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Notícies :: antifeixisme
Torturado pero con 'buen talante'
12 feb 2006
carta de David Garaboa Bonillo
militante del Partido Comunista de España (reconstituido)
Prisión de Soto del Real, junio de 2005
carta de David Garaboa Bonillo
militante del Partido Comunista de España (reconstituido)
Prisión de Soto del Real, junio de 2005
Fui detenido el día 30 de mayo sobre las 20:30 h. en el paso fronterizo de Port Bou (Girona). Tras pedirme la documentación, varios policías nacionales me condujeron a la comisaría de la estación donde, ante mi negativa identificarme, me dieron varios puñetazos en la cara y patadas en las piernas y en un costado. Como comencé a sangrar abundantemente por la nariz y la boca, me dieron papel higiénico para que me limpiara y, al negarme a hacerlo, me lo refregaron violentamente por el rostro. Luego apareció otro policía de paisano, que sería uno de los que posteriormente dirigiría los interrogatorios en Barcelona, que para que me identificara empezó a golpearme en el estómago y en la cabeza. Y en uno de esos golpes se rompió el reloj, lo que sirvió de excusa para darme otra tunda.

Después me levantaron y cambiaron la cinta plástica con la que me habían atado las manos a la espalda por unas esposas que apretaron con fuerza. Y me tiraron otra vez al suelo, boca arriba, para pisarme el pecho y el vientre, con lo que me ocasionaban un fuerte dolor en las muñecas. Luego me dijeron que me iban a llevar a la comisaría de la Brigada Provincial de Información de Barcelona, y que si seguía sin hablar pararían en los montes de Girona para pegarme un tiro. En el coche continuaron agrediéndome y al llegar a una zona poco iluminada del área de descanso de la autopista, me bajaron para dar un paseo por el monte, donde nadie se va a enterar de lo que pase. Como seguí sin hablar me volvieron a meter en el coche a oxtias advirtiéndome de que al llegar a Barcelona sus superiores les iban a pedir resultados rápidos.

Ya en Barna me metieron en un calabozo por el que comenzaron a desfilar los maderos que participarían después en los interrogatorios. Entre ellos, ¡cómo no!, el poli bueno que se ofreció a ayudarme a cambio de que hablara. Sin embargo, si por algo se caracterizaron los tres primeros días de incomunicación fue por los malos tratos físicos: me golpearon y retorcieron el pene y los testículos, me tiraron de los pelos del pubis y la perilla con unos guantes de látex y así un largo etcétera.

Eso sí, a diferencia de lo sucedido en Port Bou, se cuidaron mucho de no dejarme marcas. También las amenazas fueron constantes y de todo tipo. Insistían en que acabaría cantando y añadían: Si para ello tenemos que usar la bolsa, el potro o los electrodos, lo haremos, y si tenemos que colgarte del techo por los huevos también lo haremos. Que te quede claro de que no vas a salir vivo de aquí sin decirnos lo que sabes, tenemos impunidad, para los jueces de la Audiencia Nacional sólo eres un puto terrorista, y si en un despiste te suicidas en estas dependencias nadie nos va a reclamar nada por ello. Y todo esto combinado con la privación de sueño y descanso, la obligación de permanecer de pie, las humillaciones, insultos, etc.

Del mismo modo, se emplearon a fondo con los chantajes emocionales y la utilización de drogas. Y aunque me negué a aceptar su comida y su bebida, excepto el agua del grifo, recurrieron a rociar el calabozo por debajo de la puerta con un liquido que me provocó alucinaciones: me parecía ver cómo se me agrietaba la piel, veía serpientes y lagartijas por el suelo, y la pared parecía adquirir extrañas formas y relieves, que me provocaban cierta paranoia al intentar apoyarme en ella. Me imagino que para aumentar esa sensación de paranoia, metieron en el calabozo una especie de manta que hinchaban desde fuera adoptando la forma de una jaula en cuyo interior había varias ratas y una serpiente. Sé que no eran de verdad porque les estampé una silla encima.

Otro de los efectos que me provocaron las drogas fueron una cierta desorientación, aturdimiento, lentitud de reflejos y una gran sequedad de boca. Además, pude comprobar que seguían y controlaban todos mis movimientos y reacciones mediante una cámara oculta situada en el interior del calabozo. En cuanto a los chantajes emocionales, fingieron haber retenido a mi anterior pareja en A Coruña, para lo que disfrazaron a una policía con su mismo peinado y forma de vestir. También intentaron hacerme creer que habían detenido a mi actual compañera; y me amenazaron y chantajearon con encarcelar por colaboración con banda armada a varios amigos que desconocían mi militancia comunista, si no contestaba todas y cada una de sus preguntas. Otra argucia que emplearon para persuadirme fue interrogarme en una sala en la que tenían como trofeo las fotos de los camaradas asesinados y caídos en la lucha.

En las ultimas 48 horas de los cinco días que me tuvieron incomunicado suavizaron bastante el trato: dejaron de golpearme y permitieron que me cambiara la ropa ensangrentada por otra limpia. Quizá influyera en ello que me provocaron una enorme hemorragia en la nariz, lo que les obligó a llamar a la Cruz Roja y a llevarme hasta en dos ocasiones al Hospital para cortarla. De lo que estoy convencido es de que tenían órdenes expresas de que llegara a la Audiencia Nazional sin marcas de torturas. Aunque a decir verdad, a la juez Maria Teresa Palacios no pareció importarle que me presentara ante ella con evidentes signos de violencia y malos tratos en mi rostro, pues nada preguntó sobre ello. Y al igual que había hecho antes en comisaría, me negué a declarar.

Y es que a pesar de las promesas de cambio y regeneración democrática de los GALosos, he comprobado en mis propias carnes que las torturas no están reñidas con el buen talante. La consigna parece ser: tortura sí, pero sin que se note mucho. Aún así, cuando ingresé en prisión todavía tenía secuelas de los golpes recibidos: lesiones graves en la nariz, la boca, y el ojo izquierdo hinchados, un diente torcido y astillado, numerosas heridas en el cuero cabelludo y en la pierna derecha, problemas de circulación en el dedo pulgar de la mano derecha, y cicatrices en ambas muñecas. Por lo demás, me encuentro bien de ánimo y dispuesto a seguir luchando ahora en este frente que son los centros de exterminio del Estado fascista.
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