento y no perderlo jamás de vista, puesto que “sólo para la humanidad redimida se ha hecho su pasado citable en cada uno de sus momentosâ€?[7], sólo podremos alcanzar la libertad cuando levantemos la losa de la historia y dejemos salir de ella a los vencidos, a las vÃctimas de la historia, para que puedan reunirse con nosotros. Ése y sólo ése será el momento de la redención, de la revolución que permita al ángel de la historia podrá sonreir al fin.
NOTAS:
[1] La bibliografÃa sobre el tema es más que abundante, me limito a citar aquà el libro de Günther Anders: Nosotros los hijos de Eichmann. Carta abierta a Klaus Eichmann. Paidós. Barcelona. 2001. Anders relaciona la barbarie que tuvo lugar en los campos de exterminio con el desarrollo de una técnica independiente del ser humano, que reduce a éste a un simple engranaje de una maquinaria y le impide representarse los efectos de sus acciones. Esta deshumanización serÃa una de las circunstancias que hizo posible el Holocausto. Las implicaciones están claras, el Holocausto no sólo puede repetirse sino que se repite a diario, pues las condiciones que lo hicieron posible no sólo no han desaparecido sino que no han dejado de desarrollarse.
[2] Reyes Mate: Memoria de Auschwitz. Actualidad moral y polÃtica. Trotta. Madrid. 2003. p. 10
[3] Walter Benjamin: “Tesis de FilosofÃa de la Historiaâ€?, Discursos interrumpidos I. Taurus. Madrid. 1971. Tesis IX p. 183
[4] Ibid., especialmente la Tesis XIV-XVIII. pp. 188 y ss.
[5] Juan Carlos Monedero: “Nocturno de la transición�, en: Emilio Silva (et alii): La memoria de los olvidados. Un debate sobre el silencio de la represión franquista. �mbito Ediciones. Valladolid. 2004.
[6] “El monumento, en tanto hecho monumentalizado, constituye la celebración del poder, de tener el poder de monumentalizar […] Pero al mismo tiempo […] el monumento borra, tacha, cancela toda otra posible representación que no sea la representada por el monumento.� Hugo Achugar: “El lugar de la memoria, a próposito de monumentos (motivos y paréntesis)�, en: Elisabeth Jelin y Victoria Langland (comps.): Monumentos, memoeriales y marcas territoriales. Siglo XXI. Madrid. 2003. p. 206
[7] Walter Benjamin: Op. cit. Tesis III |
Mira també:
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Comentaris
Re: La domesticación de la memoria
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per freedomFighter |
07 abr 2006
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Desde luego un hecho que no se menciona casi nunca, es que habia intereses internacionales mucho mas poderosos que frankito, muy interesados en que la Republica Española no saliese adelante.
La gente ni si quiera se para a pensar que puede que jugasen con nosotros (ambos bandos) como con muñecos, y que lo sigan haciendo. |
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