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Comentari :: antifeixisme
Que el lodo se pose en el fondo, dicen.
16 mar 2005
La prensa burguesa catalana regala a sus lectores dosis de "prudencia" como la que destila este articulista de La Vanguardia. Claro que el Presidente de la Monarquía Republicana llamada España no le va a la zaga, afirmando que la política no "busca la verdad" sino la "integración". Altísima dosis de pragamatismo.
La diferencia es que mientras el Sr. Zapatero es presidente de un Estado con asiento en la UE, la OTAN y la ONU, los políticos catalanes que no pasan de tenderos y malos poetas, juegan a "republicanos", "nacionalistas transversales" "buenrrollistas de izquierda" y demás patrañeros como el "adalid de las manos limpias de Vilanova, ex-ministro del de las Azores y ex-psuquero", pero sólo consiguen hacer un mayúsculo ridículo que sólo aplaude la patronal.


Victimismo en el 24-F

NO ME PARECE EXTRAÑO que una parte de la población catalana, si es preguntada sobre lo que somos, muestre más realismo que sus representantes

SALVADOR CARDÚS I ROS - 16/03/2005


Veinte días después del aciago 24-F, las aguas parlamentarias catalanas -aún turbias- han vuelto a su cauce y, como participo de la idea de que no había nada que pescar por revueltas que éstas fueran, también creo que es mejor dejar que el lodo se pose de nuevo en el fondo. Pero, por aquello de encontrar si habría algún bien que viniera de aquel mal, creo que no deberíamos dejar pasar la ocasión de ref lexionar sobre lo sucedido, ahora ya sin buscar otra cosa que revisar los tópicos con los que se analiza la política catalana.

Para empezar, es bastante difícil distinguir el grano de la paja en todo el embrollo.

En ocasiones, creo que informativamente se ha insistido demasiado sobre la paja, mientras que el grano quedaba oculto. Así, el descontrol verbal de Maragall, aunque pueda considerarse poco adecuado en un presidente de la Generalitat, no creo que señale ningún problema de fondo acerca del propio país. Éste es un país de bocamolls.

También se descontrolaba Pujol, y hace pocas semanas seguía recomendando vivamente menos corrección política... ¡Parece que Maragall le hubiera hecho caso! También me pareció exagerada la idea de un supuesto peligro de la judicialización de la política catalana. Poner una demanda por injurias opino que fue un error que sólo podía acabar de dos maneras: no prosperando o siendo retirada. Se trataba de un gesto tan obligado como inútil para responder a la ofensa, pero tampoco había para tanto. Y que el fiscal Mena se bata contra sus molinos de viento de siempre, aunque un poco tarde y con cierto oportunismo, no parece nada fuera de lugar. Una cosa es judicializar, que significaría algo así como querer descarrilar de la vía política, y otra que los tribunales intervengan cuando sea el caso y conforme a las normas del Estado de derecho, amparando precisamente el buen estado de la vía política.

En cambio, las gesticulaciones -acabando con la butifarra de Piqué al Parlament al retirar la moción de censura- han disimulado algunas cuestiones que me parecen más de fondo, estructurales, y poco o nada relacionadas con los perfiles psicológicos de los líderes, con sus relaciones personales más o menos malas, ni con la interpretación equivocadamente voluntarista que suele hacerse de lo político. Y, de manera destacada, quiero señalar que me ha parecido ver que la cultura política del país sigue anclada en un victimismo que lastra cualquier esperanza de cambio en la buena dirección. Se dijo durante la campaña electoral del otoño del 2003 que se llegaba a un final de etapa que daría lugar a una segunda transición. Y ahora el propio Maragall, siguiendo a sus analistas de cabecera, también ha querido interpretar la sacudida política como un síntoma del cambio de cultura. No lo creo: la sacudida ha sido de una total inutilidad, pero es que además ha dejado entrever que todo seguía igual. Incluso más igual de lo que se podía pensar. Precisamente, la interpretación de Maragall de que la suma de torpezas era el resultado de "una ofensiva política en toda regla" contra la izquierda por parte de la derecha,mentando el fantasma de la Guerra Civil, y la respuesta de Jordi Pujol en términos simétricos -y también con el amparo de sus intérpretes de circunstancias- de que se trataba de "una ofensiva, compartida por el PSC y el PP, para hacer desaparecer a CiU del mapa político", lo que deja ver es el poso victimista de siempre. Al victimismo también se apuntó rápidamente ERC al suponer que, de haber sido un conseller de su partido, al gestor del Carmel ya le habrían destituido, en lugar de afirmar que a ellos no les habría pasado nunca.

Y lo mismo el PP, presentándose como la víctima malquerida de un Parlamento que no llegaría ni a la suela de los zapatos del gran Piqué. Mi intuición es que los ciudadanos de este país van por delante en la superación de este síndrome de bullying político, cosa que vamos a comprobar en las preferencias del reciente programa deTV3Elpreferit, donde no creo que gane ningún mártir patriótico, sino el conquistador Jaume I o el bandolero Serrallonga. Para que vayan tomando nota los futuros líderes del país.

La otra línea de fondo que creo que ha podido distinguirse con claridad es que seguimos atrapados en la exageración. Efectivamente, la exageración de los problemas políticos, a los que todos contribuimos de manera entusiasta, y que se corresponde con la necesidad de exagerar una realidad política inexistente. Me imagino cómo debe de verse desde fuera tanto ruido por tan pocas nueces. Lo del oasis catalán, que aquí se ha querido interpretar como un remanso de buen rollo, no pasa de ser la versión del hortet de la casa autonómica adosada a otras dieciséis que es el Parlament de Catalunya. No me parece extraño que una parte de la población catalana, si es preguntada sobre lo que somos, políticamente hablando, muestre más realismo que sus representantes: "Catalunya es una región", dice la mayoría, con los pies puestos en el suelo y sin necesidad de engañarse. Otra cosa sería preguntar qué cosa preferiría. Pero, en cualquier caso, es cierto que sobre una base política regional montamos discusiones propias de primera división, es decir, de nación, y si nos despistamos, con Estado incluido. Desde Tarradellas, la política del como si las cosas fueran de otra manera ha sido la norma. Se trata de una buena estrategia, claro, pero siempre que no se pierda de vista el como si, para no acabar haciendo el ridículo.

He escrito que deberíamos aprovechar la ocasión para revisar los tópicos. No he dicho, en cambio, aquella tontería de aprender la lección. Como afirmarían los antiguos marxistas, en la política catalana no se dan las condiciones objetivas para poder aprender según qué lecciones.

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