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Notícies :: antifeixisme
El capital apuesta por nuevos fascismos en Europa
per Jano Magaledro	29 jun 2005
Utilizando todas las vías "emocionales" posibles, el capital, ávido de acrecentar su tasa de ganancia, va sembrando las semillas para nuevos fascismos en Europa: véase la reseña de la "conmemoración" de la batalla de Trafalgar en el periódico ultraburgués La Vanguardia
El espíritu de Trafalgar La conmemoración del 200.º aniversario de la batalla naval rememora en tono festivo la histórica rivalidad entre Francia y Gran Bretaña RAFAEL RAMOS - 29/06/2005 Londres. Corresponsal Hay cosas que no cambian nunca, como por ejemplo la rivalidad anglofrancesa. Hace doscientos años los protagonistas eran el almirante Horacio Nelson y Napoleón Bonaparte, hoy se llaman Tony Blair y Jacques Chirac. Aunque el hecho de que no se disparen cañonazos, ni se tiren las respectivas flotas a la cabeza es, según se mire, una pequeña señal de civilización... England versus France es el auténtico derby de la política internacional, el equivalente de un Barça-Madrid o un Boca Juniors-River Plate en el plano más mundano (pero no menos trascendental) del fútbol. Sajones contra normandos, la tricolor contra la Union Jack, la gran potencia marítima contra el alma continental europea, la flexibilidad económica contra la tradición sindical, la flema contra la grandeur, el espíritu de la Bastilla contra la tradición victoriana, la tercera vía contra la moribunda Quinta República... El bicentenario de la batalla de Trafalgar, donde el almirante Nelson perdió la vida, España buena parte de su flota y Francia las pretensiones de conquistar Inglaterra, se celebró ayer en el estrecho de Solent con ciento sesenta siete barcos de treinta y seis países, y sobre todo un considerable sentido del fair play. Una especie de obra de teatro naval reconstruyó el épico acontecimiento en las aguas que separan el puerto de Portsmouth de la isla de Wight, con la reina Isabel de maestra de ceremonias sobre el puente del rompehielos Endurance, una escolta de miles de yates y veleros, y un cuarto de millón de espectadores que seguían la acción en un parque a través de pantallas gigantes de televisión. Los muertos, además, eran de mentira. Una de las grandes batallas en la historia de la humanidad no podía estar sin embargo exenta de tormentas, por mucho que hayan pasado dos siglos y los tres grandes protagonistas -el Reino Unido, Francia y España- vayan de la mano (o no tanto) en la Unión Europea. El tiempo se nubló por la tarde y los relámpagos aparecieron en el horizonte, con la misma electricidad que generan Chirac y Blair cada vez que se estrechan la mano o cruzan acusaciones sobre la razón de ser del cheque británico y los subsidios agrícolas. La rivalidad política entre Francia e Inglaterra no ha mermado. Pero algo ha mejorado el mundo cuando las grandes potencias europeas no dilucidan sus diferencias a golpe de cañón sobre veleros bergantines, sino que participan amistosamente -aunque la procesión vaya por dentro- en uno de los mayores desfiles navales de la historia. La auténtica rebelión salió del transatlántico Queen Elizabeth 2, cuyos pasajeros habían pagado hasta cinco mil euros por estar en el meollo de la reconstrucción de la batalla, y tuvieron que seguirla con prismáticos a tres millas náuticas de distancia. Cómo sumarse al festejo de un acontecimiento que cambió el mapa y el destino de Europa fue objeto de un gran debate político en París y Madrid, pero ambas capitales optaron por la deportividad y estuvieron de acuerdo con el barón de Coubertin en que lo importante no es ganar, sino participar. Los franceses enviaron seis buques de guerra -incluido el portaaviones con nombre tan ilustre como Charles de Gaulle, que en su día dijo non a la entrada británica en Europa-, y los españoles contribuyeron con el portaaeronaves Príncipe de Asturias y la fragata Blas de Leza. El desenlace de la reconstrucción teatral de las hostilidades estaba sin embargo previsto, aunque los barcos no llevasen nombre para no herir sensibilidades y los mortales enemigos fueran tan sólo actores pintados de rojo y azul. Fue como una gran jornada de picnic, con hamacas, champán, fresas con nata, que acabó al atardecer con fuegos artificiales, la destrucción de la armada y la muerte de Nelson a bordo del Grand Turk.Todo muy amistoso y folklórico, pero un simple entremés de las grandes pugnas que se avecinan entre Chirac y Blair, herederos según se mire de Napoleón y Guillermo IV, de Trafalgar y la guerra de los Cien Años. Londres y París se disputan los Juegos Olímpicos, Inglaterra y Francia quieren imponer su modelo social en Europa. Los cañones modernos no tienen pólvora, pero la gran batalla política del siglo XXI no ha hecho más que empezar. Hay cosas que nunca cambian...
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