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Recuperemos la memoria histórica
18 des 2004
P.— ¿Mientras los suyos se pudrían o morían en los calabozos, no fue relativamente mas envidiable su suerte personal?

R.— Me lanzaron a la cara, como lingotes de plomo, las mas inauditas acusaciones. Cualquier cosa valía con tal de flagelarme. Un diario belga como <<La Cite Chretienne>> —¡cristiana!— dedico en 1945 toda su primera pagina, durante toda una semana, a acusarme de los delitos mas espantosos e imaginarios. Hoy la lectura de estos textos delirantes resulta casi cómica.

Entretanto, en Madrid, el general Franco era bombardeado con acusadores informes destinados a aplastarme. Caían en los jardines del honesto caudillo como verdaderos obuses. Llegaron a enviar a Madrid a un emisario belga de postim, un multimillonario de garlitos llamado Marquet, que había entrado en la política por la puerta falsa. Estaba empeñado en mi persecución, pues aun tenia el trasero caliente de los puntapiés que le di en 1936 para defenestrarle de su escaño de senador <<podrido>>.

Franco llego a impresionarse por los cuentos de este aventurero, entonces propietario del Ritz y del Palace, los dos hoteles mas importantes del Madrid de 1945. El Caudillo llamo a palacio a su cuñado y ex ministro de Asuntos Exteriores, Ramón Serrano Suner:

<<Ramon, escucha. Marquet afirma que Leon Degrelle es un criminal de guerra. >>

El Caudillo, que me había recibido con mucha amabilidad en enero de 1939, durante la guerra , no sabia bien si debía protegerme o enviarme a Bruselas para expiar mis delitos.El gobierno belga se había dirigido incluso a la ONU para que esta exigiera de España mi entrega, y no para ser juzgado—¡ Eso a ningún precio!—, sino para fusilarme. Inmediatamente, desde el hospital, escribí a la ONU para ofrecer el trasladarme a Nueva York, con el fin de ponerme a su entera disposición .

A mi me hubiera encantado que el Tribunal de Nuremberg, en vez de ser un simple episodio, se hubiese convertido en un instrumento constante de examen— y en caso de culpabilidad, de represion— de los crímenes de guerra, pero fueran los que fuesen, y dondequiera que hubiesen sido perpetrados. Para ayudar a la estabilización de ese procedimiento yo me declaraba dispuesto a comparecer inmediatamente ante el areopago oficial que se estableciera— o confirmara— a tal fin.

El ministro belga Spaak era entonces secretario general de la ONU. Y previo la tormenta. Jamas recibí ni una linea de contestación.

P.— Entre los motivos de extradición figuraba fusilamiento ejecutado en un pueblo de Bélgica durante la ofensiva de las Ardenas en diciembre de 1944. Se llama Bande.

R.— No quisiera importunar con consideraciones personales. Es la historia de una época lo que les interesa, el desarrollo de una gran tentativa— la de Europa—, y no las vicisitudes de un ser aislado.

Lo que yo haya podido conocer y sufrir después de la segunda guerra mundial solo vale en la medida en que su descripcion y análisis aporten alguna luz sobre la época. Si yo he sido perseguido con un odio tan salvaje, si otros millares de personas lo fueron como yo, mi relato y sus relatos pueden ayudar a la comprensión de nuestro tiempo. Psicológicamente, esta caza del hombre después de la segunda guerra mundial quedara como punto de referencia para los historiadores. ¿Como se pudo odiarlos y perseguir así?, se preguntaran los chicos y chicas del año 2000. En 1945 algún mecanismo de la sensibilidad humana se averío. Yo quisiera que las precisiones que usted me pide sean simplemente un testimonio mas de la conturbación que mato entonces, en millones de hombres, el sentido del respeto debido a las convicciones de los demás y a su idealismo. Se pisoteo a los vencidos. Se les arrastro por el lodo. Se inventaron las peores infamias para aplastarles no solo política, sino también moralmente, sin darse cuenta de que los vencedores, si mancillan al vencido, se deshonran ellos mismos.Todo lo que pueda decirle de las persecuciones que he sufrido personalmente en la postguerra, no valdrá mas que situado en esta perspectiva histórica.

Volvamos, pues, a los fusilamientos de Bande.

Bande era un pequeño pueblo perdido entre los bosquecillos de las Ardenas. Desde principios de 1945 la prensa aireo a todos los vientos que yo había mandado fusilar a un grupo de civiles— veintiocho, creo— al comienzo de la ofensiva de von Rundstedt. Se levanto con ello un gran alboroto. Tanto que la misma Comisión de Crímenes de Guerra se ocupo de este asunto de Bande y ordeno realizar una investigación sobre el terreno. El informe oficial fue categórico: los soldados que habían realizado innegables ejecuciones en ese lugar eran todos miembros de la Wehrmacht. Ni siquiera de las SS. Habían creado, equivocadamente o con razón, que se enfrentaban a miembros del maquis. Los responsables alemanes ni siquiera eran militares del antiguo Reich, sino alsacianos, franceses pues, mandados por un suizo. Eran policías encargados de operaciones de protección a través de la región ardenesa, en donde se habían tendido numerosas emboscadas a los soldados alemanes durante la retirada de septiembre de 1944. En un pueblo llamado Rendeux-Bas, entre otros, según relatos de la prensa belga de entonces, habían sido asesinados setenta y un heridos alemanes de los ejércitos en retirada.

En las Ardenas belgas no se habla mas que el frances. Esos alsacianos y ese suizo al servicio de los alemanes conocían esta lengua. Por ello fueron elegidos. De ahí su presencia en Bande. Por eso realizaron también ese fusilamiento tan expeditivo. La Comisión de Crímenes de Guerra, una vez realizada la investigación, publico en 1946, en la Editorial Thone de Lieja, los resultados de la misma en una pequeña publicación oficial. Ni la sombra de una acusación, ni siquiera la mas leve sospecha, apareció contra mi. Ni siquiera se citaba mi nombre. Y por otra parte, ¿como iban a citarlo? Ni yo, ni ninguno de mis soldados, estábamos entonces en Bande, como tampoco en las Ardenas, donde entramos algunos días mas tarde, al anochecer del 25 de diciembre de 1944. Los días anteriores al fusilamiento de Bande me encontraba yo en Viena, no de incognito, sino públicamente, como orador. Di allí un mitin internacional. La crónica del mismo apareció en varias columnas de todos los órganos de prensa. Hubiese bastado consultar, de una simple hojeada, la primera pagina de los diarios alemanes de entonces para evitar una acusación tan incongruente.

De todas formas, la investigación de la Comisión de Crímenes de Guerra puso fin a todo ello de forma radical. Emitido el dictamen, hubiera tenido que desecharse definitivamente la acusación. Pero todo sucedió como si jamas se hubiese emitido el veredicto de la Comisión. El informe que me dejaba totalmente libre de culpas, publicado por la mas alta autoridad en la materia, permaneció virtualmente desconocido para el 99 por cien de los belgas. Será inútil tratar de buscarlo en las bibliotecas publicas. Esta guardado con llave en la del Senado belga, y aun hoy resulta imposible para un historiador el consultarlo. Ni un solo diario belga publico diez lineas sobre este informe de la Comisión de Crímenes de Guerra.

Todo quedo en la sombra.

P.— Se le ha implicado a usted igualmente en otros asuntos criminales.

R.— Se me endoso también un segundo crimen de guerra: el asesinato del burgomaestre de un municipio de los alrededores de Bruselas, que se llamaba Petre, ocurrido la ultima noche de 1942. Precisamente esa noche — por algo era joven— estuve bailando hasta el alba en casa de un fabricante de galletas. A las nueve de la mañana saboreamos los croissants del Año Nuevo, alegres pero reventados por las decenas de kilómetros de foxtrot y tango. Durante esas horas de relajamiento, la verdad es que no nos preocupamos mucho del Petre en cuestión. En realidad, jamas vi a ese alcalde en toda mi vida. Ignoraba lo que hacia y donde vivía. Y. sin embargo, ¡ yo era también el asesino! La noticia apareció en primera pagina en los diarios de la posguerra. Fue comunicada a todas las cancillerías. En los debates parlamentarios belgas, los portavoces de los partidos la siguieron comentando y difundiendo durante meses con una elocuencia capaz de partir en dos el mas robusto roble.

¿Y que ocurrió después? Dos años después descubrieron a los responsables. Eran unos nacionalistas flamencos. Con ocasión del proceso, el tribunal reconoció sin rodeos que yo no había estado implicado en absoluto en la liquidación de ese pobre Petrel. Reacción de la prensa. ¿Dio cuenta al publico de esa conclusión judicial? ¡En absoluto! los periódicos belgas continuaron durante años colgando el sambenito en el cuello, como un maldito cascabel de castigo.

P.— ¿Y los judios?

R.— En este tema mi caso fue como el de otros muchos a los que endosaron sin prueba alguna mil fechorías antijudias. Fue la moda durante decenas de años. Conocía, por tanto, la canción. Un día llegaron a determinar la cifra: ¡yo había matado a dos millones de judíos!

Es muy bíblico. En la Biblia, en efecto, manejando simplemente la quijada de un asno, Sanson extermino de un solo golpe a siete mil inoportunos. En una noche, el ángel de Yahve liquido a 185.000 filisteos. En Samaria y en Hebron, los israelitas llegaron a abatir en combate a un millón de enemigos. Los hijos de Ammon llevaron a la batalla 32.000 carros ( ¡once veces mas que Hitler en 1940!). Los cuatrocientos o quinientos animales sacrificados por Salomon en el Templo de Jerusalen se convirtieron milagrosamente en 22.000 bucyes y 120.000 carneros. Los matemáticos judios de los <<seis millones>> tenían una buena escuela.

En mi caso, no moleste a dos millones de judios, ni a doscientos, ni a uno solo. Cero, absolutamente cero. Jamas toque un pelo de ningún israelita, ni en Bélgica ni fuera de Bélgica. Dicho esto, si pudieron inventarse tales mentiras respecto a mi sobre los judíos, ¿que puede creerse de las otras mil historias difundidas a bombo y platillo por todo el mundo?

P.— Usted recibe frecuentemente a enviados especiales de prensa radio y televisión, ¿los reportajes que difunden despues son objetivos? recogen con honradez sus declaraciones. o, por el contrario, estan censurado o incluso deformados?

R.— Centenares de reporteros me han asaltado en mi exilio. Muchos de ellos lo ignoran todo. Jamas leyeron cuatro lineas sobre el tema que parecía interesarles. A veces son de una ingenuidad aplastante. Una vez pregunte a la hija de uno de los grandes bonzos de la relevision luxemburguesa, que quiso acompañar a Madrid a la tropa de asaltantes de mi intimidad: <<Señorita, ¿por que ha tenido usted interés en venir a verme personalmente?>> Me dio esta respuesta admirable: << me habían dicho que usted era Lucifer!>>

No llegaba a comprender que yo no blandiera en mi mano un tridente al rojo vivo. Al principio esto le decepciono. Al final me beso al despedirse. Era evidente que yo no olía a azufre.

El resultado siempre es el mismo. La entrevista o se entierra o se truce. Si el reportaje destinado a televisión resulta favorable, no sale en pantalla. Si, a la vista de los gastos realizados, hay que proyectar algo, se eligen de las diez o doce horas de declaraciones filmadas diez o quince minutos, evidentemente los menos comprometedores. Se dan cortes, se arreglan trozos y, gracias a supresiones y reconstituciones, se le hace decir a uno a veces todo lo contrario de lo que dijo. Pero esto no basta. Como todo sirve, en los estudios de adaptación le pegan a uno en los talones un lote de comentaristas y de locutores en off, que en cuanto se han pronunciado unas palabras le tratan a uno de embustero y de mitómano, o bien sacan en pantalla cualquier impreciso papel que se supone demolira vuestra retahíla. Ese documento, preferentemente alemán y casi siempre irrisorio, se lo debieran haber presentado a uno— al menos por simple honestidad— antes del debate, para que pueda dar sus explicaciones. Pero no, lo guardan prudentemente para arrearle a uno durante la emisión el garrotazo en la nuca. Como se esta ausente, no se podrá replicar nada.

Ante cualquier tribunal del mundo, es el acusado quien tiene la ultima palabra. En televisión quien la tiene es el locutor. Después de su intervención cae el telón y se queda uno con dos palmos de narices.No obstante, algunos montan a veces un reportaje mas o menos correcto. Entonces es sencillo: el reportaje no aparece y se guarda en sus cajas metálicas.

Un ejemplo concreto: en 1966, tras habermelo rogado por escrito el director de la Televisión belga de lengua francesa, recibí a uno de sus equipos. Estaba bastante extrañando. Me dije: <<Eso es mas bien raro. ¿Es que al fin van a dar a los belgas la oportunidad de escucharme y de juzgarme después?>> Esos reporteros de television actuaban de buena fe, lo reconozco, pero no me eran personalmente favorables en nada. La principal animadora era incluso sobrina del diputado comunista Brunfaut. Hicieron su tarea con decencia. Resultado: cuando los censores vieron que no había salido demasiado mal, la serie— ¡de cuatro horas!— paso en el acto a mejor vida.

Acaso esta entrevista para la television va a tener mejor suerte? Me permito dudarlo...

P.— ¿Por que va a ponerlo usted en duda?

R.— Para mi, la puesta en el indice de su emisión ha sido filmada al mismo tiempo que su película.

Usted ha recibido autorizaciones oficiales y decisivas antes de venir a entrevistarme. No lo dudo, puesto que usted me las ha enseñando. Pero tampoco tengo la menor duda de que serán anuladas. Ya lo vera. Jamas aparecerá en sus pantallas la punta de mi nariz. El publico no tiene el derecho de saber. Solo tiene derecho a la prolongación de decenas de años de mentiras. No me oirá. No me vera.

Si las multitudes tuvieran conocimiento de nuestros argumentos, el asunto podría estropearse para los farsantes y estafadores de 1945.

Usted es my simpático, usted y todo su equipo, con el ojo pegado en cada uno de sus aparatos y manejando diligentemente hectómetros de película. Pero estas acabaran como todas las demás, en sus cajas. A pesar de los millones gastados.


Es la ley. En 1945 se fabrico una falsa verdad. ¡Prohibido a todo el mundo el tocarla!

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Comentaris

1945
18 des 2004
1945_Reichstag.jpg
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Re: Recuperemos la memoria histórica
18 des 2004
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