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Sesiones de lectura de El siglo del comunismo (IV…)
20 abr 2005
COMUNISMO UTÓPICO CONTRA MOVIMIENTO REAL,
REFORMISMO CONTRA COMUNISMO
En el transcurso de la cuarta sesión de lectura del libro El siglo del comunismo, escrito Ignacio Rodas (Curso, Barcelona, 2004, < www.edicionescurso.com >), que tuvo lugar el pasado 10 de abril, los compañeros presentes, contando con la presencia del autor, leyeron y debatieron el capítulo IV de la obra, titulado «Qué es y qué no es el comunismo».
El capítulo arranca constatando la superchería cometida por el comunismo utópico más radical —el anarquismo— al calificar de «estatalista» justamente a la única fuerza política —el Partido de Marx, Engels y Lenin— que, «en los hechos, ha sido capaz de conducir al proletariado a la destrucción del Estado burgués (la democracia capitalista rusa) incluyendo la de su Parlamento (la Asamblea Constituyente)»; «insulto manifiesto a la inteligencia» que la acracia complementa con el tramposo discurso que emparenta ese Partido y la revolución que dirigió —determinadas por el triunfo del comunismo a escala internacional—, con el sepulturero contrarrevolucionario de ambos, el estalinismo.
En este punto, el autor hizo hincapié en la identidad substancial que revela el libro de las diversas ideologías reformistas, dado que todas ellas predican, en definitiva —desde «la posibilidad de hacer realidad el socialismo en un solo país», defendida por el estalinismo, a la supuesta vía anarquista hacia el «comunismo libertario» a través de experiencias locales coexistentes, en los hechos, con el capitalismo—, el utopismo reaccionario de pretender superar la sociedad capitalista sin antes destruir irreversiblemente, en todo el globo, las máquinas de opresión y represión que velan, en primera instancia, por ella, los Estados burgueses.
A este respecto, la documentación exhibida en El siglo del comunismo, en cuanto a la comprensión marxista —vale decir, la de Marx, Engels y Lenin— de la revolución rusa de 1917 parece, sencillamente, irrefutable: para los fundadores del Partido Comunista, del comunismo científico y para el líder bolchevique de nuestra época, la revolución rusa, en tanto que tal, sólo podía ser una revolución burguesa y la tarea del proletariado revolucionario ruso no radicaba en intentar, en vano, superar el cuadro objetivo, insoslayable, de tal revolución en un país todavía de amplísima mayoría de la masa campesina, sino en establecer, bajo su dirección, una alianza con ésta, con vistas a hacer efectiva, en la escena mundial (en concreto, en el «Occidente todavía capitalista»), «la victoria del proletariado industrial moderno, la victoria sin la cual —son palabras de Engels, recogidas literalmente, entre otros pronunciamientos fundamentalmente idénticos de él y de Marx, en el libro de Rodas— la Rusia de hoy no podrá llegar a una reorganización socialista de la sociedad». En perfecta sintonía con este planteamiento, vale la pena recordar también la terminante conclusión expuesta, repetidamente, sobre el asunto, por Lenin; conclusión que igualmente Rodas recoge, entre otras no menos significativas, en las páginas de su libro:

La revolución en Rusia es, inevitablemente, burguesa. Esta tesis marxista es absolutamente irrefutable. No se la debe olvidar jamás. Siempre hay que aplicarla al análisis de todas las cuestiones económicas y políticas de la revolución rusa.

Una revolución burguesa, en suma —la Revolución de Octubre de 1917— que, bien que actuando como un impulso formidable de la revolución socialista en los países avanzados, tal y como el propio Lenin, refrendaba, en fecha tan avanzada como 1921, sólo podía devenir, en Rusia, verdadera «revolución socialista» sobre la base del cumplimiento previo de «dos condiciones»: 1) que fuera «apoyada a su debido tiempo por la revolución socialista en uno o varios países adelantados» y 2) que «el proletariado» mantuviera, en el interior de Rusia, su «acuerdo» con «la mayoría de la población campesina»… «En una palabra —sintetiza Rodas, a este propósito, desvelándonos la verdadera realidad, contrarrevolucionaria, del radicalismo anarquista— paradójicamente una de las condiciones indispensables para avanzar hacia el socialismo en Rusia era que, desechando todo nefasto utopismo pseudocomunista, la revolución rusa no tratara de traspasar precisamente el cuadro burgués, o, dicho de otra manera, las relaciones sociales de producción capitalistas cuyo desarrollo constituía precisamente la base insustituible de la alianza proletario-campesina sobre la que se sostenía el régimen soviético en el país». En definitiva, El siglo del comunismo defiende, en la línea histórica de lo ya puesto en evidencia por el marxismo, que «Rusia no podía ser jamás “socialista�, sin el triunfo previo de la revolución proletaria mundial en los países avanzados» y que «efectivamente, no lo fue en momento alguno», hasta el punto de que el atroz atraso histórico en el que se hallaba sumida hizo recordar a Lenin, en su último discurso ante la Internacional Comunista (noviembre de 1922), que, ya desde 1918, «sostenía la opinión de que el capitalismo de Estado constituía un paso adelante en comparación con la situación económica [de predominio de la pequeña producción] existente en la República Soviética».
Así, de la mano de esta clarificadora documentación, el libro de Rodas nos conduce a una reflexión netamente subversiva para la imagen política usual de que goza el espectro de las fuerzas de izquierda —imagen en realidad proyectada, ¿cómo no?, por la ideología de la clase dominante—: un reformismo de fondo subyace, más allá de sus enfrentamientos, al estalinismo y al anarquismo: aquel que, haciendo caso omiso de la necesidad del proceso, como movimiento real, de la revolución proletaria, predica, como utópica y reaccionaria vía de emancipación de la clase explotada, el imposible paso directo, «a escala estatal o local, o incluso internacional», «desde el capitalismo a la sociedad sin clases». En relación con ello, las últimas páginas de este capítulo IV de El siglo del comunismo están dedicadas a restablecer, a la luz, el genuino contenido que el marxismo siempre dio a la sociedad socialista, en tanto que momento histórico de tránsito hacia el comunismo superior, en el que, «como fruto de la liquidación previa del Estado capitalista y del posterior desarrollo, sin precedentes, a escala universal, de las fuerzas productivas», «ha desaparecido la explotación del hombre por el hombre, en la misma medida en que» «la abolición del trabajo asalariado» «finiquita con la producción de mercancías y su intercambio», pero, asimismo, en tanto que sociedad que «acaba de salir precisamente de la sociedad capitalista —las palabras son de Marx— y que, por tanto, presenta todavía en todos sus aspectos, en el económico, en el moral y en el intelectual, el sello de la vieja sociedad de cuya entraña procede».
Decir, en fin, hoy, utopismo es decir reformismo reaccionario, por mucho que dicho utopismo se vista con los ropajes de la «construcción del socialismo» (cayó la URSS estalinista, pero siguen en pie Estados capitalistas, atrasados, como China o Cuba, que siguen utilizando, para encubrir los intereses explotadores de su burguesía, ese falso discurso “comunista�…) o del radicalismo anarquista. Aquí quedó situado el nuevo punto de partida de la prosecución de la lectura, que sigue abierta, como siempre, a todo compañero revolucionario.

Mel Sánchez
17 de abril de 2005
marxismo ARROBA marxismocontemporaneo.org

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Comentaris

Re: Sesiones de lectura de El siglo del comunismo (IV…)
20 abr 2005
Realmente no se pueder ser más retorcido en la reacción y en la contrarrevolución.
Sindicato Sindicat