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Comentari :: antifeixisme : globalització neoliberal : criminalització i repressió
París se desintegra....el neofascismo aporta nuevas claves.
09 nov 2005
Desde los centros ideológicos del neofascismo, empieza a difundirse la "construcción" del discurso que la derecha reaccionaria va a hacer de "la toma de las calles de París"
El siguiente artículo, que está firmado por uno de los miles de ideólogos lacayos del neofascismo que habitan las cátedras norteamericanas y publicado por la Vanguardia burguesa, esconde algunas claves para entender qué está pasando en París y quién está avivando el fuego de este episodio que desde un punto de vista revolucionario, se enmarca dentro del proceso de confrontación política entre distintas FACCIONES DERECHISTAS del capital internacional con aspiraciones hegemónicas, confrontación imperialista que hasta ahora se había manifestado bajo el "formato" táctico de "terrorismo global", pero que en Francia, territorio recordemos con un Gobierno de derechas "opositor" al Eje de las Azores, ha tomado la forma de supuesta "revuelta social".


París se desintegra

LOS AUTORES DEL 7-J EN Londres podían contarse con los dedos de la mano, pero en Francia son cientos los jóvenes que han tomado las calles

LO IRÓNICO ES QUE los estadounidenses están más preocupados que los europeos por las consecuencias sociales de la inmigración

NIALL FERGUSON - 09/11/2005


Qué preferiría usted que ocurriera en la capital de su país: que se perpetrara un atentado terrorista en el centro de la ciudad o que hubiera disturbios durante todo el fin de semana en los suburbios? Tras la experiencia del pasado mes de julio, a buen seguro la mayoría de los londinenses tendría la tentación de optar por la segunda. El daño que causaron los atentados del metro sobrepasa con creces el coste del caos que se ha desatado recientemente en los barrios de las afueras del este de París. Unos cuantos policías resultaron heridos, una mujer sufrió quemaduras graves cuando el autobús en el que viajaba fue atacado y, aparte de los dos jóvenes cuyas muertes accidentales desencadenaron los disturbios, ha muerto un hombre jubilado.

En cuanto a los daños contra la propiedad, las aseguradoras francesas están acostumbrándose a compensar a los propietarios de los coches quemados; de hecho, incendiar automóviles se ha convertido en uno de los pasatiempos favoritos de los vándalos del país. Ya pueden irse preparando para que les suban las primas el año que viene, mes amis.

Por otra parte, los autores de los atentados del 7 de julio podrían contarse con los dedos de una mano. Sin embargo, aunque nadie sabe cuántos jóvenes han tomado las calles de Francia, sin lugar a dudas hay cientos de ellos. En la actualidad, tanto Gran Bretaña como Francia se enfrentan, a grandes rasgos, al mismo problema. Aunque existen buenos motivos para pensar que el de Francia es mayor.

¿De qué problema se trata en concreto? Nicolas Sarkozy, el ministro de Interior francés descaradamente ambicioso, calificó a los alborotadores de escoria y prometió barrer las zonas donde han tenido lugar los actos de violencia, lo cual ha servido para que sus enemigos (entre ellos Dominique de Villepin, un político vanidoso hasta lo absurdo y su rival para suceder al agonizante Jacques Chirac) culpen del problema al enfoque desacertado de Sarkozy para mantener el orden. Mientras tanto, sus enemigos de la derecha señalaban con el dedo a la inmigración. Al fin y al cabo, los coches arden en los banlieux, donde predominan las comunidades inmigrantes.

De hecho, Sarkozy se ha enzarzado en una ingeniosa triangulación política. Tras buscar el apoyo de los inmigrantes con ofertas de programas de acción afirmativa y de prometer el derecho a voto para aquellos que no poseen la nacionalidad francesa pero que residen desde hace tiempo en el país, ahora tiene que hacer un gesto dirigido a la derecha francesa, para demostrar que también sabe ser duro. La verdadera pregunta es si esta mezcla de palo y zanahoria es un remedio creíble para una ciudad dividida.

El problema no es la inmigración per se, sino el fracaso de la integración. Francia tiene el porcentaje más alto de población extranjera de todos los países europeos, más del 10 por ciento. Sin embargo, es un legado de la inmigración del pasado, no del presente. Los franceses tienen un índice de inmigración bajo y muestran una actitud claramente desfavorable hacia aquellos que solicitan asilo político. En la actualidad, la mayoría de los recién llegados se van a vivir con familiares que llevan años, cuando no décadas, en Francia. El problema es que se trasladan a guetos suburbiales con escasas posibilidades económicas. La tasa de paro entre los residentes extranjeros es más del doble que la media nacional, que ya es lo bastante alta y se encuentra en el 9 por ciento. Los inmigrantes también suponen un porcentaje excesivamente alto de los presos franceses.

Resulta revelador que los alborotadores que han sido llevados a juicio hasta el momento sean, casi todos, hijos y nietos de inmigrantes. Sus biografías son crónicas lastimosas de bajo rendimiento escolar, desempleo y delitos menores en enclaves deprimidos como Clichysous-Bous y Neuilly-sur-Marne. Inmigración no tiene por qué significar exclusión social. La mayoría de las personas que emigran de países pobres a ricos lo hacen con la mejor de las intenciones: trabajar duro y lograr una vida mejor para sí mismos y sus hijos. Escribo este artículo desde un país que se ha construido sobre los cimientos de la inmigración.

Estados Unidos ha destacado desde hace años en el reto de integrar en la sociedad a los recién llegados. Hace poco estuve en un instituto del sur de Texas, no muy lejos de la frontera mexicana. Antes de empezar las clases todos los alumnos cantaron la siguiente canción: "Estoy orgulloso de ser estadounidense, de ser un estadounidense, de ser un estadounidense / Estoy orgulloso de ser un estadounidense que vive en Estados Unidos. ¡Sí!". Todo muy cursi, sin duda. Pero los niños cantaban con verdadero entusiasmo. Todos eran de origen hispano, es decir, mexicano.

El esfuerzo de integrar a los inmigrantes adopta formas muy distintas. Las zanahorias económicas asociadas a la obtención de la ciudadanía son bastante obvias, y no me refiero únicamente a las colas más cortas que hay que hacer cuando se llega a un aeropuerto estadounidense. Uno no puede ser funcionario a menos que tenga la nacionalidad. Sin embargo, para obtenerla no sólo hay que demostrar un dominio del inglés, sino también "un conocimiento y comprensión de los fundamentos de la historia y de los principios y la forma de gobierno de Estados Unidos", mediante la respuesta de varias preguntas como por ejemplo: "¿Quién dijo ´Dadme libertad o dadme muerte´?". La respuesta, que yo desconocía, es Patrick Henry, el revolucionario de Virginia. Mi pregunta favorita es: "¿Quién ayudó a los colonos cuando llegaron a América?" La respuesta es: "Los indios/ nativos americanos?"; un buen ejemplo de la costumbre estadounidense de resaltar lo positivo. Sólo si responden correctamente a las preguntas pueden proceder a realizar el juramento de lealtad. Y sólo después de que prometan renunciar solemnemente a su lealtad hacia otros países, respetar y defender la Constitución y, en caso de que se lo exijan, defender el país, serán considerados ciudadanos de Estados Unidos. Este sistema funciona. Recuerdo vivamente el día en que mi mujer de la limpieza de Nueva York, boliviana de nacimiento, aprobó los exámenes, hizo el juramento y se convirtió en ciudadana estadounidense. Estaba eufórica. "¿Qué va a hacer a ahora?", le pregunté. "Voy a matricularme en la facultad de Derecho", respondió. Y eso hizo.

Tal como demuestra este hecho, el problema de Europa es, en parte, económico. En los Estados Unidos del mercado libre, los inmigrantes consiguen trabajo; no tienen muchas más posibilidades de estar en paro que los trabajadores que han nacido en el país. Pero el segundo problema es que los europeos no se esfuerzan lo suficiente para integrar culturalmente a los inmigrantes. Al contrario, en nombre del multiculturalismo los alientan a que mantengan su lengua y su lealtad original. En Gran Bretaña no se impuso la prueba de inglés para los aspirantes a obtener la ciudadanía hasta el año pasado, y hasta el martes de la semana pasada no empezaron a poner a prueba sus conocimientos de "la vida en el Reino Unido". ¿Qué conclusión se puede extraer al comparar este examen con su equivalente estadounidense?

Hay 24 preguntas y tienen que responder bien a un 75% como mínimo para aprobar. Es una pena, podría decir alguien, que las 140.000 personas que obtuvieron la ciudadanía el año pasado no tuvieran que realizarlo. Sin embargo, lo más sorprendente de este examen es el tono completamente distinto que tiene en comparación con la versión estadounidense. Casi todas las preguntas están relacionadas con la Gran Bretaña de hoy en día. Sólo hay dos preguntas de historia británica: "¿De qué países provenían los inmigrantes del pasado y por qué? ¿Qué tipo de trabajo han realizado?".

Aparte del hecho de que se necesitan tres buenas páginas para responder a estas preguntas con un mínimo de precisión -a menos que las respuestas correctas sean "De todo el mundo" y "Todo tipo"-, me resulta de lo más deprimente que sea esto lo que los nuevos súbditos de Su Majestad están obligados a saber del pasado de Gran Bretaña. En comparación, una cuarta parte de las preguntas que los aspirantes a obtener la ciudadanía estadounidense tienen que responder son históricas, sin incluir las cincuenta, más o menos, sobre la Constitución, que es un documento histórico en sí.

Lo irónico de la cuestión es que son los estadounidenses, no los europeos, los que están más preocupados por las consecuencias sociales de la inmigración. Durante tres semanas, en California, he oído expresiones repetidas de preocupación por el crecimiento de la población hispana del estado y del país. Mi colega de la Institución Hoover de la Universidad de Stanford, Victor Davis Hanson, teme que dentro de poco vivirá en Mexifornia, con lo que se hace eco de las preocupaciones expresadas hace poco por Samuel Huntington, de la Universidad de Harvard. Hace unos días, Dick Lamm, el antiguo gobernador demócrata de Colorado, pronunció un discurso fantástico en Washington en el que profetizó la "destrucción de Estados Unidos" a pesar del multilingüismo, el multiculturalismo y la "victimología".

Por supuesto, hace bien en preocuparse. Estados Unidos debe proteger su tradición de integración cultural y económica. Pero a medida que progresa mi propio proceso de nacionalización estadounidense, me preocupo mucho más por Europa ya que los mexicanos no son marroquíes (sólo hay que pensar en la religión). Estados Unidos aún no ha sufrido una historectomía al estilo Blunkett y las hogueras de la desintegración aún no han empezado a arder, tal como ha sucedido en la Francia de Nicolas Sarkozy.


NIALL FERGUSON, cátedra Laurence A. Tisch de Historia, Universidad de Harvard y miembro de la junta de la Institución Hoover, de Stanford

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Comentaris

Re: París se desintegra....el neofascismo aporta nuevas claves.
09 nov 2005
Joder, ¿ahora el Nial Ferguson es fascista??

JUASJUASJUASJAUSJAUSJASSSSS!!!!!

Increibles los bufones, se superan cada día más.
Re: París se desintegra....el neofascismo aporta nuevas claves.
09 nov 2005
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