Las y los abajo firmantes tenemos en común la viva esperanza en el proceso de transformación democrática de la sociedad brasileña, aliada a un sano escepticismo con relación a la democracia representativa. Escepticismo que se basa en considerar que sus ritos y sus mentiras funcionan ancladas en la limitación de la propia democracia. Y porque consideramos también que no existe democracia sin sujetos y movimientos capaces de renovar y materializar diariamente sus bases constituyentes.
La democracia representativa es parte determinante de la corrupción de la propia democracia. Por eso nuestra relación con el candidato Lula y con el Presidente Lula nunca estuvo (y sigue no siéndolo) marcada por la ilusión, ni tampoco por la desilusión.
Nunca consideramos que el candidato Lula (y menos aún su partido, el PT) fuera el ángel redentor capaz de resolver todos los “problemasâ€?. Al contrario: siempre supimos que la conquista del poder implicaba en homologar prácticas de gobernabilidad viciadas. Esto no justifica nada, es tan sólo una constatación. Pero, ¿podrÃa ser de otra manera? Quizás, pero las correcciones necesarias del sistema democrático no pasan por la desestabilización de este gobierno. Por estas mismas razones, nunca consideramos que el gobierno Lula y sus opciones en términos de polÃtica económica fueran una traición (de la ilusión). Entendemos que se trata de la polÃtica de un gobierno de coalición, sostenido por un sistema representativo inserto en una sociedad marcada, por un lado, por los rompecabezas de las obligaciones externas, y por el otro, por una estructura social profundamente desigual, donde la concentración de la renta y la estructura socioeconómica jerarquizada se mezclan y se alimentan recÃprocamente.
Al mismo tiempo, si el gobierno Lula debÃa y debe ser considerado como un gobierno “cualquieraâ€?, ¡eso no significa que este gobierno sea igual que los demás!
Que Lula y el PT hayan tenido que “encuadrarseâ€? para “llegarâ€? no significa que el gobierno de Lula sea más de lo mismo, repetido desde hace siglos por la derecha y por las elites. ¡El gobierno de Lula es el gobierno más democrático de nuestro paÃs! No es democrático porque se haya encuadrado, ni tampoco por “respetarâ€? a las instituciones representativas, y menos aún por la moderación de su polÃtica económica. Es democrático porque, pese a todas las concesiones y a sus graves errores, constituye la expresión de la multitud de los "sin derechos" que construyeron este paÃs maravillosamente creativo y terriblemente desigual.
Hay un simbolismo plagado de contenido material en la composición social de este gobierno. Este simbolismo, está lejos de reducirse a la figura del obrero migrante nordestino y semianalfabeto. Con Lula y el PT, por primera vez el gobierno no se ha visto reducido a los meros arreglos internos de las elites. Pese a que los avances no han sido tan profundos como deseábamos (y seguimos deseando), el gobierno se ornó con la multitud de colores que constituye el Brasil de los sin derechos: los migrantes, los obreros, los sindicalistas, los militantes negros y los docentes del sector público.
Hay también un contenido plagado de simbolismo en la práctica del gobierno, que está lejos de reducirse a la polÃtica económica y que contempla la potente definición (aun cuando la misma sea confusa) de un nuevo marco de polÃticas sociales constitutivas de derechos. El actual gobierno ha venido afrontando de hecho el reto de la distribución de la renta y de la lucha contra todas las formas de exclusión, adoptando polÃticas sociales que, por primera vez, van más allá de la mera retórica. Algunas de estas polÃticas, algunas de las cuales están todavÃa en vÃas de implementarse, comprenden la Reforma Universitaria, el programa Prouni, la polÃtica afirmativa contra el racismo, el Fundeb, el Beca Familia, la Ancine-Ancinav, la preocupación con el fin de la sequÃa endémica y su industria polÃtica, la autosuficiencia en la extracción de petróleo, la polÃtica de investigación en Ciencia y TecnologÃa, la polÃtica de patentes, las reformas microeconómicas para multiplicar las condiciones de acceso por parte de los informales y los “pobresâ€?al crédito y a la regularización de la situación de empresas que engordan el caldo de la economÃa informal en Brasil, entre otras. Sigue siendo fundamental añadir a las polÃticas sociales la adopción de una nueva comprensión de la polÃtica internacional, basada en la gestión de la interdependencia global, con una visión inclusiva de la globalización y el acercamiento a paÃses que están fuera del archipiélago de la prosperidad.
La campaña desestabilizadora desencadenada a partir del uso polÃtico hipócrita y moralista del escándalo en la estatal Correios y las declaraciones del nuevo portavoz de la clase polÃtica –el imitador de cantantes Roberto Jefferson– constituye una amenaza golpista, arrivista o sencillamente conservadora (el calificativo poco importa), para el sÃmbolo y el contenido de este gobierno y del Presidente Lula.
Esta campaña ha de ser derrotada por una gran movilización democrática, en sus más diversas formas de expresión social, intelectual y polÃtica.
El detonante de la crisis habrÃa tenido su origen en el ámbito de las inevitables y violentas contradicciones internas del propio pragmatismo polÃtico del gobierno y sus alianzas. En este sentido, el diputado Roberto Jefferson es una causa y un efecto. El pragmatismo del antiguo campo "mayoritario" del PT no inventó a Jefferson, pero no supo evaluar el verdadero “costeâ€? de este tipo de alianzas. Como consecuencia de ello, la elite económica y la derecha social y polÃtica están celebrando cÃnicamente el hecho de que el PT y Lula hayan caÃdo en la trampa de la “continuidadâ€?. Contra los “usurpadoresâ€?, siempre se ha usado el arma del miedo.
Con todo, la verdadera crisis es otra. Es la crisis de la representación y de su modo básico de funcionamiento a través de la inversión del propio proceso de legitimación democrática: unos pocos “representantesâ€?, elegidos mediante el voto de “todosâ€?, terminan definiendo (es decir, terminan “gobernandoâ€?) las condiciones de expresión de “todosâ€? (los “gobernadosâ€?). El propio mecanismo de la representación corrompe el poder de “todosâ€?, reduciéndolo en poder de “algunosâ€?. Esto no significa que consideremos que todos los polÃticos sean corruptos. Por el contrario, se trata de sostener que una lucha no hipócrita (no moralista) contra la corrupción no pasa por el respeto al “decoroâ€? de la representación, sino por el refuerzo de los lazos no representativos entre gobernantes y gobernados, mucho más allá de los ritos (y de los vicios) electorales. El Presupuesto Participativo y el Portal de la Transparencia son experiencias concretas –si bien que bastante limitadas aún– que apuntan en tal sentido. Contra el autoritarismo de los grandes grupos de prensa, por la radicalización democrática. Al gobierno de Lula (y al partido que lo sostiene) deberÃa interesarle no sólo la moralización de las prácticas de gobierno, sino también la transformación de sus principios de gestión. La defensa del gobierno de Lula no es la defensa de prácticas condenables generadas por el uso del Estado como un aparato, sino la creencia de que cualquier transformación ética de la polÃtica brasileña pasa por la radicalización democrática. Éste es el único camino –precisamente porque es por definición múltiple y abierto– para la recomposición de los medios y los fines, momento en el cual la virtud se yergue contra la fortuna, contra el azar, contra el pasado, contra todo lo establecido.
Prácticamente todos los grandes grupos de la prensa está linchando al PT, al Gobierno y al Presidente. Hay una lógica revanchista perversa que dice que este gobierno merece la condena por sus prácticas abusivas desde cuando estaba en la oposición. La crÃtica a las antiguas prácticas de oposición de un paÃs recién salido de una dictadura es más importante que la propia estabilidad de un gobierno elegido por el voto de más de 50 millones de brasileños. ¿Hay algo más autoritario que esa increÃble falta de pluralismo de los medios de comunicación?
Cuando los sindicatos y los movimientos sociales manifiestan sus inquietudes ante esta campaña polÃtica insólita y autoritaria, se recurre inmediatamente a lo que serÃa el “fantasmaâ€? de la “venezuelizaciónâ€?, entendiendo por tal un giro “autoritarioâ€? del Gobierno. Como consecuencia de ello, los abanderados de la moralización de la democracia condenan cualquier iniciativa de movilización democrática no representativa. Para ellos, la Venezuela de los “sin derechosâ€? constituye una amenaza.
Por el contrario, la perspectiva ética pasa por la proliferación de un espacio democrático y plural basado en el disenso y en la dinámica de los movimientos. Solamente asà veremos surgir una alternativa concreta (y múltiple) a las soluciones populistas y autoritarias de siempre.
El camino de la refundación democrática pasa por las relaciones posibles, abiertas, conflictuales –dinámicas y esencialmente múltiples– que en la actualidad pueden constituirse entre este gobierno y los movimientos sociales (que en ocasiones el propio Gobierno se vio tentado a usar, neutralizar, o hasta a cooptar).
Éste es el único terreno ético posible, a partir del cual se puede evaluar al Gobierno desde el punto de vista de la ampliación (y no de la regresión) del proceso democrático.
En tal sentido, esta crisis puede tener en la izquierda brasileña un efecto positivo y liberador. Una vez barridas ciertas prácticas polÃtico-partidarias y sus respectivos supuestos ideológicos, podrÃa reabrirse el campo de la imaginación polÃtica y subjetiva, que este gobierno hasta el momento no ha sabido reinventar. Pero, para esto, por supuesto, es necesario que el desenlace de este proceso no sea regresivo. De cara a este grave riesgo, debemos buscar fortalecer las potencias legÃtimas de transformación, es decir, de radicalización de la democracia. Traducción: Damian Kraus Puedes firmar este manifiesto en la siguiente página (hacer click). |