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Notícies :: corrupció i poder
La mediocridad como virtud
04 gen 2005
Ese «Código del buen gobierno» que acaba de aprobar el Consejo de Ministros sólo podía ocurrírsele a alguien que está gobernando por casualidad. Quiero decir, alguien que confunde el rábano con las hojas. Que los ministros sean excelentísimos señores o señores a secas, que dediquen más o menos tiempo a sus funciones y que lleven una vida más o menos ostentosa es secundario. El primer deber de un gobierno es gobernar, y eso precisamente no aparece en el «Código del buen gobierno» del Sr. Zapatero. ¿Olvido u omisión intencionada? Vamos a ser piadosos y pensar que lo dan por sobreentendido. Si al militar se le supone el valor, al Gobierno se le supone que gobernará bien, o al menos que va a intentarlo. Pero entonces, ¿por qué no se detallan las cualidades del buen gobierno? ¿Por qué no se dice que el primer deber de un Gobierno es poner los intereses del Estado por encima de los del partido? ¿Por qué no se le ordena no mentir, ni engañar, ni ocultar la verdad, ni dar gato por liebre, ni manipular las leyes, ni las normas, ni los reglamentos, ni la información, ni la buena fe de los ciudadanos? Esto es mucho más importante que esa sarta de lindezas con las que el gobierno Zapatero quiere convencernos de que está gobernando sin hacer otra cosa que ceder ante las presiones internas y externas, ante Castro y ante Marruecos, ante Carod y ante Caruana. No digo que esté mal haber apeado del tratamiento de excelencia a los ministros y prohibirles llevar una vida ostentosa. Pero esas son, diría Ortega, «virtudes pequeñas», virtudes de jefe de negociado, no virtudes de estadistas, de hombres y mujeres que tienen que afrontar los grandes desafíos que se presentan hoy a cualquier país y en especial al nuestro. Virtudes por déficit, ya que les señalan lo que no deben hacer. Pero, ¿y lo que deben hacer? Eso no parece interesar a nuestro Gobierno. E incluso en esas «pequeñas virtudes», ¿qué significa no llevar una vida ostentosa? ¿No alojarse en hoteles de cinco estrellas? ¿No comer en restaurantes de cinco tenedores? ¿No concederse medallas? ¿No vestir un nuevo modelito en cada aparición pública? Eso parece más bien un castigo a los restauradores y modistos que a los ministros. Aunque para alguno o alguna puede significar que la cartera ministerial ha perdido su principal atractivo.
Una vez más el gobierno Zapatero no ha dado la talla. Mejor dicho, nos ha dado su talla, al confundir lo accidental con los substancial, subvirtiendo la suprema labor que tiene encomendada y tratando de engañarnos con bisutería de mercadillo de barrio, en vez de afrontar los grandes problemas políticos sobre la mesa. Para volver a Ortega, «hay perversión dondequiera que haya subversión de lo que vale menos contra lo que vale más». Es lo que viene haciendo el gobierno Zapatero, un Gobierno de mediocres que aspira a poner a España a su altura.

José María Carrascal

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