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Notícies :: antifeixisme |
El cuento del antisemitismo soviético
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per Kaganovich |
24 gen 2005
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Casualmente he encontrado esta página hoy, llena de basura sionista; y entre chorrada y chorrada chovinista me encuentro la constante alusión al mito del antisemitismo soviético. ES MENTIRA, CAMARRADAS. |
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Tras la muerte de Lenin, una troika formada por
Zinoview, Kamenew y Stalin tomó las riendas del
poder durante cuatro años, quedando Trotsky en la
oposición. En diciembre de 1927, y con ocasión del XV
Congreso del P. C. U. S. , Stalin asumió el poder absoluto, depurando a sus antiguos socios en el triunvirato y
haciendo excluir de los órganos directivos del partido a
1 centenar de sus principales opositores, buena parte
de ellos trotskystas judÃos. Fue a partir de ese instante
cuando comenzaron a tomar cuerpo las tesis del antisemitismo del régimen soviético, tesis que, con el transcurso del tiempo, serÃan ampliamente utilizadas por los
apologistas más activos del movimiento sionista.
Lo cierto, sin embargo, es que la depuración efectuada
en las altas esferas del partido por Stalin tenÃa
que afectar forzosamente a los dirigentes de origen
hebreo, dada la preponderancia de éstos en dichas esferas
del poder. Y la realidad es que, tan pronto como
fue zanjada la crisis trotskysta, los militantes judÃos
fueron incorporándose progresivamente a los cargos de
relieve, hasta alcanzar durante los años de la II guerra
Mundial una preponderancia similar a la que ya
habÃa en tiempos de Lenin.
Durante la Segunda Guerra Mundial la presencia
de los askhenazims en el régimen soviético se incrementó
aún más, cosa lógica por otra parte; y muy especialmente
en el organismo militar, que llegarÃa a contar
con más de cien generales de origen judÃo, siendo los
más destacados de entre ellos Lev Dovator, David
Dragounski, Jacob Kreiser, Alexandre Isyrline, Shimon
Krivocheine y Matve Vinroub.
Finalizada la segunda Gran Guerra, el peso y la
importancia que habÃan vuelto a alcanzar los bolcheviques
judÃos en los órganos rectores del Estado y del
Partido Comunista despertaron nuevamente los recelos
de Stalin, siempre dispuesto a atajar cualquier posible
amenaza a su poder absoluto. Varios escritores en dialecto
yiddish fueron arrestados y posteriormente ejecutados
bajo la acusación de traicionar a la URSS,de propagar
ideas antipatrióticas y de desnaturalizar el espÃritu
ruso. ¡Pero también se reprimÃa duramente a escritores cristianos, islámicos o ateos!
Por parecidos motivos, y acusados de antipatriotismo
y cosmopolitismo, fueron expulsados de sus
puestos diversos cientÃficos y funcionarios de origen
judÃo.
En enero de 1953 un grupo de médicos, muchos
de ellos judÃos, fueron arrestados bajo la acusación de
haber asesinado a varias autoridades estatales y de preparar
nuevas muertes. Este proceso, detenido siete
semanas más tarde por la muerte de Stalin, volvió a reavivar
las acusaciones de antisemitismo dirigidas contra
el régimen soviético por amplios sectores del movimiento
sionista y por las grandes organizaciones judÃas
de Europa y Estados Unidos.
Se recrudecÃa asà un conflicto que venÃa arrastrándose
desde hacÃa tiempo, y cuyas primeras manifestaciones
ya se habÃan dejado sentir en la propia URSS
desde los primeros años de la revolución. Por aquel
entonces, la comunidad judÃorusa sumaba alrededor de
tres millones de personas, asentadas principalmente en
Bielorrusia y Ucrania. Exceptuando a los activistas e
ideólogos marxistas y a una buena parte del proletariado
urbano integrado en el Bund (sindicato judÃo de
orientación marxista), la mayorÃa de la comunidad
rusohebrea vivÃa fuertemente apegada a sus costumbres
seculares. No era el ruso, por tanto, su vehÃculo
.regular de comunicación, sino el yiddish, del que sólo
prescindÃan en sus contactos con el resto de la población,
contactos, por lo demás, limitados a lo estrictamente
necesario. Para esa mayorÃa, las expectativas de
liberación residÃan en la materialización efectiva de la
anhelada Sión, y no en el triunfo de la revolución marxista.
Sus esperanzas, pues, estaban depositadas en el
movimiento iniciado por Théodor Herz y encabezado
en la Rusia zarista por Jabotinsky y Chaim Weizmann.
Con todo, éso no impedirÃa que el éxito de la revoludón
bolchevique fuese saludado con júbilo por la práctica
totalidad de la comunidad hebrea internacional. Las
m:mifestaciones que se sucedieron en tal sentido fue-
innumerables, y todas ellas hacÃan hincapié en el
papel decisivo desempeñado por los activistas judÃos
en el derrocamiento del odiado régimen zarista (cristiano militante) y en la
nstauración del nuevo sistema soviético.
Sin embargo, para la mayor parte de la comunidad judÃorusa la caÃda del antiguo régimen tan sólo significó
el final de la opresión zarista, pero en modo
alguno la realización de sus aspiraciones nacionalistas.
Pese a los constantes esfuerzos del nuevo régimen,
seguÃa siendo refractaria a la asimilación.
El conflicto, pues, era inevitable, aunque las discrepancias
sobre el tema fundamental se redujesen a
un asunto de puntos de vista. Lo que los judÃos tradicionalistas
esperaban obtener por la vÃa del sionismo, sus
consanguÃneos comunistas estimaban haberlo logrado
ya mediante la revolución marxista. Por ello, todos los
esfuerzos de estos últimos se centraron en convencer al
conjunto de su comunidad de que la tierra prometida
no estaba en Palestina, sino en la Unión Soviética o en
cualquier nación del planeta donde ondease la bandera
con la hoz y el martillo.
A tal efecto, las autoridades del nuevo Estado
crearon un Comisariado de Asuntos JudÃos, dependiente
del Gobierno Central, y una Sección JudÃa en el seno
del propio Comité Central del Partido Comunista.
Ambos organismos, dirigidos y gestionados por judÃos
comunistas, desplegaron una vasta actividad ideológica
tendente a divulgar e imponer sus tesis.
No obstante, y como quiera que todos esos empeños
resultaran infructuosos para ahogar las inquietudes
nacionalistas de la comunidad hebrea, en 1928 el
gobierno bolchevique decidió crear en el territorio de
la propia Unión Soviética un Estado especÃficamente
judÃo que albergara a todos cuantos seguÃan mostrándose
apegados a sus tradiciones y reticentes a todo
intento de asimilación.
El enclave elegido fue Birobidjan, un territorio
autónomo de 36.000 kilómetros cuadrados (un poco más pequeño que Aragón) situado en la frontera noreste de China. Pero aunque el proyecto fue
acogido en un principio con entusiasmo (hacia 1934
miles de judÃos de Ucrania, Siberia y Bielorrusia se
habÃan trasladado ya al mismo), las dificultades que
oponÃa aquel territorio inhóspito en el que estaba todo
por hacer fueron enfriando los ánimos iniciales, hasta
detenerse por completo el flujo migratorio.
Posteriormente serÃan pioneros no judÃos quienes se
instalarÃan en esa región, que en la actualidad apenas
cuenta entre su población con un 20% de ciudadanos
hebreos.
Poco después, y con motivo del estallido de la II
Guerra Mundial, las discrepancias que enfrentaban a
los dos sectores ideológicos del colectivo rusohebreo
pasaron, por razones obvias, a un segundo plano, y la
solidadaridad judÃa internacional, que tanto incomodaba
a los dirigentes soviéticos antes del conflicto bélico,
fue invocada por éstos para estimular el espÃritu combativo ante el enemigo común.
Pero tan pronto como acabó la contienda, y como
consecuencia de la cadena de procesos polÃticos estalinistas
que se abrieron a continuación, las crÃticas contra
el régimen comunista por parte de las organizaciones
judÃas de la diáspora volvieron a recrudecerse. Únase a esto la creacién del Estado sionista en 1948, muy necesitado de mano de obra y población inmigrante... El
hecho, ya comentado, de que varias de las vÃctimas de
procesos fuesen escritores, funcionarios y dirigentes de origen judÃo, ocasionó un aluvión de denuncias
constante, como ya ocurriera tras los fusilamientos de
Kamenew y la evicción de Trotzky, reincidiendo
nuevamente en el antisemitismo del régimen
Soviético.
Un buen número de publicaciones aparecidas en los primeros tiempos de la Guerra FrÃa
("Soviet Russia and The Jews", Gregor Aronson.
New York, 1949; "Jew behind the Iron Curtain",
Emmanuel Patt. Atlantic City, 1949, etc. ) acusaban a los
Soviets de perseguir a los israelitas de los paÃses "liberados"
por el ejército rojo, asegurando, además, que el
antisemitismo (legalmente castigado con la pena de
muerte en la URSS) era profesado abiertamente en el
Kremlim. Las denuncias contenidas en dichas publicaciones
se vieron reforzadas por una extraordinaria campaña
de prensa promovida por el American Jewish
Committe, una organización sionista norteamericana
con numerosas ramificaciones internacionales cuyo
Consejo Ejecutivo estaba presidido por el magnate
petrolero Jacob Blaunstein.
La virulencia de dichos ataques provocó respuestas
no menos airadas por parte de las autoridades de la
URSS y de no pocos órganos de opinión marxistas
del área occidental, que rechazaban tales acusaciones
tachándolas de propaganda antisoviética.
Tras la muerte de Stalin, y prácticamente hasta la
caÃda del régimen soviético, las imputaciones de esa
naturaleza no dejaron de sucederse. Desaparecido ya el
‘zar rojo’ y, con él, las depuraciones sangrientas, el
nuevo motivo de discordia habrÃa de ser las reticencias
de las autoridades comunistas a la hora de conceder
visados de salida a los ciudadanos judÃorusos que deseaban
emigrar (por supuesto, al joven estado sionista de ‘Israel’). Reticencias que, dicho sea de paso, no
obedecieron nunca a motivaciones de tipo ideológico,
sino a razones de Ãndole meramente utilitaria, dados los
perjuicios que para la propia URSS suponÃa la salida de
personas dotadas en no pocos casos de una elevada
cualificación técnica y profesional. Y reticencias que
pese a todo, no impidieron la migración de al menos
260.000 judÃosrusos (¿o rusos judÃos?) en el perÃodo comprendido entre
1968 Y 1980, la mayor parte de los cuales, curiosamente,
y después del alboroto armado, no se dirigieron a
Israel, sino a los Estados Unidos [¿?]. A esa cifra se añadirÃan
posteriormente nuevos contingentes.
Como, pese a todo, continuaran las acusaciones
referidas, en 1983 fue creado un Comité Antisionista de
la Opinión Soviética, integrado en su totalidad por desracados
miembros del mundo polÃtico, económico y
cultural de la URSS, todos ellos judÃos y militantes
comunistas. Durante la conferencia de prensa que tuvo
lugar el 6 de Junio de 1983 en el Ministerio de Asuntos
Exteriores, el general Dragounski, presidente del citado
Comité y condecorado por dos veces como héroe de la
Unión Soviética, manifestó el sentir de sus correligionarios
en los siguientes término: "El año transcurrido ha
confirmado con particular claridad que, en su desarrollo, el sionismo y su ideologÃa y prácticas xenófobas,
reproducen cada vez más manifiestamente las ideas y
los métodos del fascismo nazi ya desmantelado. Los
acontecimientos del LÃbano han mostrado al mundo
entero que los crÃménes de Beguin y de sus secuaces se
diferencian poco de las atrocidades cometidas por los
hitlerianos. Esto nos mueve a declarar que ha llegado la
hora de responder al sionismo internacional y a su propaganda antisoviética de una maniera mejor organizadaâ€?. Razón no le faltaba al jerarca, aunque su discurso fuese propagandÃstico; y más habrÃa dicho acerca del (post)sionismo en Palestina, vista la situación actual de Oriente Próximo.
Un año después fue editada en Moscú una publicación ("Los judÃos en la URSS")que incluÃa una extensa
relación de los miembros de esa ‘etnia’ que figuraban
en los lugares más preeminentes de los diversos estamentos sociales soviéticos. Dicha relación, que por su
amplitud no podrá ser incluÃda aquÃ, permite asegurar
que,en muchos de tales estamentos, la presencia de
ciudadanos judÃos constituÃa el 30% del total, en tanto
que el conjunto de la comunidad judÃorusa apenas
representaba entonces el 0,8% de la población rusa: Un
dato que habla por sà mismo y lo suficientemente explÃcito
como para descalificar las maniobras de distracción
(nunca gratuitas) de las organizaciones sionistas, para
las cuales todo lo que no se traduzca en su absoluto
dominio es sÃntoma inequÃvoco de antisemitismo. Y un
dato más que, añadido a los ya expuestos, demuestra
claramente la inconsistencia de los absurdos rasgos
antisemitas atribuÃdos al régimen soviético, buena parte
de cuyos ideólogos y dirigentes fueron precisamente
judios, y cuyas fobias antimosaicas nunca tuvieron un
contenido racial sino religioso. ¿Por qué no iban a criticar los marxistas-leninistas al judaÃsmo si habÃan hecho lo mismo con el cristianismo y otras religiones?
HE DICHO |
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Comentaris
Re: El cuento del antisemitismo soviético
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per ¿? |
24 gen 2005
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para que lees esa basura ? es una perdida de tiempo :D |
Re: El cuento del antisemitismo soviético
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per prou merda a indymerdia |
25 gen 2005
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