Entre
la urbe de una gran ciudad, vive el más grandioso ideólogo que la
sociedad intelectual, polÃtica y empresarial podÃa imaginar. Su nombre
es Gustavo de la Peña, y antes de ser un ideólogo adinerado, se dedicaba a
elaborar complejas teorÃas que eran inspiradas por la flama de su
corazón; asimismo, construÃa postulados contra las ideologÃas que creÃa
impuras. Repudia muchos de los acontecimientos polÃticos, cientÃficos
y económicos de la civilización moderna.
Muchos
concuerdan con sus trabajos teóricos pero a la hora de luchar, nadie
hacÃa nada. Hastiado de la cobardÃa de las personas, decide que deberÃa
dedicarse simple y llanamente a él. Se propuso conseguir las metas y
sueños que se habÃa trazado, sabiendo que tendrÃa que
interrelacionarse con aquello que odiaba. En poco tiempo, empezó a
ganar un sueldo de lujo asesorando a personalidades importantes que lo
buscaban por ser un gran ideólogo y un experto en nuevas tecnologÃas.
Una
tarde se encontraba en su dormitorio y, desde su ventana del piso
dieciocho, observaba todo el panorama, veÃa la ciudad como a una
maqueta y a sus habitantes como soldaditos de plomo. Entretanto, se
sintió cansado y con pensamientos delirantes de tanto revisar las bases
teóricas de un partido polÃtico en el que no creÃa. Fastidiado optó por tumbarse sobre la cama y mirar en el
techo a una araña que parecÃa dormir. Seducido queda dormido y tiene
un extraño sueño donde cientos de perros comÃan, corrÃan y
descansaban en un extenso prado, en eso, un grupo de perros advierten de
su presencia y corren hacÃa él, atemorizado corre para salvarse pero
tropieza y mientras siente que cae, despierta de un salto, como si un
relámpago lo golpeara, recordó la idea más fabulosa que habÃa tenido
de niño.
Su
idea habÃa nacido porque de niño detestaba las responsabilidades que
todo menor debÃa cumplir, como ir al colegio. Su rechazo casi fóbico
por la escuela era a causa de las tareas, los exámenes y los compañeros,
sin contar que no podÃa ver TV al costado de su abuela mientras tomaba
un café con leche. Toda esa responsabilidad lo hacia pensar en muchas
cosas. Una vez, mientras observaba a su perro, vio que éste vivÃa más
placidamente que él. Al comprender esto, atinó a decir en la mesa:
“Quien
como el perro, sólo duerme, come y juega... en cambio yo, tengo que ir al colegio�
Su
anecdótica frasecilla provocó risa entre sus familiares sin que se
percataran que podrÃa tener razón. Según Madame De Sevigne[1]:
�Cuanto más conozco a los hombres, más admiro a los perros�. De
una u otra manera, entendÃa que la simpleza de su mascota era menos
angustiante que su rutina. Y ahora, después de casi 20 años
reivindicarÃa su teorÃa.
Elaboró
una lista muy atinada del por qué sentÃa más aprecio por los perros,
que por los hombres, por ejemplo los perros no roban, no insultan, no
discriminan y no engañan. Recordó claramente como, en una oportunidad,
un perro mostró fieramente los dientes a un gobernante importante, esa
frescura le encantó porque jamás un ciudadano se atreverÃa a hacerlo.
Muy aparte de este hecho, lo mejor de los perros es que ni promueven, ni matan por ideologÃas o revoluciones.
A
diferencia de los perros y demás animales, el ser humano es un animal
que desea ser perfecto por medio de caminos enlodados que atascan su
andar, son individuos encerrados en un sistema de valores que están
destruyéndolos. Y es que en el siglo XXI, la humanidad deberá soportar
nuevos percances
que agudizarán la problemática mundial. El
periodista y escritor, Ignacio Ramonet[2]
dice: “La diferencia principal es que hay guerras de nuevo tipo,
como la guerra contra un terrorismo, la guerra contra los pobres y la
guerra contra el medio ambiente�.
Gustavo
era el ideólogo que en vez de dialogar querÃa ladrar, morder y mear a
todo aquél que olÃa a mierda humana. Comprendió que todos los
animales eran sensacionales y que muchos habÃan sido incluidos en
tareas donde sólo son instrumentos de distracción, carne de cañón o
en el mejor de los casos, guÃa para discapacitados. De todas las
habilidades de los caninos, las que más admiraba era la precisión para
las situaciones de peligro y el sentido del olfato.
No
obstante, él sabe que no puede ser un can y decide proseguir con su
trabajo para conseguir más poder. Sin embargo, él sigue creyendo que
existen trabajos que sà eran fantásticos, asÃ, hubiera deseado
conseguir su riqueza siendo un músico virtuoso, un actor porno, un filósofo
famoso o por qué no, simplemente haber nacido rico. Él se juró que
ahorrarÃa una suma considerable de dinero y se mandarÃa a largar a algún
remoto lugar donde su dinero pague sus más extravagantes deseos. Él
cree aún que al experimentar situaciones de satisfacción profunda, éstas
lo acercarÃan a la placida vida perruna.
[1]
Madame De Sevigne (1626-1696), escritora y marquesa francesa.
[2]
Ignacio Ramonet periodista y escritor español que nació el 5 de mayo de
1943. Es doctor en SemiologÃa e Historia de la cultura y catedrático de
TeorÃa de la comunicación. Especialista en geopolÃtica y estrategia
internacional y experto-consultante de la ONU. Dirige la Le Monde
Diplomatique y entre sus libros tiene La Golosina visual, (1985 y 2000), La
tiranÃa de la comunicación (1999), Guerras del Siglo XXI (2002) e Irak,
historia de un desastre (2004)