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Notícies :: sense clasificar |
Demasiado Jovenes, no podemos esperar más.
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per lkx y yo. |
26 gen 2006
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Viene del anteriror art...Ai ferri corti
Necesidad de la insurrección. Necesidad, obviamente, no en el sentido de ineluctabilidad (un suceso que antes o después debe suceder), sino en el sentido de condición concreta de una posibilidad. Necesidad de lo posible. El dinero en esta sociedad es necesario. Una vida sin dinero es posible. Para hacer experiencia de esto es necesario destruir esta sociedad. Hoy se puede hacer experiencia sólo de aquello que es socialmente necesario. |
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IV
“Debemos abandonar todo modelo y estudiar nuestras posibilidades�
E.A.
Cont.-
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IV
Curiosamente, aquellos que consideran a la insurrección como un trágico error (o también, según los gustos, como un irrealizable sueño romántico), hablan mucho de acción social y de espacios de libertad para experimentar. Sin embargo, basta retorcer un poco razonamientos de este tipo para que salga todo el jugo. Para actuar libremente es necesario, como se ha dicho, hablarse sin mediaciones. Y entonces que se nos diga: ¿sobre qué cosa, cuánto y dónde se puede dialogar actualmente?
Para discutir libremente se debe arrancar tiempo y espacio de los imperativos sociales. En suma, el diálogo es inseparable de la lucha. Es inseparable materialmente (para hablarnos debemos substraernos del tiempo impuesto y aferrarnos a los espacios posibles) y psicológicamente (los individuos aman hablar de aquello que hacen porque sólo entonces las palabras transforman la realidad).
Lo que se olvida es que vivimos todos en un guetto, aun si no pagamos el alquiler de casa o si nuestro calendario cuenta con muchos domingos. Si no logramos destruir este guetto, la libertad de experiencia se reduce a algo bien miserable.
Muchos libertarios piensan que el cambio de la sociedad puede y debe acontecer gradualmente, sin una ruptura repentina. Por eso hablan de “esferas publicas no estatalesâ€? donde elaborar nuevas ideas y nuevas prácticas. Dejando de lado los aspectos decididamente cómicos de la cuestión (¿dónde no hay estado? ¿Cómo ponerlo entre paréntesis?), lo que se puede notar es que el referente ideal de estos discursos sigue siendo el método autogestionario y federalista experimentando por los subversivos en algunos momentos históricos (la Comuna de ParÃs, la España revolucionaria, la Comuna de Budapest, etcétera). El pequeño pormenor que se descuida, sin embargo, es que la posibilidad de hablarse y de cambiar la realidad, los rebeldes la han tomado con las armas. En definitiva se olvida de un pequeño detalle: la insurrección. No se pude descontextualizar un método (la asamblea de barrio, la decisión directa, la conexión horizontal, etcétera) del marco que lo ha hecho posible, ni mucho menos enfrentar esto contra aquello (con razonamientos del tipo “no sirve atacar al Estado, se necesita autorganizarse, concretizar la utopÃaâ€?). Aun antes de considerar, por ejemplo, qué han significado -y qué podrÃan significar hoy- los Consejos proletarios, hace falta considerar las condiciones en las cuales nacieron (1905 en Rusia, 1918-1921 en Alemania y en Italia, etcétera). Se ha tratado de momentos insurreccionales. Que alguien nos explique cómo es posible, hoy, que los explotados decidan en primera persona sobre cuestiones de una cierta importancia sin romper por la fuerza la normalidad social; después se podrá hablar de autogestión y de federalismo. Antes de discutir sobre qué quiere decir autogestionar las actuales estructuras productivas “después de la revoluciónâ€?, se necesita afirmar una trivialidad de base: los patrones y la policÃa no estarÃan de acuerdo. No se puede discutir acerca de una posibilidad descuidando las condiciones que la hacen concreta. Toda Hipótesis de liberación está ligada a la ruptura con la sociedad actual.
Hagamos un último ejemplo. También en un ámbito libertario se habla de democracia directa. Se puede responder de inmediato que la utopÃa anarquista se opone al método de la decisión por mayorÃa. CorrectÃsimo. Pero el punto es que ninguno habla concretamente de democracia directa. Dejando de lado a aquellos que entienden por democracia directa su exacto contrario, es decir la constitución de listas cÃvicas y la participación en las elecciones municipales, tomemos a quienes imaginan reales asambleas ciudadanas en las cuales hablarse sin mediaciones.
¿Sobre qué cosas se podrÃan expresar a los susodichos ciudadanos? ¿Cómo podrÃan responder de otro modo sin cambiar al mismo tiempo las preguntas? ¿Cómo mantener la distinción entre una supuesta libertad polÃtica y las actuales condiciones económicas, sociales y tecnológicas? En suma, a pesar de todos los rodeos que demos alrededor de este asunto, el problema de la destrucción queda. A menos que no se piense que una sociedad centralizada tecnológicamente pueda ser al mismo tiempo federalista; o también que pueda existir la autogestión generalizada en auténticas prisiones, como son las ciudades actuales. Decir que todo esto se cambia gradualmente significa sólo mezclar pésimamente las cartas. Sin una revuelta generalizada no se puede comenzar cambio alguno. La insurrección es la totalidad de las relaciones sociales que, no ya enmascarada por las especializaciones del capital, se abre a la aventura de libertad. La insurrección por sà sola no da respuestas, es verdad, sólo empieza a hacer las preguntas. El punto entonces no es actuar gradualmente o actuar aventurerÃsticamente. El punto es: actuar o soñar con hacerlo.
La crÃtica de la democracia directa (para seguir con el ejemplo) debe considerar a esta última en su dimensión concreta. Sólo asà se puede ir más allá, pensando cuáles son las bases sociales de la autonomÃa individual. Sólo asà este mas allá puede transformarse de inmediato en método de lucha. Hoy los subversivos se encuentran en la situación de tener que criticar las hipótesis ajenas definiéndolas de un modo más correcto del que lo hacen sus propios sostenedores.
Para afilar mejor las propias armas.
V
“Es una verdad axiomática, de perogrullo, que la revolución no se puede hacer sino cuando hay fuerzas suficientes para hacerla. Pero es una verdad histórica que las fuerzas que determinan la evolución y las revoluciones sociales no se calculan en las grillas de los censos�
E. Malatesta
La idea de la posibilidad de una transformación social hoy no está de moda.
Las “masas�, se dice, están totalmente dormidas e integradas a las normas sociales. De una similar constatación se pude extraer por lo menos dos conclusiones: la revuelta no es posible; la revuelta es posible sólo si se trata de unos pocos. La primera conclusión puede a su vez descomponerse en un discurso abiertamente institucional (necesidad de elecciones, de las conquistas legales, etcétera) y en otro de reformismo social (autoorganización sindical, luchas por los derechos colectivos, etcétera). De la misma manera, la segunda conclusión puede fundar tanto un discurso vanguardista clásico como un discurso antiautoritario de agitación permanente.
A modo de premisa se puede hacer notar que, en el curso de la historia, ciertas hipótesis aparentemente opuestas han compartido un fundamento común.
Si se toma, por ejemplo, la posición entre socialdemocracia y bolchevismo, resulta claro ambas partÃan del presupuesto de que las masas no tienen una conciencia revolucionaria y que por lo tanto deben ser dirigidas. Socialdemócratas y bolcheviques diferÃan sólo en el método -partido reformista o partido revolucionario; estrategia parlamentaria o conquista violenta del poder- con el cual aplicar un idéntico programa: apartar desde el exterior la conciencia a los explotados.
Tomemos la hipótesis de una práctica subversiva “minoritariaâ€? que rechaza el modelo leninista. Desde una perspectiva libertaria, o bien se abandona todo discurso insurreccional (a favor de una revuelta declaradamente solitaria), o bien, más tarde o más temprano se necesitará también plantear el problema del alcance social de las propias ideas y de las propias prácticas. Si no se quiere resolver la cuestión en el ámbito de los milagros lingüÃsticos (por ejemplo diciendo que la tesis que se sostienen están ya en la cabeza de los explotados, o que la propia rebelión es ya parte de una condición difundida) se impone de hecho un dato: estamos aislados -lo que quiere decir: somos pocos-.
Actuar siendo pocos no sólo no constituye un lÃmite, sino que representa un modo distinto de pensar la transformación social misma. Los libertarios son los únicos que imaginan una dimensión de vida colectiva no subordinada a la existencia de centros directivos. La auténtica hipótesis federalista es la idea que hace posible el acuerdo entre las libres uniones de los individuos. Las relaciones de afinidad son un modo de concebir la unión, ya no sobre las base de la ideologÃa y de la adhesión cuantitativa, si no a partir de la conciencia recÃproca, de la confianza y de la comunidad de pasiones proyectuales. Pero la afinidad en los proyectos y la autonomÃa de la acción individual no tienen sentido sino pueden ensancharse sin ser sacrificadas a supuestas necesidades superiores. La unión horizontal es aquello que concretiza cualquier práctica de la liberación: una unión informal, de hecho, capas de romper con toda la representación. Una sociedad centralizada no puede renunciar al control policial y al mortal aparato tecnológico. Para esto, quien no sabe imaginar una comunidad sin autoridad estatal no tiene instrumentos para criticar la economÃa que está destruyendo el planeta; quien no sabe pensar una comunidad de únicos no tiene armas contra la mediación polÃtica. Al contrario, la idea de la libre experiencia y de la unión de afinidades como base de nuevas relaciones hace posible un completo vuelco social. Sólo abandonando toda la idea de centro (la conquista del Palacio de Invierno o, con el pasar del tiempo, la televisión de Estado) se puede construir una vida sin imposiciones y sin dinero. En este sentido, el método del ataque difuso es una forma de lucha que trae consigo un mundo distinto. Actuar cuando todos predican la espera, cuando no se puede contar con grandes séquitos, cuando no se sabe por anticipado si se obtendrán resultados -actuar asà significa ya afirmar por qué cosa combatimos: por una sociedad sin medida. He aquà entonces que la acción en pequeños grupos de afines contiene la más importante de las cualidades -la de no ser una simple toma de conciencia táctica, sino de realizar al mismo tiempo el propio fin. Liquidar la mentira de la transición (la dictadura antes del comunismo, el poder antes de la libertad, el salario antes de la toma del montón, la certeza del resultado antes de la acción, los pedidos de financiación antes de la expropiación, los “bancos éticosâ€? antes de la anarquÃa, etc.) significa hacer de la revuelta misma un modo diferente de concebir las relaciones. Atacar de inmediato la hidra tecnológica quiere decir pensar una vida sin policÃas de guardapolvo blanco (lo que significa: sin la organización económica y cientÃfica que los hace necesarios); atacar súbitamente los instrumentos de la domesticación mediática quiere decir crear relaciones libres de imágenes (lo que significa: libres de la pasividad cotidiana que las fabrica). Quien grita que ya no es más -o que no es todavÃa- tiempo de revuelta, nos revela de antemano cuál es la sociedad por la cual combate. Por el contrario, sostener la necesidad de una insurrección social, de un movimiento incontenible que rompa con el Tiempo histórico para hacer emerger lo posible, significa decir algo simple: no queremos dirigentes. Hoy el único federalismo concreto es la rebelión generalizada.
Para rechazar toda forma de centralización se necesita ir más allá de la idea cuantitativa de lucha, es decir la idea de llamar a unirse a los explotados para un choque frontal con el poder. Se necesita pensar otro concepto de fuerza -para quemar las grillas del censo y cambiar la realidad-.
“Regla principal: no actuar en masa. Conducid una acción de a tres o de a cuatro como máximo. El numero de los pequeños grupos debe ser lo más grande posible y cada uno de ellos debe aprender a atacar y desparecer velozmente. La policÃa trata de aplastar a un grupo de miles de personas con un solo grupo de cien cosacos. Es más fácil enfrentar a un centenar de hombres que a uno solo, especialmente si éste golpea por sorpresa y desaparece misteriosamente. La policÃa y el ejército no tendrán poder si Moscú se cubre de estos pequeños destacamentos inaferrables [...] No ocupar fortalezas. Las tropas siempre serán capaces de tomarlas o simplemente destruirlas gracias a su artillerÃa. Nuestras fortalezas serán los patios internos o cualquier lugar desde el cual sea accesible golpear y fácil salir. Si tuvieran que tomar estos lugares, no encontrarÃan a nadie y perderÃan gran cantidad de hombres. Es imposible para ellos agarrarlos a todos porque deberÃan, para esto, llenar cada casa de cosacosâ€?.
Aviso a los insurrectos, Moscú, 11 de diciembre de 1905.
VI
“La poesÃa consiste en hacer matrimonios y divorcios ilegales entre las cosasâ€?
F. Bacon
Pensar otro concepto de fuerza. Quizás sea esta la nueva poesÃa. En el fondo, ¿qué es la revuelta social sino un juego generalizado de matrimonios y divorcios ilegales entre las cosas?
La fuerza revolucionaria no es una fuerza igual y contraria a la del poder. Si asà fuera estarÃamos ya derrotados porque cada cambio serÃa el eterno retorno de la constricción. Todo se reducirÃa a un choque militar, a una macabra danza de estandartes. Pero los movimientos reales escapan siempre a la mirada cuantitativa.
El Estado y el capital tienen los más sofisticados sistemas de control y de represión ¿Cómo pararnos frente a este Moloch? El secreto consiste en el arte de descomponer y recomponer. El movimiento de la inteligencia es un juego continuo de descomposiciones y de correspondencias. Lo mismo vale para la práctica subversiva. Criticar la tecnologÃa, por ejemplo, significa componer el cuadro general, mirarla no como un simple conjunto de máquinas, sino antes como una relación social, como sistema; significa comprender que un instrumento tecnológico refleja la sociedad que lo ha producido y que su introducción modifica las relaciones entre los individuos. Criticar la tecnologÃa significa rechazar la subordinación de cada actividad humana a los tiempos de la ganancia. De otro modo nos engañarÃamos sobre su alcance, sobre su supuesta neutralidad, sobre la reversibilidad de sus consecuencias. Sin embargo, se necesita luego descomponerla en sus mil ramificaciones, en sus realizaciones concretas que nos mutilan cada dÃa más; se necesita entender que la difusión de las estructuras productivas y de control que ella hace posible simplifican el sabotaje. De otro modo serÃa imposible atacarla. Lo mismo vale para las escuelas, los cuarteles, las oficinas. Se trata de realidades inseparables de las relaciones jerárquicas generales y mercantiles, pero que se concretizan en lugares y hombres determinados.
¿Cómo volvernos visibles -nosotros, asà de pocos- ante los estudiantes, ante los trabajadores, ante los desocupados? Si se piensa en términos de consenso y de imagen (hacerse visible, justamente), la respuesta se da por descontada: sindicatos y especuladores polÃticos profesionales son más fuertes que nosotros. Una vez más, el defecto radica en la capacidad de componer-descomponer. El reformismo actúa sobre el detalle, y de modo cuantitativo: se mueve con grandes números para cambiar algunos elementos aislados del poder. Una crÃtica global de la sociedad, en cambio, puede hacer surgir una visión cualitativa de la acción. Justamente porque no existen centros o sujetos revolucionarios a los que subordinar los propios proyectos, toda realidad social reenvÃa al todo del cual es parte. Ya se trate de contaminación, de cárcel o de urbanÃstica, un discurso realmente subversivo termina por poner todo en cuestión. Hoy más que nunca, un proyecto cuantitativo (juntar a los estudiantes, a los trabajadores a los desocupados en organizaciones permanentes con un programa especifico) no puede hacer más que actuar sobre el detalle, quitándole a las acciones su fuerza principal -la de instalar cuestiones irreductibles a las separaciones categoriales (estudiantes, trabajadores, inmigrantes, homosexuales, etc.). Más aun teniendo en cuenta que el reformismo es cada vez más incapaz de reformar algo (piénsese en la desocupación, falsamente presentada como un desgaste -resoluble- en la racionalidad económica). Alguien decÃa que hasta el pedido de una comida no envenenada es en sà mismo un proyecto revolucionario, desde el momento en que para satisfacerlo serÃa necesario cambiar todas las relaciones sociales. Toda reivindicación dirigida a un interlocutor preciso lleva consigo su propia derrota, por la misma razón de que ninguna autoridad puede resolver, ni aun queriéndolo, un problema de alcance general. ¿A quién dirigirse para enfrentar la contaminación del aire?
Aquellos que durante una huelga salvaje llevaban una bandera sobre la cual estaba escrito No pedimos nada, habÃan comprendido que la derrota está en la reivindicación misma (“contra el enemigo la reivindicación es eternaâ€? rememora una ley de las XII tablas). No le queda a la revuelta otra solución más que tomar todo para sÃ. Como habÃa dicho Stirner: “Aunque ustedes les concedan a ellos todo lo que piden, ellos les pedirán siempre más, porque lo que quieren es nada menos que esto: el fin de toda concesiónâ€?.
¿Y entonces? Entonces se puede pensar actuar de a pocos sin actuar aisladamente, con la conciencia de que cualquier buen contacto sirve de más, en situaciones explosivas, que los grandes números. Muy a menudo, ciertas luchas sociales tristemente reivindicativas desarrollan métodos más interesantes que los objetivos (un grupo de desocupados, por ejemplo, que pide trabajo y termina por quemar una oficina de empleos). Es verdad que se puede estar en desacuerdo al decir que el trabajo no debe ser buscado, sino destruido. O que se puede tratar de unir la crÃtica de la economÃa con aquella oficina quemada apasionadamente, la crÃtica de los sindicatos con un discurso de sabotaje. Todo objetivo especÃfico de lucha reúne en sÃ, pronta a estallar, la violencia de todas las relaciones sociales. La trivialidad de sus causas inmediatas, se sabe, es el ticket de entrada a las revueltas en la historia.
¿Qué podrÃa hacer un grupo de compañeros frente a situaciones similares? No mucho, sino ha pensado ya (por ejemplo) en cómo distribuir un panfletillo o en qué puntos de la ciudad expandir un foco de protesta; quizás algo más, si una inteligencia jovial y facinerosa les hace olvidar los grandes números y las grandes estructuras organizativas.
Sin querer renovar por esto la mitologÃa de la huelga general como condición desencadenante de la insurrección, está bastante claro que la interrupción de la actividad social se mantiene como un punto decisivo. Hacia esta parálisis de la normalidad debe dirigirse la acción subversiva, cualquiera sea la causa de un choque insurreccional. Si los estudiantes siguen estudiando, los obreros -los que quedan- y los empleados siguen trabajando, los desocupados siguen preocupándose por la ocupación, ningún cambio es posible. La práctica revolucionaria estará siempre por sobre la gente. Una organización separada de las luchas no sirve ni para desencadenar la revuelta ni para expandir y defender su alcance. Si es verdad que los explotados se acercan a aquellos que saben garantizar, en el curso de las luchas, mayores mejoras económicas -esto es, si es verdad que toda lucha reivindicativa tiene un carácter necesariamente reformista-, son los libertarios quienes pueden, a través de sus métodos (la autonomÃa individual, la acción directa, la conflictividad permanente), impulsarlos a ir más allá del modelo de la reivindicación, a negar todas las identidades sociales (profesor, empleado, obrero, etcétera). Una organización reivindicativa permanente especifica de los libertarios quedarÃa al margen de las luchas (sólo pocos explotados podrÃan elegir formar parte), o perderÃan su propia peculiaridad libertaria (en el ámbito de las luchas sindicales, los más profesionales son los sindicalistas). Una estructura organizativa formada por revolucionarios y por explotados puede permanecer conflictiva sólo si se encuentra ligada a la duración de una lucha, a un objetivo especÃfico, a la perspectiva del ataque; en fin si es una critica en acto del sindicato y de la colaboración con los patrones.
Por el momento no se puede llamar precisamente “remarcableâ€? a la capacidad de los subversivos de lanzar luchas sociales (antimilitaristas, contra las nocividades ambientales, etcétera). Queda la otra hipótesis (queda, bien entendido, para el que no respeta que “la gente es cómplice y resignadaâ€?, y buenas noches a los soñadores), la de una intervención autónoma en luchas -o en revueltas más o menos extendidas- que nacen espontáneamente. Si se buscan discursos claros sobre la sociedad por la que los explotados pelean (como ha pretendido algún teórico sutil frente a una reciente ola de huelgas), nos podemos quedar tranquilamente en casa. Si nos limitamos -algo en el fondo no muy distinto- a “adherir crÃticamenteâ€?, se agregaran nuestras banderas rojas y negras a las de partidos y sindicatos. Una vez más la crÃtica del detalle se casa con el modelo cuantitativo. Si se piensa que cuando los desocupados hablan de derecho al trabajo se debe actuar en esa lÃnea (con las deudas distingo a propósito entre salariado y “actividad socialmente útilâ€?), entonces el único lugar de la acción parece ser la plaza poblada de manifestantes. Como sabÃa el viejo Aristóteles, sin unidad de tiempo y espacio no hay representación posible.
¿Pero quién dijo que a los desocupados no se les puede -practicándolos-, hablar de sabotaje, de abolición del derecho o de negativa a pagar el alquiler? ¿Quién dijo que durante una huelga de plaza la economÃa no puede ser criticada en otro lugar? Decir aquello que el enemigo no espera y estar donde no nos aguarda. Esta es la nueva poesÃa.
VII
“Somos demasiado jóvenes, no podemos esperar más�
Graffiti mural en ParÃs
cont.- |
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Comentaris
“Somos demasiado jóvenes, no podemos esperar más�
(a.NO!!(k))
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per klx y yo |
26 gen 2006
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VII
Los explotados no hacen más que descubrir una fuerza que siempre han tenido, terminando con la ilusión de que la sociedad se reproduce por sà sola o de que algún topo excave por ellos. Ellos son insurgentes contra su propio pasado de obediencia -lo que ha Estado, justamente- , contra la costumbre Palabras de >Guerra.
La fuerza de una insurrección es social, no militar. El criterio para evaluar el alcance de una revuelta generalizada no es el choque armado, sino más bien la amplitud de la parálisis de la economÃa, de la toma de posesión de lugares de producción y de distribución, de la gratuidad que quema todo cálculo, de la deserción de las obligaciones y de los roles sociales; en breve, el trastocamiento de la vida. Ninguna guerrilla, por más eficaz que sea, puede sustituir a este grandioso movimiento de destrucción y de transformación. La insurrección es el leve emerger de una trivialidad: ningún poder se puede regir sin la servidumbre voluntaria de quien lo padece. Nada mejor que la revuelta revela que son los mismos explotados quienes hacen funcionar la máquina asesina de la explotación. La interrupción extendida y salvaje de la actividad social desgarra de un golpe el velo de la ideologÃa y hace aparecer las reales relaciones de fuerza; el Estado se muestra entonces como lo que es -la organización polÃtica de la pasividad. La ideologÃa de un lado y la fantasÃa del otro revelan entonces todo su peso material. erigida en defensa del viejo mundo. La conjura de los insurrectos es la única ocasión en la cual la “colectividadâ€? no es la noche que denuncia a la policÃa el vuelo de las luciérnagas, ni la mentira que hace de la suma de los malestares individuales un bien común, sino más bien lo negro que da a la diferencia la fuerza de la complicidad. El capital es antes que nada la comunidad de la delación, la unión que hace la debilidad de los individuos, un ser-conjunto que nos vuelve divididos. La conciencia social es una voz interior que repite: “Los otros aceptanâ€?. La fuerza real de los explotados se levanta asà contra ellos. La insurrección es el proceso que libera esta fuerza, aunándola al placer de vivir y a la autonomÃa; es el momento en que se piensa recÃprocamente que lo mejor que se puede hacer por los otros es liberarse a sà mismos. En este sentido, ella es “un movimiento colectivo de realización individualâ€?.
La normalidad del trabajo y del “tiempo libreâ€?, de la familia y del consumo, mata toda mala pasión por la libertad. (En este mismo momento, mientras escribimos estas lÃneas, estamos separados de nuestros sÃmiles, y esta separación libera al Estado del pese de prohibirnos escribir). Sin una fractura violenta con la costumbre ningún cambio es posible. Pero la revuelta es siempre obra de minorÃas. Alrededor está la masa, lista para transformarse en instrumento de dominio (para el siervo que se revela, el “poderâ€? es al mismo tiempo la fuerza del amo y la obediencia de los otros siervos) o para aceptar por inercia el cambio en acto. La más grande huelga general salvaje de la historia -la del Mayo Francés- no ha involucrado más que un quinto de la población de un único Estado. De esto no se sigue como única conclusión la de apropiarse del poder para dirigir a las masas, ni la de que es necesario presentarse como la conciencia del proletariado; sino simplemente que no existe salto alguno entre la sociedad actual y la libertad. La actitud servil y pasiva no es un asunto que se resuelve en un dÃa o en un mes. Su contrario debe hacerse espacio y tomarse su tiempo. El trastocamiento social no es otra cosa que la condición de partida.
El desprecio por la “masaâ€? no es cualitativo, sino más bien ideológico, o sea subordinado a las representaciones dominantes. El pueblo del capital existe, ciertamente, pero no tiene contornos precisos. Es siempre de la masa anónima de donde salen, amotinándose, lo desconocido y la voluntad de vivir. Decir que somos los únicos rebeldes en un mar de sometimiento es en el fondo reconfortante, porque clausura la partida de antemano. Nosotros simplemente decimos que no sabemos quiénes son nuestros cómplices y que tenemos la necesidad de una tormenta social para descubrirlo. Hoy cada uno de nosotros decide en qué medida los otros no pueden decidir (abdicando de la posibilidad de elección propia hacemos funcionar a un mundo de autómatas). Durante la insurrección la posibilidad de elegir se extiende con las armas y con las armas hay que defenderla, porque es sobre su cadáver que nace la reacción. Por más minoritario (¿pero en base a qué punto de referencia?) que sea respecto de sus fuerzas activas, el fenómeno insurreccional puede asumir dimensiones extremadamente amplias, y es en este punto que él revela su naturaleza social. Cuanto más extendida y entusiasta es la rebelión, menos se transforma el choque militar en su criterio de medida. Con la extensión de la autoorganización armada de los explotados se revela toda la fragilidad del orden social y se afirma la certeza de que la revuelta, asà como las relaciones jerárquicas y mercantiles, está en todos lados. El que piensa en la revolución como un golpe de Estado, en cambio, tiene un concepto militar del choque. Cualquier organización que se pone como vanguardia de los explotados tiende a ocultar el hecho de que el dominio es una relación social y no un simple barrio general a conquistar; de otro modo, ¿cómo justificarÃa su propio rol?
Lo más útil que se puede hacer con las armas es volverlas lo más inútiles posibles. Pero el problema de las armas se queda en un plano abstracto si no se liga a la relación entre revolucionarios y explotados, entre organización y movimiento real.
Demasiado a menudo, de cualquier manera, los revolucionarios han pretendido ser la conciencia de los explotados, representar el grado de madurez subversiva. El “movimiento socialâ€? se ha transformado asà en la justificación del partido (que en la versión leninista se transforma en una élite de profesionales de la revolución). El cÃrculo vicioso es cuanto más nos separamos de los explotados, más debemos representar una relación que falta. La subversión se reduce asà a sus propias prácticas, y la representación deviene organización de un fraude ideológico -la versión burocrática de la apropiación capitalista. El movimiento revolucionario se identifica entonces con su expresión “más avanzadaâ€?, la cual realiza el concepto. La dialéctica hegeliana de la totalidad ofrece un armazón perfecto para esta construcción.
Pero existe también una crÃtica de la separación y de la representación que justifica la espera y valoriza el rol de los crÃticos. Con el pretexto de no separarse del “movimiento socialâ€? se acaba por denunciar toda práctica de ataque en cuanto a “fuga hacia delanteâ€? o mera “propaganda armadaâ€?. Una vez más el revolucionario está llamando a “desvelarâ€?, quizás en su misma inacción, las condiciones reales de los explotados. En consecuencia ninguna revuelta es posible por fuera de un movimiento social visible. El que actúa, entonces, debe necesariamente querer sustituir a los proletarios. El único patrimonio a defender llega a ser la “crÃtica radicalâ€?, la “lucidez revolucionariaâ€?. La vida es miserable, y por lo tanto no se puede más que teorizar sobre la miseria. La verdad ante todo. De este modo, la separación entre subversivos y explotados no es en absoluto eliminada, sino sólo desplazada. Nosotros no somos explotados junto a otros explotados; nuestros deseos, nuestra rabia y nuestras debilidades no forman parte del antagonismo de clases. En absoluto podemos actuar cuando nos parece: tenemos una misión -aunque ciertamente no se llame asÃ- que cumplir. Hay quien se sacrifica por el proletariado con la pasión y hay quien lo hace con la pasividad.
Este mundo nos está envenenando, nos constriñe de actividades inútiles y nocivas, nos impone tener la necesidad de dinero y nos priva de relaciones apasionantes. Estamos envejeciendo entre hombre y mujeres sin sueños, extranjeros en un presente que no deja espacio a nuestros impulsos más generosos. No somos partisanos de abnegación alguna. Es simplemente que lo que esta sociedad sabe ofrecer como lo mejor (la carrera, la fama, la victoria imprevista, el “amor�), no nos interesa. El mando nos repugna tanto como la obediencia. Somos explotados como los otros y queremos terminar cuanto antes con la explotación. Para nosotros, la revuelta no necesita de otras justificaciones.
Nuestra vida se nos escapa y todo discurso de clase que no parta de esto no es otra cosa que una mera mentira. No queremos dirigir ni sostener movimientos sociales, sino participar en los que existen en la medida en que reconozcamos en ellos exigencias comunes. Desde una perspectiva desmedida de liberación, no hay formas de luchas superiores. La revuelta necesita de todo, diarios y libros, armas y explosivos, reflexiones y blasfemias, venenos, puñales e incendios. El único problema interesante es cómo mezclarlos.
VIII
“Es fácil golpear a un pájaro de vuelo uniforme�
B. Gracian
El deseo de cambiar cuanto antes la propia vida no sólo lo comprendemos, sino que es el único criterio con el cual buscamos a nuestros cómplices. Lo mismo vale para lo que se puede llamar una necesidad de coherencia. La voluntad de vivir las propias ideas y crear la teorÃa a partir de la propia vida no es ciertamente la búsqueda de ejemplaridades (y de su revés paternalista y jerárquico), sino antes el rechazo de toda ideologÃa, incluida la del placer. De quien se alegra de los espacios que alcanza a recortar -y a salvaguardar- para sà en esta sociedad, nos separa, aun antes de la reflexión, el modo mismo de palpar la existencia. Pero igualmente distante sentimos a quien querrÃa desertar de la normalidad cotidiana para confiarse a la mitologÃa de la clandestinidad y de la organización combatiente, o sea para encerrarse en otras jaulas. No hay ningún rol, por más legalmente riesgoso que sea, que pueda sustituir el cambio real de las relaciones. No hay atajos al alcance de la mano, no existe un salto inmediato al más allá. La revolución no es una guerra.
cont. bajo |
emasiado jóvenes, NO podemos esperar más�
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26 gen 2006
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..."La revolución no es una guerra."cont.VIII
La infausta ideologÃa de las armas ya ha transformado, en el pasado, la necesidad de coherencia de pocos en el gregarismo de los más. Que las armas se dirijan una vez por todas contra la ideologÃa.
Quien tiene la pasión del desorden social y una visión “personal� de la lucha de clases, quiere hacer algo de inmediato. Si analiza las transformaciones del capital y del Estado, es para decidirse a atacarlo, no por cierto para irse a dormir con las ideas más claras. Si no ha introyectado las prohibiciones y las distinciones de la ley y de la moral dominante, trata de usar todos los instrumentos para determinar las reglas del propio juego. La pluma y el revólver son por igual armas para él, a diferencia del escritor y del soldado, para quienes se trata de asuntos profesionales y en definitiva de identidades mercantiles. El subversivo es subversivo aún si la pluma y el revólver, mientras posea el arma que contiene a todas las otras: la propia determinación.
La “lucha armadaâ€? es una estrategia que puede ponerse al servicio de cualquier proyecto. Aun hoy la guerrilla es usada por organizaciones cuyo programa es en esencia socialdemócrata; simplemente, sostienen sus reivindicaciones con una práctica militar. La polÃtica puede hacerse también con las armas. En cualquier tratativa con el poder -o sea, en cualquier relación que lo tenga a este último como interlocutor, o incluso como enemigo- el que quiere negociar debe situarse como fuerza representativa. Representar una realidad social significa, desde esta perspectiva, reducirla a la propia organización. No se quiere, de este modo, a la lucha armada como extendida y espontánea, sino ligada a las diversas fases de las tratativas. La organización gestionará los resultados. Las relaciones entre los miembros de la organización y entre esta última y el mundo exterior reflejan en consecuencia lo que es un programa autoritario; llevan el corazón la jerarquÃa y la obediencia.
Para quien se pone como meta la conquista violenta del poder polÃtico, el problema no es muy distinto. Se trata de hacer propaganda de la propia fuerza de vanguardia capas de dirigir el movimiento revolucionario. La “lucha armadaâ€? se presenta como la forma superior de las confrontaciones sociales. Quien es más representativo militarmente -debido al efecto espectacular de las acciones- constituye entonces el auténtico partido armado. Los procesos y los tribunales populares se presentan como la consecuente puesta en escena de quien desea sustituir al Estado.
El estado, por su parte, tiene todo el interés de reducir la amenaza revolucionaria a algunas organizaciones combativas, para transformar la subversión en un encuentro entre dos ejércitos: las instituciones por un lado y el partido armado por el otro. Lo que el dominio teme es la revuelta generalizada y anónima. La imagen mediática del “terroristaâ€? actúa junto a la policÃa en defensa de la paz social. El ciudadano aplaude o se asusta, pero se mantiene siempre como ciudadano, es decir como espectador.
Es el maquillaje reformista de lo existente el encargado de alimentar la mitologÃa armada, produciendo la falsa alternativa entre polÃtica legal y polÃtica clandestina. Alcanza con notar cuántos sinceros demócratas de izquierda se conmueven con la guerrilla en México o en América Latina. La pasividad necesita siempre de guÃas y de especialistas. Cuando se desilusiona con aquellos tradicionales, se codea con los nuevos.
Una organización armada -con un programa y una sigla- especÃfica de los revolucionarios, puede tener ciertamente caracterÃsticas libertarias, asà como la revolución social que muchos anarquistas quieren es, sin duda, también una “lucha armadaâ€?. ¿Pero alcanza?
Si reconocemos la necesidad de organizar, en el devenir de la lucha insurrecta, el hecho armado; si sostenemos la posibilidad, desde ahora, de atacar las estructuras y los hombres del dominio; si consideramos decisiva, en fin, la unión horizontal entre los grupos de afinidad en las prácticas de revuelta, criticamos la perspectiva de quien presenta las acciones armadas como el real ir más allá de los lÃmites de las luchas sociales y atribuye asà a una forma de lucha un rol superior a las otras. Por otra parte, vemos en el uso de siglas y programas la creación de una identidad que separa a los revolucionarios de los demás explotados, haciéndolos al mismo tiempo visibles a los ojos del poder, o sea representable. El ataque armado, en este sentido, no es más uno de los tantos instrumentos de la propia liberación, sino una expresión que se carga de valor simbólico y que tiende a apropiarse de una rebelión anónima. La organización informal como hecho ligado a la existencia de la luchas se transforma en una estructura decisional, permanente y formalizada. Una ocasión para encontrarse en los propios proyectos se transforma en un proyecto en si mismo. La organización comienza a querer reproducirse a sà misma, exactamente como las estructuras cuantitativa reformistas. Sigue intachablemente la triste seguidilla de comunicados de reivindicación y de documentos programáticos en los cuales se alza la voz para encontrarse luego persiguiendo a una identidad que existe sólo porque ha sido declarada. Acciones de ataque del todo similares a otras simplemente anónimas parecen entonces representar quién sabe qué salto cualitativo en la práctica revolucionaria. Reaparecen los esquemas de la polÃtica y se empieza a volar de un modo uniforme.
Por cierto que la necesidad de organizarse es algo que puede acompañar siempre la práctica de los subversivos, más allá de las exigencias transitorias de una lucha. Pero para organizarse hay necesidad de acuerdos vivos y concretos, no de una imagen en busca de reflectores.
El secreto del juego subversivo es la capacidad de hacer pedazos los espejos deformantes y de encontrarse cara a cara con las propias desnudeces. La organización es el conjunto real de los proyectos que la hacen vivir. Todo el resto es prótesis polÃtica o no es nada.
La insurrección es mucho más que una “lucha armada�, porque en ella el antagonismo generalizado es uno y el mismo con el trastocamiento del orden social. El viejo mundo es invertido en la medida en que los explotados insurgentes están todos armados. Sólo entonces las armas no son la expresión separada de alguna vanguardia, monopolio de futuros patrones y burócratas, sino antes la condición concreta de la fiesta revolucionaria, la posibilidad colectiva de extender y defender la transformación de las relaciones sociales. Fuera de la ruptura insurreccional, la práctica subversiva es aun menos la “lucha armada�, salvo por querer restringir el inmenso campo de las propias pasiones a sólo algunos instrumentos. Cuestión de alegrarse de los roles ya fijados o de buscar la coherencia en el punto más lejano: la vida.
Entonces realmente en la revuelta generalizada podremos descubrir, a contraluz, una maravillosa conjura de los yoes para crear una sociedad sin jefes y sin dormidos. Una sociedad de libres y de únicos. |
Demasiado jóvenes, no podemos esperar más
(a.NO!!(k))
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per klx y yo. Ult.IX |
26 gen 2006
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IX
“No nos pidas la fórmula que pueda abrirte mundos,
sà alguna sÃlaba perdida y seca como una rama.
Hoy solo esto podemos decirte,
Aquello que no somos, aquello que no queremos.�
E. Montale
La vida no puede ser sólo algo de lo cual aferrarse. Es un pensamiento que florece en todas partes, por lo menos una vez. Tenemos una posibilidad que nos hace más libres que los dioses: la de irnos. Es una idea para saborear hasta el fondo. Nada ni nadie nos obliga a vivir. Ni siquiera la muerte. Por eso nuestra vida es una tabula rasa, una tablita que todavÃa no ha sido escrita y que entonces contiene todas las palabra posibles. Con una libertad similar no podemos vivir como esclavos. La esclavitud está hecha para quien está condenado a vivir, para el que está destinado a la eternidad, no para nosotros. Para nosotros está lo desconocido.
Lo desconocido de ambientes en los cuales perderse, de pensamientos jamás recorridos, de garantÃas que saltan por el aire, de perfectos desconocidos a quienes regalar la vida. Lo desconocido de un mundo al cual poder donarle los excesos del amor de sÃ. El riesgo, también. El riesgo de la brutalidad y del miedo. El riesgo de verlo finalmente a la cara, el mal de vivir. Todo esta encuentra quien quiere terminar con el oficio de existir.
Nuestros contemporáneos parecen vivir de oficio. Se enloquecen abarrotados por miles de obligaciones, incluida la más triste -la de divertirse-. Enmascaran la incapacidad de determinar la propia vida con detalladas y frenéticas actividades, con una velocidad que administra comportamientos cada vez más pasivos. No conocen la ligereza de lo negativo.
Podemos no vivir, he aquà la más bella razón para abrirse paso con fiereza hacia la vida. “Para dar las buenas noches a los músicos siempre hay tiempo; lo mismo vale darse vuelta y jugarâ€? -asà habla al materialismo de la alegrÃa-.
Podemos no hacer, he aquà la más bella razón para actuar. Recogemos en nosotros mismos la potencia de todos los actos de los que somos capaces, y ningún amo podrá quitarnos la posibilidad del rechazo. Aquello que somos y que deseamos comienza con un no. De allà nacen las únicas razones para levantarse a la mañana. De allà nacen las únicas razones para ir armados a asaltar un orden que nos sofoca.
Por un lado está lo existente, con sus costumbres y sus certezas. Y de certezas, este veneno social, se muere.
Por el otro lado está la insurrección, lo desconocido que interrumpe en la vida de todos. El posible inicio de una practica exagerada de la libertad.
Acabo.
salut. |
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