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Los jóvenes progresistas...
20 mar 2005
La mayor miseria del progresismo consiste en su pretensión de querer luchar contra el sistema según los cánones de la "izquierda", al tiempo que en el plano real apoya las creencias fundamentales del sistema.
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[...]
Los jóvenes progresistas no se paran mucho cuando se trata de revelar las implicaciones
ecológicas y humanas del despliegue tecnológico al que nuestras vidas sirven de
decorado. En lo sucesivo, quieren lanzarse a la aventura insensata de las libertades a la
moda, integrar las subjetividades emergentes que parecen ofrecerles unas condiciones
de existencia en un movimiento sin cesar. No ven el punto de unión entre esta dependencia
siempre cada vez más enorme, monstruosa, de los indiviudos hacia un complejo
técnico, literalmente desmesurado, y la autonomización de la esfera económica. Se
alcanza aquí no sólo el viejo fondo de comercio de la mitología progresista (la abundancia,
la facilidad de la vida moderna, las promesas de un hombre nuevo) sino realmente
su mística. Éste es el sueño de los progresistas, liberarse de la necesidad -cuando
en realidad ellos extienden su reinado-, emancipados de la responsabilidad moral
del acto de producir y de consumir, y emancipados de la sensibilidad. El progresista
está fascinado por la «la idea etérea de una emancipación total de los límites materiales
y temporales de la condición humana». El progresista rechaza admitir que es la respuesta consciente que da el hombre a la necesidad lo que constituye su humanidad, que
es en la matriz de la necesidad donde hay que esculpir el rostro de la libertad, y que es
el momento de rencontrar el sentido de los límites en la elaboración de esta respuesta..
Como se puede ver, lo que los autores ponen en evidencia es que todas las propuestas
de la izquierda (de la izquierda), tan generosas como se quieran socialmente,tienen
como presupuesto la misma lógica del crecimiento que el sistema liberal. Siempre
recrean entonces, sin nungún análisis crítico, el entramado sórdido de la sociedad
moderna: mercado abstracto, trabajo asalariado generalizado, y por supuesto la producción
industrial. Por esta razón no hay que extrañarse de encontrar en estos partidarios
una noción estrecha de la política que se asimila en gran manera a la tecnocracia
en curso. existe en ese punto una profunda
lógica ya que ha sido hace tiempo demostrado -los autores se refieren sobre todo
a pensadores alemanes (Arendt, Adorno, Marcuse)- que la sociedad industrial es
incompatible con la democracia (lo que incluye su forma más espuria: la parlamentaria).
Que la complejidad de las interdependencias funcionales que fomenta una sociedad
tal impide todo control posible a la escala de una autonomía políticia de los ciudadanos;
que socava incluso los fundamentos morales. Y no obstante, «la ruptura [con
una sociedad tal] nunca vendrá de algún tipo de plan de urgencia decidido por expertos,
incluso en el caso de que estos resultaran ser, por azar, virtuosos y bienintencionados.
Si el cambio en las prácticas no proviene de los individuos mismos, si éste no consiste
en un control creciente de sus condiciones de vida, de sus intercambios entre ellos
y con el medio natural, entonces se seguirá (como es el caso desde hace decenas de
años, lo que incluye el transcurso desde las primeras alarmas ecológicas) en el sentido
de un reforzamiento del sistema, de una acentuación de la sujección de todos a la industria
y al Estado, en el sentido de una profundización del caos administrado»,
De ahí la apuesta por una perspectiva anti-industrial que aspire a romper con el individualismo
del mercado, con el Estado, con la religión de la tecnociencia, con el poder
omnímodo de los tabúes sociales que existen en nosotros. Pero las oportunidades de
esta «revolución necesaria» son mínimas. Como escribía Jacques Ellul, hace ya más de
treinta años: «En la medida en que la revolución necesaria se opone a esa facilidad que
el progreso técnico otorga al hombre, en la medida en que pone en juego la satisfacción
de ciertas necesidades que se han vuelto vitales por costumbre y persuasión, en la
medida en que rechaza el avance demasiado evidente hacia ese paraíso, la revolución
necesaria no tiene ninguna probabilidad de éxito. El mito del progreso ha matado el
espíritu revolucionario y la posibilidad de una toma de conciencia de la actual necesidad
revolucionaria. El peso que hay que levantar es demasiado pesado. El hombre tranquilo,
seguro de que la técnica le proporcionará todo cuanto pueda desear, no ve la
razón para hacer otro esfuerzo que no sea el facilitar este desarrollo técnico, ni por qué
habría de lanzarse a una aventura incierta y dudosa».

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Origen del estracto:

Revista “Los amigos de ludd� #8, 2005
Apartado 103
Arenas de San Pedro (Avila)
05400

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Comentaris

Re: Los jóvenes progresistas...
22 mar 2005
joel, que fuerte...
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