Todo bien y todo mal están en la sensación, y la muerte solo es pérdida de la sensación. - Indymedia Barcelona

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Anàlisi :: corrupció i poder
Todo bien y todo mal están en la sensación, y la muerte solo es pérdida de la sensación.
per Epicureo	18 set 2005
Acostúmbrate a considerar que la muerte no es nada para nosotros, puesto que todo bien y todo mal están en la sensación, y la muerte es pérdida de la sensación. Por ello, el recto conocimiento de que la muerte no es nada para nosotros hace amable la mortalidad de la vida, no porque le añada un tiempo indefinido, sino porque suprime el anhelo de inmortalidad.
Carta a Meneceo AcostÃºmbrate a considerar que la muerte no es nada para nosotros, puesto que todo bien y todo mal estÃ¡n en la sensaciÃ³n, y la muerte es pÃ©rdida de la sensaciÃ³n. Por ello, el recto conocimiento de que la muerte no es nada para nosotros hace amable la mortalidad de la vida, no porque le aÃ±ada un tiempo indefinido, sino porque suprime el anhelo de inmortalidad. Nada hay terrible en la vida para quien estÃ¡ realmente persuadido de que tampoco se encuentra nada terrible en el no vivir. De manera que es un necio el que dice que teme la muerte, no porque haga sufrir al presentarse, sino porque hace sufrir en su espera: en efecto, lo que no inquieta cuando se presenta es absurdo que nos haga sufrir en su espera. AsÃ pues, el mÃ¡s estremecedor de los males, la muerte, no es nada para nosotros, ya que mientras nosotros somos, la muerte no estÃ¡ presente y cuando la muerte estÃ¡ presente, entonces nosotros no somos. No existe, pues, ni para los vivos ni para los muertos, pues para aquellos todavÃa no es, y Ã©stos ya no son. Pero la gente huye unas veces de la muerte como del mayor de los males, y la reclama otras veces como descanso de los males de su vida. El sabio, en cambio, ni rechaza el vivir ni teme el no vivir; pues ni el vivir le parece un mal ni cree un mal el no vivir. Y asÃ como de ninguna manera elige el alimento mÃ¡s abundante, sino el mÃ¡s agradable, asÃ tambiÃ©n goza del tiempo mÃ¡s agradable y no del mÃ¡s duradero. Una recta visiÃ³n de estos deseos sabe, pues, referir a la salud del cuerpo y a la imperturbabilidad del alma toda elecciÃ³n o rechazo, pues Ã©sta es la consumaciÃ³n de la vida feliz. En orden a esto lo hacemos todo: para no sufrir ni sentir temor. Apenas lo hemos conseguido, toda tempestad del alma amaina, no teniendo el ser vivo que encaminarse a nada como a algo que le falte, ni a buscar ninguna otra cosa con la que completar el bien del alma y del cuerpo. Porque del placer tenemos necesidad cuando sufrimos por su ausencia, pero cuando no sufrimos ya no tenemos necesidad del placer y por esto decimos que el placer es principio y consumaciÃ³n de la vida feliz, porque lo hemos reconocido como bien primero y congÃ©nito, a partir del cual comenzamos toda elecciÃ³n o rechazo y hacia el que llegamos juzgando todo bien con el sentimiento como regla. Y ya que Ã©ste es el bien primero e innato, por eso mismo no escogemos todos los placeres, sino que hay veces en que renunciamos a muchos placeres, cuando de ellos se sigue para nosotros una incomodidad mayor. Y a muchos dolores los consideramos preferibles a los placeres si, por soportar tales dolores durante mucho tiempo, nos sobreviene un placer mayor. En efecto, todo placer, por tener naturaleza innata, es bueno, pero, sin duda, no todos son dignos de ser escogidos. De la misma forma, todo dolor es un mal, pero no todos deben evitarse siempre. Conviene juzgar todas estas cosas con una justa medida a la vista de lo Ãºtil y lo inÃºtil. Pues usamos algunas veces del bien como de un mal, y, al revÃ©s, del mal como de un bien. TambiÃ©n consideramos un gran bien a la autosuficiencia, no para que en toda ocasiÃ³n usemos de pocas cosas, sino a fin de que, si no tenemos mucho, nos contentemos con poco, sinceramente convencidos de que disfrutan mÃ¡s agradablemente de la abundancia, quienes menos necesidad tienen de ella, y de que todo lo natural es muy fÃ¡cil de conseguir, y lo vano muy difÃcil de alcanzar. Los alimentos frugales proporcionan el mismo placer que una comida abundante, cuando alejan todo el dolor de la indigencia. Pan y agua proporcionan el mÃ¡s elevado placer, cuando los lleva a la boca quien tiene necesidad. El acostumbrarse a las comidas sencillas y frugales es saludable, hace al hombre resuelto en las ocupaciones necesarias de la vida, nos dispone mejor cuando ocasionalmente acudimos a una comida lujosa y nos hace intrÃ©pidos ante el azar. AsÃ, cuando decimos que el placer es fin, no hablamos de los placeres de los corruptos y de los que se encuentran en el goce, como piensan algunos que no nos conocen y no piensan igual, o nos interpretan mal, sino de no sufrir en el cuerpo ni ser perturbados en el alma. Pues ni fiestas y banquetes continuos, ni el goce de muchachos y doncellas, ni de pescados y cuanto comporta una mesa lujosa engendran una vida placentera, sino un cÃ¡lculo sobrio que averigÃ¼e las causas de toda elecciÃ³n y rechazo y que destierre las falsas creencias a partir de las cuales se apodera de las almas la mayor confusiÃ³n. De todo esto, el principio y el mayor bien es la prudencia. Por ello, mÃ¡s preciosa incluso que la filosofÃa es la prudencia, de la que nacen todas las demÃ¡s virtudes, enseÃ±Ã¡ndonos que no es posible vivir placenteramente sin vivir prudente, honesta y justamente, ni vivir prudente, honesta y justamente, sin vivir placenteramente. + MÃ¡ximas Capitales 1. El ser dichoso no se ocupa de enojos ni agradecimientos. 2. La muerte no es nada para nosotros. Porque lo aniquilado es insensible y lo insensible no es nada para nosotros. 3. El lÃmite de la grandeza de los placeres es la eliminaciÃ³n de todo sufrimiento. Donde haya placer, durante el tiempo que sea, no hay pesar ni sufrimiento ni la mezcla de ambos. 4. No se mantiene el sufrimiento ininterrumpidamente en la carne, sino que el mÃ¡s agudo permanece el mÃ¡s breve tiempo, y el que sÃ³lo aleja el placer de la carne no perdura muchos dÃas. Las enfermedades muy prolongadas ofrecen en la carne alternancia de placer con dolor. 5. No es posible vivir placenteramente sin vivir prudente, honesta y justamente, ni vivir prudente, honesta y justamente sin vivir placenteramente. A quien no alcanza esto, no le es posible vivir placenteramente 6. A fin de tener seguridad en relaciÃ³n a los hombres, serÃa un bien segÃºn naturaleza la alternancia del poder y la realeza,con la humildad y el servicio al bien comun a partir de los cuales serÃa tal vez posible obtenerla. 7. Algunos quisieron llegar a ser famosos y admirados, considerando que asÃ conseguirÃan la seguridad en relaciÃ³n a los hombres. De suerte que, si la vida de aquellos es segura, han conseguido el bien de la naturaleza. Pero si no es segura, no tienen aquello por lo que se esforzaron desde el principio segÃºn lo propio de la naturaleza. 8. NingÃºn placer es por sÃ mismo malo. Pero lo producido por ciertos placeres comporta muchas mÃ¡s perturbaciones que placeres. 9. Si se condensase cada placer y lo hiciera tanto en el tiempo como en relaciÃ³n a la totalidad o a las partes mÃ¡s importantes de nuestra naturaleza, entonces los placeres no diferirÃan unos de otros. 10. Si aquello que produce los placeres de los corruptos les desligara de los miedos de su pensamiento respecto a los fenÃ³menos celestes, la muerte y el dolor, e incluso les enseÃ±ara el lÃmite de los deseos, nada tendrÃamos entonces que censurar a aquellos, colmados por todas partes de placeres y carentes absolutamente de sufrimiento y pesar, aquello que es precisamente el mal,Â¿pero esto es posible?. 11. Si nada nos inquietaran las aprensiones ante los fenÃ³menos celestes y ante la muerte -no fuera ella acaso algo para nosotros-, y tambiÃ©n el no conocer los lÃmites de los dolores y los deseos, no necesitarÃamos de la investigaciÃ³n de la naturaleza. 12. No era posible disipar el temor acerca de las cosas supremas sin examinar cuÃ¡l es la naturaleza del universo y sin abrigar alguna sospecha de las creencias sobre los mitos. De manera que sin la investigaciÃ³n de la naturaleza no era posible conseguir placeres puros. 13. Ninguno serÃa el provecho de procurarse la seguridad entre los hombres, permaneciendo los recelos por las cosas de arriba, por las de debajo de la tierra y, en una palabra, por las del infinito. 14. Obtenida hasta cierto punto la seguridad frente a los hombres por un poder fuerte y una buena posiciÃ³n, surge la seguridad mÃ¡s radiante, derivada de la tranquilidad y del abandono de la multitud. 15. La riqueza conforme a la naturaleza estÃ¡ limitada y es muy fÃ¡cil de conseguir. Lo que es conforme a las vanas opiniones cae al infinito. 16. Breves ataques lanza contra el sabio la fortuna, pues los mayores y mÃ¡s importantes bienes se los ha suministrado su razÃ³n y durante todo el tiempo de su vida se los suministra y se los suministrarÃ¡. 17. El justo es totalmente imperturbable; el injusto estÃ¡ lleno de la mayor perturbaciÃ³n. 18. No crece en la carne el placer una vez alejado el dolor causado por la necesidad, sino que sÃ³lo se colorea. El lÃmite del placer dispuesto por la mente lo engendra la investigaciÃ³n sobre estas mismas cosas y sus afines, que han causado al pensamiento los mayores temores. 19. El tiempo infinito y el limitado dan lugar a un placer igual, si uno mide los lÃmites de Ã©ste con la razÃ³n. 20. La carne tiene los lÃmites del placer por infinitos y un tiempo infinito lo proporciona. Pero la mente, que ha efectuado el cÃ¡lculo de la finalidad y el lÃmite de la carne y que ha disipado los temores acerca de la eternidad, proporciona la vida perfecta y no tenemos ya ninguna necesidad del tiempo infinito. Y no rechaza el placer ni, cuando las circunstancias disponen nuestra salida de la vida, acaba como si pasara por alto algo de la vida mejor. 21. Quien conoce exactamente los lÃmites de la vida sabe quÃ© fÃ¡cil de conseguir es aquello que expulsa el dolor causado por la necesidad y hace perfecta la vida entera. De manera que para nada necesita de cosas que acarrean pleitos. 22. Es preciso considerar el fin propuesto y toda la evidencia hacia la que elevamos nuestras opiniones. Si no, todo estarÃa lleno de desorden y turbaciÃ³n. 23. Si te opones a todas las sensaciones, no tendrÃ¡s ni siquiera un principio al que referir aquellas que dices ser falsas. 24. Si rechazas completamente cualquier sensaciÃ³n y no distingues lo figurado en relaciÃ³n a lo que nos espera y lo ya presente en la sensaciÃ³n, los sentimientos y toda percepciÃ³n representativa de la mente, confundirÃ¡s tambiÃ©n las restantes sensaciones con la vana opiniÃ³n, de manera que rechazarÃ¡s todo criterio de juicio. Pero si tienes por seguro todo lo esperado en tus pensamientos opinables y lo que no tiene confirmaciÃ³n, no evitarÃ¡s el engaÃ±o. AsÃ que en todo juicio de lo verdadero o no verdadero estarÃ¡s conservando una total ambigÃ¼edad. 25. Si en toda ocasiÃ³n no refieres cada uno de tus hechos al fin de la naturaleza, sino que te desvÃas adoptando sea el rechazo sea la elecciÃ³n hacia cualquier otro, tus acciones no serÃ¡n conformes con tus palabras. 26. Todos aquellos de los deseos que no conducen al dolor si no son saciados, no son necesarios; pero son un apetito fÃ¡cil de disolver cuando parecen ser difÃciles de obtener o causantes de daÃ±o. 27. De cuantos bienes nos proporciona la sabidurÃa para la felicidad de toda la vida, el mayor con mucho es la adquisiciÃ³n de la amistad. 28. El mismo conocimiento nos hace confiar en que nada terrible es eterno ni duradero y nos hace ver en extremo completa la seguridad de la amistad dentro de los mismos lÃmites. 29. De los deseos unos son naturales y necesarios. Otros, naturales y no necesarios. Otros, ni naturales ni necesarios, sino nacidos de la vana opiniÃ³n. ESCOLIO: Epicuro considera naturales y necesarios a los que eliminan el dolor, como la bebida para la sed. Naturales y no necesarios a los que sÃ³lo colorean el placer, pero no alejan el sufrimiento, como los alimentos refinados. Ni naturales ni necesarios, como las coronas o las ofrendas de estatuas. 30. En aquellos de los deseos naturales que no ocasionan dolor si no se sacian se da un intenso afÃ¡n, nacen de una vana opiniÃ³n y no se disuelven, no por su propia naturaleza, sino por la vanidad del hombre. 31. Lo justo segÃºn la naturaleza es una convenciÃ³n sobre lo que lleva a no hacerse daÃ±o unos a otros y a no ser daÃ±ado. 32. En relaciÃ³n a todos aquellos animales que no pudieron hacer pactos de no daÃ±arse unos a otros ni ser daÃ±ados, nada fue justo ni injusto. Y de la misma manera tambiÃ©n, de todos aquellos pueblos que no pudieron o no quisieron hacer los pactos de no daÃ±ar ni ser daÃ±ados. 33. No es nada en sÃ misma la justicia, sino cierto pacto de no daÃ±ar ni ser daÃ±ado en las relaciones de unos con otros en distintas ocasiones y en un cierto tiempo. 34. La injusticia no es en si misma un mal a no ser en el temor por la sospecha de que no pasarÃ¡ desapercibida a los que estÃ¡n puestos para castigar tales acciones. 35. No le es posible a quien obra a escondidas contra alguno de los pactos establecidos entre unos y otros de no daÃ±ar ni ser daÃ±ado confiar en que pasarÃ¡ desapercibido, aunque diez mil veces haya pasado desapercibido hasta el presente. Es incierto si pasarÃ¡ desapercibido hasta el fin. 36. SegÃºn el derecho comÃºn, lo justo es lo mismo para todos, pues es algo Ãºtil en la relaciÃ³n de unos con otros. Pero segÃºn el particular de un paÃs y de cada una de las ocasiones, no para todos resulta ser justo lo mismo. 37. De las leyes que son consideradas justas, aquella que es Ãºtil en las exigencias de la relaciÃ³n de unos con otros tiene el carÃ¡cter de lo justo, tanto si es la misma para todos como si no. Si alguno establece una ley, pero no resulta de utilidad para la relaciÃ³n de unos y otros, ya no tiene Ã©sta la naturaleza de lo justo, y si cambia lo Ãºtil en relaciÃ³n a lo justo, pero durante algÃºn tiempo se ajusta a nuestra prenociÃ³n, en nada es menos justo durante aquel tiempo para quienes no se dejan confundir con vanas palabras, sino que miran simplemente a la realidad. 38. Cuando, sin resultar nuevas las circunstancias, es evidente que las leyes consideradas justas no se adaptan en los mismos hechos a nuestra prenociÃ³n, Ã©stas no son justas. Cuando, resultando nuevas las circunstancias, ya no convienen las leyes consideradas justas, eran justas entonces, cuando convenÃan a la relaciÃ³n mutua de los conciudadanos; despuÃ©s, cuando no convienen, ya no son justas. 39. El que se ha formado de la mejor manera para no poner su confianza en las cosas de fuera, Ã©ste hace que todas las cosas posibles le sean familiares y que las no posibles no le sean al menos extraÃ±as. Y con cuantas cosas no le es posible ni siquiera esto, permanece al margen y se limita a aquello que le es Ãºtil hacer. 40. Aquellos que han tenido la capacidad de procurarse la mayor seguridad de sus vecinos, viven asÃ entre ellos con la mayor felicidad, pues tienen la confianza mÃ¡s segura, y aun teniendo la mÃ¡s plena familiaridad no lloran como digno de compasiÃ³n el fin prematuro del que muere. Vida de Epicuro Para unos ha sido el mejor, para otro el peor. Hay quien lo ha definido como un disoluto, ateo y mujeriego, y quien lo ha tenido por un santo y un profeta. CicerÃ³n lo odiaba, Lucrecio lo veneraba. El mismo vocablo "epicÃºreo" es desde siempre motivo de equÃvocos: para el diccionario Nuovo Zingarelli es un hombre Â«que lleva una vida agitada y dedicada a los placeresÂ», para el Palazzi es Â«un sensual, un juerguista y uno dispuesto a gozar de la vidaÂ»; para nosotros, en cambio, que hemos leÃdo sus escritos, es un moderado que por la noche come poco para no irse a la cama con el estÃ³mago pesado. En una carta a uno de sus discÃpulos Epicuro escribe: Â«Mi cuerpo desborda de dulzura cuando vivo a pan y agua, y escupo sobre los placeres de la vida suntuosa, no por ellos mismos, quede claro, sino por las incomodidades que suponen.Â» En otra pide a un amigo: Â«EnvÃame una cazuelita de queso para que pueda, de cuando en cuando, refocilarme.Â» BasÃ¡ndonos en estas premisas, tenemos la intenciÃ³n de instaurar un proceso de rehabilitaciÃ³n de la figura del filÃ³sofo. Epicuro de Atenas no naciÃ³ en Atenas, sino en Samos,en el aÃ±o 341 antes de Cristo, bajo el signo de Acuario.Sin embargo, no podemos considerarlo como extranjero, sea porque era hijo de padres atenienses (Neocles y OuerÃ©strate eran del demos Gargeto, uno de los barrios mÃ¡s pupulares de Atenas), sea porque viviÃ³ hasta la mayoria de edad en una comunidad fundada exclusivamente por ciudadanos atenienses. En efecto, once aÃ±os antes de su nacimiento, dos mil desocupados, entre los que se contaban sus padres, fueron autorizados por el gobierno de Atenas a fundar una colonia en la isla de Samos, despuÃ©s de haber expulsado de la misma a sus habitantes. Epicuro era el segundo de cuatro hermanos. Su padre era maestro de escuela y se dice que se hacÃa acompaÃ±ar por su hijo durante las lecciones. Aparte de las enseÃ±anzas paternas, Epicuro comenzÃ³ a estudiar filosofÃa cuando tenÃa apenas catorce anos, o tan sÃ³lo doce segÃºn algunos: y tuvo como maestro a PÃ¡nfilo, un platÃ³nico que residÃa en Samos. En un primer momento el muchacho se habÃa inscrito en la escuela pÃºblica, pero al parecer sÃ³lo se quedÃ³ en ella pocos minutos. He aquÃ cÃ³mo nos relata Sexto EmpÃrico su primer dÃa de clase: -En un principio surgiÃ³ el Caos - dijo el maestro a los alumnos. -Â¿Y de dÃ³nde surgiÃ³? - preguntÃ³ Epicuro. -Eso no lo podemos saber: es un punto reservado a los filÃ³sofos. -Â¿Y entonces a quÃ© vengo aquÃ a perder el tiempo? -replicÃ³ Epicuro-. Ahora mismo voy a ver a los filÃ³sofos. A los dieciocho aÃ±os fue llamado a Atenas para cumplir con la efebÃa, es decir el servicio militar: tendrÃ¡ a su lado, como camarada en la mili, al comediÃ³grafo Meandro. Nos encontramos en el ano 323: JenÃ³crates enseÃ±a en la Academia y AristÃ³teles dispensa sabidurÃa y nociones en el Peripato. No debemos excluir que el soldado Epicuro haya hecho, de vez en cuando, una escapada para asistir a las lecciones de aquellos. "Xenocratem audire potuit", escribe CicerÃ³n. Curiosamente, sin embargo, el filÃ³sofo no quiso nunca admitir estas primeras experiencias escolares: no sentia ningÃºn aprecio por sus colegas, excepciÃ³n hecha, tal vez, de AnaxÃ¡goras y DemÃ³crito. Entretanto, muere Alejandro Magno y los habitantes de Samos, gracias tambiÃ©n al nuevo rey macedonio Perdicas, reconquistan la isla y arrojan al mar a los atenienses y con ellos a los padres de Epicuro. El filÃ³sofo, algo preocupado por la suerte de sus familiares,sale en su busca y los encuentra en ColofÃ³n, donde funda, junto con sus hermanos Neocles, Queredemo y AristÃ³bulo, y con su esclavo Mis, el primer nÃºcleo epicÃºreo. En ese perÃodo, en Teos, en las cercanÃas de ColofÃ³n, enseÃ±a filosofÃa un tal NausÃfanes, seguidor de DemÃ³crito. Epicuro, apasionado defensor del atomismo, decide ir a oÃrlo. Pero, como en el caso de PÃ¡nfilo y JenÃ³crates, tampoco habrÃ¡ ningÃºn reconocimiento para NausÃfanes: lo definirÃ¡ como Â«un molusco, un iletrado y una putaÂ». Vaya uno a saber por quÃ© Epicuro, tan dulce y cortÃ©s con los humildes y las mujeres, se convertÃa en una verdadera vÃbora con los intelectuales y, ante todo, con los platÃ³nicos y los aristotÃ©licos: probablemente querÃa que se lo considerase un autodidacta y rechazaba cualquier relaciÃ³n de su pensamiento con el de los otros. Siempre con sus hermanos y su esclavo, a los treinta y dos aÃ±os se traslada a Mitilene y abre oficialmente la primera escuela epicÃºrea. Al comienzo las cosas no van para nada bien: las sectas platÃ³nicas son demasiado fuertes y demasiado politizadas como para poder soportar una escuela que aparta a los jÃ³venes de la religiÃ³n y de la polÃtica. Pero Epicuro no se da por vencido: vuelve a probar fortuna en LÃ¡mpsaco y, despuÃ©s de cinco aÃ±os en provincias, en el ano 306, desembarca en Atenas, donde se afirma definitivamente. Desde este momento el epicureÃsmo no conocerÃ¡ ya fronteras: se difundirÃ¡ por toda Grecia, Asia Menor, Egipto e Italia. Dice DiÃ³genes Laercio: "Los amigos de Epicuro no se podÃan contar sino por ciudades enteras." En Atenas Epicuro compra por ochenta minas una casa y un jardÃn en pleno campo, y serÃ¡ precisamente dicho jardÃn el que dÃ© nombre a toda la escuela. Los epicÃºreos serÃ¡n llamados Â«Los del JardÃnÂ», aun cuando luego, en realidad, el jardÃn tuviera coles, nabos y pepinos en vez de flores. Para una escuela basada en la amistad, el ingreso sÃ³lo podÃa ser libre. Frecuentaban el JardÃn personas de todas las condiciones: hombres y muchachitos, metÃ©cos y esclavos, notables atenienses y bellÃsimas heteras. La presencia de las mujeres provocÃ³ de inmediato un escÃ¡ndalo. Las malas lenguas se desencadenaron e hicieron correr la voz de que Epicuro y Metrodoro convivÃan con cinco heteras, Leoncio (Leoncita para el maestro), Mammario, Hedia, Heroncio y Nicidio, y que dormÃan, todos juntos, en una sola cama. CicerÃ³n, en particular, define a la escuela como Â«un jardÃn de placer, donde los discÃpulos languidecÃan entre refinados gocesÂ» Resulta en verdad extraÃ±o el destino de Epicuro. Los innumerables: rumores que circulaban referentes a Ã©l, en la antigÃ¼edad, eran tan calumniosos como absurdos. Una vez, un estoico, un tal DiÃ³timo, escribiÃ³ cincuenta epÃstolas obscenas, firmÃ¡ndolas todas con el nombre de Epicuro, al solo efecto de hacerlo quedar mal. Posidonio, otro estoico, contÃ³ que incitaba a la prostituciÃ³n a su hermano menor. Teodoro, en el cuarto de sus libros Contra Epicuro, lo acusa de emborracharse junto con Temista, la mujer de Leonteo. TimÃ³n lo define como adulador del vientreÂ». TimÃ³crates escribe que vomitaba dos veces diarias para poder volver a comer. Plutarco, en un libro titulado Non posse suaviter vivi secundum Epicurum, relata que llevaba un diario donde apuntaba cuÃ¡ntas veces habÃa hecho el amor y con quiÃ©n. Los epicÃºreos sufrieron verdaderas persecuciones de carÃ¡cter religioso, sobre todo por culpa de los estoicos que hacÃan lo imposible para indisponerlos con todo el mundo. En Mesenia los timucos, es decir las autoridades del lugar, dieron orden a los soldados de expulsar a todos los seguidores de Epicuro y purificar las casas de los mismos con fuego. En Creta, unos pobres desdichados, acusados de profesar una filosofÃa afeminada y enemiga de los dioses, fueron condenados al exilio despuÃ©s de haber sido untados con miel y expuestos a la voracidad de moscas y mosquitos. En el caso de que alguno de ellos hubiera retrocedido, regresando a la ciudad, lo habrÃan lanzado desde una roca vestido de mujer. Lo que molestaba del epicureÃsmo era el desprecio que manifestaba por los polÃticos y la actitud democrÃ¡tÃ¬ca para con los inferiores. Epicuro practicaba la amistad en un mundo en que tal sentimiento sÃ³lo era concebible entre personas del mismo rango. Mientras PlatÃ³n, en las Leyes, sugiere el modo mejor para someter a los esclavos (escogerlos de distintas nacionalidades para que no puedan comunicarse entre sÃ, usar el castigo corporal para que no olviden nunca que son esclavos), Epicuro los acoge con los brazos abiertos y les habla como un viejo amigo. Tres siglos despuÃ©s, tambiÃ©n JesÃºs tendrÃ¡ problemas por razones similares. Epicuro muriÃ³ de cÃ¡lculos renales a los setenta y un aÃ±os. He aquÃ la carta dirigida a un discÃpulo en donde nos describe su Ãºltimo dÃa de vida: "Epicuro a Hermarco, salud. Llega mi Ãºltimo dÃa. Tan agudos son los dolores en la vejiga y en las vÃsceras, que ya no puede sufrirse mÃ¡s. Pero resulta proporcional a los mismos la alegrÃa de mi espÃritu al recordar nuestras doctrinas y las verdades que hemos descubierto. Te recomiendo, como conviene a quien se ha mostrado siempre bondadoso conmigo y con la filosofÃa, que te cuides de los hijos de Metrodoro. Hermipo cuenta que antes de morir quiso que lo pusieran en una tina de bronce, con agua caliente, donde se dedicÃ³ a beber vino y a charlar, hasta que le llegÃ³ la muerte. Dice Epicuro: De todos los bienes que nos ofrece la sabidurÃa, el mÃ¡s precioso es la amistad, y Ã©sta es la clave para comprender su filosofÃa. Es mejor una sociedad que confÃe en la amistad que una que lo haga en la justicia. En este aspecto, el JardÃn, mÃ¡s que una escuela, era una base para misioneros. Para Epicuro, la amistad debÃa transmitirse de hombre a hombre casi por contagio, del tipo de la cadena de San Antonio. Sustituyamos la palabra amor por la palabra amistad y tenemos en Epicuro a un precursor de San Francisco. Si el mensaje nunca ha sido recibido por las masas, se debe a que la amistad es un valor privado, y no como la justicia, que puede ser un valioso instrumento ideolÃ³gico para la conquista del poder. Â«Cada manana la amistad recorre la tierra para despertar a los hombres, de modo que puedan hacerse felices recÃprocamente.Â» Esta imagen poÃ©tica de Epicuro nos lo dice todo sobre su pensamiento. En la amistad ve un medio de comunicaciÃ³n, una ideologÃa, que aun habiendo nacido de la utilidad, termina por identificarse con el placer y convertirse en el objetivo Ãºlimo de la vida. La tesis epicÃºrea es menos utÃ³pica que lo que se cree: en el siglo pasado el sociÃ³logo alemÃ¡n Ferdinand TÃ¶nnies subdividiÃ³ a las comunidades humanas en dos especies: las primeras, basadas en la justicia ( Gesellschaft ), y las segundas en la amistad ( Gemeinschaft ). Las comunidades Gesellschaft son de tipo horizontal: todos los ciudadanos tienen iguales derechos ante la Ley. El individuo no debe recurrir a parentescos o recomendaciones de amigos para obtener aquello que le hace falta: si su deseo es legÃtimo, nadie lo obligarÃ¡ a arrastrarse ante nadie. Un Ã³ptimo ejemplo de Gesellschaft es Inglaterra: desde la reina Isabel hasta el Ãºltimo de los lavaplatos del Soho, todos, aun cuando ocupen posiciones diversas, pueden jactarse de tener los mismos derechos ante la ley. Las comunidades Gemeinschaft, en cambio, son piramidales: en ellas todas las relaciones estÃ¡n reguladas por las amistades. Se forman grupos de carÃ¡cter familiar, corporativo, polÃtico, cultural, y cada clan estÃ¡ caracterizado por tener un jefe en el vÃ©rtice de la pirÃ¡mide, y entre el vÃ©rtice y la base, una jerarquÃa intermedia. Se adelanta a fuerza de recomendaciones y parentescos. El sur de Italia es el primer ejemplo de Gemeirzschaft que se me ocurre. Explicada de esta forma, la Gemeinschaft parece una sociedad de tipo mafioso de la que se debe huir como de la peste. ExaminÃ©mosla en cambio con espÃritu epicÃºreo y extraigamos una moral: quien vive en una comunidad basada en la amistad comprende de inmediato que, si quiere sobrevivir debe procurar hacerse la mayor cantidad de amigos que pueda, y eso lo vuelve mÃ¡s sociable y mÃ¡s disponible en su trato con el prÃ³jimo; el ciudadano de la Gesellschaft, al contrario, seguro de sus derechos constitucionales, evitarÃ¡ los contactos con los demÃ¡s y en poco tiempo se convertirÃ¡ en un individuo extremadamente civil y desapegadoÂ». Deseos En la Ã©tica epicÃºrea se tiende siempre a alcanzar emociones medias: una buena comida, pero sin exageraciones; una relaciÃ³n amorosa, pero dentro de ciertos lÃmites. SegÃºn Epicuro: Â«La excesiva quietud es desidia y la exagerada actividad es locura.Â» Pues bien, la amistad es, justamente, un sentimiento medio, a mitad de camino entre la indiferencia y el amor. Para Epicuro los deseos podÃan ser de tres tipos: naturales y necesarios, naturales y no necesarios, no naturales y no necesarios. Los placeres naturales y necesarios garantizan la vida: comer, beber, dormir y cubrirse cuando hace frÃo. Quede claro, sin embargo, que hablamos del comer los suficiente, del beber cuando se siente sed y de llevar una vestimenta adecuada a la estaciÃ³n del aÃ±o. Por ejemplo, no nos parecen admisibles en NÃ¡poles los abrigos de piel. Los placeres naturales y no necesarios son los que, aun cuando agradables para los sentidos, representan lo superfluo: como, por ejemplo, el comer mejor, el beber mejor, y asÃ sucesivamente. Un buen plato de pasta y judÃas es sin lugar a dudas un placer natural y no necesario. Si es posible procurÃ¡rselo sin demasiado esfuerzo, bienvenido sea; de otro modo Â«gracias igual. Lo mismo sucede en el campo del arte o de los buenos sentimientos. Epicuro sentencia: Â«Honremos lo bello y la virtud, y todo lo semejante, si nos producen placer; si no, adiÃ³s y hasta mÃ¡s ver.Â» Los deseos no naturales y no necesarios son los provocados por la opiniÃ³n. Tomemos el caso de un Rolex de oro: seguramente no es un bien necesario. Si nos causa placer poseerlo, ello se debe a que todos lo consideran un objeto de valor. Si experimentÃ¡ramos verdaderamente placer al contemplarlo, tendrÃamos que entusiasmarnos tambiÃ©n por un Rolex falso. Hoy la humanidad se siente mÃ¡s atraÃda por la firma que por la calidad del producto, y la firma, forzoso es admitirlo, no es natural ni necesaria. Â¿Y con sexo cÃ³mo hacemos? Como natural, es natural, Â¿pero es tambiÃ©n necesario? Es decir, necesario prescindiendo de la procreaciÃ³n. Epicuro manifiesta dudas al respecto: "Si te complaces en los placeres de Venus, y no violas las leyes ni las buenas costumbres, y no daÃ±as tu cuerpo adelgazÃ¡ndote, y no te arruinas, haz lo que te dÃ© la gana, pero haz saber que es extremadamente difÃcil evitar todos estos inconvenientes. Â¡Con Venus, ya es ganar no perder nada!" En resumen, la regla de la Ã©tica epicÃºrea es elemental: los placeres naturales y necesarios es preciso satisfacerlos siempre, ya que, de otra forma, peligra la supervivencia; los no naturales y no necesarios, nunca, porque son fuente de competiciÃ³n; los intermedios, despuÃ©s de haberse contestado a esta pregunta: Â¿Me conviene o no me conviene?Â»" Para sintetizar lo que acabamos de decir, expongamos algunas reglas aureas de Epicuro (una especie de manual Bon ton del JardÃn): -Si quieres enriquecer a Pitocles, no acrecientes sus posesiones, sino reduce sus deseos. -Demos gran importancia a la frugalidad, no porque debamos vivir siempre entre estrecheces, sino para estar menos preocupados. -LiberÃ©monos de la cÃ¡rcel de los negocios y de la polÃtica. -Mejor dormir sin miedo en un camastro de hojas que inquieto en un lecho de oro. -NingÃºn placer es un mal en sÃ, pero pueden serlo los medios para alcanzarlo, cuando producen mÃ¡s inquietudes que alegrÃas. -No estropees el bien que tienes con el deseo de lo que no tienes.Ã§ El Placer En lo relativo al placer Epicuro solÃa decir: Â«El objetivo de la vida es el Placer, pero no el placer de los disolutos y de los juerguistas, sino el no sufrir, en lo referente al cuerpo, y el no perturbarse, en lo referente al alma.Â» De esto deducimos que estar enamorado, dado que perturba al alma, no es un placer sino una especie de neurosis. Para tener claro, en cambio, quÃ© es el placer, el verdadero, basta con escuchar a nuestro cuerpo: Â«La carne grita: no quiero sufrir hambre, no quiero sufrir sed, no quiero sufrir frÃo. Quien considere haber alcanzado ya estos objetivos, puede considerarse igual a Zeus en felicidad. Todo esto es muy sabio; pero resulta difÃcil explicÃ¡rselo a un muchacho de catorce aÃ±os que quiere a toda costa la moto. La Muerte Â¿Por quÃ© tener miedo a la la muerte Â», observa el filÃ³sofo. Cuando estamos nosotros, no estÃ¡ la muerte y cuando estÃ¡ ella, no estamos nosotros. SÃ, agrego yo, pero estÃ¡n los que sobreviven a los seres queridos y sufren como animales. Pero esto no le interesa a Epicuro: Ã©l, como siempre, quiere liberarnos de cualquier preocupaciÃ³n, presente y futura, incluso de la de la muerte. En realidad es como si dijera: Â«Â¿QuÃ© ganas con preocuparte por la muerte? No puedes hacer nada; mÃ¡s vale vivir lo mejor posible y no pensar en eso: a menudo hace mÃ¡s daÃ±o el temor de morir que la muerte.Â» Animo, entonces; no pensemos en la muerte y cantemos todos a coro: Â¡Te advierto, oh Muerte, que estoy precavido contra todas tus insidias, y cuando llegue el momento, escupiendo bien sobre la vida Y sobre los que se aferran a ella, me irÃ© cantando un peÃ¡n sobre los dÃas que he vivido! Para resolver todos nuestros problemas, Epicuro tiene preparado un medicamento: el cuadrifÃ¡rmaco -No temer a los dioses. -No temer a la muerte. -Haz de saber que el placer estÃ¡ al alcance de todos. -Haz de saber que el dolor, cuando dura, es soportable, y cuando es fuerte, es de breve duraciÃ³n; y recuerda que el sabio es feliz incluso en medio de los tormentosÂ». FÃsica La fÃsica de Epicuro no presenta caracteres de originalidad que la hagan inconfundible: en ella el filÃ³sofo sigue las huellas de los atomistas, y termina presentÃ¡ndonos un Universo que es casi la fotocopia del Universo de DemÃ³crito. Una vez advertido esto, pasemos a detallar sus puntos principales: -Nada nace de la Nada. El Universo es infinito y estÃ¡ formado por los cuerpos y el vacÃo. -La existencia de los cuerpos queda demostrada por los sentidos. La existencia del vacÃo queda demostrada por el movimiento: si no existiera el vacÃo, los cuerpos no sabÃan adÃ³nde ir cuando se mueven. -El vacÃo no es un Â«no-serÂ» que no existe, sino un serÂ» que existe, aunque sea impalpable. -Los cuerpos se dividen en compuestos y simples: estos Ãºltimos son los Ã¡tomos y no son divisibles, como la palabra misma dice. DemÃ³crito habÃa dicho que, Â«en el principioÂ», los Ã¡tomos caÃan todos de arriba hacia abajo, como una lluvia, hasta que un buen dÃa, del choque de dos de ellos, naciÃ³ una serie de otros choques, de rebotes y uniones, que finalmente dio origen al mundo y a los cuerpos compuestos. Pero la teorÃa ofrecÃa un punto dÃ©bil a la critica: si las trayectorias de los Ã¡tomos eran todas paralelas, Â¿cÃ³mo habÃan podido chocar una vez? A lo sumo, decÃan los opositores del sistema, se habrÃan podido taponar unos a otros. A estos con el mayor descaro, responde: Varios Ã¡tomos, durante la caÃda, se desviaron un poco y entraron asÃ en colisiÃ³n unos con otros.Â» Â«Â¿Y por quÃ© se desviaron un poco?Â», preguntamos entonces nosotros. Ã�l no responde. Digamos, pues, la verdad: esta desviaciÃ³n de los Ã¡tomos, conocida tambiÃ©n como teorÃa del clinamen es un remiendo vistoso que no convence a nadie. Sin embargo, nos damos cuenta de que para Epicuro debÃa de ser muy importante: por una parte le permitÃa salvar con un cornerÂ» la explicaciÃ³n materialista del Universo, y por la otra introducÃa el concepto de Â«libre albedrÃoÂ», es decir la posibilidad de alejarse de una visiÃ³n demasiado mecÃ¡nica y fatalista del mundo. Desde entonces, por tanto, nada de Zeus, Demiurgos y Motores InmÃ³viles ante quienes inclinarse, pero tampoco Destino y Necesidad con las suertes ya escritas. Lo mÃ¡s raro es que Epicuro, despuÃ©s de haberse tomado un trabajo enorme por liberarse de lo trascendente, afirma de golpe la existencia de los dioses. Parece increÃble, pero asÃ es: agrega sÃ³lo que viven por su cuenta y no se ocupan de nosotros. Ahora bien, yo me pregunto: Â¿quÃ© necesidad habÃa de sacar a relucir a los dioses en un Universo ya tan bien explicado como el de DemÃ³crito? La Ãºnica hipÃ³tesis posible es que Epicuro tuvo que hacer estas concesiones para vivir en paz y evitar el acostumbrado proceso por impiedad. Parece que, interrogado al respecto, respondiÃ³: Â«Queridos amigos, si en todas partes del mundo se cree en los dioses, Â¿quÃ© querÃ©is que os diga? Los dioses tendrÃ¡n que existir de alguna forma, Â¿o no? En todo caso, lo importante es no imaginarlos como se los imagina el vulgo.Â» Examinemos ahora cÃ³mo se habÃa formado el Universo, segÃºn Epicuro: los Ã¡tomos, moviÃ©ndose al azar y a altÃsima velocidad, habÃan terminado por agruparse en diversos puntos y por crear asÃ infinitos mundos, distanciados los unos de los otros por espacios inmensos llamados intermundos. En cada una de estas concentraciones, los Ã¡tomos mÃ¡s pesados se habÃan colocado en el centro, generando la tierra, y los mÃ¡s livianos habÃan sido expulsados hacia el exterior, dando origen al cielo. Algunos Ã¡tomos pesados, por Ãºltimo, a causa de la excesiva presiÃ³n, se habÃan transformado en agua. PsicologÃa SegÃºn Epicuro, el alma debia estar compuesta de Ã¡tomos. Obviamente se trataba de Ã¡tomos de primera calidad: Ãgneos, aeriformes y ventosos para el alma irracional, y de extrema delgadez para la racional. En verdad, en esta Ãºltima definiciÃ³n, Epicuro nos parece quedarse algo corto en adjetivos: evidentemente no sabe ya cÃ³mo describir la impalpabilidad y sale del paso hablando de extrema delgadez. Resulta casi inÃºtil precisar que, en cuanto materia, el alma es mortal y se disuelve junto con el cuerpo. Dante Alighieri lo tiene en cuenta y castiga a Epicuro, arrojÃ¡ndolo al infierno, en la zona reservada a los herejes. Suo cimitero da questa parte hanno con Epicuro tutti i suoi seguaci, che l'anima col corpo morta fanno. Sobre las sensaciones, Epicuro, pensaba que los cuerpos emanan imÃ¡genes o simulacros (Ã©idola), que despuÃ©s de haber vagado por el espacio hieren nuestros sentidos y nuestro pensamiento: algo asÃ como lo que producen las ondas televisivas que atraviesan el Ã©ter para ofrecer los Ã©idola de Mike Bongiorno a todos los italianos. LOS DEL JARDÃ?N El epicureÃsmo alcanzÃ³ una Ã³ptima difusiÃ³n en el mundo griego y latino: durante cinco siglos se esparciÃ³ un poco por todas partes. Surgieron Jardines epicÃºreos en Grecia, en Asia Mneor, en Egipto, y obviamente en Italia. Entre los discÃpulos griegos recordaremos a Metrodoro y Polieno de LÃ¡mpsaco, muertos antes que Epicuro, despuÃ©s a Hermarco de Mitilene, su sucesor en la conducciÃ³n de la escuela; y por Ãºltimo a todos los demÃ¡s: Leonteo con su mujer Temista, Colotes, Idomeneo, Dionisio, Protarco, PolÃstrato, BasÃlides, Apolodoro, apodado el tirano del JardÃn, HipÃ³clides, ZenÃ³n de SidÃ³n, etcetera. Entre los mÃ¡s empedernidos seguidores de Epicuro debemos recordar a un tal DiÃ³genes de Enoanda, un rico seÃ±or del siglo II d.C., que eligiÃ³ un medio verdaderamente insÃ³lito para transmitir las enseÃ±anzas del maestro: comprÃ³ una colina cerca de su tierra y, en un claro que remataba la cima, construyÃ³ una galerÃa rectangular. DespuÃ©s de esto, en el frontÃ³n de los pÃ³rticos hizo esculpir una inscripciÃ³n de mÃ¡s de cien metro que resumÃa el pensamiento de Epicuro. En resumen no un libro, sino un monumento entero para difundir la nueva doctrina. El maxiepÃgrafe comenzaba aproximadamente de este modo: ME ENCUENTRO EN EL OCASO DE LA VIDA Y NO QUIERO IRME DE ELLA SIN HABER ANTES ELEVADO UN HIMNO A EPICURO POR LA FELICIDAD QUE ME HA DADO CON SUS ENSEÃ�ANZAS DESEO TRANSMITIR A LA POSTERIDAD ESTE CONCEPTO: LAS VARIAS DIVISIONES DE LA TIERRA DAN A CADA PUEBLO UNA PATRIA DISTINTA. PERO EL MUNDO HABITADO OFRECE A TODOS LOS HOMBRES CAPACES DE AMISTAD UNA SOLA CASA COMÃ�N: LA TIERRA. Esta inscripciÃ³n fue descubierta por casualidad 1884 por dos arqueÃ³logos franceses y representa el mÃ¡s bello mensaje internacionalista que nos ha transmitida el mundo antiguo. Entre los epicÃºreos griegos del siglo I a.C. recordamos a FilÃ³demo de GÃ¡dara, que, a nuestro parecer constituye el eslabÃ³n de uniÃ³n entre el epicureÃsmo y la napolitanidad. El filÃ³sofo fundÃ³ una sucursal del JardÃn en Herculano, a pocos iklÃ³nletros de NÃ¡poles, y t( davÃa hoy, en la Villa de Calpurnio PisÃ³n, vuelven a 1 luz papiros con sus mÃ¡ximas. Filodemo enseÃ±aba y e: cribÃa en griego, por lo que sÃ³lo podÃa ser comprendiÃ³ por un restringido cÃrculo de intelectuales. A continuaciÃ³n presentamos dos de sus textos mÃ¡s significativos:Â«Â¿QuÃ© es lo que mÃ¡s destruye la amistad sobre 1atierra? El oficio de la polÃtica. Observad la envidia que >experimentan los polÃticos ante quienes intentan sobresalir, la rivalidad que forzosamente nace entre los competidores, la lucha por la conquista deÂ¡ poder y la de- liberada organizaciÃ³n de guerras, que sacuden no sÃ³lo al individuo sino a poblaciones enteras.Â»"Â«Los filÃ³sofos de nuestra escuela sienten por la justicia, por la bondad, la belleza y las virtudes en general, las mismas inclinaciones que los hombres comunes, pero, a diferencia de Ã©stos, nuestros ideales no se fundan en bases emotivas, sino en bases meditadas.Â»' El primer intento de difundir el epicureÃsmo en Roma fracasÃ³ estrepitosamente: en 155 a.C. llegaron de Grecia dos seguidores del JardÃn, unos tales Alceo y Filisco, y fueron expulsados de mal modo en cuanto abrieron la boca. El hecho no debe sorprendernos demasiado: los antiguos romanos, en aquella Ã©poca, eran en su mayorÃa jÃ³venes sanos y robustos, pero no tenÃan una tradiciÃ³n cultural que les consintiera apreciar los matices de la filosofÃa griega. Explicar a un civis romanos del siglo II a.C. quÃ© era el ser, es como hacer entender hoy a Rambo quÃ© es el budismo Zen. Sin embargo, insistiendo una y otra vez, el epicureÃsmo consiguiÃ³ desembarcar tambiÃ©n en Italia: alrededor del 50 a.C. algunos estudiosos de nombres extraÃ±os, Amafinio, Rabirlo, Catio y Safeio, tradujeron las mÃ¡ximas epicÃºreas en lengua latina y obtuvieron un gran Ã©xito editorial. A ellos se agregaron, con la fascinaciÃ³n de sus versos, los poetas Lucrecio y Horacio. Este Ãºltimo, en las EpÃstolas, confesÃ³ cÃ¡ndidamente ser un Epicuri de grege porcus, un cerdo de la piara de Epicuro, contribuyendo en no poca medida al equÃvoco del que hablÃ¡bamos antes." No se ha salvado ninguno de los textos de los pri- meros traductores, pero por CicerÃ³n sabemos que se trataba de verdaderos best sellers. Â«Cuando aparecieron los libros de Amafinio - escribe CicerÃ³n - la gente quedÃ³ impresionada. Yo. personalmente, me he negado siempre a leerlos, porque, desde el momento mismo en que habÃan invadido Italia, comprendÃ que no podÃan ser obras de cultura.Â» No hay por quÃ© asombrarse: aÃºn hoy muchos crÃticos piensan como CicerÃ³n. A la pregunta. Â«Â¿Has leÃdo a Z?Â», a menudo responden: Â«No, Â¡y no me gusta!Â» Por otra parte, pongÃ¡monos en su lugar: si son personas verdaderamente buenas en su oficio, se encuentran hasta tal punto atareadas que no encuentran tiempo para leer, y, como mucho, pueden permitirse sÃ³lo una rÃ¡pida hojeada aquÃ y allÃ¡. AsÃ pues, un juicio sumario, incluso acaso por lo que se ha oÃdo decir, es mejor que el riesgo de perder el tiempo con un libro que pueda resultar pura basura. De cuando en cuando alguno lo admite sin pudor. En Inglaterra hubo un crÃtico que cierta vez declarÃ³: Â«No leo nunca un libro antes de reseÃ±arlo, para no dejarme influir.Â» No se perdiÃ³ la obra maestra de Lucrecio, el De Rerum Natura , aun cuando debe de haber corrido algÃºn pequeÃ±o riesgo en tal sentido. Efectivamente, el poema, aun cuando apreciado en la Ã©poca imperial, desapareciÃ³ de la circulaciÃ³n inmediatamente despuÃ©s de la conversiÃ³n de Constantino al cristianismo, seÃ±al de que no habÃa de ser muy amado por las altas jerarquÃas de la nueva religiÃ³n. ReapareciÃ³ sÃ³lo en 1417 gracias a un humanista, Poggio Bracciolmi, que encontrÃ³ una copia semienterrada en un monasterio de Suiza. La importancia del De rerum natura es enorme: en realidad, es la Ãºnica obra que expone de modo completo la teorÃa atomÃstica de Epicuro. Alguien podrÃa preguntarse si es posible explicar una filosofÃa en versos. Lo es: basta con usar como tÃ©rminos de comparaciÃ³n los innumerables ejemplos que ofrece la naturaleza. AsÃ es como Lucrecio explica el movimiento de los Ã¡tomos, incluso en aquellos cuerpos que aparentemente parecen estÃ¡ticos: un rebaÃ±o, visto de lejos, desde la cima de un monte, parece una mancha blanca inmÃ³vil; visto de cerca, en cambio, pace pastos alegres por dondequiera que la hierba lo invita, resplandeciente de rocÃo, y corren los corderos saciados de plÃ¡cidos juegos. Es cierto que en latÃn la fascinaciÃ³n de su estilo es mayor: no hay relaciÃ³n posible entre Â«visto de lejos parece una maraÃ±a confusaÂ» y Â«longe confusa videnturÂ»; de todos modos, sea latÃn o la lengua moderna que sea, es siempre agradable ver a poesÃa y filosofÃa caminar del brazo como dos antiguas compaÃ±eras de escuela. A veces Lucrecio nos deja un tanto perplejos. AsÃ da comienzo el segundo libro del De rerum natura: Es bello, cuando en el mar se encuentran los vientos y la sombrÃa vastedad de las aguas se turba... y uno piensa: Â«Â¡QuÃ© capaz es Lucrecio, quÃ© sensibilidad poÃ©tica!Â» DespuÃ©s lee: ...mirar desde la tierra un naufragio lejano y alegrarse del espectÃ¡culo de la ruina ajena. Â¡Â¿Pero cÃ³mo: es bello asistir a un naufragio?! No, Lucrecio no es un sÃ¡dico. Habla asÃ para hacernos comprender que en la vida siempre es preciso mirar a los que estÃ¡n peor que nosotros, para apreciar mejor los bienes que ya poseemos. Y en aquellos tiempos se veÃan muchÃsimas atrocidades: es suficiente recordar la guerra civil y la insurrecciÃ³n a cuyo frente se puso Espartaco, que terminÃ³ con el espectÃ¡culo final de seis mil esclavos crucificados a lo largo de la VÃa Apia. Pese a su sabidurÃa, Lucrecio acabÃ³ mal sus dÃas: una mujer perversa, improba foemina, lo indujo a beber un filtro amoroso, debido al cual, enloquecido de celos, se suicidÃ³; cuando sÃ³lo contaba cuarenta y cuatro aÃ±os, arrojÃ¡ndose sobre una espada. Epicuro no lo habrÃa justificado. ELOGIO DE EPICURO Cuando la vida humana yacÃa vergonzosamente en tierra a la vista de todos, oprimida por el peso de la religiÃ³n, que desde las regiones del cielo asomaba su cabeza, amenazando desde lo alto a los mortales con su horrible aspecto, fue un griego el primer mortal que se atreviÃ³ a elevar contra ella sus ojos y el primero en enfrentarse a ella.Al cual no le detuvo ni cuanto se dice de los dioses ni los rayos ni el cielo en su amenazante rugido,sino, que mÃ¡s aÃºn, estimula el vivo valor de su Ã¡nimo para desear hacer saltar el primero los apretados cerrojos de las puertas de la naturaleza. Y asÃ la vÃvida fuerza de su Ã¡nimo venciÃ³ y avanzÃ³ lejos, mÃ¡s allÃ¡ de los llameantes muros del mundo, y recorriÃ³ con su mente y su Ã¡nimo el Todo inmenso,de donde, vencedor, nos trae lo que puede y lo que no puede nacer, en quÃ© medida, por fin, tiene cada cosa limitado su poder y fijado profundamente el mojÃ³n. Por lo que la religiÃ³n es aplastada de nuevo por nuestros pies y la victoria nos iguala al cielo. (LUCRECIO: De rerum natura. I. 62-79.)
Mira també: http://barcelona.indymedia.org/newswire/display/203182/index.php
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Comentaris

Re: Todo bien y todo mal están en la sensación, y la muerte solo es pérdida de la sensación.
per Mika Waltari	19 set 2005
â��Porque yo, SinuhÃ©, soy un hombre y como tal he vivido en todos los que han existido antes que yo y vivirÃ© en todos los que existan despuÃ©s de mÃ. VivirÃ© en las risas y en las lÃ¡grimas de los hombres, en sus pesares y sus temores, en su bondad y su maldad, en su debilidad y su fuerza. Como hombre, vivirÃ© eternamente en el hombre y por esta razÃ³n no necesito ofrendas sobre mi tumba ni inmortalidad para mi nombre. He aquÃ lo que ha escrito SinuhÃ©, el egipcio, que viviÃ³ solitario todos los dÃas de su vidaâ�?.

has probado el beso dulce de la muerte ?
per cadaver	19 set 2005
igual no es como te imaginas (no te puedes imaginar como es)

Más allá de Todo bien y todo mal
per dionisos	19 set 2005
Bueno, se agradece la lección de filosofía, sobretodo por lo necesario de refrescar nuestras agotadas conciencias. Aun así, no te duermas, compañero, queda mucho por andar, no creas saber aún lo que tan solo has vislumbrado.

particula como choque de ondas
per epicureo	20 nov 2005
Una onda es una perturbaciÃ³n que se propaga. Las ondas materiales (todas menos las electromagnÃ©ticas) requieren un medio elÃ¡stico para propagarse. El medio elÃ¡stico se deforma y recupera vibrando al paso de la onda. La perturbaciÃ³n comunica una agitaciÃ³n a la primera partÃcula del medio en que impacta-este es el foco de las ondas- y en esa partÃcula se inicia la onda. La perturbaciÃ³n se transmite en todas las direcciones por las que se extiende el medio con una velociadad constante (si el medio es isÃ³tropo) y todas las particulas del medio son alcanzadas con un cierto retraso respecto a la primera y se ponen a vibrar. -(Recuerda la ola de los espectadores en un estadio de futbol)-. Puedes detener la onda pulsando sobre ella La onda es la foto instantÃ¡nea de la perturbaciÃ³n propagÃ¡ndose. Curiosamente la representaciones de las distancias de separaciÃ³n de la posiciÃ³n de equilibrio de las partÃculas al vibrar, frente al tiempo, dan una funciÃ³n matemÃ¡tica seno la cual, representada, tiene forma de onda. Podemos predecir la posiciÃ³n de dichas partÃculas aplicando esta funciÃ³n matemÃ¡tica. Es un movimieno vibratorio armÃ³nico simple. Una onda transporta energÃa pero no transporte materia: las partÃculas vibran alrededor de la posiciÃ³n de equilibrio pero no viajan con la perturbaciÃ³n.Veamos un ejemplo. La onda que transmite un lÃ¡tigo lleva una energÃa que se descarga en su punta al golpea. Las partÃculas del lÃ¡tigo vibran, pero no se desplazan con la onda. Las partÃculas perturbadas por la onda sufren unas fuerzas variables en direcciÃ³n e intensidad que les produce una aceleraciÃ³n variable. PULSO y TREN DE ONDAS El movimiento de cualquier objeto material puede ser considerado como una fuente de ondas. Al moverse perturba el medio que lo rodea y esta perturbaciÃ³n, al propagarse, puede originar un pulso o un tren de ondas. Un impulso Ãºnico, una vibraciÃ³n Ãºnica en el extremo de una cuerda, al propagarse por la cuerda da un tipo de onda llamada pulso. Si las vibraciones del extremo se suceden de forma continuada se forma un tren de ondas que se desplazarÃ¡ a lo largo de la cuerda. IV. 1. INTRODUCCIÃ�N VOLVAMOS ahora al viejo problema de la naturaleza de la luz. En el capÃtulo II vimos cÃ³mo, hasta el siglo XVIII, la luz era vista por unos como un haz de partÃculas y por otros como un fenÃ³meno ondulatorio y cÃ³mo, durante el siglo pasado, la interpretaciÃ³n ondulatoria de la luz dominÃ³, quedando sÃ³lo un par de fenÃ³menos sin explicar con base en ese modelo. La soluciÃ³n a los problemas que revisaremos a continuaciÃ³n fue tan desconcertante como reveladora: la luz estÃ¡ compuesta por paquetes de onda. Estas ondas-partÃcula se denominan fotones, y son las mensajeras del campo electromagnÃ©tico. No poseen masa y su velocidad impone un lÃmite al que ninguna partÃcula material puede viajar. En este capÃtulo se describe la evoluciÃ³n de las ideas y los experimentos que llevaron a tan original conclusiÃ³n. IV.2. EL ORIGEN DE LA LUZ El Ã©xito de la teorÃa de Maxwell reforzÃ³ la idea de que la luz, tal como lo sospechÃ³ Faraday, es producida por vibraciones elÃ©ctricas dentro del cuerpo emisor. En 1896 Pieter Zeeman, de la Universidad de Leyden, utilizÃ³ una finÃsima malla de difracciÃ³n reciÃ©n desarrollada por Rowland en la Universidad Johns Hopkins para repetir el experimento propuesto por Faraday sobre posibles efectos ante la acciÃ³n de un campo magnÃ©tico en el espectro de emisiÃ³n del sodio.6 Zeeman observÃ³ un ensanchamiento en las lÃneas espectrales tan pronto encendÃa su electroiman Tal ensanchamiento, indicÃ³, es proporcional a la intensidad del campo magnÃ©tico. Su profesor y colega, Hendrik Antoon Lorentz, propuso una explicaciÃ³n teÃ³rica para tal efecto. SegÃºn Lorentz, la radiaciÃ³n es emitida por cargas que vibran dentro de los Ã¡tomos del cuerpo luminoso. Esta oscilaciÃ³n estarÃa separada en dos componentes, una paralela y una perpendicular al campo magnÃ©tico externo. Ya que sÃ³lo la oscilaciÃ³n perpendicular serÃa sensible al campo, la frecuencia asociada a este movimiento se verÃa ligeramente afectada. Lorentz concluyÃ³ que el efecto deberÃa implicar, no un ensanchamiento, sino la separaciÃ³n de cada lÃnea espectral en tres componentes. La precisiÃ³n del experimento de Zeeman no era lo suficientemente fina como para comprobar una descomposiciÃ³n en tres lÃneas, por lo que tomÃ³ el ensanchamiento observado como una medida de la separaciÃ³n entre las lÃneas extremas, de acuerdo con la predicciÃ³n de Lorentz. Para explicar la magnitud del efecto fue necesario suponer que la relaciÃ³n entre la carga y la masa de la partÃcula oscilante deberÃa ser del orden de 1011 coul/kg. Ã�sta es muy parecida a la obtenida posteriormente por J. J. Thomson, quien usÃ³ los resultados de Zeeman como evidencia para apoyar sus argumentos sobre la existencia del electrÃ³n como un ente independiente dentro del Ã¡tomo. AdemÃ¡s, segÃºn el modelo de Lorentz, la polarizaciÃ³n de la luz 7 asociada a cada lÃnea espectral permitirÃa inferir el signo de la carga elÃ©ctrica del cuerpo oscilante. Zeeman efectuÃ³ estas medidas y comprobÃ³ que, en efecto, se trataba de cargas negativas. Motivado por el Ã©xito obtenido al explicar las observaciones de Zeeman, Lorentz extendiÃ³ la teorÃa de Maxwell al caso de la emisiÃ³n y absorciÃ³n de luz por electrones oscilantes en la materia. SegÃºn este modelo, cuando la luz (ondas electromagnÃ©ticas) penetra la materia, los campos elÃ©ctricos oscilantes inducen oscilaciones en los electrones del medio. La oscilaciÃ³n de estas cargas, a su vez, produce ondas electromagnÃ©ticas secundarias en todas direcciones. Tal descripciÃ³n explica elegantemente el principio de Huygens, la dispersiÃ³n, reflecciÃ³n y otros fenÃ³menos ondulatorios de la luz antes descritos. IV.3. LO QUE MAXWELL NO EXPLICÃ� Hacia fines del siglo XIX era claro que la absorciÃ³n y emisiÃ³n de luz por los cuerpos se debÃa a la interacciÃ³n de la radiaciÃ³n electromagnÃ©tica con los electrones del medio, al hacerlos vibrar. Ya que la teorÃa de Maxwell se refiere a la radiaciÃ³n electromagnÃ©tica en general, y no sÃ³lo a la luz visible, era importante generalizar estas ideas para entender los fenÃ³menos de absorciÃ³n y emisiÃ³n de radiaciÃ³n tÃ©rmica por un medio.8 Por simplicidad, los teÃ³ricos de la Ã©poca consideraban el caso mÃ¡s simple: un cuerpo negro. SegÃºn el modelo ideal, un cuerpo negro es aquel que es capaz de absorber radiaciÃ³n de cualquier frecuencia o color. Se puede simular bien un cuerpo negro, por ejemplo, con un orificio en una esfera. La radiaciÃ³n que incide en tal orificio se refleja mÃºltiples veces en el interior de la esfera, habiendo en cada reflexiÃ³n alguna pÃ©rdida por absorciÃ³n. Si las dimensiones del hoyo son pequeÃ±as comparadas con la superficie de la esfera, la probabilidad de que la radiaciÃ³n reflejada internamente escape en su totalidad por el orificio antes de ser absorbida es, idealmente, cero. La radiaciÃ³n que emerge por el orificio refleja el espectro de emisiÃ³n del propio cuerpo, que es sÃ³lo funciÃ³n de su temperatura. La intensidad de esta radiaciÃ³n puede ser medida como funciÃ³n de la frecuencia, o sea el espectro del cuerpo negro. Mediciones de este estilo ya habÃan sido efectuadas por varios laboratorios en el siglo XIX. En principio, deberÃa ser fÃ¡cil entender la relaciÃ³n observada entre la frecuencia y la intensidad. El cuerpo negro estÃ¡ compuesto de Ã¡tomos que contienen electrones. Al calentar el cuerpo, los electrones vibran y emiten radiaciÃ³n electromagnÃ©tica. Ya que el cuerpo negro absorbe todas las frecuencias con igual probabilidad, y la emisiÃ³n es sÃ³lo el proceso inverso, uno deberÃa esperar que todas las frecuencias fueran emitidas con igual probabilidad. SegÃºn este modelo, la energÃa de una vibraciÃ³n aumenta en una relaciÃ³n proporcional al cuadrado de la frecuencia de la vibraciÃ³n, por lo que una igual probabilidad de emisiÃ³n implica una energÃa que aumenta geomÃ©tricamente con la frecuencia. Los resultados experimentales, sin embargo, indicaban que la intensidad disminuÃa a partir de cierta frecuencia mÃ¡xima, la cual es funciÃ³n de la temperatura del cuerpo. ExistÃa, ademÃ¡s, otro fenÃ³meno asociado a la luz que parecÃa inexplicable con base en la teorÃa de Maxwell. Se trata de un efecto conocido como fotoelÃ©ctrico (vÃ©ase figura 3). En 1887, Heinrich Rudolf Hertz descubriÃ³ que podÃa inducir la descarga elÃ©ctrica entre dos esferas cargadas al iluminar con luz ultravioleta la zona de descarga. Poco despuÃ©s Wilhelm Hallwachs, investigando este efecto, notÃ³ tambiÃ©n que la luz ultravioleta era capaz de descargar placas de cinc cargadas negativamente. Luego se dio cuenta de que este efecto persistÃa en otros metales, incluso si disminuÃa la intensidad de la luz. Sin embargo encontrÃ³ que el efecto desaparecÃa si, en lugar de ultravioleta, utilizaba luz roja o infrarroja aun cuando la intensidad fuera aumentada enormemente. AÃ±os despuÃ©s, al descubrirse el electrÃ³n, quedÃ³ establecido que la descarga de las placas se debÃa a la pÃ©rdida de electrones por acciÃ³n del campo electromagnÃ©tico de la luz incidente. Figura 3. Efecto fotoelÃ©ctrico. Hallwachs descubriÃ³ que la luz es capaz de arrancar electrones de una superficie siempre que su frecuencia supere un cierto umbral (Vo) relacionado con la energÃa que liga a los electrones. SegÃºn la teorÃa electromagnÃ©tica de Maxwell, la energÃa asociada a la luz incidente dependÃa tanto de su frecuencia como de su intensidad. De acuerdo con esto, si bien la luz roja tiene menor frecuencia, al aumentar la intensidad deberÃa vencerse el potencial que ata a los electrones a la superficie. Inversamente, al disminuir la intensidad de la luz ultravioleta, deberÃan disminuir, proporcionalmente, los fotoelectrones. Ambas predicciones contradecÃan las evidencias experimentales de Hertz y Hallwachs. En resumen, la teorÃa electromagnÃ©tica de Maxwell, que habÃa explicado con gran Ã©xito la fenomenologÃa de la luz, parecÃa tropezar ahora con problemas al aplicarse a los fenÃ³menos asociados a la radiaciÃ³n calorÃfica y al efecto fotoelÃ©ctrico. Principia el siglo XX y toca su turno a Max Planck. IV. 4. EL CUANTO DE PLANCK Planck naciÃ³ en Kiel, Alemania, en 1858, en el seno de una familia de abogados. En 1867 los Planck se fueron a vivir a Munich, donde Max iniciÃ³ sus estudios en fÃsica. De ahÃ fue a BerlÃn, donde tuvo como profesores a Kirchhoff y a Helmholtz. En 1879, de vuelta a Munich, recibiÃ³ el doctorado con una tesis sobre termodinÃ¡mica. En Kiel consiguiÃ³ su primer puesto como profesor, en el que permaneciÃ³ hasta 1889 cuando, a la muerte de Kirchhoff, Planck heredÃ³ su plaza en BerlÃn. Hacia 1897 comenzÃ³ a trabajar en el problema de la emisividad del cuerpo negro. Convencido de que la radiaciÃ³n del cuerpo negro no depende de la naturaleza de las paredes sino, tan sÃ³lo, de su temperatura, Planck atacÃ³ el problema imaginando que la absorciÃ³n y emisiÃ³n de radiaciÃ³n se realizaban a travÃ©s de osciladores. AÃ±os antes, en 1893, el alemÃ¡n Wilhelm Wien (Premio Nobel de 1911) habÃa logrado combinar la formulaciÃ³n de Maxwell con las leyes de la termodinÃ¡mica para tratar de explicar la emisividad del cuerpo negro pero, como sabemos, sus predicciones no coincidieron con el experimento. Impresionado por la elegancia del trabajo de Wien, Planck intentÃ³ modificarlo y generalizarlo para ajustar los datos experimentales, usando como truco de cÃ¡lculo una fragmentaciÃ³n de la energÃa transferida por los osciladores en paquetes, cuyo tamaÃ±o pensÃ³ reducir para recuperar la forma continua del flujo de energÃa entre los osciladores. Sin embargo, encontrÃ³ que sÃ³lo se ajustaban los observables experimentales si el tamaÃ±o de sus paquetes permanecÃa finito. Si bien este resultado permitiÃ³ resolver un problema, el de la radiaciÃ³n del cuerpo negro, la verdadera magnitud del significado de los paquetes, los cuantos de Planck, pasÃ³ desapercibida hasta que un modesto empleado de la oficina de patentes en Berna, como se verÃ¡ en seguida, utilizÃ³ el concepto para explicar el efecto fotoelÃ©ctrico. Planck recibiÃ³ el Premio Nobel en 1918 por el trabajo reciÃ©n descrito. IV.5. EINSTEIN Y EL FOTÃ�N Albert Einstein naciÃ³ en Ulm, Alemania, el 14 de marzo de 1879. Seis semanas despuÃ©s, su familia se trasladÃ³ a Munich, donde Albert recibiÃ³ la educaciÃ³n primaria; posteriormente estudiÃ³ en Aarau, Suiza, e ingresÃ³ en 1896 al PolitÃ©cnico de Zurich, para prepararse como maestro de fÃsica y matemÃ¡ticas. En 1901 recibiÃ³ su diploma y se nacionalizÃ³ suizo. Al no encontrar trabajo como maestro, tomÃ³ un puesto como asistente tÃ©cnico en la oficina de patentes de Berna. En 1905 obtuvo su doctorado y publicÃ³ tres trabajos que pasarÃan a ser considerados entre los mÃ¡s importantes en la fÃsica de nuestro siglo. En marzo de 1905, Einstein publicÃ³ el artÃculo que nos concierne aquÃ, y que fue considerado por el ComitÃ© Nobel como el principal motivo para otorgarle el premio en 1921. En Ã©l explica sus ideas sobre la generaciÃ³n y la transformaciÃ³n de la luz, y aplica su modelo a la descripciÃ³n del efecto fotoelÃ©ctrico. La idea de Einstein utiliza el resultado de Planck sobre la aparente emisiÃ³n de energÃa de un cuerpo negro en forma de paquetes; sin embargo, Einstein propone que la cuantizaciÃ³n es una propiedad intrÃnseca de la luz y no de los osciladores como habÃa pensado Planck. En este nuevo modelo, la luz es una onda electromagnÃ©tica, tal como lo propuso Maxwell, sÃ³lo que en lugar de tratarse de una onda continua se encuentra modulada en paquetes de energÃa. Esto implica una dualidad de caracterÃsticas pues, a pesar de ser una onda, al estar localizada en el espacio y poseer una energÃa definida, presenta caracterÃsticas similares a las de las partÃculas. IV.6. PARTÃ?CULAS Y ONDAS El proponer que, tal como la materia, la energÃa tambiÃ©n se encuentra atomizada, fue una idea genial que trajo consigo el desarrollo de la mecÃ¡nica cuÃ¡ntica. Las predicciones de Einstein sobre el efecto fotoelÃ©ctrico fueron verificadas con precisiÃ³n por Millikan en 1914-1916. Sin embargo, habÃa una diferencia entre cuantos de energÃa y las partÃculas, pues estas Ãºltimas tambiÃ©n se caracterizan por un Ãmpetu lineal. La posibilidad de asignar Ãmpetu a los cuantos no puede ser asociada a un solo autor o a un solo trabajo, si bien hacia 1916 el propio Einstein ya se referÃa a los cuantos en este sentido. Tuvieron que pasar varios aÃ±os antes que esta hipÃ³tesis pudiera ser comprobada. Los primeros experimentos fueron realizados por el norteamericano Arthur Holly Compton (Premio Nobel 1927) y consistÃan en estudiar la dispersiÃ³n de rayos X por electrones. Las observaciones de Compton confirmaron que al chocar un cuanto de luz con un electrÃ³n, Ã©stos dividen su energÃa y su Ãmpetu de acuerdo con la cinemÃ¡tica que se esperarÃa del choque entre dos partÃculas. En octubre de 1926, Gibert Newton Lewis, en un artÃculo en la revista inglesa Nature, se refiriÃ³ por primera vez a los cuantos de energÃa como fotones, lo que implicaba la aceptaciÃ³n del cuanto de luz en el campo de las partÃculas elementales. ParadÃ³jicamente, al tiempo que se consolidaba el concepto del fotÃ³n como una partÃcula, el concepto de materia, y por tanto el de partÃcula, perdiÃ³ el sentido determinista que hasta entonces se le asociaba. En 1924 el prÃncipe francÃ©s Louis Victor de Broglie propuso una teorÃa sobre el electrÃ³n, que posteriormente fue generalizada para el resto de las partÃculas, en la cual se consideraba al electrÃ³n como un paquete de onda, similar al fotÃ³n, pero con masa. La teorÃa de De Broglie, que le mereciÃ³ el Premio Nobel en 1929, fue comprobada con Ã©xito tres aÃ±os despuÃ©s por Clinton Davisson y Lester Germer al observar la difracciÃ³n de electrones a travÃ©s de un cristal. Desde entonces, onda y partÃcula, energÃa y materia, se confunden, y el paso de una a la otra se rige por las leyes de la relatividad y la mecÃ¡nica cuÃ¡ntica. IV.7. RESUMEN Una vez establecida la naturaleza ondulatoria de la luz, el descubrimiento del electrÃ³n permitiÃ³ postular que la luz se producÃa como consecuencia de oscilaciones electrÃ³nicas en el Ã¡tomo (secciÃ³n IV.2). Sin embargo, el resultado de ciertos experimentos tendientes a establecer la relaciÃ³n entre luz y radiaciÃ³n tÃ©rmica no pudo ser explicado con la cÃ©lebre teorÃa de Maxwell (secciÃ³n IV.3). La cuantizaciÃ³n de la energÃa fue propuesta a principios de siglo XX por Planck como posible soluciÃ³n a uno de estos problemas (secciÃ³n IV.4). Einstein utilizÃ³ esta idea para explicar otros efectos (secciÃ³n IV.5). La divisiÃ³n entre ondas y partÃculas desaparece en la dÃ©cada de 1920 cuando Compton demuestra que los fotones no sÃ³lo son absorbidos, sino que pueden ser dispersados como partÃculas, mientras que De Broglie descubre que las partÃculas materiales tambiÃ©n se comportan como ondas (secciÃ³n IV.6).

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