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Notícies :: sense clasificar
El 68 mexicà
08 mar 2006
68
Paco Ignacio Taibo II
Traficantes de Sueños, 2006.
10 euros.
En la història de la revolució o, millor dit, en la microhistòria de les revolucions oblidades, no és de rebut comparar quin esdeveniment disposa d’una intensitat revolucionària superior a la d’un altre, sembla fora de lloc escatir quina major densitat política prenya una o altra insurrecció. Com es quantifica? Per la maduresa organitzativa? Per l’amplitud dels subjectes socials que hi participaren? Per la victòria, sempre revocable, de les demandes? Per la identificació explicativa d’una determinada època?

Si diem 68, l’imaginari progressista europeu (i eurocèntric) respón: el Maig Francès. No obstant això, si a la data hi afegim 123 dies de vaga a les universitats, la personifiquem en desenes de milers de militants organitzades permanentment en assemblees i brigades, si la coordinem amb el Comité Nacional de Huelga, si l’assetgem amb tancs i baionetes i ràfegues de metralladora, si l’esquitxem amb la sang de 400 executats a la plaça de Tlatelolco, si l’enfosquim amb milers d’empresonats durant anys... aleshores el 68 mexicà s’erigeix amb tota la seva potència i, malgrat les comparacions impossibles, empal•lideix el germà petit parisenc. Resitua mites.

Paco Ignacio Taibo II publicà aquesta crònica personal i poètica del 68 mexicà l’any 1991, més de 20 anys després d’uns esdeveniments que visqué de primera mà. L’acció frenètica a les pàgines del text, per tant, es combina amb la tendresa de la memòria, amb la reflexió sobre el que sedimentà.

Ara, Traficantes de Sueños, sempre pertinents, ens brinda l’oportunitat de conèixer un capítol important protagonitzat pels germans rebels de l’altra banda de l’Atlàntic i, sobretot, ens explica la genealogia de la seva dignitat. Ja que, com afirma Taibo: “Derrotas, un chingo, pero bastantes pocas rendiciones.�


La Ciutat Invisible

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Comentaris

Re: El 68 mexicà
08 mar 2006
una reseña que escribió un amigo, sobre este libro. la comparto con vosotr@s:


HASTA LOS MENTIROSOS SABEN LA VERDAD

Joaquín Barriendos




Hay recuerdos a los que uno no puede llegar, sino rodeándolos (Roland Barthes)


Como algunos otros temas, el del 68 parece no querer contar con una historia propia; hoy, a más de tres décadas, late con una extraña presencia como si todo lo que tuviera que enseñar no estuviera completamente dicho, pero además, como si lo que le faltara por decir quisiera decirlo a sabiendas que la historia, a pesar de los prejuicios de moralidad retórica de Cicerón, no fuera nunca —y por mucho— la maestra de la vida. Lo anterior parece ser verdad a pesar del considerable número de páginas que se han dedicado al 68 por distintos escritores, de tan múltiples estratos y enfoques, y con tan variados intereses y expectativas, que la sensación de no contar con una reconstrucción concisa de esa “escena� del pasado inmediato de nuestra sociedad de masas tardíamente concientizada, parece anegarse justo en esta vorágine del recuerdo y del rescate, y en ese boato de letras inflamadas. Y no porque en esos textos no existan verdades, sino por que esas verdades son muchas y de mucho peso, y porque se respira la idea de que se pondrán a flote muchas más verdades, por no decir confirmaciones.
    El tema del 68 es todavía hoy un tema sin historia, y no por no tener cronistas o historiadores avezados, ni tampoco por no contar con documentos suficientes (por lo menos hoy en día ha salido a la luz nueva información) sino por ser un tema perseguido por una pléyade de fantasmas: los suyos propios, es decir, los que lo atan a una incomprensión y a una desmesura muy presente que lo vuelven propio y ajeno al mismo tiempo, así como los fantasmas de sus actores y los de todo tipo de testigos, quienes tienden repetidamente su mirada a los acontecimientos trágicos con la misma sorpresa con que el angelus de W. Benjamin mira su propia historia; su propia huella sobre los recuerdos.
    No obstante, ante esta realidad social, textual o historiográfica hay, para quien vivió los acontecimientos de manera cercana (lo cual puede implicar estar del otro lado del planeta justo en el momento preciso) una salida; una manera de decir lo innombrable, lo que no tiene rostro pero que suda sus culpas junto al presente no redimido: testigo omnisciente, pero impotente como una guillotina en un museo. Ese narrador testigo puede pues contar una (su) historia en primera persona, hilándose a su pasado y a su recuerdo.
    Y así lo hace Paco Ignacio Taibo II. Se describe dentro de una época a su vez descrita por él mismo; toma lugar, teje su relación con la historia y da luz a una manera de vivir el 68, de sentirlo y de ser parte de su fuerza. Pero ¿Qué puede contarnos alguien sobre un proceso histórico que quedó resumido a un sólo hecho, del cual esta persona quedó por casualidad excluido? En realidad o mucho, o muy poco; todo dependerá de lo que esperemos encontrar sobre sus líneas o entre sus letras.
    Lo primero que nos recuerda en su pequeño libelo es que el 68 es más que los acontecimientos trágicos de Tatelolco; que lo verdaderamente esencial de aquél crucial año es la manera en la que ahí convergen cientos de miles de nuevas voluntades y una manera diferente de mirar. In situ, Paco Ignacio nos regala momentos cotidianos del movimiento estudiantil del 68, y lo hace como si todos sus lectores hubieran estado presentes; no por ingenuidad o mucho menos por desconfianza, sino porque sabe que es la única manera de extender esas experiencias sin árbol genealógico —esos recuerdos huérfanos de tanto repetirse, de tanto andar de boca en boca— más allá de su carácter anecdótico hacia verdaderos escuchas.
    Así, Paco Ignacio conjura con nosotros (sus lectores) un secreto a voces: que antes y después (debe leerse, mucho tiempo después) de la matanza de Tlatelolco, hubieron y han habido sesentaiocheros, y que el encontronazo en la plaza —aspecto bélico de una larga historia de represiones estudiantiles y juveniles— es sólo el enclave de una vasta lista de necesidades no satisfechas y de exclusiones; manifestación de una sociedad, época y programa político que han visto en el desarrollo crítico del ser humano a su peor enemigo y a su predestinado victimario, igual que Cronos vociferó y maldijo la llegada de Zeus.
    En su memorándum, el autor desidealiza una época, le da tono, la matiza; nos convida el sentir de sus tripulantes, el fervor hacia sus iconos, hacia su propia indigencia. Sus palabras antes que otra cosa, le dan cuerpo y peso a esa maquinaria trágica, le ponen rostro a sus integrantes, pues con facilidad se olvida que los sesentaiocheros eran estudiantes de morral o de mochila, y los francotiradores comandos especiales para asesinar, y que todos acudieron a una cita a ciegas perpetrada por algo más que un conventículo de infames, es decir, por el horror de lo propiamente humano, por su parte oscura.
    En el texto de Taibo podemos encontrar el gesto profundo de quienes con sus manifestaciones le dieron vida a una de las posturas más críticas que ningún régimen opresivo vivió jamás; sin embargo, el autor nos ayuda a no comprar gratuitamente la idea del movimiento del 68 como panegírico tuerto de la búsqueda libertaria. Taibo no se baja del tren de la utopía, pero le pone color a vida cotidiana del movimiento, al encuentro callejero de los huelguistas, a su ideario político, a sus pretensiones y ambiciones. Asimismo, con el texto de Taibo podemos alertarnos sobre el problema de asimilar al movimiento con un influjo disidente burgués con corazón de masa.
    Paco Ignacio se preocupa pues de advertirnos de la existencia de una realidad sobre la huelga del 68 generalmente despreciada, a decir, aquella en que sus actores se mezclan, dudan, polemizan y se transforman, pues el movimiento era una organicidad de gente que dentro de su confusión había marcado un rumbo claro y una finalidad política.
Paco Ignacio escribe sobre el 68 de la única manera en que ello puede ser posible: atrapado por el espanto de una verdad consagrada; una verdad tan densa, que de tanto transitar por el mercado y de subirse a tanto microbús parece haber perdido peso y haber fraguado entre las rejas de las alcantarillas. No obstante, su recuerdo del 68 es, como el de muchos otros, una tragedia que pasó rozando, casi un sambenito y casi una predestinación. A fin de cuentas, es probable que podamos leer su libro gracias a la ‘afortunada’ decisión de su padre.
Otra vez, una identidad fraccionada nos cuenta sobre si misma, sobre parte de su multiplicado ser. La historia del 68 no es más tres puntos suspensivos, sino punto y seguido.
Sindicato Sindicat