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Precariedad y subempleo laboral
28 oct 2004
En el inventario de los daños colaterales del desempleo, la inestabilidad multiforme de las condiciones laborales (suplencias, contratos por tiempo determinado, pasantías de toda índole), resulta una suerte de evidencia, conocida y reconocida desde hace mucho tiempo. En cambio, el subempleo escapa en gran medida al detalle de los perjuicios del desempleo. Porque se confunde, en parte, con el trabajo a tiempo parcial.
En Estados Unidos, el número de desempleados alcanzó alrededor del 5 por ciento entre enero y abril de 2003. En España, el desempleo alcanza el 11,9 por ciento de la población activa, cifra récord en Europa. En Alemania, asciende al 10,7 por ciento, y en Francia, al 9,3 por ciento. Pero estas cifras minimizan la realidad. Paralelamente, se imponen el trabajo a tiempo parcial, los horarios atípicos, y actualmente en Francia, aproximadamente uno de cada diez empleados recibe un salario inferior al SMIC (salario mínimo). Los trabajadores pobres han dejado de ser patrimonio exclusivo de Estados Unidos.
El trabajo a tiempo parcial queda generalmente excluido de toda reflexión sobre el empleo y el desempleo, relegado al capítulo de la diversificación del trabajo o, lo que es más desolador aún, a la rúbrica "conciliación entre vida profesional y vida familiar", pero rara vez se lo aborda desde la óptica de la escasez de empleo.
Inmerso en palabrerías sobre la reducción de la jornada laboral, el trabajo a tiempo parcial constituye sin embargo el pilar del subempleo. Este último se esconde a menudo bajo la expresión "empleos atípicos", término genérico que engloba todo tipo de empleos que, de una manera u otra, contravienen la norma laboral sobre contrato por tiempo indeterminado y de jornada completa. Aquí se encuentran incluidos los contratos por tiempo determinado, las suplencias, los contratos subvencionados y las pasantías de toda índole. El trabajo a tiempo parcial corresponde a una situación en la que se trabaja menos de lo deseado. En fuerte alza estos últimos veinte años, los empleos atípicos representan uno de cada cuatro empleos.
Abarcan, evidentemente, situaciones muy heterogéneas: la suplencia, que se caracteriza por la precariedad de las condiciones que ofrece, a veces involucra a empleados muy calificados; algunos contratos por tiempo determinado renovados regularmente pueden resultar más estables que contratos por tiempo indeterminado que concluyen con un despido.
Por eso, la identificación de los empleos temporales con la precariedad no puede ser total, aunque resulte globalmente justificada. Estas diversas formas de empleo no sólo están, de una manera u otra, "fuera de la norma". Se caracterizan también por una inestabilidad que las asimila a la precariedad y las acerca al desempleo. Porque a menudo son las mismas personas que oscilan entre contratos por tiempo determinado, suplencias, trabajos esporádicos y desempleo. Son a menudo jóvenes, poco cualificados y navegan sin rumbo en la inestabilidad permanente.
Pero no son los únicos que trabajan en un marco de inestabilidad. Los asalariados y asalariadas a tiempo parcial forman parte también del paisaje de la desregulación del mercado laboral. Raramente inscrito en el cuadro de la inestabilidad del empleo, el tiempo parcial se encuentra sin embargo en el corazón del problema. Es allí, entre los asalariados que trabajan doce, quince o veinticinco horas semanales, donde se encuentra la mayor parte de las personas subempleadas, es decir, aquellos hombres y mujeres que trabajan menos de lo que desearían. Las discusiones sobre las 35 horas dejaron de lado el problema: al concentrarse en todos aquellos que aspiran a trabajar menos (que efectivamente son muchos), olvidan a aquellos que quieren trabajar más pero no lo logran. Aquellos que necesitan un salario completo, pero que sólo encuentran un empleo parcial.
Los debates sobre esta cuestión son un concentrado de mala fe. Al identificarlo con el "tiempo elegido", al presentarlo como un estilo de vida que permite la "conciliación entre vida familiar y vida profesional", se suprime el problema del subempleo, se elimina la cuestión de los bajos salarios. Y se lo asigna a las mujeres.
En Francia, como en todas partes de Europa, el trabajo a tiempo parcial es patrimonio de las mujeres, quienes representan más del 80 por ciento de las personas involucradas. Pero a diferencia de muchos de sus vecinos europeos, en Francia apareció sólo recientemente. Su desarrollo data, más precisamente, de comienzos de los años 80: de aproximadamente 1,5 millón de trabajadores activos empleados a tiempo parcial en 1980, se pasó a poco menos de 4 millones en la actualidad. Sería mejor decir que el trabajo a tiempo parcial no constituye, en Francia, un componente del auge de la actividad femenina. Porque las mujeres se insertaron en el mercado laboral desde comienzos de los años 60 mediante la jornada completa. Esto constituye una de las principales características de lo que podría denominarse el crecimiento de la actividad femenina "a la francesa". El trabajo a tiempo parcial irrumpió hace una veintena de años, aprovechando la crisis del empleo y bajo el impulso de fuertes políticas de incentivo: ayudas financieras a los empleadores para la creación de empleos a tiempo parcial, reducción de aportes patronales, etc.
Claro que este fenómeno esconde realidades sociales extremadamente diversificadas. Para algunas mujeres, se trata de una decisión individual de reducir la jornada laboral. Para otras, cada vez más numerosas, se trata de otra lógica. Desde hace veinte años, efectivamente, el trabajo a tiempo parcial se ha desarrollado en determinados sectores (el comercio, la hotelería, la gastronomía, los servicios a particulares y a empresas) y en una categoría profesional particular: más de la mitad de las mujeres involucradas son empleadas. Cajeras, vendedoras, personal de limpieza... la mayoría no eligió ocupar un puesto a tiempo parcial. Prefirieron tener un empleo de algunas horas antes que estar desempleadas. Muchas de ellas trabajan por un salario muy inferior al SMIC mensual y con horarios extremadamente fragmentados y cambiados.
Es el gran momento pues de acabar con la idea de "elección". Tiempo elegido, tiempo sufrido: a pesar de las apariencias, la cuestión no es pertinente. ¿Qué significa "elegir" cuando las presiones son tan fuertes que no existen otras soluciones, cuando los empleos ofrecidos nunca son de jornada completa, cuando las exigencias de la vida familiar se tornan demasiado complejas? Las presiones no son únicamente de orden económico o doméstico. Son también -y fuertemente- ideológicas: el trabajo a tiempo parcial ha sido construido del principio al fin como la forma de empleo ideal para las mujeres.
La cuestión, pues, no es tanto saber si el trabajo a tiempo parcial ha sido elegido poco, mucho, apasionadamente o nada, sino ver sus consecuencias. A lo largo de los años, se ha convertido en la figura emblemática de la división sexual del mercado laboral. Asimismo, se ha convertido en el motor de la pauperización del trabajo. Porque quien dice trabajo a tiempo parcial, dice -esto es evidente- salarios parciales. El tema, sin embargo, continuó siendo tabú en Francia durante mucho tiempo. Como si los trabajos basura fuesen patrimonio exclusivo de Estados Unidos.
Hubo que esperar a fines de los años 90 para tener datos precisos y para que emergiera, finalmente, la cuestión de los bajos salarios y de la pauperización del trabajo. Actualmente, en Francia, 3,4 millones de personas trabajan por un salario inferior al SMIC mensual. El 80 por ciento de ellas son mujeres. Desde el comienzo de los años '80, los salarios bajos (menos de 838 euros mensuales) están en plena expansión. Afectaban al 11 por ciento de los asalariados en 1983 y al 17 por ciento en 2001. En cuanto a los salarios muy bajos (menos de 629 euros), su crecimiento fue aún más rápido: del 5 por ciento de los asalariados en 1983, se pasó al 9 por ciento en 2001.
Este fuerte crecimiento de los salarios inferiores al salario mínimo legal está estrechamente vinculado con la multiplicación de los empleos a tiempo parcial, que alcanza el 80 por ciento de quienes poseen bajos salarios. Paralelamente al crecimiento de este tipo de empleo, se perfila un proceso de pauperización: el desarrollo de una franja de asalariados pobres, es decir, gente que no está ni desempleada, ni "excluida", ni "asistida", pero que trabaja sin poder ganarse la vida.
Estas mujeres son en su mayoría eliminadas de la contabilidad oficial de los trabajos basura franceses. Por un lado, el Instituto Nacional de Estadística y Estudios Económicos (INSEE) conserva, en su definición de los trabajadores pobres, el umbral de 50 por ciento del ingreso medio (es decir, 534 euros en 1996), y evalúa su número en sólo 1,3 millón (6). Por otro lado, al optar por fundarse en una definición familiar (y no individual) de los ingresos, las estadísticas oficiales encuentran un 60 por ciento de hombres entre ellos.
Este detalle excluye una gran parte de los bajos salarios generados por el subempleo. Subestima la pauperización de una parte de los asalariados, y especialmente de las mujeres. Sin embargo, es preciso ver las cosas como son: en nuestro país, los asalariados pobres son más numerosos que los desempleados. Hubo que esperar mucho tiempo para que estos datos fueran publicados. Habrá que esperar aún más para que aparezcan en el debate social.
Si bien no se trata ni remotamente de un desconocimiento de los hechos y de las cifras, el olvido del sexo del empleo que caracteriza a la mayoría de los análisis económicos es pasmoso. Esta extraña ausencia plantea: ¿será la pauperización del trabajo demasiado feminizada como para ser chocante? ¿Será el subempleo menos grave cuando afecta al segundo sexo?
La Francia de comienzos del siglo XXI posee 3,4 millones de empleados por debajo del SMIC. Pero silencio: no son trabajadores pobres. La mayoría son sólo mujeres en busca de un salario parcial, un sobresueldo, de alguna manera... Es probablemente aquí donde debe buscarse el origen de esta discreción sospechosa: una tolerancia social que no llama a las cosas por su nombre.
Calcular el desempleo no es fácil de hacer, pero al menos las cifras se dan a conocer. El subempleo y la pauperización del trabajo, en cambio, continúan siendo la cara oculta de la crisis del empleo. Porque el desempleo no es únicamente la privación de empleo para un número considerable de personas. Es también un medio de presión sobre las condiciones laborales y de empleo de todos aquellos que trabajan. En nombre del desempleo se precariza el empleo y se empuja a ciertas categorías de asalariados hacia la inactividad forzada o el subempleo, se definen los ritmos de trabajo y se aceptan salarios inferiores al mínimo legal.
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