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Notícies :: antifeixisme
Un republicano contra el Afrika Korps.
07 mai 2005
Eduardo Aparicio se alistó en Marsella en la Legión Extranjera con la intención de pasarse al Ejército soviético y terminó luchando contra los nazis en el desierto
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BORJA OLAIZOLA/

Eduardo Aparicio (Leintz-Gatzaga, 1916) es un hombre de fidelidades inquebrantables. Su compromiso con los ideales de la II República le metió de lleno en dos guerras y le hizo conocer los sinsabores de la lucha clandestina, el horror de las torturas y la orfandad del exilio. Esa fe que tan profundamente le ha marcado le acompaña todavía hoy, cuando a sus 89 años narra desde la cocina de su piso en el barrio donostiarra de Amara algunos capítulos de su vida, una galería por la que desfilan las grandezas y las miserias del pasado siglo. Las dos imágenes que adornan la sobria estancia dejan bien claro cuáles han sido sus lealtades: una es el retrato de su mujer, su compañera de exilios y clandestinidades, y la otra, la reproducción del 'Guernica', divisa de un espíritu caído en desuso que él encarna con lucidez y dignidad.

Aparicio tenía ya mucha guerra a sus espaldas cuando se alistó en Marsella en la Legión Extranjera francesa. Carabinero en las filas del Ejército republicano, había sido herido dos veces por las tropas sublevadas y había presenciado en primera fila el derrumbe militar que precedió al triunfo franquista. «El principio de la Guerra Civil -cuenta- me cogió en Cuenca. Yo había nacido en Salinas de Léniz, pero mi familia se movía mucho por razones de trabajo. Tenía 19 años y decidí ir a Madrid a combatir a los fascistas». Aparicio se enrola en una unidad socialista -se haría del PCE poco después- y recibe su bautismo de sangre apenas quince días más tarde. «Atacábamos una estación de tren en Buitrago y me dieron un tiro que me rompió la pierna cuando llevaba a hombros al jefe de la compañía, que había caído herido».

Refugiado en Francia

Mes y medio después vuelve de nuevo a un frente que ya empezaba a retroceder a marchas forzadas. «Estuve en primera línea en Toledo, luego en la batalla del Jarama, en la defensa de Madrid, en Lorca, en Vinaroz...». Aparicio enumera uno a uno sus destinos militares. Es un recorrido jalonado de derrotas que culmina con el repliegue en Cataluña, donde es herido por segunda vez. «Fue en la batalla del Segre. Recuerdo que el río bajaba teñido de verde por el número de cadáveres con uniformes de carabineros que arrastraban sus aguas». La bala le entra por la ingle y está a punto de dejarle paralítico, aunque una operación providencial en Barcelona le devuelve la movilidad y le permite incorporarse de nuevo a un frente que a esas alturas ya había terminado de desmoronarse.

Aparicio cruza la frontera con los restos del Ejército republicano. Empieza su peregrinaje por los campos de refugiados franceses: Argèles, Barcarés, Gurs... «Las condiciones eran críticas, morían cientos de personas aunque a los vascos nos tenían aparte y estábamos mejor; de hecho éramos los únicos que comíamos caliente». De aquella etapa guarda una anécdota: «Se estaban organizando en el campamento de Gurs unas secciones para los vascos y había que entrevistarse con Telesforo Monzón. Le dije que era de Salinas de Léniz y el me empezó a hablar en euskera. Como yo ya había perdido el idioma me borró de la lista, aunque luego las autoridades francesas me volvieron a colocar con mis compañeros».

El estallido de la II Guerra Mundial cambia el signo de los refugiados republicanos. Los franceses necesitan mano de obra y muchos españoles pueden por fin decir adiós a los campos. Aparicio es contratado por un empresario de Bagneres de Bigorre para construir una central eléctrica en la cima del Tourmalet, un trabajo duro por los rigores de la meteorología. Francia, mientras tanto, empieza a ser ocupada por los nazis. Aparicio y otros cuatro compañeros toman la decisión de huir a Inglaterra. Se apoderan de un coche y llegan a Bayona, donde les confunden con paracaidistas franceses y les detienen poco antes de la llegada de los alemanes. La situación es confusa. Vuelven a Bagneres y desde allí deciden ir a Marsella, donde han oído decir que se encuentran algunos mandos de su viejo ejército. Viajan en tren sin billete, dando el esquinazo a los revisores. Se alojan los cinco en una sola habitación y se alimentan de bellotas y otros frutos silvestres que recolectan en los montes de los alrededores.

Guiso de gato

Aparicio no tiene más papeles que un voluntarioso certificado del Consulado de México, así que termina en una prisión marsellesa. No durará mucho. A los diez días consigue fugarse junto a otros reclusos y consigue llegar a una villa que hacía las veces de Consulado de México. «Allí estábamos bien, pero no podíamos arriesgarnos a salir a la calle porque carecíamos de papeles». Se entera de que una mina de carbón próxima a Marsella necesita mano de obra y abandona la jaula de oro.

La situación cada vez es más dura. Los mineros combaten el hambre a base de gatos. Aparicio hace una suscripción entre sus compañeros para comprar una radio que les permita oír los partes de guerra de la BBC. La noticia llega a oídos de la Gestapo y el dueño de la mina le aconseja que se largue antes de que vayan en su busca.

De nuevo sin techo. La Legión Extranjera empieza a parecer una buena opción. No exigen nombres ni documentos. Tampoco hay preguntas ni necesidad de dar explicaciones sobre el pasado. Aparicio firma con un nombre falso, el que más tarde utilizaría siempre para identificarse en la clandestinidad. «En aquella época la Legión Extranjera estaba bajo el mando de Pètain y pensaba que nos iban a mandar a luchar contra el Ejército de la URSS. Me alisté con la idea de pasarme a los soviéticos en cuento pudiese». Pero esa oportunidad nunca se presentó. Primero es trasladado a Nimes y luego le destinan a Sidi Bel Abbés, una de las principales bases de la Legión Extranjera en Argelia.

Canciones entre dunas

Aparicio se lleva una pésima impresión de la legión. «A los más veteranos lo único que les preocupaba era meterse la mayor cantidad de vino posible en el cuerpo. Nos mandaban unos entrenamientos ridículos, todo el día subiendo y bajando dunas con mochilas repletas de arena y cantando canciones idiotas». La única nota positiva es la presencia en la base argelina de muchos republicanos españoles. «Los mandos nos trataban con respeto. La verdad es que entre aquella chusma de degenerados, los únicos que teníamos algo de soldados éramos nosotros y los belgas y polacos que habían escapado de los nazis».

La guerra sigue su curso y las tropas anglo-americanas desembarcan en Marruecos. Algunos efectivos de la Legión Extranjera, todavía afecta al Gobierno de Pètain, se enfrentan a ellas. «A nosotros no llegaron a movilizarnos porque estábamos en la otra punta. Con el paso del tiempo conocí a un americano que participó en aquel desembarco y que bromeaba recordando que lo que más les sorprendió al llegar a �frica fue encontrarse con un batallón de cocineros que les disparaban (el gorro legionario, el kepi, es de color blanco)». Aparicio no se queda de brazos cruzados. Establece contacto con el PCE, al que se había afiliado durante la Guerra Civil, e intenta organizar la resistencia. Se arriesga a ser fusilado, pero aún así logra que medio centenar de legionarios republicanos se apunten al partido.

Antes de que tuviesen tiempo de hacer algo, la Legión Extranjera cambia de bando. «Pidieron voluntarios para combatir a los alemanes y nos apuntamos casi todos los españoles, además de los belgas y los polacos. Juntamos dos batallones y nos trasladamos en camión hacia Túnez, donde se concentraban las tropas del Ejército alemán. Antes de llegar nuestro camión volcó, pero nos salvamos porque los arcos que sujetaban las lonas actuaron de anillo de seguridad».

Condecoración

Los legionarios españoles hacen valer su experiencia en combate y llevan el peso de la ofensiva. En uno de los episodios de la batalla del cabo Bon, la que marcó la derrota definitiva de las fuerzas del Afrika Korps, Aparicio se hace acreedor de una condecoración -la Cruz de Guerra con Palma de Heroicidad- después de salvar a un compañero herido y tomar dos prisioneros en solitario.

Pero no le da tiempo a recibir la medalla. «Nos enteramos de que las tropas de De Gaulle andaban por allí junto a las de Montgomery y decidimos dejar la Legión Extranjera a pesar de que después de la batalla me tenían en palmitas con eso de la condecoración. Nos apoderamos del coche del jefe de nuestras unidades y nos presentamos en la base de las fuerzas de la Francia Libre. Fue como volver al Ejército republicano: había dos batallones de españoles, camiones y tanques con nombres como 'Ebro', 'Belchite' o 'Teruel', y todos llevaban la bandera republicana». El reencuentro con el espíritu de la España republicana constituye una inyección de moral para un Aparicio poco amigo del ambiente que reina entre los legionarios, a los que sigue considerando una tropa de borrachines.

Las tropas de la Francia Libre quedan acantonadas en Libia. Con �frica ya en manos de los aliados, De Gaulle decide dar un golpe de mano y hacerse con el Comité de Liberación Nacional, embrión del nuevo gobierno francés, cuyo poder compartía hasta entonces con el general Giraud. La escenificación tiene lugar en Argel, donde comparece arropado por sus mejores tropas, entre ellas los dos batallones de españoles. Aparicio reanuda los contactos con su partido a través de los comunistas tunecinos. Al llegar a su sede en la capital descubre con sorpresa que de las paredes cuelgan dos grandes retratos de dos republicanos españoles, un militar de Castro Urdiales y un comisario de Bilbao. «Me contaron que unos tunecinos les habían denunciado por repartir propaganda contra la guerra y los franceses de Pètain les habían asesinado sin juicio ni nada un día antes de la entrada de los aliados». El doble asesinato le llena de coraje.

Pintando tumbas

De nuevo en Argel, es informado de que el PCE tiene en marcha un plan para introducir desde �frica una partida de guerrilleros en la Sierra de Ronda, en Málaga. «Era una idea que me seducía, así que dejé el Ejército gaullista y decidí quedarme. Durante una temporada estuve trabajando en el aeródromo americano de Maison Blanche y me encargaba de pintar las tumbas de los aviadores: una cruz si eran cristianos y una estrella si eran judíos». Aparicio recibe el encargo de dirigir el partido en Argel y se resigna a presenciar el fin de la contienda desde la grada.

Termina la Guerra Mundial y las cosas empiezan a torcerse. Los triunfadores desmovilizan sus ejércitos y hacen la vista gorda ante Franco para desesperación de los miles de republicanos que habían depositado en ellos su confianza. El PCE asume el peso de la resistencia al régimen. Aparicio vuelve al adiestramiento militar en un castillo de Orán convencido de que va a ser enviado a uno de los grupos de guerrilleros que se empiezan a formar en el interior de España. Pero no es así. Los responsables del PCE le asignan otra misión: «Como era vasco, la dirección me encomendó la realización de trabajo político en Euskadi».

Embarca en Argel de forma clandestina y llega a Sète, desde donde viaja a Toulouse, la ciudad en la que estaba el centro de operaciones del PCE. Y Aparicio inicia allí otra etapa tan agitada o más que la que había protagonizado en las dos guerras. Un capítulo que queda fuera de los límites de este reportaje y que termina unos cuantos años después, cuando regulariza su condición de exiliado en Francia después de haber conocido de primera mano la tortura y las cárceles del régimen franquista.

Más de diez años lejos de la familia
B. O./

Las dos guerras, la Civil y la Mundial, se llevan casi diez años de la vida de Eduardo Aparicio. Los mismos que transcurrieron desde que abandona en Cuenca a su familia para irse al frente de Madrid cuando era prácticamente un chaval, hasta que regresa a España de forma clandestina recién terminada la II Gran Guerra para organizar el Partido Comunista en el País Vasco.

«Estuve muchos años sin saber nada de mi familia. Me enteré cuando estaba en Argel de que a mi padre le habían condenado a doce años de cárcel a pesar de que nunca se había significado políticamente. Había sido socialista y amigo íntimo de Indalecio Prieto pero su compromiso no había ido más allá de estar suscrito al Ideal de Bilbao, el periódico de Prieto, que recibíamos estuviésemos donde estuviésemos».

Aparicio se reencontró con su familia en 1946, cuando entra a España enviado por la dirección del PCE. «Al llegar a Bilbao pude por fin ver a mi hermano, aunque con muchas precauciones, porque yo entonces vivía en la más estricta clandestinidad».

Se calcula que unos 7.000 españoles se enrolaron de forma más o menos voluntaria en unidades de la Legión Extranjera durante los dos primeros años de guerra. A partir de 1942 se produjeron más alistamientos entre los 12.000 republicanos internados en el �frica francesa, tanto en la Legión como en las tropas del comandante Putz y la División Leclerc.

El Cuerpo de Ejército XIX combatió contra las fuerzas del Afrika Korps. Estaba compuesto por 70.000 hombres, en su mayoría franceses, aunque también había muchos españoles en sus filas.

Para saber más: 'Memorias de los vascos en la II Guerra Mundial'. Mikel Rodríguez. Editorial Pamiela, Pamplona (2002).
Mira també:
http://www.elcorreodigital.com/vizcaya/pg050507/prensa/noticias/Otros/200505/07/VIZ-OTR-023.html
http://www.elcorreodigital.com/vizcaya/pg050507/prensa/noticias/Otros/200505/07/VIZ-SUBARTICLE-024.html

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Comentaris

Re: Un republicano contra el Afrika Korps.
08 mai 2005
Per a vosaltres que és la llibertat d'expressió? No havia mai vist una pàgina d'esquerres i progressista on esborressiu les opinions i comentaris que no us agraden. I parleu defeixisme,... , si vosaltres sou pitjors, però cap a l'altre cantó. És una vergonya!!! Sou usn impresentables. Franco i els feixistes va fer callar a molts , però vosaltres feu igual o pitjor pq estem en democràcia , però a vosaltres això us ve gran ja ho veig . Seguiu així , això sí , denuncieu la intolerància al món , que hi és , però comenceu per a veure la vostra que es força grossa. No valeu la pena.Feu fàstic . Proclameu una cosa i actueu fent el contari , sou més tancats de ment que ,... , bé , és igual. Aneu a la vostra, que ja veureu com us anirà.
Re: Un republicano contra el Afrika Korps.
08 mai 2005
Venga abuelete , tómate el Sinogan i a fer nones , maco , que repapieges un ou. Viva Rommel, el Zorro del Desierto
Sindicato Sindicat