Imprès des de Indymedia Barcelona : http://barcelona.indymedia.org/
Independent Media Center
Notícies :: pobles i cultures vs poder i estats
Maragall¿?
06 des 2004
Frente a quien tiene más poder que tú, aconseja Mazzarino a los políticos:

-"Comienza defendiendo una posición un poco distinta a la suya; justo para poder dejarte convencer por él".

-"No le acabes de explicar tu proyecto hasta el final; deja que sea él mismo quien saque tus conclusiones".

-"Ignora sobre todo que no ha podido concederte un favor si te lo prometió; siempre se odia a quien nos recuerda nuestra impotencia".

Frente a los políticos del mismo rango, Mazzarino tiene también consejos que dar:

-"Nunca te enfrentes de golpe a más de uno; mantén la alianza con los demás mientras no hayas acabado de hundir al primero".

-"No manifiestes nunca la indignación con palabras, sino con actos; lo segundo será tanto más eficaz en la medida en que evites lo primero".

-"No te lances a muchos temas, antes resuelve uno con éxito y esplendor; una vez tu reputación esté establecida entre tus pares, incluso tus errores revertirán en tu gloria".

Frente al pueblo, en fin, Mazzarino recomienda a los cortesanos:

-"No te opongas frontalmente a lo que les gusta; sean vicios o simplemente tradiciones".

-"Deberás anotar cuidadosamente lo que reduce a cada persona (o pueblo, o partido); pues es por eso mismo que puede ser vencido".

-"Practicarás diariamente con los sentimientos que necesitas para convencerles; y no has de cejar hasta haberte impregnado de ellos y haberlos hechos tuyos".

No me negarán que Maragall parece poco preparado y menos capacitado para llevar a la práctica estos consejos. Ni éstos, ni los más barrocos, pícaros y simpáticos de Baltasar Gracián cuando aconseja llevar "ojos en la espalda, en los codos, en la propia lengua para mirar lo que se dice; ojos en los mismos ojos para mirar cómo miran"...

Los periódicos no han dejado de recordarnos su puntual incumplimiento de tan sabios consejos. Las "zaranjadas" y "rifirrafes" de Maragall han representado "la agitación artificial", "la gresca continua", "la provocación a las (otras) autonomías", "la quisquillosidad particularista", etcétera, etcétera. Y es cierto que, contra lo que aconseja Mazzarino, Maragall ha empezado abriendo todos los frentes, diciendo sin ambages lo que pretende, y dejándose tirar de la lengua frente a quienes pretendían tajarla o trocearla, atendiendo simultáneamente a temas grandes y pequeños: desde el nuevo Estatut cuando nadie lo pedía, hasta sus "ambiciones territoriales" de Aragón al Rosellón (que el propio Mazzarino se había encargado de afanarnos); desde la voz y voto en Europa hasta la proyección económica y deportiva en el mundo; desde el catalán en España hasta los impuestos y los ministerios en Catalunya, desde la publicidad de los balances fiscales hasta "esos puntillosos arrebatos sobre las matrículas en que se entretiene, cuando los verdaderos problemas del mundo son la vivienda, la inmigración y el terrorismo".

Es difícil imaginar una mayor falta de mano izquierda. Pero más difícil aún es entender que muchas de estas "imprudencias" o "impertinencias" hayan ido calando hasta aparecer casi como evidencias, casi como lugares comunes. ¿A qué puede deberse este extraño fenómeno?

¿Cómo alguien tan poco competente en las artes políticas es capaz de irse saliendo con la suya? ¿Cómo la gramática cándida de Maragall parece estar pudiendo con la gramática parda de Mazzarino, que creíamos de rigor en estos menesteres? ¿Cómo lo que parecía a tantos piedra de escándalo se transmuta en primera piedra (o piedra de toque) de un nuevo proyecto de Catalunya, y même de España? ¿Cómo se pueden pisar tantos callos sin llevarse una buena patada? ¿Cómo tanta pretensión no se ha mutado ya, al cabo de medio año, en esa frustración sobre la que no han dejado de advertirnos nuestros buenos periodistas?

Atravesando el puente que une directamente la Academia con las Tullerías, cavilo que todo ello puede deberse a que Maragall es más somático que especulativo, más instintivo que deliberado, y ciertamente más cándido que Gracián o Mazzarino. ¿Será que el candor puede resultar tanto o más eficaz que la astucia retórica y programática de nuestros dos clérigos del colmillo retorcido?

Antes de imaginar tretas y mañas, Maragall decidió hacer caso a sus propias reacciones, a tomarse a sí mismo como síntoma de aquello a lo que el país aspira. ¿Es el narcisismo al poder, el retorno de la irracionalidad a lomos del carisma? No, ni mucho menos; sobre todo si no arrastra la tentación que tuvo alguna vez Pujol (el gran jalón y mojón que le precede) de confundir su particular sintomatología con la del país entero. En Maragall los síntomas han sido diversos y para algunos desconcertantes (su tozudez, sus huidas, sus veleidades intelectuales, su destreza y estrella olímpica), pero vistas en su conjunto nos van apareciendo como el testimonio de alguien que puede ser el viaticum -a la vez mediador e intermediario- de los intereses e identidades que en Catalunya se suscitan... Aunque es un hecho, por lo que se va viendo, que el síntoma Maragall puede resultar más difícil de tragar en Madrid que el de Pujol. Al fin y al cabo, Pujol transmitía una idea de Catalunya más simple y homogénea, más conforme a la imagen tópica que de ella se tiene en España, y sin duda más útil a la hora de intercambiar "peces en la cesta" por apoyo parlamentario al partido español de turno.

En pocas palabras: Pujol era el enemigo cómplice que con Maragall han visto mutarse en el amigo competitivo: pero ¿no será, dicen algunos, que Maragall se ha hecho nacionalista con sólo entrar en el Palau de la Generalitat -o precisamente para llegar a él-? La propia percepción socialista de "la deriva de Maragall" bascula a menudo entre el desconcierto y la irritación: ¿cómo ocurre eso con un compañero?, ¿ha olvidado la solidaridad y la igualdad socialista? (sólo Zapatero se ha atrevido a decir que el PSC de Maragall "no es parte del problema, sino de la solución").

Yo creo que estas reacciones tienen su razón -o al menos sus buenas razones-. Freud llamaba espantable e inquietante (Unheimlich)aquello que nos parece familiar pero es, a la vez, extraño; aquello que creíamos conocido y nos aparece, sin embargo, como ajeno, raro. Comprendo así que Maragall desconcierte y desazone a muchos "compañeros" de Madrid y a algunos de Barcelona; más, en todo caso, que Pujol, con el que sabían al menos a qué atenerse. Porque lo más desconcertante de Maragall no es ya que sea un síntoma (más que un hincha) de su "patria chica"; lo más desconcertante es que resulte también un síntoma de lo que va siendo ya España; esa España que resulta tan difícil de entender tanto a cabezas madrileñas como a sus franquicias periféricas.

La cosa es difícil, pero me resisto a pensar que es imposible. Trataré pues de explicar, una vez más, a qué síntoma me estoy refiriendo. Hace setenta años, cuando Unamuno decía que "los catalanes se venden el alma por un arancel", Madrid y Barcelona eran efectivamente dos territorios tan distintos como complementarios: una periferia industrial y comercial, que había hecho de la debilidad y de la necesidad virtud, renunciando al poder político a cambio del proteccionismo económico y policial que Madrid le surtía. Madrid era el centro político, administrativo y burocrático que vivía fundamentalmente de la intermediación y la vertebración radial de la Península. Eran distintos,pues, y, en cierto modo, complementarios.El negocio podía ser rentable para ambas partes.

Hoy Madrid es felizmente un centro económico, financiero y cultural considerable, al tiempo que Barcelona va siendo, y pretende ser aún más, también un centro político. Dos realidades más parecidas y, por lo mismo, más competitivas. ¿Cómo pretender, en estas circunstancias, que la distribución de los papeles, que la división del trabajo y del poder, siga siendo la misma? La nueva riqueza civil de Madrid exige la devolución a Catalunya (y a donde haga falta) de todo lo que ha provocado hasta ahora su pobreza política.Cuando Maragall quiere en Barcelona desde ministerios hasta lo que haga falta, no hace sino buscar una estructura que responda, que exprese y refleje la realidad de lo que es hoy esta España. De ahí que represente, a la vez, un síntoma de lo que es España y un diagnóstico para su modernización y saneamiento; para la adecuación de su superestructura a su infraestructura, como se decía antes. Y así es como el enemigo cómplice de ayer se transforma con Maragall en el amigo competitivo -objetivamente competitivo y no movido por la reticencia o la desconfianza-.

Pero si comprendo y simpatizo con ese Maragall síntoma, no comprendo y simpatizo menos con la respuesta, igualmente sintomática, que Madrid vino a dar a quienes, como el propio abuelo de Maragall, abogaron por una modulación up to date de lo que se vino a entender por España. Con razón decía Julián Marías que el Estado nación fue una anticipación y una lección que dio España al mundo. Una lección, añadía, "que la nueva Constitución de 1978 arroja por la borda, sin pestañear (...), de modo que la más vieja nación del mundo parece dispuesta a dejar de llamarse -y entenderse así-". Entiendo a Marías. Entiendo que la sensibilidad castellana esté marcada por el recuerdo de esta anticipación y de su éxito. En Castilla es el Estado el que hace la nación y no a la inversa; es el poder político el que dirige, controla y gestiona una "modernización" que sin embargo no unifica el comercio ni el mercado y deja casi intactos los sistemas arancelarios gracias a los cuales la aristocracia conserva los privilegios económicos como compensación de los políticos arrebatados por la Corona.

La rapidez de esta temprana unificación desde arriba -administrativa, legal y religiosa- es la que pone a Castilla a la cabeza de la revolución geográfica y la que ha hecho del castellano una lengua universal. ¿Cómo esperar, pues, que en el imaginario castellano no perdure el recuerdo y la querencia de aquello que tan bien supieron hacer; de aquel "espíritu imperativo", cantado por A. Castro y glosado por Ortega, que supo efectivamente "conquistar mandar, dominar, unificar"? Lo malo es que, desde entonces, este espíritu tendió a asociar virtud con magnitud, grandeza con dominio, desarrollo con ensanchamiento y, sobre todo, identidad con unidad. Y ello en detrimento de otras capacidades como las de adaptarse, pactar, innovar, de modo que eso mismo que les había puesto a la cabeza de la revolución geográfica les puso a la cola de la revolución Industrial y culminó en la fragmentación caudillista del imperio.

¿Estamos hablando de historia?

No creo que sea sólo eso. Todos nosotros -personas, países, instituciones- mitificamos y nos resistimos a abandonar las pautas de comportamiento que nos han conducido al éxito, aunque resulte que con ello nos arriesguemos a morir en el intento. ¿Quién les convence pues de que el Estado-nación, ese temprano invento de tan alta rentabilidad política y cultural, no es ya la panacea universal ni la gran bicoca? La mística del Estado, la historia (¿histeria?) de la unidad, la manía de la vertebración y la paranoia del cuarteamiento del solar patrio constituyen así un imaginario transversal de difícil, si no imposible, deconstrucción. Y es lógico, en cierto modo, que sea así. Lógico que en el hipotálamo castellano siga vigente la idea orteguiniana de que la nueva misión de España consistía en "luchar contra la desagregación que en serie ininterrumpida ha llenado los últimos siglos de nuestra historia y que hoy, reducida al ámbito peninsular, ha cobrado una agudeza extrema bajo el nombre de particularismo y separatismo (...) Estos nacionalismos y separatismos que ahora no hacen sino continuar el progresivo desprendimiento territorial sufrido por España desde hace tres siglos".

Lo que estoy diciendo -o citando- no pretende ser una crítica a este relato castellano. Expresa, bien al contrario, mi más profunda comprensión e incluso simpatía hacia este imaginario español; un imaginario que nada tiene de gratuito, sino que traduce y encarna una realidad -justo como el de Maragall traduce y encarna otra. De ahí precisamente que para algunos el encontronazo entre ambas pueda parecer más un choque de placas tectónicas que de meras opciones ideológicas. Más todavía: el hecho de que la postura de Maragall no exprese reticencia, resentimiento, animadversión o arrière pensée alguna respecto de España, esto mismo pone en evidencia que él no hace sino vehicular y poner de manifiesto las realísimas diferencias de intereses, valores y memorias que nos distinguen, diferencias que, como dije, tienden a agudizarse cuando Madrid y Barcelona pasan a ser socioeconómicamente más parecidas. En un entorno globalizado, la política de Maragall y del tripartito (de un tripartito que, de no existir, debía haberse inventado) no es sino una radiografía o escáner de este contraste -como ha de serlo también de las complicidades que nacen de todo aquello que, como la lengua castellana, no representa hoy un peaje más sino uno de los grandes activos de Catalunya.

Pero ya dije que esto es precisamente lo que irrita y desconcierta en Madrid. Acostumbrados a un enfrentamiento atribuible al nacionalismo del contrincante-cómplice que pretendía arrancarles cosas y llevárselas a casa, sienten que es más inquietante aún quien en lugar de llevarse las cosas pretende meterse en ella y transformarla. La reivindicación sociocultural, diferencial al cabo, se muta con el Maragall del nuevo Estatut en una reivindicación civil que aproxima lo identitario a lo estratégico, lo técnico a lo simbólico, lo jurídico a lo administrativo y, en definitiva, a lo político. No se trata de otro "nacionalista" que, como es de rigor, "pide siempre más dinero y más competencias a un Estado garante de la igualdad y la solidaridad entre los individuos". Se trata de un progresista (¡cuánto me cuesta a mí usar esta palabra!) que desde la lealtad, la amistad, la complicidad reclama una soberanía permeable y de geometría variable, con capacidad de adaptarse y competir en el nuevo nicho que nos abre la globalización. Que reclama, en definitiva, todo aquello que le ha de permitir ser tan solidario con los demás pueblos como respetuoso de la voluntad libremente expresada por el suyo.

No es fácil, ciertamente, encontrar esta distancia óptima, este punto medio donde el encontronazo se puede mutar en acoplamiento. Pero es necesario encontrarlo. ¿Cómo no entender, por ejemplo, que sólo desde esta distancia podemos conseguir que los catalanes sean también del Real Madrid, y que mientras prefieran que éste pierda frente al Liverpool, España no será un proyecto verosímil?

Parece tonto sacar el fútbol a colación. Pero no lo es. ¿Acaso es casualidad que la cuna del parlamentarismo y del deporte moderno, de la democracia y del fútbol, resulte ser la misma? ¿O lo es acaso el uso nacionalista que todos los estados hacen del deporte? No, la re-lación entre política y deporte no es anecdótica o casual; ni en España ni, claro está, en Catalunya. Y la cosa tiene sin duda raíces antropológicas, religiosas incluso.

En efecto; todos los de cierta edad hemos oído hablar mil veces del "sacrificio incruento de la misa". Lo de incruento sugiere que los sacrificios fueron antes, tanto entre los paganos como en la propia crucifixión, auténticas carnicerías humanas. Pero así como el animal o chivo expiatorio fue sustituyendo al hombre, la misa resultaría ahora el sucedáneo, simbólico e incruento, de la hecatombe -justo como el deporte organizado surgió en Inglaterra como sucedáneo incruento de la agresividad y el conflicto. Una agresividad domesticada por unas reglas de juego -"pegarse a intervalos de tres minutos, hasta que suene el gong"- y que servía tanto a los deportistas de desahogo físico como a los espectadores de desahogo identitario, y que al pasar del césped al parlamento adquiría un tinte más ideológico y más formalizado aún. ¿Cómo pretender, pues, que Maragall no jugara en los dos tableros -el de las elecciones y el de las selecciones- precisamente para defender el juego limpio?

No estoy diciendo que Maragall piense así o que maquine con todo eso. He dicho, al contrario, que en su actuación se manifiestan de un modo tan directo y tan revuelto como su vida misma casi todas las variables que configuran las necesidades y los deseos de mi país. Comprendo que, acostumbrados a enfrentar o anticipar maniobras, tretas e intenciones ocultas (adictos a Mazzarino aún sin haberlo leído), algunos políticos se sientan desconcertados y se pregunten aún: "¿Pero qué pretende, qué querrá ese Maragall?".

Yo he escrito este artículo para decirles que dejen de preguntarse; que ante el fenómeno Maragall deberían recordar el consejo de Goethe: no hurguéis en los fenómenos, ellos mismos son su propia lección. Y para recordarles también que la respuesta a su pregunta la tienen ya, como la carta robada de Poe, justo encima de la mesa: ¡atrévanse a leerla!

(Vanguardia.)

This work is in the public domain

Comentaris

Re: Maragall¿?
06 des 2004
¿Y tu crees que alguien por aquí se va a dignar a leer semejante truño de texto? Publicalo en la web del PP, seguro que allí tiene más salida, pues viven muy a gusto, parece, con esa obsesión anti-Maragal, que tantos votos les da entre la ignorancia.
Re: Maragall¿?
06 des 2004
de verdad os creeis el cuento xino de que Maragall es nacionalista?¿ Maragall lame el culo a quien haga falta para estar en el poder sea nacionalista catalan como Carod o nacionalista español como Zp.
Re: Maragall¿?
06 des 2004
A LA MERDA EL NACIONALISME SIGUI D'ON SIGUI! ANARQUIA I LLIBERTAT!
Re: Maragall¿?
06 des 2004
Visca els Països Catalans Lliures, Solidaris i Revolucionaris!!!
Re: Maragall¿?
06 des 2004
Mori l´espanyolisme, Fora espanyolistes dels Països Catalans, Euskal Herria, Galiza, Castilla, Canarias, Andalusia, Astúries!!!
Els Països Catalans...Endavant!!!
Re: Maragall¿?
06 des 2004
Maragall reclama para Catalunya o estatus de comunidade nacional...E isto que carallo é?

Que alguén mo explique...

Unha refundición de Comunidade Autónoma + Nacionalide Histórica ou Nación?

Unha nova denominación para que os seus amigos social-fascistas non se poñan nerviosos ou que?

Non o entendo.
Re: Maragall¿?
06 des 2004
Pues se ponen nervisoso, fíjate tú.

En todo caso, mírate un poco lo que hay en Galicia, porque al mayor defensor de la nazión patriótica gallega (perdón galega) es....ejem, Fraga Iribarne.

Lo hace para que nadie allí se ponga nervioso, más que nada.
Re: Maragall¿?
06 des 2004
Que día máis apropiado para o tema!!!... O D�A DA "IMPOSICION EXPANHOLA"....

Pasade olímpicamente dos fascistas de MADRID...

Que nos importa?

PSOE E PP a mesma merda é...

Ondiñas veñen e van...
Sindicato Sindicat