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Notícies :: antifeixisme
Crisis del antifascismo en Italia Un santuario para Mussolini
02 abr 2006
LE MONDE Diplomatique, Edición Cono Sur.
Servicio Informe-Dipló
27/03/2006
INFORME DIPLÓ I
_________________


Crisis del antifascismo en Italia
Un santuario para Mussolini

Más de 60 años después de que Mussolini fuera asesinado y su cuerpo y el
de su amante ultrajados en la Plaza Loreto, de Milán, una heterogénea
muchedumbre de viejos y jóvenes admiradores se da cita tres veces por
año en el mausoleo dedicado al Duce en Predappio, su ciudad natal.


Por Amos Elon
Escritor.
Traducción: Cristina Sardoy

Predappio es una pequeña y tranquila ciudad de unos 6.100 habitantes en
la rica región italiana de Emilia-Romagna. En la actualidad se la conoce
sobre todo por su feria anual de aves cantoras y como el lugar donde
nació Mussolini en 1883. Es aquí donde, mucho después de su muerte en
1945, Mussolini fue depositado finalmente para descansar en paz como un
antiguo rey tribal, en una imponente “cripta” subterránea –mausoleo
sería quizás una palabra más apropiada– y donde los admiradores que le
quedan le rinden culto tres veces al año. Dos de los arquitectos
favoritos de Mussolini, F. di Fausto y C. Bassani, habían construido la
cripta en 1930, un momento de esplendor en la carrera del dictador. Se
decía que entonces contaba con un amplio apoyo popular, aunque tiene que
haber sido difícil medir exactamente cuán cierto era eso en un Estado de
partido único que, al menos al comienzo, había recurrido al terrorismo y
todavía cercenaba gravemente la libertad de prensa. En esa época lo
cortejaban tanto Winston Churchill (“Si fuera italiano usaría la Camisa
Negra Fascista”, dijo) como Adolf Hitler (en “Mein Kampf”). El Papa se
refirió a él como “un hombre providencial”. El presidente de la
Universidad de Columbia lo comparó con Cromwell y el Cardenal O’Connell
de Boston dijo que era “un genio en el área del gobierno que Dios le
había dado a Italia”.
Las razones de su ascenso al poder en un país dividido y desgarrado por
la crisis –conservadores, socialistas y católicos habían sido incapaces
de acordar un programa común– fueron complejas; y sin embargo, la
violencia y las amenazas de más violencias desempeñaron un papel
importante. “Podría haber transformado esta Cámara sorda (¡sic!) y gris
en una barraca para mis legiones”, recordó a la Cámara de Diputados
luego de ser nombrado Primer Ministro por un Rey estúpido y presa de
pánico. “Podría haber eliminado el Parlamento y formado un gobierno
solamente de fascistas. Podría, pero no quise hacerlo, al menos no por
el momento.”
Cambiaría rápidamente de opinión. Era el comienzo de su ascenso como
dictador, que en ausencia de una mayoría fascista fue posible por medio
de la intimidación y el asesinato de sus principales opositores
políticos. Algunos fueron encarcelados o expulsados a islas remotas,
otros huyeron del país. Su principal opositor, Giacomo Matteotti, fue
hallado decapitado.
Igual que otros dictadores, Mussolini también construyó rutas y puentes,
drenó pantanos, mejoró las tierras infértiles y estabilizó la moneda y
la economía temporalmente. No era un psicópata monstruoso como Hitler,
pero fue lo bastante malo como para arrastrar a Italia al peor desastre,
quizá, que afectó al país desde Atila el huno: más de medio millón de
víctimas, ciudades bombardeadas y arruinadas, la destrucción de casas,
infraestructuras y fortunas, la pérdida de tesoros artísticos e
históricos invalorables en una guerra que Mussolini había lanzado por
pura vanidad e imprudencia, yendo en contra de los consejos de sus
generales y “gerarchi”: sabían que el ejército estaba mal adiestrado y
mal pertrechado. Sus buques de guerra estaban construidos para lucirse
en velocidad y glamour, no para resistir artillería y torpedos. Su
fuerza aérea era anticuada y tenía combustible solamente para sesenta
días. Nunca tuvo ocho millones de soldados, como aseguraba, sino apenas
dos.
Que un hombre así todavía encuentre admiradores después de más de
sesenta años de su ignominioso fin es un misterio difícil de explicar.
Su fantasma continúa frecuentando la Italia moderna del mismo modo que
el de Hitler la Alemania moderna. En cada uno de los aniversarios del
nacimiento de Mussolini, de su llegada al poder y de su muerte, una
multitud constituida por una extraña mezcla de sinceros admiradores,
vestidos con traje negro y corbata, para los cuales fue “un gran
hombre”, junto a alborotadores con camisas negras y cabezas rapadas,
turistas en busca de curiosidades y necrófilos, sigue llegando hasta
Predappio, tal como ha ocurrido desde 1945. Algo que mantiene ocupada a
la policía y le da mala fama a la ciudad. En su último cumpleaños, el 29
de julio, en la primera plana del principal diario regional, la
municipalidad de Predappio deploraba la recurrente pesadilla.
En 1945 se decía que antes de la muerte de Mussolini la mayoría de los
italianos eran fascistas, pero al día siguiente casi todos eran
demócratas convencidos. A decir verdad, entre 1943 y 1945 se libró en el
país una guerra civil brutal entre fascistas y anti-fascistas de
diversas identidades políticas, comunistas, católicos, socialistas,
liberales y monárquicos. Fue seguida en 1945 por una segunda guerra
civil, aparentemente más traumática todavía que la primera, que duró
hasta 1947. En el norte de Italia y en el llamado “Triángulo de la
muerte” (Modena-Reggio-Bolonia) los partisanos comunistas habían llegado
a considerar la Resistenza como una guerra de clases. La herencia de
estas guerras civiles afecta la política y la cultura italianas hasta el
día de hoy.

Cien mil visitantes anuales

Mussolini dejó una impronta tan fuerte en toda una generación, que
continuó siendo un punto de referencia central de la historia italiana
mucho después de morir. Para la extrema derecha siguió siendo un modelo,
para la extrema izquierda una pesadilla. Ni la extrema derecha ni la
extrema izquierda ofrecieron a Italia un modelo creíble de
gobernabilidad democrática. Los demócratas cristianos, centristas, que
temían el pasado ambiguo de sus votantes, tampoco cumplieron
acabadamente ese rol. En todas las cuestiones referidas a la herencia
fascista de Italia, los gobiernos democristianos fueron trastabillando
de una medida torpe a la siguiente.
El fantasma de Mussolini todavía no ha sido exorcizado. Las multitudes
que llegan a Predappio en autobuses y autos particulares tres o cuatro
veces al año reciben una bienvenida ambigua por parte de los residentes
locales. La mayoría los considera un estorbo. Sin embargo, en las
últimas elecciones municipales no menos de 19% votaron por Alleanza
Nazionale, el partido sucesor, reformado en gran medida por razones
electorales, del ya difunto Movimiento Sociale Italiano, abiertamente
neo-fascista. GianFranco Fini, el líder de la Alleanza, también lideraba
el Movimento neo-fascista antes de su disolución. Antes de su epifanía
democrática de 1995/96, él también solía venir a Predappio como
peregrino al santuario. En 1994, todavía definía a Mussolini como el más
grande estadista europeo del siglo XX. Desde entonces, ha admitido que
el gran hombre cometió algunos errores, principalmente las leyes
raciales de 1938. Razón por la cual Israel lo honró en cuatro visitas
recientes. Arik Sharon lo saludó como amigo de Israel en una Europa cada
vez más antisemita.
Un promedio de más de 100.000 visitantes llegan a la cripta cada año,
según la señora de la oficina municipal de turismo. Muy pocos vienen
aquí por otras razones, dice. Muchos son italianos que vienen por
primera vez: duros por temperamento que tratan de revivir una época en
la que Italia todavía era gobernada, como dicen ellos, por “hombres” de
verdad. Algunos vienen para protestar contra la invasión de Italia por
hordas de trabajadores inmigrantes, sobre todo de Albania pero también
de Ã?frica y Medio Oriente. Llegan usando remeras negras con la imagen de
Mussolini e inscripciones en la espalda que dicen: “Proteggi il tuo
simile - destruggi il resto.” (Protege a tu semejante, destruye al
resto). Otros, en cambio, son veteranos de guerra, ancianos y austeros
en traje oscuro, cubiertos de medallas de guerra. Y hay pandillas
ruidosas de jóvenes duros, algunos con la cabeza rapada, los cuerpos
tatuados y anillos en la nariz, usando Camisas Negras que se venden aquí
en varias tiendas de souvenirs con la inscripción “Viva Italia”, “Viva
il Duce” y “Skin-heads de Italia”. Chasquean los talones cuando ingresan
en el mausoleo, hacen el saludo fascista y permanecen de pie en posición
de firmes cuando están frente a la tumba del Duce. El saludo fascista
sigue siendo ilegal en Italia pero es una ley que rara vez se aplica.
Hace un año, un jugador de fútbol famoso saludó a sus hinchas en las
tribunas y lo multaron con algunos cientos de euros. Dicen que la esposa
de Fini y dos de sus colegas parlamentarios se ofrecieron para pagar la
multa por él. Incapaz de frenar el flujo de peregrinos indeseables, la
coalición izquierdista que dirige el consejo municipal de Predappio
desde 1949 por lo menos intentó tener la última palabra: bautizó al
ancho bulevar que lleva a la tumba Via Martiri della Libertà, en honor a
los enemigos más enconados del Duce durante la guerra, precisamente los
partisanos que habían combatido duramente a Mussolini y al final lo
mataron.

Un cadáver traído y llevado

El penúltimo día de la Segunda Guerra Mundial, un destacamento de estos
partisanos había capturado a Mussolini disfrazado con un abrigo militar
alemán y un sombrero que le cubría casi toda la cara. El hombre que en
un momento había escrito “se avanzo seguitemi, se indietrego,
uccidetemi!” (¡Si avanzo, síganme, si retrocedo mátenme!) y “mejor morir
como león que vivir para siempre como una oveja”, había dejado a su
mujer e hijos y se dirigía a la frontera suiza con su amante Claretta
Petacci y un enorme botín de lingotes de oro, joyas, billetes suizos,
británicos y estadounidenses tomados del Banco Nacional. Traducido a
dinero actual, equivalía a dos mil millones de dólares. Un comandante
partisano llamado Walter Audisio, que sería luego miembro comunista del
parlamento, mató a tiros a Mussolini y a Petacci en las afueras del
ornamentado portón de una villa sobre el Lago de Como. A la mañana
siguiente, los hombres de Audasio trasladaron los cuerpos a Milán, que
acababa de ser liberada, y los arrojaron como basura a la Piazza Loreto.
La elección de la plaza fue deliberada. Unos días antes, en esa misma
plaza, los nazis habían hecho lo mismo con cadáveres de partisanos
asesinados. Hombres y mujeres pisotearon, mutilaron y orinaron sobre los
cuerpos de Mussolini y Petacci. Algunos estaban armados y les
dispararon. Una mujer trató de romper el cráneo del Duce con un
martillo. Luego Mussolini y Petacci fueron colgados cabeza abajo del
techo de una estación de servicio, con las manos bien abiertas en un
gesto de capitulación total, o algo parecido a una crucifixión
invertida. Durante la posterior autopsia, la puerta de la morgue
permaneció abierta permitiendo que todos los que llegaban pasaran y
vieran a las enfermeras jugando a la pelota con el hígado de Mussolini.
En ese momento, estas horripilantes escenas complacieron a muchos y
escandalizaron a muchos otros. Edmund Wilson, al llegar a Milán unas
semanas más tarde, escribió en su diario que sobre toda la ciudad
planeaba el olor de esta profanación. “Los italianos me paraban en los
bares para mostrarme las fotos que habían sacado.”
El cadáver de Mussolini fue sepultado a toda prisa en una tumba sin
nombre. Lo que quedó de él después de varias peregrinaciones a lo largo
de los años, llegó a la cripta de Predappio más de una década después,
en 1957. Su viuda Rachele había preparado un sarcófago de piedra maciza
para él dentro del mausoleo. Durante años, imploró sin cesar al gobierno
en nombre de la caridad cristiana que permitiera “volver a casa” a
Mussolini. Cuando el gobierno finalmente accedió, no fue por
misericordia cristiana, sino como consecuencia de un regateo político.
El gobierno minoritario demócrata cristiano de Adone Zoli necesitaba el
apoyo de los diputados neofascistas para impedir que lo destituyeran. El
voto decisivo fue el de Domenico Leccisi, el hombre que pocos meses
después de la muerte del Duce había conseguido robar su cuerpo medio
desintegrado de su tumba sin nombre en Milán, sentando así las bases
para una larga carrera como miembro neofascista del parlamento. Leccisi
sabía la importancia de los símbolos políticos. Había comenzado su
carrera como escritor para Lotta Fascista y quemando afiches de la
película de Roberto Rosellini en contra de la guerra, Roma, Città
Aperta. Usó su imaginación para mantener al Duce muerto en las noticias.
Uno de sus cómplices en el robo fue un sacerdote milanés de moda, el
Padre Parini, confesor de las ancianas damas ricas de Milán. El
sacerdote ayudó a Leccisi a ocultar el cadáver varios meses dentro de un
baúl pequeño, depositado, entre todos los lugares posibles, en la
magnífica Certosa di Pavia, una de las atracciones turísticas más
grandes de Italia. Nadie fue procesado por el robo. Cuando Leccisi
finalmente fue arrestado, lo acusaron solamente de hacer circular
billetes falsos. El entonces ministro del interior, Palmiro Togliatti lo
amnistió enseguida junto con otros fascistas destacados. Cuando salió de
la cárcel, Leccisi se convirtió en un héroe popular perseguido por
paparazzi fuera donde fuera. El sacerdote fue excusado por su papel en
el robo del cadáver. El gobierno no quería devolver el cuerpo recuperado
a la afligida viuda de Mussolini ni contemplaba la posibilidad de un
funeral público. Se ocultó nuevamente el cadáver por razones de Estado y
se le dio sepultura cristiana en secreto en un terreno de un monasterio
capuchino cercano. Esta vez el secreto se mantuvo mejor pero durante
años continuó llenando los semanarios populares con extrañas
especulaciones.
Cuando muchos años después, finalmente se entregó el ataúd de Mussolini
a la viuda, miles de personas partieron hacia Predappio para darle la
bienvenida. Sus autobuses fueron apedreados en la calle principal de
Predappio. Continuaron llegando durante sucesivas semanas. En esa
primera etapa, la policía obligaba a los admiradores a quitarse la
camisa negra antes de entrar al cementerio. Muchos ingresaban con
camiseta, o con el torso al aire, espectáculo que recordaba las
frecuentes fotos del Duce desvestido en sus mejores tiempos. Quizás haya
sido el líder europeo más “visible”, adepto a crear oportunidades
fotográficas eficaces, el único que posó con el pecho desnudo blandiendo
una espada para cavar trincheras y despejar pantanos; saltando un cerco
en su caballo o arrojándose de cabeza a la pileta; como granjero, como
motociclista o piloto; un día Don Juan, al siguiente un marido fiel
rodeado por sus hijos en pleno crecimiento.
Los neofascistas siguieron cubriendo las paredes de Predappio con
carteles y graffiti que anunciaban el retorno inminente del espíritu del
Duce de entre los muertos. La cultura popular del fascismo siempre había
sentido fascinación por la muerte. Durante los años venideros, tal como
señala Sergio Luzzatti en su fascinante nuevo libro, las dos almas de la
Italia de posguerra continuarían en guerra.

Biografía post mortem

Luzzatto propone una biografía post-mortem de la otra vida del Duce en
la política y la cultura italianas, un elegante ensayo histórico, lleno
de percepciones interesantes. Cuenta una historia triste, a veces
macabra, demostrando de qué manera los recuerdos discordantes de
Mussolini afectaron la vida política de una República joven e inexperta
“dividida entre la intransigencia y la indulgencia, el radicalismo y el
oportunismo, la obligación de la memoria y el arte del olvido”. Otros ya
lo habían hecho, aunque a menudo en una prosa descriptiva
sensacionalista, como si el tema no fuera de por sí bastante
estrambótico: Curzio Malaparte en La Piel y Carlo Emilio Gadda en Eros y
Príapo. Luzzatto pertenece a una generación posterior a la guerra fría,
diferente, más equilibrada. El cadáver del Duce, escribe, “merece un
estudio histórico aunque más no sea porque sobre su cadáver la nueva
República se comprometió a un futuro republicano, democrático y
pacífico”. La paradoja de un cuerpo poderoso, durante largo tiempo
símbolo de “potencia”, idolatrado al principio y posteriormente
desgarrado y colgado de un gancho como un pedazo de carne, luego
enterrado, robado de su tumba, sepultado nuevamente, adorado otra vez
por los fieles y/u oportunistas, es a la vez extravagante y grotesca.
Cuando el libro salió en Italia en 1998, fue elogiado como un aporte
importante y oportuno. La vida de Mussolini después de la muerte se
volvió aún más intensa en la medida en que el lugar de su sepultura fue
mantenido en secreto. Un crítico del Corriere della Sera deploró que,
considerando que Italia había nacido relativamente tarde en el siglo
XIX, sin padres fundadores propiamente dichos y pocos símbolos
unificadores, el gobierno de la posguerra se sintiera obligado a ocultar
un cadáver durante años para “sobrevivir” (¡!). Luzzato recorre la
Italia de posguerra de una manera parecida a la masa de mujeres y
hombres aturdidos de Gabriel García Márquez en las primeras páginas de
El otoño del patriarca, que deambulan por la mansión abandonada del
tirano muerto. Luzzato cita al líder partisano Leo Valiani, jefe del
Partido de Acción, un partido liberal y fundador de la república moderna
que presenció la horripilante escena en la Piazza Loreto, y se
preguntaba si la turba que pisoteaba a Mussolini no era la misma que lo
había celebrado en sus días de gloria. Esa posibilidad perturbaba
profundamente a Valiani. Sugería que “la Resistencia democrática había
sido una causa minoritaria”. Valiani podría haber encontrado la prueba
explícita de su temor en un número especial del diario de su propio
partido, Italia Libera, que ingenua, pero no por cierto inocentemente,
describía la orgía de violencia en Piazza Loreto como una demostración
respetable de duelo. “La multitud avanza en una ordenada fila silenciosa
(junto a los restos de los responsables de la ruina de Italia) etc...”
Muchos años después, Valiani me dijo que ver la espantosa escena en
piazza Loreto le recordaba la observación de Guicciardini, en su
Historia de Italia del siglo XVI, según la cual nadie conoce tan mal a
sus súbditos como su soberano.
Las confusiones de los años de posguerra surgieron en parte porque el
Partido Comunista había conseguido monopolizar la memoria de la
Resistencia aun a pesar de que los comunistas probablemente no
constitutían la mayoría de los partisanos. Muchos eran socialistas,
democristianos, socialdemócratas, liberales y monárquicos. El
antifascismo pasó a identificarse generalmente con Comunismo. La caída
de este último en 1990 contribuyó a la crisis del primero. Con el correr
del tiempo, la crítica del “Anti-fascismo” provino también de la
izquierda, siendo la más reciente Il sangue dei Vinti (La sangre de los
vencidos) de Giampaolo Pansa, que provocó una de las controversias
públicas más intensas sobre el pasado reciente. Por desgracia, el libro
de Pansa está escrito de manera semi-novelada, se funda en información
de oídas principalmente, sin indicación de fuentes, ni siquiera su
principal fuente, una misteriosa bibliotecaria en Florencia, en cuyos
labios Pansa pone todo lo que él sabe o afirma saber, y cuyo nombre, tal
como revela en la primera página del libro, es inventado. Luego de ésta
y otras controversias, la dictadura de Mussolini está empezando ahora a
ser saneada o racionalizada. Esto es un mal augurio. Algunos llegan
incluso a afirmar que el “mito” de la Resistencia en la posguerra no fue
otra cosa que una mentira comunista. El primer ministro Berlusconi se
unió frívolamente a la partida sugiriendo hace un tiempo que lo peor que
hizo Mussolini fue decretar vacaciones prolongadas para adversarios
políticos en encantadores centros turísticos. El valor moral de los
partisanos que, como Valiani y muchos otros, esperaban haber echado los
cimientos de una Italia nueva y mejor, a veces se iguala al de los
conscriptos de la breve República de Salo de Mussolini. En la
actualidad, es posible leer acerca de la llamada “crisis del
anti-Fascismo”. Éste es el título y el tema de otro inquietante libro,
más reciente, de Luzzatto, que, aun cuando intenta trazar un balance
matizado, está profundamente preocupado por las posibles consecuencias
políticas.


El mausoleo del Duce

El día del cumpleaños de Mussolini este año, estuve en la atestada
cripta con un amigo estadounidense. Ninguno de los dos pudo decidir si
era una demostración seria de empatía, o un carnavaletto ridículo, como
nos dijo, tal vez con demasiada melancolía, Giorgio Frassinetti, un
joven geólogo que trabaja como concejal municipal en Predappio a cargo
del patrimonio de la ciudad. La otra vida de Mussolini es colonizada por
viejos y jóvenes en busca de certezas y de “valores” perdurables en un
mundo cada vez más incierto y peligroso. Para algunos de los jóvenes,
señala Luzzato, el culto a Mussolini apela a sus anhelos de
transgresión. La municipalidad de Predappio había tratado en vano de
impedir un desfile neofascista en honor a Mussolini organizado por un
abigarrado grupo de viejos fieles y camisas negras jóvenes. Fue
contrariada por el jefe de policía local, que autorizó el desfile el
domingo siguiente. El desfile al monumental cementerio tuvo lugar y los
participantes depositaron coronas en la tumba. Le pregunté a Frassinetti
cómo convive Predappio con su patrimonio político. Simplemente dijo “Es
muy difícil”. Durante los primeros años de posguerra, Bernard Berenson,
reaccionando quizás a su propio medio de clase alta, escribió “No puedo
superar mi asombro ante la forma en que los italianos perdonan a sus
héroes y propagandistas del Fascismo como si no hubieran hecho ningún
daño”. En 1951, era más fácil explicar este misterio. Sesenta años
después, cuesta mucho más.
A la cripta subterránea, cavada por los arquitectos de Mussolini en
terreno rocoso, se llega por una escalera angosta. Al frente del gran
sarcófago de piedra hay un busto macizo de Mussolini, más grande que el
natural. Por simple afán de exageración, enfatiza los principales rasgos
del Duce que tanto contribuyeron a su generalizado atractivo: la frente
alta, la mandíbula provocativamente adelantada. Casi es posible ver sus
ojos movedizos, con las piernas separadas y las manos en las caderas. La
cripta subterránea está iluminada con dramatismo por luces que no se
ven. La música llega de parlantes que no se ven. También en la muerte,
Mussolini es un espectáculo. Los estudiosos de hoy sostienen
unánimemente que fue un gran showman. Nunca tuvo una “ideología”,
solamente una retórica y un culto vagamente formulado por la “acción.”
En una entrada de la Enciclopedia, su ministro de educación Gentile
escribió que el Fascismo era principalmente un “estilo” de gobierno.
Mussolini consideraba las “plataformas” y los “programas” como
papeluchos superfluos. Proclamaba ser aristócrata y demócrata,
revolucionario y reaccionario, proletario y anti-proletario, pacifista y
anti-pacifista, todo a la vez. Calificaba a la guerra, la guerra
despiadada (combatere) como una ocupación sana y edificante. (“La guerra
es para los hombres lo que la maternidad es para las mujeres”) Su
espectáculo estaba concebido para mantener su poder absoluto –cosa que
consiguió, al menos hasta 1943 cuando el mismo rey que lo había nombrado
Primer Ministro bruscamente lo degradó, ordenando su arresto–. El gran
hombre aceptó humildemente su destino, con lágrimas en los ojos, como un
sirviente despedido por un robo insignificante. George Steiner decía que
su espectáculo era “un efecto de trompe à l’oeil”. Luigi Barzini
escribió que su carrera probaba las limitaciones del don de la puesta en
escena. Mussolini se consideraba a sí mismo un artista. A Emil Ludwig le
dijo con orgullo que las masas eran como arcilla en sus manos. En todos
los grandes impostores, como escribió Nietzsche en Menschliches,
Allzumenschliches, actúa un proceso sorprendente que les permite, al
engañar, ser superados por su creencia en sí mismos, una creencia que
habla de manera persuasiva, mágica, a sus públicos. La voz de Mussolini,
al dirigirse a decenas de miles de personas desde lo alto de su balcón
en Piazza Venezia, era indudablemente muy efectiva. Al oírlo y verlo hoy
en películas o en televisión, su voz, y más aún sus marcadas
gesticulaciones, resultarían un poco ridículas, escribe Luzzatto. La
última mañana que visitamos la cripta estaba repleta de “camisas negras”
y un anciano apoyado en su bastón, con la otra mano sostenía una bandera
de regimiento. Circulaba un folleto supuestamente basado en el
“Testamento de última voluntad” de Mussolini (Luzzatto sostiene que es
falso). Dice que antes de su ejecución Mussolini se había convertido en
un cristiano devoto, confesó sus pecados y fue absuelto. Más temprano,
se habían celebrado tres misas en su memoria. Según Frassinetti, no
podían celebrarse en la decorada capilla construida para ese fin por los
arquitectos de Mussolini porque la iglesia había excomulgado por alguna
razón al sacerdote celebrante. El hecho de que Alleanza Nazionale
reformada ahora apoye la paz y la democracia no parece haber reducido la
cantidad de visitantes a la cripta en estos últimos años.
La gran cantidad de firmas y comentarios apasionados en el voluminoso
libro de visitas correspondiente a 2005, indicaba que para julio de ese
año ya había ido más de la mitad del promedio de visitantes anuales.
Luzzatto cita un comentario escrito hace algunos años, “Oh, Duce,”
decía, “que tu espíritu iluminado nos guíe para liberar a nuestra nación
de la cloaca de comunistas... que nos está oprimiendo”. En el libro de
visitantes de este año encontré estos comentarios: “Glorioso Duce,
inspira a nuestro gobierno para que destruya la sórdida banda de negros,
putas rumanas y sinvergüenzas albaneses que roban en nuestras fronteras
y arruinan el bel’paese”. “ Duce, siempre te necesitamos.” También han
pasado por aquí recientemente equipos de TV de Croacia y Georgia, dos
países que tuvieron gobiernos totalitarios y que han sufrido formas
similares de tirano-necrofilia en las ciudades natales de Tito y Stalin.

Entre el fascismo y el socialismo

Predappio tal como es hoy no existía antes de la década de 1930. Fue un
regalo del Duce al pueblo de Varano di Costa donde él nació el 29 de
julio de 1883. Gran parte del pueblo original ya no existe. La modesta
casa de dos pisos donde vivió de chico hoy es un museo de arte. La
familia vivía arriba en dos habitaciones. Abajo estaba el taller del
padre de Mussolini, Alessandro (herrero) y el aula improvisada de su
madre, Rosa, maestra primaria. Ambos eran socialistas fervientes, como
lo fue Mussolini en sus primeros tiempos. Hace años, vi una entrevista
en la televisión francesa con una de las amantes de Mussolini en ese
entonces, la socialista rusa Angelica Balabanoff. Ya anciana y frágil,
se quejaba de que Mussolini rara vez se lavaba o cambiaba la camisa.
Luego agregó con voz temblorosa... “Mais... il pouvait... faire…
l’amour!” (Pero él podía hacer el amor).
El nuevo Predappio fue construido de la nada en la década del ’30, con
enormes mansiones de estilo “racionalista” y algunas en un barroco
ornamentado. Hay una municipalidad opulenta, una iglesia muy trabajada,
una buena escuela. Todas fueron construidas en la piedra blanda y
esponjosa local color rojo parduzco. El nuevo plano de la ciudad está
trazado a partir del plano rectangular de un antiguo campamento militar
romano. Arriba de la pretenciosa ex Casa del fascio (“fasces” eran los
emblemas de poder en la antigua Roma, que los lectores llevaban ante los
magistrados del Estado), se eleva un campanario alto y monumental,
símbolo de la “potencia” del partido, según su arquitecto. Sobre la
colina, en lo alto de Predappio, trabajadores voluntarios de las
ciudades cercanas de Forli y Bolonia también le construyeron a Mussolini
una casa en Rocco delle Caminate, un lugar encantador con una hermosa
vista sobre los viñedos. Las nuevas viviendas públicas que están abajo
fueron alquiladas a fieles partidarios por muy poco dinero. Muy cerca,
los carabinieri en su enorme cuartel garantizaban que todos fueran
políticamente correctos. Tenían motivos, al parecer, para vigilar. Antes
del fascismo, Emilia-Romagna había sido un semillero de socialismo
italiano democrático. A fines de los treinta, según Frassinetti,
circulaba por aquí este verso procaz:
“Si la noche en que el Duce fue concebido / Su madre le hubiera ofrecido
al herrero de Predappio / Su parte trasera en vez de la delantera, /
Sólo a ella la hubieran jodido esa noche / Pero no a toda Italia”.
Predappio en realidad había sido liberada por partisanos en 1944, antes
incluso de que llegaran los estadounidenses. La mañana de nuestra
visita, las tres tiendas de souvenirs en la calle principal de
Predappio, la ex via Benito Mussolini, estaban llenas de visitantes con
camisas negras –algo raro de ver en la Italia contemporánea–. Los
negocios ofrecen estatuas y cuadros al óleo del Duce así como
cachiporras lo bastante pesadas como para matar a cualquiera que sea
golpeado con una en la cabeza. Vienen con el nombre Mussolini escrito en
letras mayúsculas. También se venden “clásicos” como el reciente
“Mussolini el racista renuente”, de un tal Nicola Spinoza y una gran
variedad de baratijas, camisas y tazas con las correspondientes
consignas. También hay paquetes de doce botellas de un fuerte vino tinto
local (14% de alcohol) con el retrato de Mussolini en la etiqueta. El
vino se cultiva en tierras de una antigua villa de la familia Mussolini
donde su viuda vivió desde 1955, cuando fue liberada del exilio forzoso
en la isla de Ischia, hasta su muerte. El lugar es ahora un museo que
glorifica la memoria de Mussolini. Está rodeada por un jardín formal muy
bien mantenido con estatuas del Duce en distintas poses heroicas. La
villa no fue confiscada después de la guerra como otras casas de
Mussolini porque la había comprado antes de subir al poder. En otro
sector del terreno, estando nosotros ahí, la nieta de Mussolini,
Alessandra, ex modelo topless y ahora miembro del Parlamento europeo,
entretenía a algunos cientos de activistas de un nuevo partido
neofascista que ahora dirige. El tour guiado a través de la villa nos
llevó al estudio de Mussolini, tapizado en libros, su comedor y su
dormitorio donde uno de sus pantalones está desplegado en la cama doble
y una de las botas rotas que llevaba puestas el ultimo día se exhibe
como una reliquia detrás de un vidrio (la otra desapareció cuando
Leccisi robó su cadáver). Una nota junto al teléfono en la cocina de la
viuda conminaba a sus sirvientes. “Non fare tante chiamate” (No hagan
demasiadas llamadas). Pasamos los bustos de mármol de los ídolos de
Mussolini, Vilfredo Pareto (el sociólogo del siglo XIX que escribió
sobre el auge y la caída de las elites en el poder) y de Julio César. El
guía señaló a Julio César y exclamó: “¡El gran predecesor de Mussolini!”
Detrás de nosotros, un hombre con un fino traje de seda murmuró a su
joven esposa, igualmente elegante: “Ojalá tuviéramos nuevamente a un
gran hombre como él”.

ARTICULOS VINCULADOS: Para acceder al resumen de contenidos de notas
anteriores de El Dipló sobre POL�TICA INTERNACIONAL, haga click en:
http://www.eldiplo.org/tematico.php3?numero=81&tema=34

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Comentaris

Re: Crisis del antifascismo en Italia Un santuario para Mussolini
02 abr 2006
Itàlia i França, països veïns de l'Estat espanyol, són països en els que la societat de l'Estat sempre s'ha emmirallat, trobant-hi ideologies centralistes de nacionalisme d'Estat, bàsicament dos, el "jacobinisme radical-democràtic francès" i el "feixisme mussolinià".
Amb l'estrèpit espanyol de "l'Estatutet Mas-ZP" (d'ofendós ultranacionalisme), hem vist els queixals dels dos caps (lerrouxista-boadella; franquista-PP) del monstre espanyolista: tot plegat ens ha fet pensar: Espanya és irreformable, l'únic camí cap a una societat radicalment democràtica i lliure de neofeixistes i neojacobins és la independència dels Països Catalans (o, de Catalunya, com a mínim).
Abandonem el vell carro ple de cadàvers i andròmines d'Espanya perquè el bell cavall negre català pugui galopar!!
Re: Crisis del antifascismo en Italia Un santuario para Mussolini
02 abr 2006
Esto significa que el pueblo sigue queriendo a Mussolini, por algo será.
Re: Crisis del antifascismo en Italia Un santuario para Mussolini
02 abr 2006
Què es el que significa que el poble vola mussolini?
Re: Crisis del antifascismo en Italia Un santuario para Mussolini
03 abr 2006
Pues esta claro, Que hay mucha gente que admira a Mussolini, no lo haría tan mal con la Socialización durante la RSI.
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