Autor :
Serge Latouche |
Fuente El Dipló |
Traducción : Carlos Alberto Zito
El proyecto de construir una sociedad autónoma y ahorrativa cuenta hoy en dÃa con una amplia adhesión, aunque sus partidarios se enrolen en corrientes diferentes: decrecimiento, antiproductivismo, desarrollo recalificado, y hasta desarrollo sustentable. Por ejemplo, la consigna de antiproductivismo desarrollada por los Verdes corresponde exactamente a lo que los “objetores de crecimientoâ€? llaman decrecimiento
(1). La misma convergencia se verifica respecto de la posición de Attac, que en uno de sus folletos propone “evolucionar hacia una desaceleración progresiva y razonada del crecimiento material, bajo condiciones sociales precisas, como primera etapa hacia el decrecimiento de todas las formas de producción devastadoras y depredadoras�
(2).
Y de hecho el acuerdo sobre los valores que la necesidad de “reevaluación�
(3) vuelve deseables, va mucho más allá de los partidarios del decrecimiento, pues algunos defensores del desarrollo sustentable o del desarrollo alternativo tienen propuestas similares
(4). Todos coinciden en la necesidad de reducir de manera importante la impronta ecológica, y por lo demás suscribirÃan sin problemas lo que
John Stuart Mill escribÃa a mediados del siglo XIX: “Todas las actividades humanas que no generan un consumo exagerado de materiales irremplazables o que no deterioran de una manera irreversible el medio ambiente, podrÃan desarrollarse indefinidamente. En particular, actividades que muchos consideran como las más deseables y las más satisfactorias –la educación, el arte, la religión, la investigación fundamental, el deporte y las relaciones humanas– podrÃan llegar a ser florecientesâ€?
(5).
Pero vayamos un poco más lejos. En el fondo, ¿quién está contra la defensa del planeta, contra la protección del medio ambiente, o contra la conservación de la fauna y de la flora? En todo caso, ningún dirigente polÃtico. Incluso existen empresarios, altos ejecutivos y responsables económicos favorables a un cambio radical de orientación para salvar a nuestra especie de la crisis ecológica y social.
Por lo tanto, es necesario identificar con mayor precisión a los adversarios de un programa polÃtico de decrecimiento, los obstáculos que se opondrÃan a su aplicación, y por último la forma polÃtica que cobrarÃa una sociedad ecocompatible.
1) ¿Quiénes son los “enemigos del pueblo�?
Trazar el perfil del adversario resulta problemático, pues tanto las entidades económicas como las sociedades multinacionales que poseen realmente el poder son –por su propia naturaleza– incapaces de ejercerlo directamente. Como lo señala
Susan Strange, “actualmente, nadie asume algunas de las principales responsabilidades del Estado dentro de una economÃa de mercadoâ€?
(6). Por una parte, big brother es anónimo; por otra, la servidumbre de los sujetos es más voluntaria que nunca, ya que la manipulación que ejerce la publicidad es infinitamente más insidiosa que la de la propaganda... En tales condiciones, ¿cómo enfrentar “polÃticamenteâ€? a la megamáquina?
La respuesta tradicional de cierto sector de la extrema izquierda, dice que una entidad, “el capitalismo�, es la fuente de todos los impedimentos y de todas nuestras impotencias. ¿Es posible el decrecimiento sin salir de esa entidad?
(7). La respuesta requiere que evitemos todo dogmatismo, pues de lo contrario no podremos ver claramente los obstáculos.
El
Wuppertal Institute propuso varios juegos de tipo “todos gananâ€? entre la naturaleza y el capital, como el plan Negawatt, destinado a reducir a su cuarta parte el consumo de energÃa, sin por ello dejar de satisfacer las mismas necesidades. Tasas, normas, bonificaciones, incitaciones y juiciosas subvenciones podrÃan hacer atractivas las conductas virtuosas, evitando asà el derroche a gran escala. Por ejemplo, en Alemania se experimentaron con éxito sistemas de remuneración a los edificios, basados no tanto en el monto de las obras realizadas sino en la eficacia energética de las mismas. Respecto de ciertos bienes (fotocopiadoras, heladeras, automóviles, etc.) el alquiler podrÃa reemplazar la propiedad, y evitar asà una carrera desenfrenada hacia la nueva producción, favoreciendo un permanente reciclado. ¿Esto permitirá evitar un efecto de “reboteâ€?, es decir, el crecimiento al final del consumo-materia? No es para nada seguro.
Teóricamente, se puede concebir un capitalismo ecocompatible, pero en la práctica resulta irrealista, pues implicarÃa una importante regulación, aunque más no fuera para imponer una reducción de la impronta ecológica. El sistema de economÃa de mercado generalizada, dominado por enormes firmas multinacionales, no se orientará espontáneamente hacia el camino “virtuosoâ€? del ecocapitalismo. Las máquinas de fabricar ganancias, anónimas y funcionales, no van a renunciar a la depredación de no mediar coacciones que las obliguen. Aunque fueran partidarios de una autoregulación, sus directivos no tienen medios para imponerla a los free riders (pasajeros clandestinos), es decir, a la gran mayorÃa, obsesionada por maximizar el valor de las acciones a corto plazo. Si una instancia poseyera ese poder de regulación (el Estado, el pueblo, una organización no-gubernamental, las Naciones Unidas, etc.) tendrÃa el poder a secas, y podrÃa redefinir las reglas del juego social. En otras palabras, podrÃa “reinstituirâ€? la sociedad.
Claro que es posible concebir y desear cierta limitación del poder por parte del propio poder, como ocurrió durante la era de las regulaciones keyneso?fordistas y socialdemócratas. La lucha de clases parece (¿provisoriamente?) estancada. El problema es que el capital logró imponerse, ganó todas sus apuestas, y debimos asistir impotentes, y hasta indiferentes, a los últimos dÃas de la clase obrera occidental. Estamos viviendo el triunfo de la “omnimercantilizaciónâ€? del mundo. El capitalismo generalizado no puede dejar de destruir el planeta del mismo modo que destruye la sociedad, ya que las bases imaginarias de la sociedad de mercado se apoyan en la desmesura y en el dominio sin lÃmites.
Por lo tanto, no se puede concebir una sociedad de decrecimiento sin salir del capitalismo. Sin embargo, esta expresión cómoda designa una evolución histórica que es cualquier cosa menos simple... La eliminación de los capitalistas, la prohibición de la propiedad privada sobre los bienes de producción, la abolición de la relación salarial o de la moneda, sumirÃan a la sociedad en el caos, al precio de un terrorismo masivo que sin embargo no alcanzarÃa a destruir el imaginario mercantil. Escapar al desarrollo, a la economÃa y al crecimiento, no implica renunciar a todas las instituciones sociales que la economÃa anexó (moneda, mercados, e incluso el régimen salarial), sino “reinsertarlasâ€? en una lógica diferente.
2) ¿Qué hacer? ¿Reforma o revolución?
Medidas simples, incluso aparentemente anodinas, pueden desatar los cÃrculos virtuosos del decrecimiento
(8). Un programa reformista de transición de varios puntos consistirÃa en extraer las conclusiones “de sentido comúnâ€? del diagnóstico efectuado. Por ejemplo:
a) volver a una impronta ecológica igual o inferior a un planeta, es decir, una producción material equivalente a la de las décadas de 1960-1970;
b) internalizar los costos de transporte;
c) relocalizar las actividades;
d) restaurar la agricultura campesina;
e) estimular la “producción� de bienes relacionales;
f) reducir el derroche energético de un factor 4;
g) penalizar enérgicamente los gastos de publicidad;
h) decretar una moratoria sobre la innovación tecnológica, hacer un balance serio y reorientar la investigación cientÃfica y técnica en función de las nuevas aspiraciones.
El corazón de este programa es la internalización de las “deseconomÃas externasâ€? (daños causados por la actividad de un agente que traslada el costo sobre la comunidad), en principio conforme a la teorÃa económica ortodoxa, que permitirá a la sociedad alcanzar niveles cercanos al decrecimiento. Todos los disfuncionamientos ecológicos y sociales deberán quedar a cargo de las empresas que son responsables. Basta imaginar el impacto que tendrÃa sobre el funcionamiento de nuestras sociedades la internalización de los costos del transporte, de la educación, de la seguridad, del desempleo, etc. Esas medidas “reformistasâ€? –cuyos principios fueron formulados por el economista liberal
Arthur Cecil Pigou a comienzos del siglo XX– provocarÃan una verdadera revolución.
Pues las empresas que obedezcan a una lógica capitalista se verÃan ampliamente desalentadas. Es sabido que ninguna compañÃa de seguros acepta garantizar los riesgos nucleares, climáticos o vinculados a los OGM. Es posible imaginar la parálisis que generarÃa la obligación de cobertura del riesgo sanitario, del riesgo social (desempleo), del riesgo estético. En un primer tiempo, dado que muchas actividades ya no serÃan “rentablesâ€?, el sistema quedarÃa bloqueado. ¿Pero acaso no es precisamente ésa una prueba más de la necesidad de salir del mismo, a la vez que una vÃa de transición posible hacia una sociedad alternativa?
El programa de una polÃtica de decrecimiento es por consiguiente paradójico, dado que la perspectiva de aplicar propuestas realistas y razonables tiene pocas posibilidades de ser aceptada, y menos aún de tener éxito sin una total subversión, lo que exige la realización de una utopÃa: la construcción de una sociedad alternativa. Esta, a su vez, implica infinitas medidas de detalle, es decir, precisamente lo que Marx se negaba a hacer: la “cocinaâ€? en los bodegones del porvenir. Tomemos como ejemplo el desmantelamiento de las sociedades gigantes. Inmediatamente surge una infinidad de preguntas: ¿hasta qué tamaño?, ¿medidas a partir de su facturación o de la cantidad de sus empleados?, ¿cómo asumir los macrosistemas técnicos con unidades de pequeñas dimensiones?, ¿habrá que excluir de entrada ciertos tipos de actividades, ciertas modalidades?
(9).
En todos los casos se plantearÃan innumerables y delicados problemas de transición. Por ejemplo, un gigantesco programa de reconversión podrÃa transformar las fábricas de autos en fábricas de aparatos de cogeneración energética
(10). Gracias a ellas muchas residencias alemanas actualmente ya son productoras netas de electricidad en lugar de ser consumidoras. En sÃntesis, lo que falta no son soluciones, sino las condiciones para adoptarlas.
3) ¿Dictadura global o democracia local?
Las democracias consumistas exigen crecimiento, dado que sin perspectivas de consumo masivo las desigualdades sociales serÃan insoportables (ya lo están siendo a causa de la crisis de la economÃa de crecimiento). La tendencia a una nivelación de las condiciones de vida es el fundamento imaginario de las sociedades modernas. Las desigualdades son aceptadas porque se las considera provisorias: el acceso a los bienes que ayer poseÃan únicamente los privilegiados se generaliza hoy, y lo que hoy es un lujo, mañana estará al alcance de todos.
Es por eso que muchos dudan de la capacidad de las sociedades llamadas “democráticas� para adoptar las medidas que se imponen, y sólo ven como salida una forma de ecocracia autoritaria: ecofascismo o ecototalitarismo. Algunos pensadores de las más altas esferas del Imperio alimentan esa idea como un medio de salvar el sistema
(11). Confrontadas a la amenaza de un cuestionamiento de su nivel de vida, las masas del Norte estarÃan dispuestas a entregarse a los demagogos que prometan protegerlas, a cambio de su libertad, aunque sea a precio de mayores injusticias mundiales y –por supuesto– de la liquidación de una parte importante de la especie
(12).
La apuesta del decrecimiento es otra: el atractivo que ejerce la utopÃa amistosa, sumada al peso de la necesidad de un cambio, es susceptible de facilitar una “descolonización del imaginarioâ€? y generar suficientes conductas virtuosas en favor de una solución razonable: la democracia ecológica local.
En efecto, la reactivación del factor local constituye un camino sereno hacia el decrecimiento, de manera mucho más cierta que una problemática democracia universal. El sueño de una humanidad unificada como condición previa al funcionamiento armonioso del mundo, forma parte de la panoplia de falsas ideas vehiculizadas por el etnocentrismo occidental corriente. La diversidad de culturas es sin dudas la condición de un comercio social pacÃfico
(13).
Probablemente, la democracia sólo puede funcionar si la polis es de pequeñas dimensiones y si está profundamente arraigada en sus propios valores
(14). La democracia generalizada –según
Takis Fotopoulos– supone una “confederación de demoi�, es decir, de pequeñas unidades homogéneas de unos 30.000 habitantes
(15). Esa cifra permite, en su opinión, satisfacer de manera local la mayorÃa de las necesidades esenciales. “Dado el gigantismo de muchas ciudades modernas, probablemente sea necesario dividirlas en varios demoiâ€?
(16).
Es decir, que a la espera de la reestructuración territorial propuesta por
Alberto Magnaghi, existirán lo que podrÃamos llamar pequeñas “repúblicas barrialesâ€?. Ese autor supone que existirá “una fase compleja y larga (cincuenta o cien años) de ‘saneamiento’, durante la cual ya no se tratará de crear nuevas zonas cultivables ni de construir nuevas vÃas de comunicación sobre terrenos baldÃos o anegadizos, sino de sanear y reconstruir sistemas ambientales y territoriales devastados y contaminados por la presencia humana, y de esa manera crear una nueva geografÃaâ€?
(17).
Una utopÃa necesaria
Se dirá que es una utopÃa, y es cierto. Pero la utopÃa local posiblemente sea más realista de lo que parece, pues las expectativas y las posibilidades provienen de las vivencias concretas de los ciudadanos. “Presentarse a las elecciones locales –afirma Fotopoulos– brinda la posibilidad de comenzar a cambiar la sociedad desde abajo, lo que constituye la única estrategia democrática, contrariamente a los métodos estatistas (que se proponen cambiar la sociedad desde arriba, tomando el poder) y a las aproximaciones denominadas de la ‘sociedad civil’ (que no apuntan de ninguna manera a cambiar el sistema)â€?
(18).
En una visión “pluriversalistaâ€?, las relaciones entre las diferentes polities en el seno de la aldea global podrÃan ser reguladas por una “democracia de las culturasâ€?. Lejos de un gobierno mundial, se tratarÃa de una instancia de arbitraje mÃnimo entre polities soberanas de estatuto muy diverso.
Raimon Panikkar señala: “La alternativa (a un gobierno mundial) que trato de presentar, serÃa la bioregión, es decir, las regiones naturales donde los rebaños, las plantas, los animales, las aguas y los hombres conforman un conjunto único y armonioso. (...) Es necesario llegar a un mito que haga posible la república universal sin que implique gobierno, ni control, ni policÃa mundial. Ello requiere otro tipo de relaciones entre las bioregionesâ€?
(19).
Sea como fuere, la creación de iniciativas locales “democráticas� es más “realista� que la idea de una democracia mundial. Es impensable derrotar frontalmente el dominio del capital y de las potencias económicas, pero queda la posibilidad de entrar en disidencia. Esa es también la estrategia de los zapatistas y del subcomandante Marcos. La reconquista o la reinvención de los commons (tierras comunales, bienes comunes, espacio comunitario) y la autoorganización de la bioregión de Chiapas, son una ilustración posible, en otro contexto, de la acción localista disidente
(20).
NOTAS
(1) Designamos asà a los miembros de la Red de objetores del crecimiento para el post-desarrollo (ROCAD) | Réseau des objecteurs de croissance pour un après-développement):
www.apres-developpement.org
(2)
Attac, Le Développement a-t-il un avenir?, Mille et une nuits, ParÃs, 2004, pp. 205-206.
(3)
La reevaluación es la primera de las ocho "r" (reevaluar, reconceptualizar, reestructurar, relocalizar, redistribuir, reducir, reutilizar, y reciclar), los objetivos interdependientes destinados a desatar un cÃrculo virtuoso de decrecimiento sereno, amistoso y sustentable (Véase Serge Latouche, “Pour une société de décroissanceâ€? y “Et la décroissance sauvera le sudâ€?, en Le Monde diplomatique, ParÃs, noviembre de 2003 y noviembre de 2004 respectivamente).
(4)
Las medidas de autolimitación preconizadas ya en 1975 por la Fundación Dag Hammarskjöld (bajo el nombre de “desarrollo endógenoâ€?) son las mismas que las que proponen los partidarios del decrecimiento: “Limitar el consumo de carne, poner un techo al consumo de petróleo, utilizar los edificios de manera más económica, producir bienes de consumo más duraderos, suprimir los automóviles particulares, etc.â€? (citado por Camille Madelain, “Brouillons pour l’avenir: contributions au débat sur les alternativesâ€?, Les nouveaux Cahiers de l’IUED, n° 14, PUF, ParÃs-Ginebra 2003. p. 215).
(5)
Principes d’économie politique, Dalloz, ParÃs, 1953, p. 297.
(6)
Susan Strange, Chi governa l’économia mondiale ? Crisi dello stato e dispersione del potere, Il Mulino, colección “Incontri�, Bolonia, 1998.
(7)
Debate que ya tuvo lugar en La Décroissance, Lyon, n° 4, septiembre 2004.
(8)
Sin prejuicio, por otra parte, de medidas de higiene pública como la tasación de las transacciones financieras o la imposición de un techo a los ingresos.
(9)
Illich pensaba que existÃan herramientas fáciles de compartir y otras que nunca lo serÃan. Véase Iván Illich, La Convivialité, Seuil, ParÃs, 1973, p. 51.
(10)
Véase Maurizio Pallante, Un futuro senza luce?, Editori Riuniti, Roma, 2004.
(11)
Ese tema se discute muy seriamente en el seno de una sociedad semisecreta de la elite planetaria, la organización Bilderberger.
(12)
Véase William Stanton, The Rapid Growth of Human Population 1750-2000, Histories, Consequences, Issues, Nation by Nation, Multi-Science Publishing, Brentwood, 2003.
(13)
Ver el último capÃtulo de Justice sans limites, Fayard, 2003.
(14)
Takis Fotopoulos, Vers une démocratie générale. Une démocratie directe, économique, écologique et sociale, Seuil, 2001, p. 115.
(15)
En la Grecia antigua, el espacio natural de la polÃtica era la ciudad, que a su vez reunÃa barrios y aldeas.
(16)
Ibid., p. 215.
(17)
Alberto Magnaghi, Le projet local, Mardaga, Bruselas, 2003, p. 38.
(18)
Op. cit., p. 241.
(19)
Raimon Pannikar, Politica e interculturalità , L’Altrapagina, Città di Castello, 1995, pp. 22-23.
(20)
En todo caso, es el análisis que hace Gustavo Esteva en Celebration of Zapatismo, Multiversity and Citizens International, Penang, 2004.