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el amor en tiempos de colera
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per pablo |
05 mai 2005
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las fundamentales e inevitables transformaciones de la familia en los tiempos modernos han dado lugar a un debate que no es ya politico sino incluso lingüistico |
Lo que ha venido pasando estos dÃas en nuestro paÃs, a propósito del matrimonio homosexual, es un acontecimiento que a muchos nos a servido de excusa para disquisiciones que algunos calificarán como arriesgadas. Digo arriesgadas porque algunas de las opiniones que voy a verter sobre las siguientes lineas a muchos les pareceran puros delirios, excesos de una imaginación que trata de buscar mas en su mundo conceptual que en la realidad, mas en sus arraigadas convicciones propias que en el sentido común de su sociedad y de su entorno, algunas claves para comprender el fondo de esta polémica; sin embargo, nada mas lejos de nuestra intención; pretendemos lanzar una mirada seria pero optimista, que sin renunciar a los valores propios pretende ser válida al menos a ciertos sectores de la opinión pública; por otra parte, qué opinión puede no ser arriesgada cuando hablamos del gran desafÃo que supone este último, aunque no definitivo, paso en la lucha por los derechos de los homosexuales, que es una batalla mas de las muchas que se libran simultáneamente en la guerra por destronar al hombre “normalâ€?, al hombre heterosexual, al viejo “pater familiasâ€? de su dominio absoluto en el campo del genero sobre todos los demas “otrosâ€? que componen la realidad compleja y multiple de la sociedad. Repito, esta es una batalla que se libra en muchos campos simultáneamente, y en una batalla, hasta el mearse de miedo, hasta el babear implorando clemencia, nos parecen a muchos actos de valentÃa, actos arriesgados, aunque solo sea por el contexto terrible en que se insertan estos comportamientos. En el fondo nos gusta el riesgo, pensamos que la suerte es para los valientes.
Esta batalla se libra, tal y como nos esta siendo planteada, a la vez que en el plano politico, a la vez que en el campo parlamentario, en el plano lingüistico; se trata de una lucha polÃtica por imponer definiciones, de una lucha polÃtica por reconfigurar el lenguaje en beneficio del hasta ahora marginado, del excluido, del que hasta ahora no entraba en la definición de normalidad y por tanto no cabÃa dentro de las instituciones normales de la familia, y que ahora lucha por hacerse un hueco; llevamos siglos presenciando otras batallas polÃtico-lingüisticas, como la que se libra por incluir o excluir la homosexualidad de la definición de “normalâ€? o “naturalâ€?, cuando parece que se supero su vieja definición de “enfermedadâ€?. Se trata ahora de una nueva batalla por imponer la definición de la palabra matrimonio; lo que el matrimonio es o no es se ha convertido en el centro de un debate que es polÃtico y social, y que, aunque se desarrolla en el plano linguistico, va mucho mas allá de el y tiene consecuencias sociales, puesto que los transgresores del lenguaje aspiramos a reconfigurar a través de este nuestras nociones de lo que es admisible, lo que es normal, lo que es pensable, lo que se puede y no se puede; puesto que tratan de abolir viejos privilegios y presentes discriminaciones, los objetivos de esta batalla van mucho mas allá de la simple intención de cambiar la definición de la palabra “matrimonioâ€? en el diccionario de la RAE, y van encaminadas a que esta nueva conquista se sedimente como un estrato mas sobre las conquistas anteriores ya consolidadas y, a la vez, sirva de base para que conquistas futuras se asienten, no solo en el ordenamiento jurÃdico, sino también en el imaginario colectivo, a fin de cambiar las nociones sociales hegemónicas al respecto. Batalla, por tanto, jurÃdico lingüÃstica, e incluso atribución democrático parlamentaria de acepciones a conceptos lingüisticos, la democracia como sistema de atribución de significados, o al menos, como sistema de institucionalización legal de significados. Lo atrevido del planteamiento, que al principio advertÃa, ya parece verse con claridad.
Y a un lado de la barricada (y quiero aquà pedir disculpas por la jerga militarista utilizada, que si bien puede parecer inadecuada en el contexto pacÃfico en que se insertan los acontecimientos tratados, no deja de tener capacidad explicativa, ilustrativa, como metáfora, siempre que se entienda como la metáfora que efectivamente es) quienes defienden una concepción flexible, abierta, incluyente de matrimonio, basada esencialmente en el amor reciproco y la voluntad de constituirse en matrimonio; son desde los colectivos directamente implicados, colectivos homosexuales, hasta aquellos que sin estar directamente afectados entienden su lucha como justa, como una lucha legitima que busca hacer efectivos las abundantes proclamas de igualdad que nuestra Constitución consagra, entendiendo que la igualdad es algo mas que una idea eterea y vacia de contenido, entendiendola como una condición previa para poder vivir dignamente, una condición exigible a los que pretendemos que participen en esta sociedad, que no podemos pagar su colaboración como miembros del cuerpo social con asimetrÃas, desigualdades e injusticias; y en el otro lado, quienes con argumentaciones pueriles, reduccionistas y simplistas como las que versan sobre frutas y comparan personas, sentimientos y aspiraciones con, nada menos que vegetales, pretenden, no ya defender su particular concepción del matrimonio, sino negarse a aceptar que sobre este concepto caben acepciones diferentes; no ya defender su posición desde los instrumentos y a través de los canales que el estado de derecho nos garantiza, sino tratar de imposibilitar la transformación social afirmando el carácter exclusivo e inmutable de su concepción de matrimonio; su argumento, en definitiva, es el siguiente: el matrimonio es lo que yo digo que es, es exclusivamente la unión entre hombre y mujer, y cualquier otro que afirme que es otra cosa, no es que vea las cosas de otra manera, es que esta ciego, ya que no hay otra forma de ver las cosas que la que yo tengo, ya que matrimonio no puede ser mas que lo que yo digo que es.
A este respecto, cabe aventurarse a hablar del carácter radicalmente democrático del lenguaje, de su capacidad evolutiva, de su no solo elasticidad, sino plasticidad. El lenguaje es un producto genuinamente social, un producto radicalmente comunitario; el lenguaje no lo ha inventado nadie y lo hemos inventado todos, es el fruto de milenios de evolución, de cambios radicales y de lentas reformas; el lenguaje es creado y recreado a cada momento por la comunidad, y hasta tal punto está apegado a la comunidad que no cabe aquel cuando esta no se da. En efecto, es un producto social vivo, que sobrevive a generaciones enteras, y aunque le debemos a los muertos las aportaciones previas hechas, sin las cuales serÃa impensable tal y como hoy lo conocemos, en toda su riqueza y complejidad, es potestad de los vivos, de los presentes, decidir cómo y para qué lo queremos utilizar, a que objetivos aplicamos esta poderosa herramienta que configura nuestra forma de pensar y ver el mundo y que puede ser aplicado para ensalzar y despreciar, para incluir y excluir, para liberar y oprimir. Extrapolando el dogma jurÃdico de que “el poder constituyente de un dÃa no puede condicionar el del dÃa siguienteâ€?, podemos afirmar que no es de recibo que los muertos, desde sus tumbas, nos impongan definiciones pretéritas que ya no son coherentes con nuestras maneras de ver el mundo, haciendo asà del lenguaje, en lugar de un poderoso instrumento de comunicación, un lastre social que nos impide progresar. Si el matrimonio solo puede ser lo que “siempre fueâ€?, entonces corramos a inventar palabras nuevas para designar al ratón del ordenador (pobres ratones, ¿se sentirán agraviados al ser comparados con los insensibles perÃféricos informáticos?), al chat de la red, a la red misma o a los pantalones (¿mal llamados?) “vaquerosâ€?.
Pero igual que no debemos admitir que se nos imponga el lenguaje como un dogma, como una estructura petrea ante la que tenemos la doble opción de encajar en ella tal y como está o quedarnos fuera, excluidos, tampoco debemos permitir que nos asusten agitando fantasmas que nunca han vagado por nuestros parajes. Digo esto porque se han oido cosas incluso cómo que la tan polémica reforma abre la puerta a los matrimonios de varias personas; sin entrar a hacer una valoración moral sobre lo positivo o negativo de la poligamia (aunque puede haber incluso quien piense que para qué quiere matrimonios habiendo trimonios), que requerirÃa huir de generalizaciones y analizarla minuciosamente en todas sus variedades y perpectivas, cabe tan solo recordar que la amenaza con la que tratan de confundir a la opinión publica, que es quien al final decide el vencedor de la batalla a la que tan repetidamente nos hemos referido, no tiene nada que ver con el asunto que actualmente tratamos, que es una cosa aparte. Pero es más, lo que muchos ven como algo, no solo impensable, sino repugnante, desde su habitual estrechez de miras y su egocentrismo cultural, es una realidad perfectamente normal, que no admite mayores problemas en paises tan próximos a nosotros como Marruecos; volvemos a lo mismo, y sin que esto sea entendido como un alegato a favor de la poligamia, que no es algo que sea discutible hoy por hoy, este ejemplo nos sirve para insistir en que el matrimonio, como concepto, es completamente contingente; en un estado laico, esta institución no puede ser algo sagrado, inmutable por provenir de los designios divinos, debe de ser lo que la sociedad pretenda hacer de el.
En cualquier caso, parece claro que los viejos planteamientos, las viejas leyes, la vieja moral, no son útiles a la hora de lidiar con el panorama actual. La nueva familia es una familia flexible, no estandarizada, que huye de los tópicos y de los convencionalismos. La antigua norma, lo antiguamente normal, la familia heterosexual, basada en el matrimonio de por vida, con un sistema de atribución de roles rÃgido entre padre y madre, es hoy, quizá por suerte en muchos sentidos, una reliquia histórica. No se trata de que en cifras absolutas no sea la mas habitual, se trata de que tendencialmente tiende a disminuir, de que a perdido la hegemonÃa de que antes gozaba, de que ya no es referente para casi nadie y que por tanto, a dejado de ser modelo de lo “naturalâ€? e incluso de lo deseable para el conjunto de la sociedad. Ha pasado a ser un subtipo mas entre una multiplicidad de familias monoparentales, padres separados y familias gays. Tanto el nuevo lenguaje como, sobretodo, la nueva legislación, han de adaptarse a esta realidad social viva y cambiante, y no pueden mirar hacia otro lado ante la lenta revolución acontecida, si no quieren perder sus respectivas eficacias, lo cual, en el caso del ordenamiento jurÃdico serÃa excepcionalmente grave.
La aprobación de la nueva ley será para muchos un paso de gigante, una garantÃa de calidad de vida, un acto de justicia, una recompensa a decenios, siglos de luchas, no solo propias sino también heredadas; no será, sin embargo, el final del camino, solo una etapa mas del recorrido que ya parece estar completa. Una victoria más que es solo un incentivo para seguir luchando, para seguir avanzando.
Mientras tanto llegamos al final, si es que llegamos algún dÃa, defendamos esta conquista adaptando la vieja proclama revolucionaria, apropiándonos una vez mas de nuestro lenguaje, sin pagar derechos de autor, a los nuevos tiempos, gritando “¡el matrimonio para el que se lo trabaja!â€?.
(Permanezcan atentos a sus pantallas, tras esta pelÃcula les ofreceremos “No sin mi hijoâ€?.) |
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Comentaris
Y..por el análisis vamos a la parálisis
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per Gay |
06 mai 2005
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Aunque tu disquisición propia de quien ha fumado demasiada marihuana no está nada mal, las cosas son más sencillas. Esa argumentación que puedo compartir parcialmente, se resume en pocas ideas. Los homosexuales somos personas iguales que los heterosexuales, pero con una manera de ver, entender i vivir la vida diferente y en algunos aspectos me atrevería a decir que mejor. En el aspecto relacional, afectivo y sexual radica lo evidente de nuestra diferencia, pero no se limita a ese terreno como los heterosexuales, es decir como los homofobos pretenden explicar. También podríamos decir que si somos sujetos de las mismas obligaciones jurídicas, legales, etc, también es lógico e incontestable afirmar que debemos tener los mismos derechos.
Sobre el matrimonio es una lucha que se ha hecho por una cuestión cuasi formal, porque la mayoría de gays no aprobamos el matrimonio como institución ni como forma de vida ni como forma de organización de nuestros carceleros, los heterosexuales. Pero para quienes quieran cometer el error de casarse, pues que tengan el derecho. No creemos, la mayoría en la heterosexualización de la homosexualidad, en la pérdida de identidad de lo homosexual en pro de un mimetismo de los más decadente del mundo heterosexual.
Sobre lo del nombre "matrimonio"..se afirmaba más arriba que és una cuestión lingüística y de significados y bla bla bla....Y por el análisis vamos a la parálisis. No...lo de la palabra es una burda forma de buscar una excusa en el terreno de la filosofía inservible de salón para no aprobar la legalización y el reconocimiento de nuestros derechos sin parecer lo que se es, es decir, nazi. El Pensamiento, la filosofía, siempre es un buen escondite para los que pretenden un mundo inmovil, pero eso si, siempre desde el mundo de las ideas, que siempre protege del mundo de las cosas. |
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