(extret de BERNAT MUNIESA, Dictadura y
Transición, La España Lampedusiana: vol. 1, La dictadura
Franquista 1939-1976, Publicacions i Edicions de la UB,
Barcelona, 2005; pags. 54-58)
"El reverso de aquella élite de
intelectuales liberales que, de un modo u otro, se adaptarían a
la Dictadura franquista, fue Miguel de Unamuno."
(...)
¿Por qué Unamuno, pues?
La veta también stirneana (como Baroja), o el
toque nieztscheano si se quiere, que surge a veces en su obra, el
contra esto y aquello, le condujo durante la Dictadura del
general Miguel Primo de Rivera a la deportación,
específicamente por sus continuas diatribas contra la Monarquía
y sus burlas de Alfonso XIII: en febrero de 1926 fue desterrado a
la isla canaria de Fuerteventura, pero en julio de ese mismo año
se fugó y se estableció en París. En 1 de mayo de 1930
regresó a Madrid y en la estación de Príncipe Pío le
recibieron dos mil personas. Luego, en una conferencia en el
Ateneo de la capital española, haría celebre aquella frase de
que inventen ellos, puesto que si en España todo ha
siempre entrado mal, el racionalismo, la ciencia galileana, la
Ilustración, el liberalismo ... lo lógico, repito, es que inventen
ellos.
Como Ortega, Marañón y otros intelectuales de
prestigio de la época, Unamuno participó con fuerza en el apoyo
a la proclamación republicana desde el 14 de abril de 1931,
incorporándose a la Agrupación al Servicio de la República.
Progresivamente, sin embargo, se sentiría decepcionado y acabo
por aislarse en la Universidad de Salamanca, donde era rector,
emitiendo ácidas criticas contra la situación política:
participaba en cierto sentido de aquel esto no es denunciado
por Ortega, aunque aquí cabria preguntarse ¿que es lo que
esperaban aquellos intelectuales? ¿Qué esperaban en un país
con la derecha más sanguinaria, siniestra y aviesa de Europa,
como reconocería años después un desertor del falangismo,
Dionisio Ridruejo?
El estallido de la Guerra Civil, en julio de
1936, sorprendió a Unamuno en Salamanca, territorio que desde un
primer momento quedo incorporado a la zona llamada
"nacional", siendo la ciudad, junto a Burgos, sede que
funcionaba como capital incipiente de los facciosos. Y
ciertamente que de palabra y por escrito, en aquellas primeras
semanas, mostró el filosofo un apoyo expectante hacia los
sublevados contra la legalidad republicana.
En esa situación se llegó al 12 de octubre de
aquel 1936, fecha declarada por los fascistas Día de la Raza y
de la Hispanidad. En el paraninfo de la Universidad salmantina se
organizó un acto de exaltación hispánica y racial que se
convirtió en un aquelarre de simbolismos y gritos rituales
fascistas y patrioteros. Unamuno, como rector, presidía la mesa,
en la que también estaban, entre otras personas, un cardenal
catalán, Enrique Pla y Daniel, arzobispo de Salamanca, el
general Millán Astray, fundador de la Legión, y la esposa del
general Franco, Carmen Polo.
Desde la presidencia, habló Millán Astray, un
espectro mutilado por la guerra colonial (llevaba un ojo
cubierto, era falto de un brazo y cojeaba de una pierna): Catalunya
y el País Vasco dijo- son cánceres en el cuerpo de la
nación. El fascismo, remedio de España, viene a exterminarlos,
cortando en la carne viva y sana como un frío bisturí. La carne
sana es la tierra, la enferma su gente. El fascismo y el ejercito
arrancaran a la gente para restaurar en la tierra el sagrado
reino nacional... Cuando Franco lo quiera y con la ayuda de mis
valientes moros, que si bien ayer me destrozaron el cuerpo, hoy
merecen la gratitud de mi alma por combatir a los malos
españoles... Porque dan la vida por la sagrada religión de
España, escoltan a nuestro Caudillo... En un ambiente
enardecido, sonó una consigan en la sala: ¡¡Viva la
muerte!!, el lema de Millán Astray, y éste, coreado por el
auditorio, lanzó las consignas rituales: ¡España!, ¡Una!;
¡España!, ¡Grande!; ¡España!, ¡Libre!.
Y el anciano Unamuno se levantó y respondió: Todos
estáis pendientes de mis palabras y todos me conocéis y me
sabéis incapaz de callar.... Callar significa a veces mentir,
porque el silencio puede interpretarse como aquiescencia. Yo no
podría sobrevivir a un divorcio entre mi conciencia y mi
palabra. Seré breve y la verdad es más verdad cuando se expone
desnuda. Quisiera, pues comentar el discurso, por llamarlo de
algún modo, del general Millán Astray... Dejemos aparte el
insulto personal que supone la repentina explosión de ofensas
contra vascos y catalanes. Yo nací en Bilbao, en medio de los
bombardeos de la segunda guerra carlista. Luego me casé con esta
ciudad de Salamanca, tan querida, pero jamas he olvidado mi
ciudad natal. El obispo y señaló a Pla y Daniel-,
quiéralo o no, es catalán, nacido en Barcelona... Acabo de oír
el grito necrófilo y carente de sentido de ¡Viva la
muerte!. Me suena lo mismo que ¡Muera la Vida! Y yo, que he
pasado la vida creando paradojas, he de deciros, como autoridad
en la materia, que esa ridícula paradoja me repugna... El
general Millán Astray es un invalido. No es preciso decirlo en
tono más bajo. Es un invalido de guerra. También lo fue
Cervantes. Desgraciadamente hay hoy demasiados inválidos en
España. Y pronto habrá muchos más. Me aterra pensar que el
general Millán Astray pueda dictar normas de psicología de
masas. Un invalido que carezca de la grandeza espiritual de
Cervantes, que era simplemente un hombre, y no un superhombre,
viril y completo a pesar de sus mutilaciones, un inválido, como
digo, que carezca de esa superioridad de espíritu, suele
sentirse aliviado viendo como se multiplica el numero de
mutilados alrededor de el.
Cabe suponer un auditorio invadido por una ola
de perplejidad, rota por la cólera de Millán Astray: ¡Mueran
los intelectuales! ¡Viva la muerte!, gritó apoyado en los
ecos del coro fascista, del cual surgió la voz sutilmente
"correctora" de José María Peman, el poeta de la
Dictadura en ciernes: ¡No! -dijo- ¡Mueran los falsos
intelectuales traidores! No podemos saber si Peman osó mirar
a los ojos de Unamuno al condenarle a muerte, pero éste,
retomando de nuevo la palabra, concluyó: Estamos en el templo
de la inteligencia y yo soy aquí su sumo sacerdote. Vosotros
estáis profanando su sagrado recinto. Yo siempre he sido, diga
lo que diga el proverbio, un profeta en mi propio país. Y ahora
os digo: venceréis pero no convenceréis, porque convencer
significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os
falta: la razón y el derecho en la lucha. Me parece inútil
deciros que penséis en España. He dicho. (Estos materiales
son una selección de aquellos hechos, publicados en La
Vanguardia, Barcelona, 17 de agosto de 2004, bajo el
epígrafe Grandes discursos del siglo XX).
Con acierto, para prevenir un posible
linchamiento en aquella situación de alto riesgo (el reciente
asesinato de García Lorca indignaba a los medios intelectuales
internacionales), un general, Carmen Polo y el cardenal
protegieron al filósofo, al que condujeron fuera del Paraninfo y
metieron en un automóvil. Destituido del Rectorado, Unamuno fue
arrestado en su domicilio, donde fallecería dos meses y días
después. Escribió entonces acerca de no sé como pude
contemporizar con ellos tras la sublevación y, entre la
correspondencia que sostuvo en el periodo de arresto, se
recuperaría una carta dirigida a un periodista francés amigo
suyo: En esta guerra que se libra en España escribió-
morirán cientos de miles de personas y miles de otras deberán
marchar al exilio y jamas podrán volver... Porque la Dictadura
que se avecina en España será la más brutal que hayan conocido
los tiempos... Se nutrirá del maridaje entre la sacristía y el
cuartel (archivo Ruedo Ibérico). Profética y perfecta
definición de lo que seria la Dictadura, soldada con dos
palabras, sacristía y cuartel, que expresan la forma más
degradada de otras dos: Iglesia y Ejercito. Así fue.
Este episodio se filtró progresivamente como
rumor hacia la opinión publica. ¿Lo conocieron en su momento
los Marañon, Pérez de Ayala, Azorin, Baroja, Josep Pla, Ortega,
Menéndez Pidal...?
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