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Notícies :: guerra |
El horror de la Segunda Guerra Mundial
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per ew |
15 mai 2005
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Ni olvido, ni perdón |
En nuestra familia, se conserva un pequeño librillo desde los tiempos de la guerra. Se puede guardar en el bolsillo de la camisa, junto al corazón. Libros como este, de la serie “Biblioteca del soldado del ejército rojoâ€?, eran los que llevaban los combatientes de la Gran Guerra Patria. La primera y última página no se conservaron. Posiblemente, este desgarrador texto, saliese de la pluma de Ilya Erenburg, o puede que lo escribiese otro publicista. Lo principal era que la crónica estaba escrita con sangre y golpeaba el corazón de miles de soldados. Hoy muchos, especialmente en Europa Occidental, no acaban de hacerse una idea de los horrores de la 2ª Guerra Mundial. Acostumbrados a esconder la cabeza en la arena, dicen para calmar los nervios: “Horroresâ€?, tampoco fue para tanto, no es más que propaganda, no pudo ocurrir algo asÃ. Esto es algo sobre lo que volveremos otro dÃa, pero de momento lean, lean si es que pueden leer hasta el final.
…Rodeado de amor y atenciones, crecÃa el niño soviético, educándose para un nuevo dÃa, todavÃa más hermoso y luminoso. Pero llegó el enemigo. Un delincuente sanguinario, que no se detenÃa ante nada. Y ahogó en sangre y redujo a cenizas la feliz infancia del niño soviético. No fue un guerrero belicoso, armado, dispuesto a combatir a otro enemigo armado, el que atacó nuestro paÃs. En nuestro paÃs se adentró una fiera salvaje y rabiosa, sedienta de sangre, un monstruo, un violador, un asesino de niños.
En la interminable historia de atrocidades cometidas por los alemanes durante la ocupación de las regiones rusas, las más tenebrosas son las páginas que relatan las torturas a los niños soviéticos. Es algo que quedará para siempre en la memoria del pueblo soviético.
El aviador alemán, no veÃa desde su avión ni almacenes militares, ni puntos estratégicos, ni tropas en movimiento. Le era indiferente, solo estaba ansioso de matar, de sembrar el pánico y la desesperación. El piloto, veÃa perfectamente quien se agolpaba en las estaciones esperando poder subir a un tren. VeÃa a mujeres y niños, huyendo del frente hacia el interior del paÃs. El piloto dirigÃa hacia ellos la mira de su metralleta. El traqueteo mortÃfero de las balas se derramaba sobre las mujeres, que intentaban proteger a sus niños, sobre los aterrorizados pequeños, que se aferraban al pecho de sus madres. El piloto apuntaba a las cabezas de los niños, sembrando la muerte entre ellos. Apretaba la palanca, y la bomba caÃa sobre los vagones donde se apiñaban las mujeres y los niños. El piloto buscaba entre los caminos a su victima. Volaba muy, muy bajo, descargando su metralla sobre los que huÃan por los caminos. En la carretera, en los senderos, de las afueras de Lutskoi, de Kiev, de Smolensk, caÃan niños, niños que huÃan de sus aldeas natales, intentando ponerse a salvo de las bombas. Niños que morÃan en los caminos de Ucrania, de Bielorrusia, de Rusia, hechos pedazos por las bombas, atravesados por las ráfagas de metralleta. Pero esto no era más que el preludio. Las hordas de asesinos que habÃan entrado en tierra soviética, iban pronto a demostrar su rostro más desalmado, en toda su amplitud.
Al ocupar las aldeas, los fascistas expulsaban de sus Jatas (casas de campesinos en Ucrania. N de la T.) a los habitantes. Las mujeres con sus niños eran obligados a salir a la nieve con un frÃo de 30 bajo cero. No se les permitÃa coger ni ropa de abrigo, ni comida. No ayudaban las súplicas ni las lágrimas. La respuesta era siempre una: “¡Marcharos fuera de aquÃ!â€?. PodÃa ser peor: un tiro en el pecho.
Por la nieve iban las gentes sin casa, con los niños en brazos. ¿Dónde ir, dónde refugiarse? En las Jatas, se acomodaban los alemanes. Mataban a las vacas, se preparaban la comida. En la intemperie andaban las mujeres con los niños, avanzando sin rumbo, donde la vista alcanzase. Los lactantes morÃan en brazos de sus madres, muertos caÃan y los pequeños que corrÃan junto a ellas. No habÃa fuerzas para cavar las tumbas en la tierra congelada. No podÃan cavar con sus uñas ni derretir la nieve con sus más amargas lágrimas. La nieve cubrÃa los pequeños cadáveres, que miraban al frÃo cielo, con los ojos bien abiertos, con los ojos llenos de asombro infantil. En los caminos de Ucrania, Bielorrusia, Rusia, en todas partes donde consiguieron penetrar los ocupantes, crecÃan a lo largo de caminos y senderos, pequeños montÃculos: las tumbas de los niños.
Los alemanes requisaban las Jatas, la ropa, la comida. Decenas de miles de personas en Ucrania, Bielorrusia y las regiones occidentales rusas, fueron condenadas a morir de hambre. Los primeros en morir eran los niños. Se les apagaba el brillo de los ojos, aparecÃan las venas azules en las sienes, sus bracitos y piernas se volvÃan finas y flácidas, sus rostros, transparentes. Se apagaban con una pregunta muda en sus ojos: ¿Por qué todo esto?
Pero a los asesinos no les bastaba con saber que los niños morÃan por su culpa. Él no iba con ellos por los caminos, no veÃa como se congelaban en la nieve, como morÃan de hambre. El asesino necesita disfrutar con la visión de la sangre, necesita relamerse con los sudores de la agonÃa, necesita celebrar el ver el horror que generan.
Y el asesino fascista cien veces sumergió las manos en la sangre de los niños soviéticos, cien veces se deleitó con su miedo, con su perplejidad, con su sufrimiento y dolor. Le gustaba burlarse del dolor y el desconsuelo de la madre, del padre, obligados a ver como morÃan sus pequeños.
Los alemanes alcanzan su máximo frenesà en su bestialidad en aquellos lugares, donde tienen que retroceder. Cuando veÃan que no podÃan mantener la posición y que la derrota era inminente, ante el avance de las tropas del Ejercito Rojo, descargaban toda su venganza en el último minuto, sobre los habitantes de las aldeas, superando la crueldad más monstruosa conocida por la humanidad hasta entonces.
Los destacamentos del Ejercito Rojo en su victorioso avance hacia occidente, descubrÃan aterrados, las monstruosidades cometidas por los fascistas, en todos los pueblos y ciudades que iban liberando. En la aldea de Spas-Pomazkino, los alemanes, al ver que no podrÃan resistir mucho más, comenzaron como de costumbre a prender fuego a las Jatas. La gente huÃa despavorida de sus casas humeantes. De una de ellas salió corriendo una mujer con su bebé en brazos. Tras ella corrÃan tres más. Una chica de diez años, y dos pequeños de tres y seis años. Los soldados alemanes vieron a la familia que huÃa. Un disparo certero y la mujer cayó sobre la nieve. Zoya, la de diez años cogió al bebé de entre los brazos de su madre muerta y continuó corriendo. Los alemanes entre risas, gritando a voz en cuello, asistÃan divertidos al espectáculo de ver correr a los niños por la nieve. Viendo como Zoya apenas puede avanzar con el pequeño, llevando arrastras, agarrado de su vestido al hermanito de tres años, mientras el de seis, intenta no quedarse atrás. Esperaron un rato. Y de nuevo un disparo. Cubierto de sangre, cayó el pequeño de seis años. Y un disparo más hizo callar el grito de pánico del pequeño de tres años, que permanecÃa agarrado a la falda de la hermana. El alemán erró el último disparo. Zoya consiguió esquivarles. Consiguió avanzar, corriendo fuera de si, aturdida por el horror. Perdió el pañuelo que llevaba en la cabeza. El viento helador azotaba su cara. No sentÃa el frÃo, no comprendÃa que los alemanes habÃan quedado ya muy atrás. Solo sabÃa que tras ella iba una muerte terrible, la misma que en apenas tres minutos, se habÃa llevado a su madre y dos hermanos. TenÃa que salvar fuera como fuese lo único que habÃa quedado, el pequeño bebe, el pequeño mimado de la familia. No podÃa saber que bajo el chal, llevaba solo el pequeño cuerpecito inerte de su hermano, al que el frÃo y el viento habÃan matado. Los soldados del ejército soviético la encontraron inconsciente, con las manos y pies congelados, abrazando contra su pecho al pequeño bebé congelado.
Cuando los alemanes incendiaron la aldea de Masoyedovo, una mujer sacó de la Jata a dos niños, envueltos en su pañuelo, y los puso cerca de la casa, mientras volvÃa a salvar al tercer pequeño de las llamas. En ese momento, dos alemanes atravesaban la calle de la aldea. Vieron a los dos pequeños junto a la casa. Cerca pasaba un riachuelo. Cogieron a los dos niños y los arrojaron a un agujero entre el hielo del rÃo. Y sobre los campos se oyó una risa salvaje, la risa de unos asesinos orgullosos de su crimen, de la muerte de dos niños, de la desesperación de la madre, que al salir de la Jata no encontrará a sus pequeños.
En el pueblo de Ploskoye, los alemanes ametrallaron a la familia del koljosiano Piechierov. El oficial alemán disparó sobre su mujer Olga. Esta tenÃa a un pequeño en brazos. Puede que el oficial quisiese ahorrase una bala, o que le produjese mayor satisfacción variar el modo de ejecución. El caso es, que sacó una daga plateada elegante, con la que atravesó al bebé.
No hubo ningún método de dar muerte a los niños soviéticos, que los alemanes no probaran.
Cuando en el pueblo de Ksty, en la región de Kaliningrad, los verdugos alemanes oyeron los disparos de la artillerÃa soviética, pasaron a ejecutar una salvaje matanza. De todo el pueblo solo sobrevivió una mujer koljosiana, ya mayor, a la que las bestias dieron por muerta, cuando esta se desmayó. El resto de los habitantes sufrió una muerte horrible, incluidos los niños.
Los alemanes iban entrando en las casas y sacando a la gente entre gritos salvajes, empujándolos para que se fuesen reuniendo en el granero, en las afueras del pueblo. Las mujeres sentÃan que nada bueno les podÃa esperar. Pero las bayonetas impedÃan cualquier protesta o desobediencia. HabÃa que ir a donde te indicaban los verdugos fascistas. Cuando hubieron reunido a todos, los monstruos ordenaron que saliesen delante las mujeres con niños lactantes. Las mujeres indefensas estaban de pie, temblando de miedo y frÃo, sin saber que esperar. No hubo mucho que esperar. Los soldados arrancaron a los bebés de los brazos de sus madres. Las mujeres fueron obligadas a presenciar como los rabiosos fascistas mataban a culatazos a sus pequeños. Las pequeñas cabezas reventaban con los golpes de culata, sus caritas se cubrÃan de sangre. Los asesinos se daban un tiempo para disfrutar de los gritos desesperados de las madres, para luego acabar con ellas de un disparo.
A la koljosiana Garayeva, la empujaron hasta el granero, con un pequeño en brazos y dos chiquillos asidos de su falda. Garayeva se atrevió a hablarles. El amor por sus hijos superó al miedo. Ella sabÃa que iba a morir, pero pensó que entre los asesinos que la rodeaban, habrÃa alguno al que le quedase una chispa de humanidad en el corazón y sintiese lástima de los niños, permitiéndoles vivir. Sus suplicas fueron en vano. Un fascista le arrebató de los brazos al pequeño y agarrándolo de las piernecitas golpeó su cabeza contra un tronco.
Cuando tras varias horas de combates, los destacamentos del general Akimenko ocuparon el koljos Dimitrov, cuando todavÃa sonaban los disparos y los alemanes retrocedÃan a toda prisa hacia el oeste, varias mujeres salieron corriendo al encuentro de nuestros soldados. En sus brazos llevaban los cuerpos sin vida de sus hijos, a los que los fascistas habÃan matado golpeando sus cabezas contra los árboles o la tierra helada. Ese fue el recuerdo que dejaron tras de si las tropas hitlerianas.
En las interminables listas de fusilados en las poblaciones que iba liberando a su paso nuestro ejercito, era común encontrar los apellidos de niños pequeños y de bebés de meses. En el pueblo de Samsonovka, entre las decenas de fusilados, en el acta levantada por los habitantes ante el comisariado polÃtico del destacamento, podemos leer una lacónica inscripción: “entre otros fusilados: Sinyayev, Vasia, de cuatro años, Sinyayev Valia, de siete meses, Vaskevich Volodia, de cinco añosâ€?.
En la aldea de Loskutovka los alemanes decidieron aprovechar a los niños para sus necesidades. Metieron a todos los niños en la casa que los alemanes habÃan habilitado como enfermerÃa. Desnudaban los bracitos de los niños, hijos de los koljosianos que acababan de ahorcar o fusilar. El médico les extraÃa la sangre para las transfusiones a los soldados alemanes heridos. Los niños del koljos salvaban con su sangre la vida de los bandidos. Pero no podÃan salvar la suya. Les tomaban la sangre sin preocuparse de dejar vivos a los donantes. Las extracciones duraban hasta que las caras de los niños palidecÃan por completo. Pagaban con su muerte, su sangre salvadora. A la pequeña de dos años Nadia Kuzmina, le extrajeron sangre cuatro veces para transfusiones a los soldados alemanes. Pero esto no era suficiente para el asesino que ostentaba el tÃtulo de médico. Recortó a la infortunada pequeña diez trozos de piel para transplantes en las heridas de los hitlerianos.
La lista de atrocidades cometidas por los alemanes parece no tener fin. Con cada ciudad o aldea liberada, conocemos nuevos detalles. En las tierras de Ucrania, Bielorrusia y Rusia, cientos de niños cayeron vÃctimas de los asesinos.
Sabemos como habÃan sido las guerras anteriores. Sabemos que en la guerra muere gente. Pero los asesinos de uniforme verde grisáceo, nos enseñaron una guerra en la que se lucha contra los niños y los bebés.
De entre los documentos que sirven de testimonio de las barbaridades cometidas por los alemanes, en las zonas posteriormente liberadas, son especialmente desgarradoras las fotografÃas de los niños torturados y asesinados. Sobre la nieve yacen sus cuerpos desnudos. En sus caras congeladas son visibles el dolor, el miedo, el pánico inexplicable. Estos niños fueron condenados a ver el lado más cruel de la vida. Ellos no comprendÃan nada de lo que pasaba. Les tocó convertirse en victimas de las atrocidades nazis.
El Ejercito Rojo avanza hacia el oeste. En las calles de ciudades y pueblos encuentran los cadáveres de sus habitantes torturados. En el pecho de las madres asesinadas, encuentran muertos a los pequeños. Cuerpos de niños pudriéndose en los pozos. Montones de cadáveres de niños apiñados en los graneros, en los callejones.
La ira y el odio crecen en los corazones. Cada soldado tiene en algún sitio una hermanita, hermanito, hijito, hijita. Cada uno piensa en su familia, que ha quedado en casa, a un lado u otro del frente. Y hasta los que no tiene familia aman a los niños como cualquier persona normal.
La mano de la madre o del padre no se atrevió a levantarse para reprender al hijo desobediente. Y sin embargo apareció gente con una crueldad heladora, con un sadismo incontenible, con una fiera autocomplacencia, que mataron a nuestros amados niños que crecÃan sanos y felices.
Los soldados del Ejército rojo avanzan hacia el oeste y juran vengar implacablemente a los niños asesinados por los nazis. Juran no tener piedad con los asesinos capaces de aquello, que ni los bárbaros se atrevieron a hacer, cuando hace siglos hacÃan incursiones en Europa.
Pero ni toda la sangre de los ocupantes podrá borra esta mancha de las tropelÃas de los criminales hitlerianos, la muerte de todos los ocupantes no evitará que permanezca para siempre en nuestra memoria el sufrimiento de los niños soviéticos.
En los hospitales de la Unión Soviética se reponen los niños que consiguieron escapar vivos de las manos de los monstruos fascistas. El médico cura sus heridas, sus manos y pies congelados. En los hospicios todos se vuelcan en rodear de cariño a los niños que han perdido a sus padres a manos de los nazis. Cientos de huérfanos encontraron familias de acogida.
Curarán a la pequeña Zoya y toda la Unión Soviética será su familia. Pero, ¿Se borrará algún dÃa de su memoria el dÃa terrible, en el que en un instante perdió a su madre y a sus hermanos? ¿olvidará el pánico y el miedo que la perseguÃan cuando corrÃa por la calle de su pueblo, enloquecida con su hermanito de meses congelado en brazos? ¿Quién de estos niños que se salvaron milagrosamente de las manos asesinas de los alemanes, podrá olvidar el crujido del techo de su casa ardiendo, los cuerpos ahorcados de sus padres mecidos por el viento, el ruido de las granadas lanzadas contra sus casas? ¿Cómo olvidar el infierno por el que pasaron?
Para siempre le fue arrebatada la alegrÃa de la infancia despreocupada. En sus corazones nunca se cerrará la herida causada por un dolor que supera cualquier medida humana.
Las hordas salvajes que se abalanzaron sobre nosotros, pretendÃan arrebatarnos nuestra tierra, eliminar a nuestro pueblo. Borrarnos de la faz de la tierra. Nadie es capaz de imaginar de lo que han sido capaces los alemanes en nuestra tierra. Ha llegado la hora de ajustar cuentas. Pero eso no basta. ¡Ninguno, ninguno de los que se mancharon las manos con la sangre de nuestros niños debe quedar vivo! ¡La imagen de Zoya corriendo con su hermanito congelado no puede dejarnos dormir! ¡El recuerdo de las caras amoratadas de los pequeños ahogados en rÃos y pozos helados, no puede dejar en calma nuestros corazones. No podremos borrar de nuestros ojos el recuerdo de los rostros desfigurados por los golpes, de los niños con sus cabecitas de cabellos rubios y morenos!
¡Debemos devolver al enemigo el odio con el que destruyó el fruto del amor y del trabajo , que ponÃan nuestros compatriotas para darles lo mejor a nuestros niños! ¡Debemos hacer que el enemigo maldiga la hora en que su madre les trajo al mundo!
Tú, mujer de de una lejana ciudad, lejos del frente, que te asomas a la cuna de tu pequeño. Tú, que al llegar a casa recibes el balbuceo gozoso de tus niños. Recuerda: cientos de niños como el tuyo cayeron en manos de los asesinos fascistas. Por tus hijos, por su risa, por su existencia, luchan nuestros soldados en el frente. A ellos les debes, el que tus niños te puedan recibir tranquilos, cuando vuelves del trabajo.
Estás obligada a darles todo tu agradecimiento, a nuestros valerosos héroes, que combaten al enemigo. Todo tu…
Aquà se corta el texto. El dibujante Dmitri Schmarinov, tiene una serie de dibujos dedicados a las barbaridades de los ocupantes fascistas en los años de la Gran Guerra Patria, bajo el tÃtulo “Ni olvido, ni perdónâ€?.
¿Ha llegado la hora de perdonar? Para los crÃmenes contra la humanidad, no hay periodo de caducidad. Tampoco perdonamos a los que en nuestros dÃas, implantando en Rusia un régimen de ocupación, dejaron a miles de niños en la calle, empujándolos a la drogadicción, alcoholizándolos, convirtiéndolos en esclavos sexuales para pedófilos extranjeros, o en banco para trasplante de órganos.
Y ahora, sobre la “propagandaâ€?. Sólo un ciego (o uno de nuestros actuales liberales rusos) puede decir que los alemanes, famosos durante siglos por se tan civilizados, por sus costumbres hogareñas y familiares, no pudieron cometer semejantes atrocidades. Pudieron. De hecho las atrocidades comenzaron ya en la 1ª Guerra Mundial. Tampoco lo creyeron entonces. En 1914, en protesta a las -en su opinión- falacias sobre los crÃmenes de guerra cometidos por Alemania, 93 académicos e intelectuales alemanes escribieron un comunicado dirigido a la humanidad civilizada. Ensalzando la cultura alemana declaraban: “No es cierto, que hayamos violado criminalmente la neutralidad belga…No es cierto que nuestras tropas hayan destruido cruelmente Leuvenâ€?. En la 2ª Guerra mundial, a esa lista se unieron la francesa Oradour, la checa Liditse, la bielorrusa Khatyn y centenares de ciudades y aldeas rusas… Ya en el primer tercio del XIX el experto estratega prusiano Clausewitz desarrolló la “doctrina del terrorâ€?. En los años 30 se completó con la idea del “superhombre germanoâ€?. Al que todo le está permitido. Algo terrible; el complejo de superioridad, el orgullo de pertenecÃa a una raza, la soberbia, la altanerÃa. “Nosotros, somos una raza culta, pudorosa, virtuosa, a diferencia de los depravados franceses, somos eficientes y puntuales a diferencia de los eslavos holgazanesâ€?,- asà pensaban millones de alemanes. EngreÃdos, creyeron ser una raza de semidioses, pretendieron conquistar un espacio vital, aniquilando a millones de seres inferiores y convirtiendo al resto en esclavos.
Las ideas de superioridad racial no murieron en 1945. Hoy muchos en los paÃses bálticos creen que no existieron ni Osventsim, ni Salaspils, en el sentido de que fuesen campos de exterminio, sino solo de trabajos forzados, de reeducación. Estos señores (y damas) se consideran muy inteligentes, pero no advierten, por sus limitaciones, que bajo la máscara de “europeos civilizadosâ€? asoman las orejas fascistas. Porque ¿A quién según ellos habÃa que reeducar? No a los “idealesâ€?ciudadanos bálticos claro, sino a los judÃos, que huÃan del trabajo pesado desde los tiempos de los faraones, a los polacos, esos alegres muertos de hambre, a los rusos, esos cerdos tontos y sucios…
Una furiosa dama del báltico le espetó al autor de estas lÃneas: “ Tú no eres más que un ruso Vasya, y yo soy de una raza superior, letonaâ€? . paradójicamente ella pequeña, morena y poco agraciada, y yo, alto, bien formado, rubio…
Hoy las bestias bálticas, morenos y rubios, aplauden a las canosas bestias de la legión, de las SS, humillan a los niños rusos, impidiéndoles estudiar en su idioma. Les gustarÃa matar a los niños, igual que sus hermanos de espÃritu, o más exactamente sin espÃritu, hicieron en los años 40.
Solo que hacerlo hoy es bastante más difÃcil, porque el mundo después de todo ha cambiado: gracias a la Gran Victoria, en la más terrible de las guerras que la humanidad haya conocido.
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=15178 |
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Comentaris
Y el horror del ejército rojo
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per uno |
15 mai 2005
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Supongo que los alemanes hicieron eso y más, a pesar de que el texto parece propaganda estalinista, pero no hay que olvidar lo que el Ejército Rojo (Trosky incluido ) hizo a civiles tanto rusos, como Ucranianos... de cualquier pueblo que ocuparon antes, durante y depués de la II Guerra Mundial.
Las barbaridades cometidas por los bolcheviques no se diferencian de mucho de las que cometieron los nazis o fascistas contra el pueblo y contra los revolucionarios.
¡Ni olvido Ni perdón!
¡Comunismo o Barbarie! (A) |
Re: El horror de la Segunda Guerra Mundial
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per yo misma |
15 mai 2005
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facil es mirar la paja ajena y no la viga en el propio dice un dicho por ahi... es facil apelar a lo emocional, pero antes de criticar hacete cargo de tu parte. Te hago un copy paste de tu mierda publicitaria sovietica y mira otro lado de la misma historia.
En mi familia, lo único que conservamos de la guerra son los relatos, porque el resto se lo
robaron los sovieticos.
También rodeados de amor crecÃan los niños y niñas del pueblo de mi abuela al este de polonia hasta que en el reparto quedaron del lado sovietico y llego el enemigo. También eran delicuentes sanguinarios que no se detenÃan ante nada y también se ahogó en sangre la infancia de los niños polacos y de las mujeres. También eran
fieras salvajes sedientas de sangre, asesinas de niños y sobretodo violadores de mujeres y niñas.
Al ocupar las aldeas, los sovieticos expulsaban a muchos de sus casas a los habitantes. Las mujeres con susniños eran obligados a salir a la nieve con un frÃo de 30 bajo cero.
No se les permitÃa coger ni ropa de abrigo, ni comida. No ayudaban las súplicas ni las lágrimas.
La respuesta era siempre una: “¡Marcharos fuera de aquÃ!â€?. PodÃa ser peor: un tiro en el pecho.
Por la nieve iban las gentes sin casa, con los niños en brazos. ¿Dónde ir, dónde refugiarse? En sus casas,se acomodaban los sovieticos. Mataban a las vacas, se preparaban la comida. En la intemperie andaban las mujeres con los niños, avanzando sin rumbo, donde la vista alcanzase. Los lactantes morÃan en brazos de
sus madres, muertos caÃan y los pequeños que corrÃan junto a ellas. A veces eran asilados por algun vecino bondadoso que hacia un espacio en su ya superpoblada casa para que no quedaran a la intemperie.
Los sovieticos requisaban las casas, la ropa, la comida, hasta arrancaban los picaportes de las puertaspara venderlos. Decenas de miles de personas en Polonia fueron condenadas a morir de hambre.
Los primeros en morir eran los niños.
Se les apagaba el brillo de los ojos, aparecÃan las venas azules en las sienes, sus bracitos y piernas se
volvÃan finas y flácidas, sus rostros, transparentes. Se apagaban con una pregunta muda en sus ojos: ¿Porqué todo esto?
Los destacamentos del Ejercito Rojo en su victorioso avance hacia occidente, escondieron las
monstruosidades cometidas por los ellos mismos, en todos los pueblos y ciudades que iban ¿liberando?
Con el avance de la guerra al llegar a cada aldea o pueblo de polonia los sovieticos iban violando como de costumbre a todas las niñas y mujeres.
A la casa donde vivia mi abuela con sus hermanos tambien llegaron a buscarlos. El hermano se interpuso entre mi abuela y los soldados sovieticos, y con un certero disparo sovietico en el pecho cayo al suelo.
Los sovieticos, entre risas, frente a su cadaver y a su otro hermano violaron a mi abuela repetidas veces. Se turnaban, y se alentaban unos a otros mientras esperaban su turno.
Como no era suficiente los subieron a un tren y los llevaron a un campo de concentración en Siberia. Alli ademas del trabajo esclavo tambien era costumbre que soldados y oficiales sovieticos violasen a mi abuela y al resto de las mujeres. Su otro hermano, sus vecinas, sus amigos y sus conocidos murieron en esos campos de exterminio, torturados, fusilados, de hambre, de tifus o alguna otra enfermedad.
Tampoco voy a hacer una lista de los interminables relatos de mi abuela, o de mi abuelo, también sobreviviente de los mismos campos de exterminio sovietico, y en los que murieron sus 3 hermanos, y del que pudieron salir una vez que los sovieticos se unieron a inglaterra.
Porque la interminable lista de fusilados por los sovieticos no abarca solo el perÃodo de la guerra, sino que extiende 30 años mas. La tia Sofi y su marido, (que en realidad no era tia, era una amiga que mi abuela conocio en los campos de concentracion sovieticos), decidio volver a Polonia a principios de los 50 fue detenida y su
marido fusilado, como le pasaba a muchos otros polacos que decidieron volver a sus pueblos una vez terminada la guerra.
Pero ni toda la sangre de los ocupantes podrá borrar esta mancha de las tropelÃas de los criminales sovieticas, la muerte de todos los ocupantes no evitará que permanezca para siempre en nuestra memoria el sufrimiento de los niños y mujeres polacos.
Sobrevivio mi abuela Saba y la Argentina fue es nuevo hogar. Pero, ¿Se borrará algún dÃa de su memoria el dÃa terrible, en el que en un instante a sus hermanos fueron asesinados? ¿olvidará el pánico, el miedo, el dolor y el asco que sentÃa cuando la violaban o la torturaban?
Las hordas salvajes que se abalanzaron sobre nosotros, pretendÃan arrebatarnos nuestra tierra, eliminar a nuestro pueblo. Borrarnos de la faz de la tierra. Nadie es capaz de imaginar de lo que han sido capaces los sovieticos. Ha llegado la hora de ajustar cuentas. Pero eso no basta. ¡Ninguno, ninguno de los que se mancharon las manos con la sangre de nuestros niños (mi abuela tenia 15 años entonces) debe quedar vivo!
¿Ha llegado la hora de perdonar? Para los crÃmenes contra la humanidad, no hay periodo de caducidad.
Ufff podria seguir haciendo copy paste de todo esto y cambiar solo la palabra alemanes por sovieticos.
Asi que ahora los alemanes eran malos malos y los sovieticos buenos???? Para mi son la misma mierda con distinto color de uniforme...
En 28 años solo vi llorar a mi abuela una sola vez, y fue cuando se entero de la retirada de los sovieticos de polonia. |
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