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Notícies :: globalització neoliberal : corrupció i poder : sanitat
Enfermedades inventadas
03 des 2005
El avance social y sanitario conseguido en los países desarrollados durante estas décadas, ha sido el responsable de un aumento en la esperanza de vida del hombre actual.
Se da la paradoja de que también nos encontramos en una de las épocas de la Historia de la humanidad donde más enfermedades se han detectado, muchas de ellas nuevas. ¿Estamos cada vez más enfermos? Para un grupo numeroso de médicos e investigadores se trata de enfermedades inventadas. Un suculento negocio de las industrias farmacéuticas, que no han tenido escrúpulos en convertir nuestra salud en un valor de mercado. Texto: Mariló Hidalgo
¿Una sociedad cada vez más enferma?

Desde 1990 hasta ahora el gasto sanitario público ha crecido de manera continuada. Sólo en el 2003 a través de recetas oficiales se gastaron 8.491 millones de euros. Se calcula que para el 2015 el desembolso sea totalmente insostenible. ¿Estamos cada vez más enfermos? ¿Consumimos más medicamentos de los que deberíamos? Este es un tema que no sólo trae de cabeza a la Sanidad Pública de todos los países, sino que también es objeto de estudio de muchos médicos e investigadores.
La farmacéutica Arancha Desojo, experta en cooperación sanitaria, advierte que "son las empresas farmacéuticas las que se empeñan en ofrecer una visión pesimista de la salud del mundo, cuando la realidad es que las enfermedades mortales son cada vez menores y la esperanza de vida se alarga hasta los 80 años". ¿Cómo se explicaría entonces el aumento del gasto farmacéutico? "Un buen número de médicos y algunas compañías farmacéuticas se han empeñado en hacernos creer que la actualidad es una de las épocas con más enfermedades, muchas de ellas nuevas, de la historia de la Humanidad. Han convertido en estados patológicos procesos que no lo son con el fin de poder someter a tratamiento a pacientes con síntomas reales que conforman falsas dolencias. Cuando se consulta con los especialistas, éstos se empeñan en defender que, efectivamente, se trata de enfermedades a las que hasta ahora no se había concedido importancia pero que la han adquirido con la mayor exigencia de la población por su bienestar o la menor tolerancia a la mínima incomodidad. Síntomas leves se confunden con una enfermedad, y se le asocia a factores de riesgo para que automáticamente sea obligatorio seguir un tratamiento que, en el mejor de los casos, será infructuoso". ¿Son pues enfermedades inventadas? Se trataría de procesos o problemas humanos que algunos -léase empresas farmacéuticas- han decidido que sean médicamente relevantes para poder asignarle un tratamiento. El científico y periodista Jörg Blech desenmascara los intereses ocultos de la industria farmacéutica en su libro, Los inventores de enfermedades, número uno de ventas en Alemania. En él explica cómo funciona este negocio multimillonario de difícil acceso: "Los grupos farmacéuticos contratan a cientos de empresas especializadas en realizar ensayos, las cuales por su parte, colaboran con miles de médicos. Estos son finalmente los que reclutan a las personas en las salas de espera y reciben primas a cambio. Es la industria farmacéutica quien tiene en estos momentos un papel clave en la medicalización". Primero se crea el medicamento en cuestión; luego se redefine la dolencia y se organizan congresos donde invitan a médicos para informarles de los últimos estudios -realizados por ellos mismos- y hablarles de esa nueva enfermedad-; y luego explican a qué pacientes va dirigido. Paralelamente se ponen en marcha campañas publicitarias, aparecen artículos en los periódicos sobre esa nueva enfermedad. En una palabra, empieza a llegar de manera insistente información al ciudadano "para hacerle creer que la suya es una enfermedad de importancia cuando, la mayoría de las veces, es una cuestión de carácter, de disconformidad con sus circunstancias vitales o de conducta impropia. Esta confusión aumenta la disconformidad con la propia vida y aumenta falsamente el número de enfermos", asegura Arancha Desojo.

Antes de recurrir a los fármacos hay otras prioridades. La osteoporosis es crónica, no se cura con medicamentos pero sí se pueden combatir los factores de riesgo. Obliga a llevar una vida sana con ejercicio moderado, alimentación rica en lácteos, vitaminas, etc.
Foto: Fer


Algunas "no enfermedades"

Cada enfermedad tiene su propio medicamento y cada medicamento tiene su propia enfermedad. En los últimos tiempos, procesos normales de la vida como el envejecimiento, el embarazo, el parto, la infelicidad o la muerte, tienen un fármaco a su servicio. En cuanto a los pacientes... se libran muy pocos. Porque, quién no ha sufrido alguna vez fatiga o cansancio, ha pasado una temporada deprimido sin ganas de nada o tiene kilos de más... Luego, sólo se trata de unir síntomas, convencer a la gente de que tiene algo hasta ahora desconocido, preparar una campaña de información (periódicos, televisiones, testimonios de gente famosa) y tendremos en marcha una "enfermedad inventada". No debemos de olvidar aquí la importancia de los números. "La mayoría de los datos de la población relativos a la salud -apunta Blech en su libro- se recogen por orden de empresas y clínicas y llegan a los medios de comunicación a través de agencias de relaciones públicas. Prácticamente nunca es posible verificar los datos y las cifras de las noticias de prensa. Estos datos, en el mejor de los casos, se basan en pruebas aleatorias sobre las que se realiza un cómputo aproximado aplicado a toda la población. Pero con bastante frecuencia, la cifra defendida de los casos clínicos se reduce a estimaciones arbitrarias". Después de introducida la enfermedad en la mente colectiva, serán ya los pacientes y la Seguridad Social quienes paguen los "nuevos" medicamentos y tratamientos.
Cuáles podrían considerarse enfermedades inventadas, nos preguntamos. Blech señala cinco variantes del comercio con enfermedades que nos pueden dar una pista. Vender un proceso normal de la vida como un problema médico (la caída del cabello, por ejemplo); vender problemas personales y sociales como un problema médico (un estado de ánimo pasajero); vender un riesgo como una enfermedad (la eterna lucha contra el colesterol); vender síntomas poco frecuentes como epidemias de extraordinaria propagación (disfunción eréctil o disfunción sexual femenina); y por último, convertir síntomas leves en indicio de una enfermedad grave (síndrome del colon irritable). Podrían incluirse en ese listado de "no enfermedades", la menopausia, el estrés, el tabaquismo, la depresión, el sobrepeso, la osteoporosis, alergias, impotencia, insomnio, la dermatitis, la calvicie, la celulitis, pecas y manchas, el embarazo, el parto, y un largo etcétera que podría añadirse. Detengámonos en alguna de ellas.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) acaba de calificar a la osteoporosis como la epidemia del siglo XXI, basándose en un dato: cada 30 segundos se produce en Europa una fractura a consecuencia de esta enfermedad. Esta declaración convierte en pacientes a 2 millones de mujeres y 750.000 hombres, sólo en España. La osteoporosis -disminución de la masa ósea y alteración de la estructura de los huesos- es un efecto secundario natural de la vejez que amenaza especialmente a mujeres después de la menopausia. Es crónica, no se cura con medicamentos pero sí se puede prevenir, evitar y combatir los factores de riesgo. Obliga a llevar una vida sana con ejercicio moderado, alimentación rica en lácteos, vitaminas, etc. Antes de recurrir a los fármacos hay otras prioridades.
Se calcula que este año cerca de 7,5 millones de mujeres en España tendrán 50 años, edad media de la llegada de la menopausia. El 52% de los españoles padece ya andropausia (disminución de la producción de testosterona que puede conllevar alteraciones físicas). Aunque son dos cuestiones diferentes, en el mercado existen un listado de productos que intentan paliar los efectos de ambos procesos naturales a los que se les ha colgado el cartel de "enfermedad". Parches transdérmicos, píldoras, geles, inyecciones intramusculares e incluso implantes subcutáneos, son algunos de los compuestos hormonales recetados en ambos casos. La publicidad de estos fármacos hablan de aumento de bienestar, incremento de apetito sexual, aumento de la densidad ósea, pero apenas informan de los importantes efectos secundarios.

La menopausia y la andropausia han pasado de ser etapas que exigen cambios y renovación en la forma de vida, a ser un cúmulo de factores de riesgo.
El colesterol está presente en todas las células y es necesario para el correcto funcionamiento de nuestro cuerpo. En un 80% es fabricado por nuestro organismo aunque también lo asimilamos a través de determinados alimentos. La cantidad exacta de colesterol "necesario" es muy difícil de determinar ya que los parámetros varían en función de la edad, sexo, y luego, no todo el mundo elimina las grasas de la misma forma. Con ello, las últimas investigaciones dan un nuevo enfoque sobre el tema al demostrar que el colesterol no es uno de los principales factores de riesgo cardiovasculares como nos dan a entender comúnmente, lo que pone en tela de juicio ese vivir obsesionado por el control del colesterol como norma general. Y en el caso que fuese necesaria esa vigilancia recomiendan utilizar en primer lugar fórmulas naturales antes que recurrir directamente al fármaco. El médico e investigador alemán Matías Rath que lleva años estudiando el tema y ha escrito libros al respecto, denuncia que "las campañas de marketing lanzadas para la venta de fármacos que reducen el colesterol convierten este factor de riesgo en el 'chivo expiatorio'. Hoy en día millones de personas utilizan el más reciente descubrimiento de este tipo de fármacos, las estatinas, que bloquean la síntesis del colesterol, con la esperanza de recibir un tratamiento para su enfermedad. Sin embargo, la debilidad subyacente de las paredes arteriales sigue sin recibir tratamiento alguno. Además, según la edición del 3 de enero de 1996 de JAMA, estos fármacos producen cáncer y tienen otros efectos secundarios graves así que hay que evitarlos siempre que sea posible".
Blech también recoge en su libro abundantes testimonios de médicos que apuntan en esta línea. El cardiólogo alemán Harald Klepzig lanzó un reto: "Nos consideraríamos afortunados si se pudiera presentar un solo estudio médico controlado que demostrara que la vida humana se salvará con la reducción del colesterol. Sin embargo no resulta difícil seleccionar diez estudios que muestren que una reducción de las grasas va incluso acompañada de una mortalidad más alta".
¿Cuántos millones de pastillas se están ingiriendo diariamente para controlar el colesterol por norma? Todos ellos insisten en señalar que hay que tratar los riesgos, no el nivel de colesterol.
Por supuesto, no se trata de prescindir de los medicamentos sino de consumir con lógica, de informarnos, y sobre todo de entender que la salud también es cosa nuestra.
Dentro de este listado de "no enfermedades con tratamiento", llama la atención la aparición de los denominados "síndromes". Tomen nota de algunos: Síndrome de las piernas inquietas, síndrome de Sisí, síndrome de la depresión del paraíso, síndrome del colon irritable, síndrome del déficit de atención en los niños, síndrome de la feminidad, síndrome de Zappelphilipp (niños hiperactivos), etc. Todos ellos cuentan con cuadros clínicos completos.

En este proceso de marketing la figura de los visitadores médicos es esencial. Nos referimos a esos señores/as trajeados de punta en blanco y con maletín, que aparecen en la sala de espera de las consultas y sin esperar turno, se cuelan -no sin antes disculparse- prometiendo que sólo va a ser un minuto. Pues estos señores tendrían que ser en teoría quienes informasen al médico de los últimos productos que ha sacado al mercado la multinacional a la que representan. La realidad es que como además son vendedores, sus argumentos giran más hacia esta segunda faceta. En sus manos tienen la posibilidad de ofrecer a los facultativos dinero, regalos, viajes, a condición de que receten su línea de medicamentos. Mientras los médicos aseguran que los regalos que reciben -en muchos casos sólo de propaganda-, no les influyen a la hora de recetar, las cifras que manejan las multinacionales parecen decir otra cosa. Una multinacional farmacéutica puede gastarse hasta tres mil millones de dólares en publicidad y regalos promocionales de un nuevo medicamento que quieran sacar al mercado. Por supuesto, éste no será nunca un dinero perdido, sino invertido.
La consecuencia de este tipo de prácticas no tiene por qué afectar a la salud del enfermo. A veces se trata de recetar una marca comercial concreta porque por ella el médico recibe un beneficio y por otra no. Hay también medicamentos muy caros que el enfermo no los compraría nunca pero si un médico le expande una receta oficial, ese medicamento llega al paciente abonando sólo un porcentaje o nada si se trata de un pensionista. Por esto también el médico es remunerado. Luego está también la figura del farmacéutico encargado de compras en un determinado centro (hospital, clínica, residencias). En manos de esta persona está la inversión en material clínico, así como las marcas que se van a consumir en todo el hospital, mientras que cada médico será el que libremente determine el tipo de medicamento a prescribir. Ni que decir tiene la importancia que para las farmacéuticas representa este personaje y la presión que ejercen sobre él para hacerse con ese mercado. Hay que señalar que este tipo de actuación no condiciona la calidad del producto que al final recibe el paciente, ya que sólo es una cuestión de marcas. Se trata "sólo" de un fraude social. ¿Esta práctica es habitual en todos los médicos? ¿Todos los visitadores son iguales? No, pero estamos hablando de un comportamiento que está ahí y es más habitual de lo que nos suponemos.

Nuestro sistema sanitario

Si estos fraudes son habituales y también conocidos, ¿nadie puede poner fin a ello? "La Administración, consciente de que el gasto sanitario es una especie de agujero negro capaz de devorarlo todo, trata de tomar medidas. Y una de las más últimas -copiada de una recién implantada en EEUU- que ha levantado mucha polémica es sobre las relaciones entre visitadores y médicos", explica en su artículo Corrupción en el sistema sanitario español(1), Antonio Muro, colaborador de Discovery DSalud. "Esta normativa prohíbe a los visitadores mantener reuniones con un solo facultativo, regula los horarios de visitas y estipula que esa actividad 'no perturbe' la atención de los pacientes. Con ello, es la propia Administración quien indirectamente reconoce la existencia de ese problema oculto dejando entrever lo que es un clamor sordo: que la actual relación visitador-médico se ha convertido en muchos casos en una relación viciada en la que los laboratorios aprovechan la lamentable situación sociolaboral de muchos médicos para 'alquilar' voluntades y conciencias".
Entonces, ¿las farmacéuticas han ganado el pulso a los sistemas sanitarios nacionales? Las Administraciones se están rebelando y estudiando medidas. "No deja de ser paradójico -apunta Muro- que las alarmas hayan comenzado a sonar no por los efectos reales de los medicamentos o por la adecuación de los mismos, no por el hecho de que la gran mayoría de los nuevos medicamentos sean sólo variantes de otros ya existentes en el mercado pero más caros, sino a consecuencia del constante aumento del gasto presupuestario". El tema va a ser difícil de atajar a no ser que se realice una renovación muy profunda ya que hay muchas cuestiones que incluso están por encima de la propia Administración. Asegura Campoy que "buena parte de los miembros del actual Parlamento Europeo son ex ejecutivos de las grandes multinacionales farmacéuticas. Los han puesto ellas allí. Como también están en los gabinetes jurídicos de los ministerios de Sanidad, en la Policía, en los servicios de inteligencia y hasta en la Judicatura. Están en todas partes. No son muchos pero sí poderosos. Prácticamente imbatibles salvo que la gente empiece a entender que está siendo vilmente engañada, que su salud depende de cada uno y no de un médico, un fármaco o un sistema sanitario".

Varios datos que dan para pensar: En el año 2002, un año de crisis generalizada, los beneficios de las diez empresas farmacéuticas más grandes crecieron más de un 13%. La industria de la salud ganó en EEUU, según la revista Forbes, más de cien mil millones de dólares limpios el pasado año. Casualmente, esta misma industria farmacéutica(2) fue la que costeó parte de la maravillosa ceremonia de inauguración de George W. Bush. Su generosidad en este acto de "coronación", confirmó el interés que la industria farmacéutica ha puesto en la reelección del republicano. De las contribuciones electorales, su partido se llevó el 75% del total, frente al 25% que se fue al partido Demócrata. La farmacéutica Lourdes Girona, miembro de la Federación de Asociaciones para la Defensa de la Salud Pública(3) explica que "por su contribución a la victoria de Bush, los fabricantes farmacéuticos esperan detener el movimiento para regular el coste de los medicamentos prescritos con patente, frenar la fabricación de sustitutivos genéricos y evitar la reimportación de medicamentos 'cuya pureza y eficacia no puedan ser garantizadas'. Todo un ideario que conviene conocer, ya que es la industria americana la que domina el mercado farmacéutico mundial".
Sin duda con esos millones se pueden comprar muchas cosas en muchos estamentos. "Quizás algún día a alguno de nuestros políticos -en el poder o en la oposición- le dé por plantear la necesidad de regular el antes y el después de la trayectoria profesional de quienes en algún momento, ejerciendo altos cargos en la Administración, tienen en su mano la posibilidad de beneficiar o no en un momento dado determinados intereses", apunta Muro. ∆

(1) www.desalud.com y www.rebelion.org
(2) British Medical Journal de 27 de enero de 2005 • (3) www.fadsp.org
Mira també:
http://www.revistafusion.com/2005/marzo/temac138.htm

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