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La masacre de Avellaneda: Poder, Justicia y Memoria
08 gen 2006
Sabemos que Darío y Maxi seguirán luchando junto a nosotros, y que en cada protesta, en toda movilización y al frente de cada lucha por cambiar las cosas su recuerdo y presencia nos acompañarán siempre.
La masacre de Avellaneda: Poder, Justicia y Memoria

“Miro mucho más allá de lo visible�
25-06-2002 - Maximiliano Kosteki
por Hugo Alberto de Pedro

Hace unos 1.300 días, unos 43 meses o más de 3 años y medio, en la estación ferroviaria de la localidad de Avellaneda las fuerzas policiales y de seguridad bajo la órdenes de las “fuerzas del poder político� terminaban con la vida de Maximiliano Kosteki y de Darío Santillán. Dos jóvenes veintiañeros que el 26 de junio del 2002 se manifestaban junto a miles de desocupados y piqueteros contra este modelo de exclusión y de hambre. La emboscada, la persecución y luego las víctimas ya es conocido por todos, porque siempre ha sucedido así.

De no haber sido por la justa y precisa actuación profesional del reportero gráfico Pepe Mateos sus muertes hubieran sido adjudicadas a sus propios compañeros por quienes por entonces ejercían las funciones políticas públicas: Eduardo Duhalde, Luis Genoud, Jorge Matzkin, Carlos Soria, los actuales diputados nacionales Juan José �lvarez, Alfredo Atanasof, Oscar Rodríguez y Jorge Vanossi, como el gobernador de Buenos Aires Felipe Solá, entre otros.

Mañana, cuando se pronuncie el Tribunal Oral Nº 7 de Lomas de Zamora, el ex comisario Franchiotti y el ex cabo Acosta seguramente serán condenados a cadena perpetua por doble homicidio agravado por alevosía y siete intentos de asesinato, mientras que otros cinco ex policías -Colman, De la Fuente, Quevedo, Sierra y Vega - tendrán una pena de un máximo de 4 años de prisión en suspenso por encubrimiento agravado. Obviamente que los políticos no fueron sentados en el banquillo de los acusados y como corresponde a su estirpe tampoco fueron conminados a presentarse en el juicio.

Nada nos sorprende que no hayan sido llevados a juicio los autores intelectuales, o sea los políticos. Porque justamente de eso se trata la alianza perversa entre la justicia, la política y los uniformados. Nadie se asombra ya de lo que son capaces los genocidas y asesinos con uniforme en nuestro país, pero debemos ser claramente rotundos en las denuncias sobre las órdenes que emanan de un poder político que se sirve del pueblo para llegar al poder, y desde él reprimir y castigar en cada oportunidad que tiene a mano.

Para algunos, con el juicio, quedará cerrado un capítulo más de la triste historia de muertes, desapariciones forzadas y de represiones sobre los luchadores sociales y sobre quienes sabían muy bien que es imprescindible cambiar todo. Para otros, entre los que me incluyo, jamás podrá cancelarse la búsqueda de la verdadera justicia, ni pasar al olvido la memoria. Menos aún el perdón.

Argentina sigue siendo ese lugar en el mundo donde la intolerancia y la intimidación llevada adelante por las autoridades son corrientes y habituales al momento de intimidar, perseguir y castigar a quienes pensamos, militamos, nos movilizamos y luchamos por hacer posible un país fraterno, solidario, justo y libre. Para ello basta observar lo que sucede a diario a lo largo y ancho del territorio nacional contra los que reclaman un cambio social con trabajo y dignidad.

Con una justicia manoseada hasta los extremos más impensados es imposible avizorar un cambio en las reglas de convivencia ciudadana, porque es justamente la ciudadanía -el pueblo- quien se convierte en víctima de un modelo de injusticias y exclusiones que son diseñadas y llevadas hasta los máximos extremos por quienes tienen a su cargo nuestra representación.

Las demoras en los procesos, las chicanas judiciales, el entrometimiento político en la administración de justicia, el nombramiento de jueces y fiscales incapaces y la falta de dimensionamiento de los tribunales son cuestiones funcionales al esquema que impera a nivel nacional y, por supuesto, en todas las provincias. La injusticia de la justicia.

La masacre de Avellaneda, con el lamentable asesinato de Kosteki y Santillán, ha sido un ejemplo más, solo un ejemplo de esa convivencia perversa de poder político y justicia.

Sabemos que Darío y Maxi seguirán luchando junto a nosotros, y que en cada protesta, en toda movilización y al frente de cada lucha por cambiar las cosas su recuerdo y presencia nos acompañarán siempre.

No deberíamos olvidarnos jamás. ¡Nunca más!

8 de enero del 2006

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