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Notícies :: globalització neoliberal : laboral : mitjans i manipulació
Disponible el número 9 de la revista Contrapoder
08 mai 2005
Estos son los contenidos del nuevo número de la revista. También disponibles, en breve, en el sitio de Contrapoder. Podéis leer ya la editorial del presente número.
Contenidos del número 9:

Editorial
Sabotear el régimen de guerra infinita: libre movilidad, renta, comunicación autónoma e inflación de costes sociales

Dossier: Precariedad, intermitencia y cuidados

* Intermitencia. Reapropiación de la movilidad, producción de lo común, por Antonella Corsani y Maurizio Lazzarato;
* May Day Barcelona. De recomposiciones y otras dudas, por Hibai Arbide;
* Una huelga de mucho cuidado. Cuatro hipótesis, por Precarias a la Deriva;
* I + P. Investigación/formación y precariedad, por E. Alfama, J. Bonet, M. Balasch, B. Callén, M. Montenegro y M. Ribera.

Dossier: La comunicación como materia prima de la política

* La revuelta de la ficción. Entrevistas a Carlos Santiago y Manuel Rivas, de “Burla Negra� y “Nunca Mais;
* ¡Al cuerno Angela Channing! Entrevista con cuatro mujeres cordobesas del “culebrón satírico�;
* Liberar el ciberespacio. Reflexiones sobre un lustro de comunidades políticas virtuales (entrevista con Miquel Vidal);
* ¿Y si partimos en dos la red? (Entrevista con Marga Padilla)

Inserto: Contra el pensamiento débil de la organización, por Toni Negri

Encuesta sobre el movimiento de movimientos: el Cono Sur

* Más allá de los piquetes, por Colectivo Situaciones;
* 7 puntos para un balance de la rebelión popular del 2001, por Martín Bergel y Bruno Fornillo;
* Bolivia: Transiciones Políticas, por Raúl Prada Alcoreza;
* Teoría del intercambio. Práctica del monólogo (una ronda con Raúl Zibechi, a cargo de lavaca.org) ____

Editorial
Sabotear el régimen de guerra infinita: libre movilidad, renta, comunicación autónoma e inflación de costes sociales

Comencemos por los anillos más externos de nuestra coyuntura. En estos meses, sólo podemos constatar, (y a duras penas analizar, pensar y comunicar), la velocidad de precipitación de los acontecimientos del último periodo. La sucesión de las grandes conmociones globales no parece, sin embargo, seguir el curso meteórico del anuncio de nuevas formas de libertad. Sirva de ejemplo decisivo la revalidación de la victoria de la coalición republicana en Estados Unidos, hegemonizada por los partidarios neoconservadores de la guerra preventiva, y ello a pesar del relativo vigor de los movimientos estadounidenses contra la guerra. Esta victoria nos lleva a pensar, por el contrario, en la consolidación de un escenario que todavía nos cuesta imaginar, habida cuenta de su radicalidad fundadora: la continuidad entre guerra y orden social (o «policía»), la modulación de un estado de movilización permanente, que se configura como un dispositivo acentrado decisivo en la producción de obediencia, consenso, participación y producción. Las líneas de división y antagonismo que esta fase inaugura no parecen netas ni permanentes, pero sí podemos decir que uno de sus criterios de determinación, al menos en lo que respecta a las prácticas de gobierno y a la producción de normas, consiste en la mayor o menos timidez con la que se asume esta matriz de guerra ordenadora, o de producción de orden social mediante la movilización total imprevista e interminable. Desde este punto de vista, por ejemplo, mientras podemos constatar una convergencia interatlántica en el terreno de las legislaciones internas de emergencia (fundamentalmente las impulsadas por la UE en los terrenos de las migraciones, «antiterrorismo» y derecho penal y penitenciario, la legislación comercial relativa a la propiedad intelectual, etc.), no sucede lo mismo en lo que atañe a las formas de regulación del orden mundial –a este respecto, esto es, en el plano de la «metodología» de la construcción del Imperio en sus dimensiones de regulación global y transnacional, se enfrentan y no dejarán de enfrentarse el bloque estadounidense y el europeo. Una razón, entre numerosas otras: las elites europeas, salvo excepciones, como las de los bloques que representan políticos como Aznar, Berlusconi y otros, no conciben la posibilidad de pagar las intervenciones militares permanentes sin generar una devastación social de efectos imprevisibles que echaría abajo 50 años de construcción europea y, por ende, las bases mismas de su poder. En este aspecto, no habrá entente interatlántica, no puede haberla. Lo que no impide que quepa esperar nuevas guerras planetarias, nuevas confirmaciones de que el belicismo (y no la negociación y el pacto político) seguirán siendo el escenario dominante, tanto a nivel del gobierno interno como de las relaciones internacionales.

Todavía es pronto quizás para comprender todo lo que parece en juego en esta fase. Lo que es seguro es que la multiplicidad de factores hacen de esta estrategia de guerra global permanente, menos una apuesta suicida de una parte de los grandes órdenes de poder de mando del capital, que una delicada estrategia encaminada a controlar efectos de exceso y de crisis. Efectos que van desde lo evidente (como pueda ser la inmediata crisis energética que se avecina y la lucha por el control de las últimas reservas rentables de petróleo en Oriente Medio); o la subordinación del ahorro y la inversión planetaria a los mecanismos de financiación del déficit público y comercial de Estados Unidos. Hasta complejas insuficiencias del actual gobierno imperial, que dejan vislumbrar, entre los resultados virtuales de la actual fase de guerra, posibles formas de alternativa: la revaluación del euro frente al dólar, la emergencia definitiva de India y China como potencias económicas, militares y políticas globales. Pero, como se solía decir, «en última instancia», se trata de un déficit de gobierno y normalidad en el control del trabajo vivo, de un trabajo que se confunde con la vida: la dinámica excesiva de los flujos migratorios, las deserciones patentes del trabajo bajo mando como polo de sentido e integración social, las todavía tímidas iniciativas de autoorganización de la cooperación y la inteligencia colectivas... De ahí la precarización de la existencia como estrategia que supera los marcos jurídicos y se impone como opción policíaca: leyes de extranjería, leyes del menor, «planes Focus», centros de internamiento, multiplicación de la población penal, reducción de los espacios de ocio y de autonomía, estrategias complejas de segregación y criminalización de sectores crecientes de población, etc...

Y sin embargo, ¿qué hacer en una coyuntura que se nos escapa en términos prácticos y que definitivamente corre por su cuenta, y con el mayor desprecio de los asuntos locales de esta provincia europea? Es indudable que no todo corre en nuestra contra: las jornadas de marzo de 2004 en el Estado español, la inteligencia imprevista (especialmente por la izquierda y sus extremos) en la autoorganización de la comunicación y de la iniciativa política, derrocaron un gobierno belicista, sin confiar en su alternativa (crisis patente de los mecanismos de representación).

Pero, ¿cabe confiarlo todo al acontecimiento imprevisto y a la inteligencia distribuida de las nuevas formas de activismo desobediente? ¿Qué sentido tiene entonces insistir en la necesidad de una redefinición de las formas de militancia política? Este sentido es problemático, esto es, difícilmente cabe encontrar en las formas de activismo actuales razones de redefinición de la militancia, lo que no significa que éstas no existan, presentándose con la fuerza de los síntomas crónicos. No obstante, los últimos cinco años de movimiento en el Estado español dejan al menos algunas interesantes prescripciones, además de un duro vacío de procesos consolidados –algunos rudimentos de una política por hacer: estar preparados para el acontecimiento, buscarlo y saber husmearlo; reconocer su no pertenencia a un polo político particular (ideológico, de partido, de grupúsculo), esto es, su carácter común, de expresión de una potencia común, impersonal, inatribuible y al mismo tiempo la más cercana. Pero no es menos evidente que ese «estar preparados» supone mucho más que participar en futuras manifestaciones o en las «contracumbres» de los años venideros; supone, nada menos, que tratar de pensar la militancia y la política a partir de la propia situación; esto es, reconocerse en y preparar los acontecimientos que, en definitiva, abrirán el campo de lo que podemos hacer –reconocer que estos acontecimientos están ya en ciernes en las propias alianzas que, hoy y sin mediación, se presentan como precipitaciones salvajes de nuevos derechos y formas de libertad.

«Partir de sí» significa también partir de los elementos irreversibles de la composición política de las nuevas prácticas de movimiento: como herederos del rechazo del trabajo asalariado, como vocacionales de una flexibilidad de la existencia que es asumida como fuga de una realidad dominante y normativa que poco tiene que ofrecer (la repetición cínica y suicida de la reproducción familiar obligatoria, la triste alternativa entre precariedad y profesionalización, el sometimiento de la potencia afectiva a las relaciones salariales, la «vida» como estilo de consumo y nunca como desafío, etc...). Los tres grandes movimientos juveniles de los que provienen las experiencias militantes de quienes formamos esta revista, la okupación, la insumisión y los colectivos autónomos de mujeres, han sido una práctica efectiva de la desobediencia contra estas realidades; además de un experimento creativo y de fuga contra las mismas.

Nos equivocaríamos al clamar, con los liberales, la libertad de costumbres junto al libre mercado. Sólo se puede hablar, efectivamente, de verdadera libertad (proliferación, autonomía y consistencia de las formas de vida) más allá del chantaje capitalista y de la subordinación salarial... El rearme conservador en Europa no ha cobrado la forma de un rearme moral, sino la del cinismo y del oportunismo, ante una vida que deja poco resquicio a una creatividad abierta a horizontes de virtualidad, y en la que el miedo (la precariedad) se impone como dispositivo universal de normalización. Por lo tanto, tomar un concepto todavía abstracto como la precariedad, como eje de rearticulación del movimiento, no es sino reconocer nuestros deseos de libertad y de goce contra estas formas de subordinación, imaginando su determinación corpórea y material, su «forma de vida».

Enigma político de la precariedad

El número doble 4-5 de esta revista se dedicó a analizar la realidad y las estrategias de gobierno de las nuevas formas de trabajo. Entonces sólo se podían vislumbrar los atisbos de los primeros movimientos de precarios (en Francia y en Italia) y las primeras formas de lucha de los migrantes (como los encierros y las huelgas de El Ejido). En cinco años, y de forma paralela al movimiento global, los movimientos de precarios y de migrantes se han multiplicado por decenas dando lugar a episodios de nueva radicalidad, como el movimiento de los intermitentes en Francia o, recientemente, en Catalunya, la Asamblea por la Regularización sin Condiciones, así como agregaciones en torno al SOC en los cultivos del plástico almerienses. Al mismo tiempo, este año, la iniciativa de reconvertir el tradicional Primero de mayo en un momento de expresión común y pública de la rebeldía que se compone desde y contra la precariedad, en un reclama las calles del instinto precario, iniciada en Milán bajo el nombre de MayDay y contagiada el año pasado a Barcelona, ha proliferado por toda Europa: este año se cuentan MayDays nada menos que en 12 ciudades europeas (Milán, París, Viena, Hamburgo, Barcelona, Sevilla, Amsterdam, Estocolmo, Copenague, Helsinki, Londres, Lubiana...), todos ellos conectados a su vez con la jornada contra los centros de internamiento de extranjeros y por la libertad de movimiento, convocada para el 2 de abril con ánimo de construir una alianza entre precarios migrantes y precarios con ciudadanía europea (jornada que ya habrá tenido lugar cuando este número de Contrapoder vea la luz).

Se tiende a pensar, con suficientes razones, en un tránsito lineal del periodo de las «contracumbres» y de la desobediencia civil contra las principales agencias de la globalización capitalista, a nuevos espacios de politización, como la precariedad o los derechos de los migrantes. Bien es cierto que en numerosos casos hay una continuidad organizativa de las redes europeas de uno y otro periodo, redes que también se han bregado en las movilizaciones contra la guerra en Irak. Pero una descripción semejante puede dar a entender que se trata, en definitiva, de un «cambio de campaña», de un desplazamiento de personal activista de un «frente» a otro –y esa descripción sería, a nuestro juicio, tendenciosa y errónea. A nuestro modo de ver (y en esto pensamos que los textos presentados en el dossier respaldan este punto de vista) una tendencia más profunda corre en ese desplazamiento, y está ligada a la capacidad de orientación y de autonomía de la nueva composición del activismo europeo, conforme a un trayecto que, a la par que pasa a identificar los nudos «reales» del funcionamiento del capitalismo global (vg. precarización de la existencia, apartheid constitucional del espacio metropolitano), pone por delante la afirmación y las posibilidades materiales de libertad de precarios y migrantes –esto es, identifica resistencia y afirmación, conflicto y goce, lucha y negociación de contrapoderes. De ahí que ese tránsito añada una dimensión (que es un desafío) de autoconstitución de la composición política y cultural de los movimientos que, en buena medida, estaba ausente en la «fase de las contracumbres». Por así decirlo, precarios y migrantes exigen un cuerpo, y luchan por el mismo y por su reproducción gozosa y potente.

Enigma político de la comunicación

En el mapa actual de las resistencias, nos merecen especial atención las experiencias que convierten la comunicación en un experimento de producción de subjetividad alternativa: redes de intercambio, uso social y político de las tecnologías, creación de nuevas imágenes motrices al mismo tiempo situadas y abiertas, comunidades virtuales, etc. La comunicación (como producción de imaginario) es a la vez la materia prima de la política y de la explotación capitalista: los modos de vida, las expectativas, las esperanzas de futuro, las imágenes de referencia no son sólo un campo de batalla por la «hegemonía ideológica», sino un laboratorio práctico de esos «otros mundos posibles» que tanto se enuncian. Pero las experiencias que no reducen la comunicación a la denuncia del poder son todo menos un camino de rosas: más bien están atravesadas por desafíos múltiples, enraizados algunos en la especificidad del medio/escenario (ruido e ilimitación de la red, tramas densas culturales particulares), y también por algunos problemas comunes (congelación/recuperación de la potencia simbólica, encarnación corporal y material de la comunicación, sostenibilidad económica de las iniciativas, etc.). Éstas son algunas de las premisas de lo que en la carpeta que publicamos se propone como una reflexión coral (absolutamente parcial y en proceso; interrogación sobre prácticas que muestran un ejemplo de modos de hacer más que a modelos definitivos) sobre el «estado de la cuestión» en lo que atañe a la comunicación como medio de invención, organización, conflicto y vida. Así, se repasan instrumentos ahora existentes (Inet, pero también las manifestaciones y acciones mismas como actos comunicativos, etc.) y los trayectorias de distintas experiencias de sujetos claramente heterogéneos en sus lenguajes, sus imaginario, sus preocupaciones, etc. (Nunca Máis, indymedias, etc.).

Volviendo a nuestra primera pregunta ¿qué hacer en relación a la «guerra», que con toda probabilidad volverá al centro de atención en los próximos meses? A nosotros nos parece fundamental la siguiente temática: la inflación de costes que impida la compatibilidad entre guerra y legitimidad del poder. La inflación de costes sociales tiene en la precariedad y la inmigración sus principales espacios de sabotaje: obtener nuevos derechos, conquistar formas de renta básica (en los transportes, la educación, la comunicación, los espacios sociales y de cuidado, las rentas directas) supone desviar una enorme cantidad de recursos a la estrategia belicista. Pero el planteamiento no es únicamente «cuantitativo». En la situación que vivimos, cada espacio conquistado, cada reapropiación (de tiempo, de renta, de nexos administrativos) es una contribución más al sabotaje del diseño de guerra y de la conversión belicista de la movilización total de la sociedad. Precisamente en Europa, en la fase actual se define todos los días esta bifurcación decisiva. La diferencia básica entre las elites estadounidenses en el gobierno y las europeas que sostienen el diseño de la UE consiste tal vez en esto: mientras las primeras han abandonado todo esquema de regulación, negociación, contraposición, etc., con la nueva composición social productiva de la sociedad, en Europa esta cuestión no está definitivamente jugada. ¿Quién tiene las llaves? Pensamos que en buena y razonable medida la tienen los movimientos, y su capacidad de generar inflación de costes sociales e institucionales. En pocas ocasiones veremos una conexión tan directa entre guerra y precariedad, entre movimiento contra la guerra (como «versión última» del movimiento global) y las luchas por la autoorganización y la renta de las figuras de la precarización de la vida. En este sentido, la alternativa entre «movilizaciones contra la guerra» y «campañas sociales» es, a nuestro modo de ver, falsa y contraproducente. Con el debido respeto al pacifismo, ya hemos comprobado que la «opinión» no para las guerras. Máxime hoy, cuando, como insistimos, la «guerra» es un continuo, un código infinitamente modulado cuyo output general es la producción de orden (obediencia, consenso, participación –miedo y esperanza), constitución permanente y unilateral del dentro/fuera. Por otra parte, en gran medida sólo como efecto de una alianza de los movimientos de los precarios y migrantes europeos, la realidad de una Europa política dejará de ser la voluntad de una asociación entre gobiernos que juegan a ofrecer a una Carta Otorgada a sus poblaciones, para acercarse a la posibilidad de un proceso constituyente, de una Europa constituyente y postnacional en la que, en vez de soberanías, se juegan derechos materiales, libertades reales, sabotajes felices de las guerras y de sus criminales.

Abril de 2004
Mira també:
http://www.revistacontrapoder.net

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