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Sesiones de lectura de El Siglo del comunismo (II...)
09 feb 2005
LA LUCHA PARA DESTRUIR EL ESTADO CAPITALISTA,
CARACTER�STICA DISTINTIVA DE LA REVOLUCIÓN COMUNISTA

Este pasado día 29 de enero tuvo lugar la segunda sesión de lectura del libro de Ignacio Rodas, El siglo del comunismo, recientemente publicado (www.marxismocontemporaneo.org). Con la participación, como en la ocasión anterior, del autor, se leyó y discutió, en concreto, el segundo capítulo del libro: «Las dos revoluciones comunistas».
El primer elemento clave que se dilucidó es el papel decisivo que, en el reconocimiento histórico del movimiento comunista, desempeña la lucha efectiva para destruir el Estado burgués. A este propósito, el análisis, en el plano de los hechos fundamentales —desarrollado en el citado capítulo del libro—, del transcurso de las dos revoluciones, indiscutiblemente comunistas, vistas hasta hoy (la Comuna de París de 1871 y la revolución proletaria internacional prologada por el Octubre ruso de 1917), no deja lugar a duda alguna: una auténtica revolución comunista o, dicho en otras palabras, toda verdadera revolución proletaria queda definida, como tal, no por ningún supuesto contenido pretendidamente "comunista" o "no capitalista" de las medidas adoptadas, sino por el hecho de que tales medidas que, en ningún caso, pueden superar el cuadro social, todavía inevitablemente imperante del capitalismo, se integran, sin embargo, en la lucha efectiva, de las masas explotadas, para destruir el de la clase explotadora, el Estado capitalista.
Así pues, qué duda cabe —aseguró Rodas en el curso de la lectura/debate— de que toda auténtica revolución proletaria, comunista, se esfuerza, desde el primer momento, en defender, por todos los medios a su alcance, las condiciones de vida de la clase que la protagoniza, el proletariado, pero de ahí a creer que la revolución de la clase trabajadora se distingue o puede distinguirse, a lo largo de toda su primera fase desarrollo, por la adopción de medidas que podrían poner en cuestión el trabajo asalariado sobre cuya base descansa la sociedad burguesa media todo un abismo, ni más ni menos, a la postre, que el que separa irreconciliablemente el movimiento proletario revolucionario de la contrarrevolución. Por el contrario, el movimiento revolucionario real, en esa primera fase de su desarrollo —caracterizada por la imperiosa necesidad de derrotar política y militarmente al, aún muy poderoso, capitalismo—, no ha reconocido ni reconocerá otra prioridad que la de la destrucción efectiva, a escala de todo el planeta, de esas máquinas de opresión y represión de la burguesía sobre el proletariado que son, independientemente del régimen, democrático o no, que adopten, los Estados capitalistas.
Paradójicamente, pues, tal como puede leerse en este capítulo comentado de El siglo del comunismo: las decisiones tomadas, en su transcurso, por la Comuna de París y por el Octubre ruso de 1917 «eran medidas revolucionarias, comunistas; no, qué duda cabe, porque correspondieran a la sociedad sin clases, sino justamente, para decirlo así, por todo lo contrario, porque correspondían a las condiciones reales de lucha para destruir la sociedad de clases capitalista, todavía existente; a las condiciones reales de movilización y organización unidas de la clase explotada, el proletariado, para avanzar efectivamente en ese camino, el que conduce a la sociedad comunista, de la única forma en que era y es posible, imponiendo, antes que nada, el poder político y militar de los explotados sobre los explotadores, como premisa indispensable para pasar a las transformación real de las relaciones sociales de producción y vida imperantes».
Al hilo de la lectura, surgió un ejemplo significativo de esta paradoja, dialéctica como la vida misma, de una revolución comunista que sólo puede empezar a avanzar hacia la sociedad sin clases mediante la adopción, en lo económico, de medidas que se hallan en el cuadro del modo de producción capitalista («¿qué otro tipo de medidas podía y puede adoptar toda verdadera revolución proletaria en esa primera fase de su desarrollo en la que está y estará obligada a combatir, a vida o a muerte, en el terreno político-militar, contra los ejércitos capitalistas?...» —dio en plantear, con pleno acierto, uno de los compañeros asistentes—). El ejemplo, tratado en el libro y que se comentó, a este propósito, en la sesión de lectura, fue el del control obrero de la producción, una de las primeras medidas aplicadas, para defender los intereses del proletariado, tanto en la Comuna de París como en la revolución rusa de 1917 y que, sin duda alguna, volverá a la palestra con los primeros anuncios efectivos de la revolución comunista de nuestro siglo. Por supuesto, controlar la producción, por parte del proletariado, en nada —¡en nada!— supone, de por sí, suprimir la explotación asalariada, que, en realidad, sólo puede desaparecer y desaparecerá como fruto de un desarrollo, sostenido y sin precedentes, de las fuerzas productivas que acabe, para siempre, con toda carencia material y, de resultas de ello, con no importa qué utilidad del acaparamiento de productos. Pero además, la Comuna y la revolución soviética de 1917, nos reportan otra lección al respecto: la de que, bajo la determinación de la guerra civil revolucionaria contra la burguesía a la que conduce, a escala de todo el planeta, toda verdadera revolución proletaria, con lo que ello supone en cuanto a la exigencia de mantener en marcha y desarrollar la producción, el Estado proletario no ha tenido ni tendrá interés alguno, de por sí, en expropiar directamente aquellas empresas para cuya dirección efectiva todavía el proletariado no cuente, a ciencia cierta, con sus propios cuadros. Por el contrario, mantener en sus puestos de gestión, bajo el control, atento y estricto, de asambleas de los productores en cada centro de trabajo, a los capitalistas y actuales cuadros burgueses que, bajo los efectos de la presión revolucionaria, se avengan a ello —en tanto que, de entrada, se materializa el aplastamiento mundial de los Estados burgueses a manos de la revolución comunista—, constituye la mejor de las escuelas posibles para la formación de los propios cuadros proletarios destinados a dirigir eficazmente la producción.
Otro de los aspectos de la discusión giró en torno a la necesidad, para llevar a la práctica este combate revolucionario por la destrucción del Estado capitalista, de la organización más democrática posible del Estado proletario, que posibilite la plena participación, en él, de las más amplias masas de la clase explotada. La democracia proletaria más irrestricta y no el poder de ningún partido, es, pues, el régimen de la dictadura del proletariado y, a este respecto, de nuevo, las dos revoluciones comunistas, ya acontecidas, deparan vívidos ejemplos de cómo ello es posible: la Comuna incorporando a las tareas decisorias y ejecutivas de la revolución en marcha al conjunto de las masas trabajadoras insurrectas de París; los Soviets rusos expresando y ejerciendo, mientras la revolución tuvo aliento, el poder de las masas obreras y campesinas de Rusia, bajo la determinación proletaria, revolucionaria, de la lucha por el desarrollo y triunfo, a escala internacional, de la revolución comunista. Sobre esta última experiencia, la del papel decisivo jugado por la democracia proletaria, soviética, en la revolución rusa de Octubre, la reunión tuvo ocasión de detenerse, siempre al hilo de la lectura del libro de Rodas, en diferentes hechos y, en particular, en la composición proletaria, plural, de los Soviets, en vida de Lenin, que testimonian irrevocablemente no sólo hasta qué punto nos hallamos ante una auténtica revolución (esto es, ante la irrupción, en escena, de la masa del proletariado), sino, asimismo, hasta qué punto, el Partido Bolchevique, antes de sucumbir, en 1926 a la contrarrevolución capitalista de Stalin, hizo todo lo que estaba en sus manos, para defender el cuadro de independencia de clase, por encima de las divisiones partidarias, que, en el ámbito estatal, encarnaban los Soviets. Baste, a este propósito, un revelador dato entre los numerosos que se facilitan, sobre este tema, en el libro: en el IX Congreso de los Soviets de toda Rusia —el último que contó con la participación de Lenin—, celebrado, en Moscú, del 23 al 28 de diciembre de 1921, pese al retroceso, ya evidente, de la revolución, en Rusia y a escala internacional, cercada ya, de manera irremediable, política, militar y económicamente, por las grandes potencias capitalistas, pese a la insurrección anarquista generalizada, al calor del avance general de la contrarrevolución, en el interior de Rusia contra los Soviets, participaron 143 delegados (un 7,17 % del total) que se declararon, de forma pública, no bolcheviques. Este hecho bastaría por sí sólo, si no hubiera mil más que pudieran aportarse en tal sentido, para proporcionar prueba fehaciente de que, lejos de constituir táctica alguna, para el Partido de Lenin, en la línea del Partido Comunista fundado por Marx y Engels, la impulsión y constitución de la unidad del proletariado; el desarrollo, en todo momento, por todos los medios a su alcance, del frente único de la clase explotada suponían una estrategia permanente que hablaba, habla y hablará inequívocamente de la naturaleza revolucionaria del comunismo.
Las sesiones de lectura y discusión de El siglo comunismo prosiguen, abiertas a la participación de todo compañero verdaderamente determinado por la aprehensión, con fines revolucionarios, en una unidad de praxis militante, del pasado, el presente y el futuro de la revolución proletaria.

ROS
Barcelona, a 1 de febrero de 2005

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Comentaris

ros?
09 feb 2005
ESTE NO SERA EL ROS QUE NOS EXPOLIÓ??, A VER SI EL TAL J. ROS FINALMENTE LO QUE ERA ES UN TOPO MARXISTA I NO UN MANGUI A SECAS?????
Sindicato Sindicat