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Notícies :: antifeixisme
El falso iusnaturalismo
04 abr 2006
José Antonio Marina sostuvo una vez, hace unos seis años, que el mundo progresaba en la dirección correcta (progresismo y dirigismo son todo uno) porque, de forma muy patente y esperanzadora, los Derechos humanos se iban extendiendo por el espacio internacional, y no sé qué perversas ingenuidades más. Por aquel entonces los DDHH se usaban como excusa para declarar guerras y para calmar conciencias; exactamente igual que ahora. A juicio de Marina supongo que eran y son el techo al que la humanidad civilizada y "éticamente creativa" puede aspirar.

El problema de estos falsos títulos jurídicos, no me cansaré de decirlo, es que están escritos y, además, mal escritos. Si son derechos naturales, deberían ser mucho más sucintos y menos programáticos. Resultan, más que humanos, demasiado humanos, porque vienen hechos por hombres de Estado y según intereses gubernamentales.

Los DDHH fueron en el contexto de su génesis un dique de contención contra los totalitarismos; ahora son su excusa. Lo subversivo y al mismo tiempo imprescindible es rasgar el velo de la letra y ver que los derechos que se pretende definir no son los que figuran en la Declaración Universal; o no necesariamente, ni solamente, ni en su integridad.

Veamos el porqué. La ciencia forense regula hechos "a posteriori". Por ejemplo, el derecho civil se ocupa del comercio y demás relaciones de cooperación social entre personas; el derecho laboral de la protección de los trabajadores asalariados con respecto a quienes los contratan; etc. Ahora bien, ¿qué hechos regulan los DDHH? No se encuentran. Son los únicos que no se basan en la realidad previa, sino en lo que se espera de ella. Son deseos políticos, de marcada ascendente utopista.

Por ello, en lugar de en el anhelo bonachón y en la oportunidad histórica, deberían haberse fundamentado en la lógica, reduciéndose simplemente a aquellos que son susceptibles de demostración o tienen valor axiomático para los demás. Al negar esta metodología, más que reconocerse, se otorgan; más que otorgarse, se imponen.

Es una gran contradicción, por cierto, que sean los Estados los casi exclusivos garantes de esos derechos, cuando son ellos los más firmes candidatos a la hora de vulnerarlos en la práctica y a tergiversarlos en la teoría. Los DDHH no habrían de pertenecer a la esfera política, sino a la religiosa o a la científica (a la científico-religiosa, si podéis concebirlo). Dejad el activismo para su puesta en práctica, pero sed objetivos, al menos, en su determinación. Si creéis que la moral tiene algo que ver con la verdad, no busquéis el consenso por encima de todo. Sed legisladores antes que estadistas.

Sin embargo, vaticino que el mundo plebeyo nunca pasará por la humillación de someterse a una aristocracia intelectual, por más dialogante que se presente. Los políticos tampoco lo tolerarían, pues viven del negocio de gestionar su democracia. No están maduros para la reforma. Todos en conjunto prefieren la esclavitud de los hechos consumados en la vorágine de las voluntades generales; temen cualquier prerrogativa que no nazca del acto de querer, afanándose a des-nudarse de ellas y de los deberes que conllevan. Y, como los DDHH que se plasman en el papel son tantos y tan mal trabados, al final se convierten en sinónimos de las prácticas jurídicas y económicas de Occidente, autoproclamadas -con toda su miseria y cinismo- las "menos malas" posibles. El camino de Hölderlin a Kafka, de la utopía a la distopía es realmente corto.

El Estado social con libertad de empresa sólo pueden permitírselo los ricos. Y sólo hay ricos de esta índole si hay pobres muy pobres bajo sus botas. Así de claro.

Los DDHH rehuyen un planteamiento radical de la idea de justicia, no les interesa. Les basta con definir un modelo de sociedad (fijando pequeños filtros correctores contra los abusos) frente a aquellos que fracasaron estrepitosamente el siglo pasado: nazismo, comunismo y liberalismo no intervencionista. Es una ética por eliminación, una falacia del tipo "ignoratio elenchi".


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