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El dedo real
Jon Idigoras Gerrikabeitia (Publicado en Gara)
No podía creer lo que estaba viendo. Pensé que podía ser un real gesto gracioso al que nos tiene acostumbrados el rey de todos los españoles. Pero no, el gesto iba dirigido a un grupo de vascos que, a la salida de la catedral de Gasteiz, reclamaban al jefe del Estado español independencia para Euskal Herria. La contestación de Juan Carlos I fue enseñar ostentosamente con desprecio y altanería el dedo corazón, que hasta los niños de pecho saben lo que significa. Segundos antes sonreía y saludaba con entusiasmo a los gritos de ¡Viva España! de un grupo de españoles ultras.
Todos sabemos que enseñar el dedo, el corte de mangas, el salivazo o bajarse los pantalones y mostrar el trasero es propio de gente de poca educación y respeto hacia los demás. Mi difunto tío Martin, republicano de izquierdas, asiduo oyente de Radio Praga o Radio España Independiente durante la dictadura franquista, y además aldeano filósofo, solía decir «los terratenientes, el clero con sus obispos y cardenales y la monarquía con sus reyes, príncipes, princesas y su corte celestial, no son más que un atajo de parásitos que viven y medran a costa de los ciudadanos y encima se permiten el lujo de insultar y menospreciar cada vez que tienen ocasión». No le faltaba razón a mi tío Martin.
Pero en el caso que nos ocupa, el del rey de todos los españoles y suegro de Letizia Ortiz, pueden existir elementos añadidos. Puede ser que la tutela del general Franco, que le nombró heredero de la Corona, o quizás la influencia del franquismo, de cuyas fuentes «bebió»*, o su educación cuartelera, nos ofrezcan la clave de este tipo de comportamientos.
Tampoco podemos olvidarnos de las «malas compañías» y su estrecha relación con delincuentes como Manuel Prado y Colón de Carvajal, Mario Conde o Javier de la Rosa, quienes fueron sus asesores financieros y actualmente están en prisión por chorizos.
Aunque esto no justifica la actitud provocadora e insultante del inquilino de la Zarzuela y menos cuando giraba visita oficial a un país vecino, acompañado de las autoridades, actitud más propia de un hooligan inglés o de su pariente Ernesto de Hannover.
El problema es que existe un pacto de silencio para ocultar esta postura denigrante. La prensa española, silencio absoluto, y las autoridades vascas, tan críticas en otras ocasiones, ahora se limitan a mirar hacia otro lado. ¿Os imagináis, por un momento, que algún dirigente vasco, en Madrid, contestase a los gritos de ¡Viva España! con el mismo gesto que el rey? Sería un escándalo mayúsculo. Y pensar que incluso me puse una corbata para visitar a ese «señor del dedo». ¡Qué ingenuidad la mía!
De todas formas, sí le recomendaría al rey de los españoles que la próxima vez encuentre un lugar más apropiado para su «real dedo». -
*(Enlace añadido por www.conflicto-vasco.com)
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