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Liquidación social y liquidadores
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14 mar 2006
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La degeneración de los ideales revolucionarios ante el fin de la clase obrera en occidente |
El 19 de julio de 1936 el proletariado español respondió al golpe de estado franquista desencadenando una revolución social. El 23 de febrero de 1981 tuvo lugar un golpe de estado ante la indiferencia más absoluta de los proletarios, quienes apenas movieron el dial de la radio o el mando del televisor. El contraste de actitudes obedece al hecho de que el proletariado era en el 36 el principal factor polÃtico social, mientras que en el 81 no contaba ni siquiera como factor auxiliar de intereses ajenos. Si el golpe del 36 iba en contra suya, el del 81 fue un ajuste de cuentas entre diferentes facciones del poder. Ni en los análisis más alarmistas la conflictividad obrera fue tomada en consideración por la sencilla razón de que era mÃnima. Los golpistas pasaron del proletariado porque no era más que una figura secundaria de la oratoria polÃtica, algo históricamente agotado.
Durante los años de la “transición económicaâ€?, los 80, la clase obrera fue fragmentándose y resistiendo a escala local a su “reconversiónâ€? en clase subalterna, hasta 1988, cuando la huelga mediática del 14 de diciembre, donde se convirtió en masa de maniobra de operaciones polÃticas y sindicales que terminaron por destruirla. Uno de los resultados de ese periodo de adaptación a las nuevas condiciones del capitalismo mundial fue la ruptura entre los obreros adultos mejor situados en las fábricas y los obreros jóvenes, peones y precarios, que impulsaron las primeras asambleas de parados. Esa fractura tuvo sólo un fruto comestible: una nueva conciencia basada en la crÃtica radical del trabajo, en el rechazo del trabajo como actividad central de la vida cotidiana. Paralelamente, se desarrolló un medio juvenil exterior a las fábricas, más preocupado por cuestiones extralaborales como la insumisión, la okupación, la represión, la contrainformación, el antimilitarismo, el consumo de cannabis, el vegetarianismo, el feminismo, la movilización estudiantil, etc. En ese medio la cuestión social perdÃa su carácter unitario y se desagregaba, replanteándose sus pedazos como problemáticas particulares sin aparente relación entre sÃ. Al final de la década se produjo el desplazamiento del centro de gravedad social desde las fábricas a los espacios de relación juveniles, herederos involuntarios de tareas históricas imposibles, tanto por su carácter heterogéneo y efÃmero como por la confusión y el relativo grado de compromiso social de sus promotores. Todos los esfuerzos por coordinar actividades, fomentar debates y conectar con luchas urbanas tropezaron con los mismos defectos: la dispersión, la inercia, la ignorancia, la falta de referencias... El medio juvenil estaba condenado a devenir un gueto conformista donde la crÃtica radical brillaba por su ausencia, sustituida por la indefinición, la pose, los tópicos contestatarios y la moda alternativa. Se revelaba como un medio de transición para una vida adulta integrada, como el instituto, la FP o la universidad. Los primeros intentos por superar esa situación fueron puramente organizativos, formales, a base de encuentros y asambleas, por lo que resultaron un fracaso. Asà terminó la llamada “área de la autonomÃa.â€? Peor fueron las movilizaciones con objetivos polÃticos concretos (el 92, la OTAN, la guerra del Golfo) que a menudo lindaban con la vieja polÃtica institucionalizada y sucumbÃan a su influencia. Antes incluso que analizar las derrotas y recuperar la memoria de las luchas radicales, habÃa que efectuar una crÃtica despiadada al propio medio, a sus inconsecuencias, a su frivolidad y a su falta de coraje intelectual, con el fin de depurarlo tanto de adherencias sentimentales burguesas como de mitos y prácticas militantes. Sin embargo, mayoritariamente se hizo lo contrario: se quiso reconstruir a toda prisa un nuevo espacio polÃtico, espacio que habÃa sido abandonado por los partidos y sindicatos al incrustarse en el aparato de la dominación. Asà surgieron “plataformasâ€?, “espaciosâ€?, “colectivosâ€?, “redesâ€? y “fórumsâ€?, y se redescubrieron los encantos del sindicalismo minoritario, del nacionalismo, del tercermundismo y de la polÃtica neoestalinista. Las nuevas tecnologÃas proporcionaron la estructura mÃnima para garantizar las apariencias de movimiento. Durante los 90, años de la globalización de los intercambios económicos y de la reestructuración de la clase dominante, el propio sistema de dominación se puso a la cabeza de la lucha contra los desastres que él mismo habÃa provocado y con internet de por medio posibilitó la existencia de aquél nuevo espacio, un “espacio ciudadanoâ€? donde desarrollar las actividades complementarias a la polÃtica institucional de los partidos y sindicatos. Del localismo se pasó sin transición a la escala internacional. El gueto juvenil se vio de pronto sumergido en las marchas a Bruselas y los movimientos contra cumbre, verdaderos estados generales de la recuperación, que, a partir de Génova, se convirtieron en la quinta rueda del carro electoral de la socialdemocracia. El impacto tecnológico creó en las masas juveniles la ilusión de una comunidad mundial provista de un proyecto realista de cambio social. Sin embargo lo que las telecomunicaciones facilitaron fue un espacio virtual, y por consiguiente irreal, donde verter la frustración y la miseria espiritual de miles de personas, de forma que la abundante base social sobre la que erigir una causa quedase atrapada en las redes de la inexistencia. Las lÃneas de comunicación directa que subsistÃan en los medios juveniles quedaron irremisiblemente dañadas, como demuestra la desaparición de revistas, el cierre de locales de debate, librerÃas o editoriales, la decadencia de las asambleas, etc.
La explicación está en que el espectáculo como relación social se habÃa apoderado de la sociedad y los jóvenes se habÃan convertido en la vanguardia de su imperio; por primera vez y gracias a las nuevas tecnologÃas de la comunicación irrumpÃan los jóvenes como masas, aportando al activismo los rasgos caracterÃsticos de la pubertad, a saber, el culto del presente, el rechazo del esfuerzo y de la experiencia, el narcisismo, la búsqueda de la satisfacción inmediata, la confusión entre el ámbito privado y la vida pública, entre lo serio y lo lúdico, etc. Las masas juveniles eran más sensibles que las adultas al mayor mal de la sociedad del espectáculo: el aburrimiento. Lejos de sentir como suya la causa de la libertad o la lucha contra la opresión social, lo que realmente sentÃan era una necesidad ilimitada de entretenimiento. Las masas juveniles, profundamente despolitizadas y sin interés alguno por politizarse, salieron a la calle a divertirse, a escenificar su generosidad inexistente y su compromiso volátil. En la sociedad del espectáculo la protesta era una forma de ocio y el pathos trágico de la lucha de clases debÃa retroceder a favor de la comicidad, el desenfado y la fiesta como formas genuinas del espÃritu manifestante.
Si descontamos la internacionalización del espectáculo, la consecuencia principal de la globalización capitalista fue la deslocalización del proletariado. Mientras en la periferia del sistema se recomponÃan y agitaban las clases “peligrosasâ€?, en el centro desaparecÃan las industrias y la actividad especÃficamente campesina, alterándose la estructura social y volviéndose obsoletos conceptos fundamentales del pensamiento crÃtico revolucionario tales como “clase obreraâ€?, “autogestiónâ€? o “sujeto históricoâ€?. Aunque la degradación del medio obrero es un fenómeno antiguo, las conclusiones que se deducÃan del imparable proceso, la disolución final del proletariado como clase y la desaparición ineluctable de la conciencia de clase, eran problemas que se preferÃan ignorar. La eternidad de la lucha de clases era un tabú intocable. Para el activismo social continuista la existencia de una clase portadora de los ideales manumisores estaba fuera de cualquier duda, puesto que si hubiera prescindido del concepto el edificio teórico por él sostenido se hubiera desmoronado, y con él la justificación de dicho activismo. Pero como los hechos eran tozudos, la clase obrera iba convirtiéndose en algo cada vez más gaseoso, en una abstracción, y la crÃtica social obrerista, en una ideologÃa de consolación. Al desconectarse de la realidad, la agitación social tenÃa que degradarse a su vez y quedar al margen, alumbrando sectas encerradas en sus dogmas y creencias, residuos petrificados de verdades válidas en épocas pretéritas. La alternativa a la fe, a falta de una verdadera crÃtica del periodo final de la lucha de clases, a falta del restablecimiento de una perspectiva histórica de los combates sociales, tenÃa que ser otra fe. Asà los nuevos remedios para el sectarismo, eran forzosamente sectarios. Hubo intentos verdaderamente cómicos de restaurar la ideologÃa leninista y voluntaristas anclajes en el anarcosindicalismo y el consejismo. Para sus partidarios no habÃa nada nuevo bajo el sol; todo estaba dicho. La aparición de las masas juveniles con toda su alegre intrascendencia no hizo sino reforzar ese atrincheramiento.
Forzosamente, entre los portavoces de la movida juvenil dominaba una actitud posmoderna que pretendÃa ser pragmática, es decir, levemente crÃtica y profundamente conformista, dispuesta a caminar por las sendas trilladas y a discurrir los cauces inocuos. Encontraron sus herramientas intelectuales en ideologÃas light como el negrismo, el castoriadismo, el ecologismo, el ciudadanismo o los productos de la marca IPES. Conceptos como “movimiento de movimientosâ€?, “poder civilâ€?, “lo socialâ€?, “el imaginarioâ€?, “ciudadanÃaâ€?, “pluralidadâ€?, etc., sirvieron para la evacuación de arcaÃsmos ideológicos obreristas, derribando de paso conquistas intelectuales básicas, aportaciones crÃticas imprescindibles, y en general, echando por la borda todo el bagaje teórico de la lucha precedente. Como coartada polÃtica se buscó un proletariado de sustitución en los seres inermes y amorfos calificados por los pensadores orgánicos de “multitudâ€?, ciudadanÃa, sociedad civil o simplemente “la genteâ€?. El nuevo sujeto histórico era pura ficción puesto que el verdadero habÃa sido liquidado por el capitalismo, pero su imagen ficticia era necesaria porque el espectáculo del combate social necesitaba un proletariado fantasma. La salida obligatoria de tal pragmatismo era la búsqueda del diálogo con el poder pero su legitimidad no podÃa basarse en la clase obrera real sino en una de prestado. Una nueva clase o “movimiento socialâ€? imaginario escapaba de los verdaderos escenarios de lucha para situarse en el terreno del espectáculo, puesto que ni ella era clase, ni su lucha era lucha. Después de la manifestación de Barcelona “contra la Europa del capitalâ€?, todo fue procesión pactada y controlada. Quienes ante la crisis de las ideologÃas obreristas optaron por la protesta encarrilada y falaz, optaban realmente por PRISA y la socialdemocracia (y lo sabÃan). La adopción del pacifismo como principio indiscutible de acción purgó de las asambleas y las manifestaciones a los radicales. Los antiglobis no buscaban enfrentamiento sino diálogo. No aspiraban a cambiar el mundo sino a participar en su gestión. Con ellos otra gestión capitalista era posible. Lo que pretendÃan reformar no eran más que los mecanismos de cooptación de la clase dominante. QuerÃan acceder a la elite dirigente haciéndose a valer en las ONGs, los foros sociales y las concentraciones anticumbre. Su lenguaje debÃa volverse más ambiguo y vacÃo de contenido, sencillamente retórico: el plomo de la nimiedad –votar, enviar mensajes, navegar por la web, amontonarse— se transmutaba en el oro de actos extraordinarios de lucidez histórica y heroicas muestras de valentÃa. Tal disparatado discurso querÃa cubrir una actitud “realistaâ€? ante el poder, por eso en la medida que definÃan una polÃtica “desde abajo a la izquierdaâ€?, ésta era la polÃtica de siempre; en la medida que reclamaban una alianza, era con los partidos y sindicatos de siempre; en la medida en que llamaban a votar, era a los candidatos de siempre. Otro mundo era posible, y otros dirigentes, y otra basura. A fuerza de cuestionar el orden establecido lo menos posible, su acción concluÃa rápidamente en la apologÃa. Quienes hablaban y se comportaban de tal guisa, habiendo querido ser reformistas, acababan como reaccionarios llamando a la puerta del poder. El fallo resulta de haber contado con la complicidad de las masas para la polÃtica, porque las masas, despolitizadas por definición, no son ni pueden ser ningún sujeto polÃtico. Si algo aceptarÃan las masas serÃa convertirse en objeto de la polÃtica; las masas no quieren cambiar la sociedad, en todo caso esperan ser cambiadas ellas mismas por los dirigentes sociales.
Los que ante las nuevas realidades optaron por las viejas ideologÃas, optaron principalmente por la contemplación, lo que desencadenó una reacción activista que llevó a numerosos altercados con los guardianes de la ortodoxia y de la parálisis. Pero los verdaderos contrincantes del activismo extremista fueron los seudopacifistas de la “otra globalizaciónâ€?. Estos activistas de nuevo estilo eran partidarios del enfrentamiento inmediato con el sistema y por lo general se despreocuparon de las contradicciones que oscurecÃan e impedÃan la reformulación de la cuestión social, planteando la supremacÃa de la acción práctica sobre la reflexión, y reduciendo ésta a una actividad subalterna al servicio de aquella. De este modo la crÃtica social quedaba disminuida a propaganda activista, simplificada en análisis, fórmulas y consignas aptas para el consumo quinceañero. En caso extremo, habÃa incluso quienes veÃan en la reflexión, a no ser que se limitara a la glorificación de las llamas, un impedimento más que una guÃa para la acción. Se caÃa en un pragmatismo de otro tipo y el empobrecimiento de la crÃtica comportado fue también el de la propia acción. El menosprecio del pensamiento es el de la estrategia. La acción privilegiaba uno de sus momentos, el choque, y se olvidaba de los demás. AparecÃa como respuesta inmediata independiente del lugar, del tiempo y de la oportunidad, puntual, minoritaria y violenta. La acción devenÃa un fin en sà mismo, más necesitada de técnica que de ideales. Una cierta clase de acción. Para el activista no era necesario saber nada que no estuviera directamente relacionado con la acción. Y ésta no trataba de delimitar campos para lograr un terreno donde los oprimidos ejercitasen la libertad, sino que pretendÃa ser un acto ejemplar susceptible de despertar admiración y tener imitadores. El grado de destrucción conseguido determinaba la calidad, pues el fetichismo de la acción inducÃa a la mistificación de la violencia y asimilaba ésta al radicalismo; asimismo confundÃa con frecuencia dominación con represión de tal forma que, creyendo combatir al orden establecido simplemente disputaba con su policÃa. En ese contexto a la falsa oposición entre teorÃa y práctica correspondÃa la contraposición entre organización de masas y agrupación informal. Hasta entonces la organización siempre habÃa significado fuerza; no negaba la informalidad sino que la complementaba: la sociabilidad de clase, los entramados de ayuda mutua y solidaridad, el compañerismo, la entrega... eran lo que proporcionaba a la organización solidez y a la vez impedÃa que degenerase en estructura burocrática. Evidentemente las estructuras informales son hoy la única forma posible de organización entre otras cosas porque las bases informales que constituÃan los cimientos de formas más coordinadas han sido destruidas por el enemigo. La enorme dificultad que existe para que los individuos entablen relaciones transparentes y se comprometan con la causa de la libertad obliga a ser muy flexible en cuestiones organizativas, pero eso no es un logro, sino una condición impuesta por el deterioro de las personas, deterioro ocasionado por la alineación capitalista. La estructura informal se impone cuando el egoÃsmo estrecho domina y la actitud solidaria es una rareza. El espontaneÃsmo cuando es de buena fe revela un temor enfermizo a la manipulación, y cuando no, una simple falta de compromiso. Por otro lado, la informalidad no es una vacuna contra la burocracia; los movimientos contra el paro primero, y después contra la globalización y contra la guerra, eran en extremo informales pero tenÃan una burocracia que hablaba en su nombre muy bien definida. Tampoco es un remedio contra la infiltración; los provocadores saben manejarse tanto por esos medios como por los otros. Son otros factores los que cuentan: la experiencia, la calidad humana, la astucia... Lo que desde luego no se puede hacer informalmente es pasar a la ofensiva, pero por desgracia, estamos lejos de poder permitirnos algo parecido a eso.
En realidad la mentalidad tanto activista como contemplativa se comprenden perfectamente si nos damos cuenta de que no son más que formas tecnófilas de la mentalidad adolescente y la senil. Dado que la dominación tiende a mantener a toda la población en minorÃa de edad permanente, el activismo se da también en gente ya muy entrada en años. Dentro del sistema se suele estar en la edad del pavo. En cambio, los buenos tiempos perdidos, la rigidez, el primitivismo, el estar de vuelta, la rutina, etc., son rasgos de viejos pendejos, no necesariamente exclusivos de la senectud contemplativa; la ignorancia aguda “teenâ€? suele disfrazarse con sucedáneos de sabidurÃa, y la cobardÃa, de prudencia. La fosilización además, es también otro rasgo bien moderno; hay jóvenes que acaban de salir del huevo, pero otros parecen haber sufrido dos o trescientos años de incubación. Lo curioso es que ambas mentalidades son menos opuestas de lo que parece; con facilidad se pasa de la herejÃa al fundamentalismo, y el extremista de hoy puede con toda probabilidad convertirse en el pacifista renegado de mañana. La inconsecuencia es un aspecto de la inmadurez cercana a la esclerosis, que lo es de la vejez, por lo que no son de extrañar tales mutaciones. La inmensa capacidad de autoengaño de cadetes y vejestorios contribuye a ello. De la improvisación y atolondramiento activistas puede pasarse sin etapas intermedias a la sofisticación ideológica y la corrección polÃtica. Son conductas que anuncian una toma de conciencia de clase, pero de la clase que domina. Juvenilización y senilización son dos lados del proceso destructor de la individualidad y por tanto, de las clases oprimidas en tanto que comunidades de individuos conscientes. Dicho proceso prosigue hasta construir verdaderos seres adictos a la dominación. Empezó a darse después la destrucción de los medios obreros clásicos; la degradación de la conciencia es la responsable de múltiples ideologÃas. Mantener un grado elevado de conciencia social equivaldrá en estos momentos a tener la edad que corresponda. Asà cada cual sacará el mayor partido de su experiencia y de su continuo aprendizaje situándose en el radicalismo. Son radicales los que no contemporizan, los que no pactan, los que van derechos a la raÃz de las cosas. Pero sólo van derechos los que saben donde se halla dicha raÃz.
Charla en la librerÃa Sahiri de Valencia el 11 de marzo de 2006, con motivo de la presentación del libro “Golpes y Contragolpes.â€?
MIQUEL AMORÓS |
This work is in the public domain |
Comentaris
Re: Liquidación social y liquidadores
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per SÃ |
14 mar 2006
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El capitalismo como sistema de producción dominación ha impuesto su realidad, consiguiendo durante el siglo XX, verdaderamente terrible, una auténtica regresión de la evolución del ser humano, rebajándolo en la escala evolutiva a poco más que un quasi-simio espectador que trabaja, consume y que ha perdido la capacidad reflexiva, evolutiva y limita su aprendizaje a las meras técnicas que el capital precisa para emplearlo como herramienta de producción/consumo.
El Planeta tierra empezó sin el ser humano, y sin el ser humano acabará. |
Miguel nos iluminas
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per yoañadiriamas |
14 mar 2006
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En otra charla que diste en el Ateneo "las Coscubillas" nos dijiste referente al desarrollo de la sociedad de masas como referente al sujeto hisórico del proletariado...
"Iimposibles, tanto por su carácter heterogéneo y efÃmero como por la confusión y el relativo grado de compromiso social de movieron el dial de la radio o el mando del televisor. tuvo sólo un fruto más preocupado por cuestiones institucionalizada y sucumbÃan a su influencia en el 81 las fábricas y los obreros . hecho de que el proletariado era en el 36 el principal internacional. El gueto juvenil se vio de y precarios, que impulsaron las primeras asambleas de parados no contaba ni siquiera como factor auxiliar de intereses ajenos. Ãtica de, la ignorancia, la falta incrustarse en el aparato dañadas, como demuestra la desaparición de revistas, el cierre de locales de debate, librerÃas o editoriales, la de la dominación. Asà surgieron “plataformasâ€?, “espaciosâ€?, “colectivosâ€?, “redesâ€? y “fórumsâ€?, y se redescubrieron los encantos . Asà terminó a devenir un gueto conformista donde la Las lÃneas de comunicación directa que subsistÃan en los medios juveniles quedaron co Durante los años de la “transición económicaâ€?, los 80, la clase obrera fue fragmentándose y resistiendo a mestible: una nueva conciencia basada en la crÃtica radical del trabajo, en el rechazo del trabajo como actividad central de la vida cotidiana. comunidad mundial provista de un proyecto realista de cambio social. Sin embargo lo que las telecomunicaciones facilitaron fue un espacio como el instituto, la FP las luchas radicales, habÃa que efectuar una crÃtica del inercia o la universidad. Los primeros inte vegetarianismo, problemáticas en el 81 no contaba ni siquiera replanteándose sus pedazos como de El 19 de julio de rencias sentimentales burguesas como diciembre, donde se convirtió en masa golpe de estado ante la indiferencia más absoluta de los ntos por superar esa situación fueron puramente proporcionaron la estructura mÃnima para garantizar las apariencias de movimiento. Durante los 90, años de la globalización de los intercambios económicos organizativos, formales, a base de encuentros y asambleas, por lo que resultaron un sindicales que terminaron por destruirla. Uno el feminismo, la movilización estudiantil, etc. En ese medio la cuestión social perdÃa su carácter unitario y se las movilizaciones con objetivos polÃticos concretos (el 92, la OTAN, la guerra como factor auxiliar de intereses ajenos. Si el golpe del particulares sin aparente relación entre sÃ. proletarios, quienes adaptación a las nuevas condiciones del capitalismo proletariado porque no era más que una figura apenas al de despiadada al Si el golpe del 36 iba en contra suya, el del cuando la huelga mediática del 14 de ordinar actividades, adulta integrada, la desencadenando una revolución social. 81 fue un ajuste de cuentas entre diferentes facciones del propio medio, a sus inconsecuencias, a su frivolidad y a su falta de coraje intelectual, con el fin de depurarlo tanto de adhe maniobra de operaciones polÃticas y de mitos y prácticas militantes. Sin embargo, mayoritariamente se hizo lo contrario: se quiso reconstruir a toda prisa un nuevo espacio polÃtico, espacio1936 el proletariado español respondió al golpe de estado franqlos resultados de ese periodo de que habÃa sido abandonado por los partidos y sindicatos al tercermundismo y de la polÃtica neoestalinista. Las nuevas tecnologÃas y de la reestructuración de la clase dominante, el propio sistema de dominación pronto sumergido en las marchas a Bruselas y los movimientos contra cumbre, verdaderos estados factor polÃtico social, mientras que Esa jóvenes, peones se puso a la cabeza de la lucha contra los desastres que él mismo habÃa provocado y con internet de por medio posibilitó la existencia de aquél nuevo espacio, un “espacio ciudadanoâ€? donde desarrollar las actividades complementarias a la polÃtica institucional de los partidos y sindicatos. Del localismo se pasó sin transición a la escala generales de la recuperación, que, a partir de Génova, se convirtieron en la quinta rueda del carro electoral de la socialdemocracia. El impacto virtual, y las luchas radicales, habÃa que efectuar una crÃtica del inercia por consiguiente irreal, donde verter la frustración y la miseria fractura la memoria extralaborales como. Antes incluso que analizar las derrotas y recuperar El contraste de actitudes obedece omentar debates y conectar con luchas urbanas tropezaron con los mismos defectos: alarmistas la llamada “área de la autonomÃa.â€? Peor fueron del centro de gravedad históricamente agotado social del sindicalismo minoritario, del nacionalismo Paralelamente, se desarrolló un medio como un medio de transición para una vida sus promotores. Todos los esfuerzos por co escala local a su “reconversiónâ€? en clase subalterna, hasta 1988, El 23 de febrero fracaso desde las fábricas a los espacios de relación juveniles, Al final de la década se produjo el desplazamiento desagregaba, del Golfo) que a menudo lindaban con la vieja pol herederos involuntarios de tareas históricas de 1981 tuvo lugar un poder. Ni en los análisis más tecnológico creó en las masas juveniles la ilusión de una, del de referencias... El medio juvenil exterior a las fábricas, irremisiblemente decadencia de las asambleas, etc crÃtica radical brillaba por su ausencia, secundaria de la oratoria polÃtica, algo mundial fue la ruptura entre los obreros adultos mejor situados en sustituida por la indefinición, la pose, los tópicos contestatarios y la moda alternativa. Se revelaba juvenil estaba condenado la conflictividad obrera fue tomada en uista dispersión, la consideración por la sencilla razón de que era mÃnima. Los golpistas pasaron la insumisión, la okupación, la represión, la contrainformación, el antimilitarismo, el consumo de cannabis, el espiritual de miles de personas, de forma que la abundante base social sobre la que erigir una causa quedase atrapada en las redes de la inexistencia.."
Creo que estas palabras esclarec edoras bastaran para situarnos en el marco histrórico actual y nos incitaran a comprar los libros que tan prolificamente nos donas.... |
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