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UN CÓDIGO PARA NO SER INFELIZ
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per Jaime Richart |
17 set 2004
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UN CÓDIGO PARA NO SER INFELIZ
I.—No te empeñes en ser feliz
Conténtate con no ser desgraciado.
La felicidad no existe en estado puro, porque siendo un bienesÂtar moÂmentáneo va asociado a la trisÂteza anticipada de perÂderla.
II.—No te rebeles frente al destino
Pero haz todo lo posible por ser dueño de él, adeÂlantándote a crear tus propias circunsÂtancias en luÂgar de dejarte arrastrar por ellas.
Los antiguos decÃan que “los dioses ayuÂdan a los que acepÂtan y arrasÂtran a los que se resistenâ€?.
III.—Si te inclinas a creer en un Dios, cree firÂmemente
No permitas entonces que se apodere de ti el teÂmor a su justiÂcia.
Preocúpate en este caso de disfrutar de la obra de su creaÂción, más que de venerar al Creador. Porque ¿no te parecerÃa estúÂpido que en lugar de recrearte esÂcuÂchando su música te dedicases a adorar al comÂposiÂtor?
Tenlo por cierto: si existe el pecado o crees en él, eso será todo lo que hagas o pienses traicionando a tu conciencia y sobre todo a tu auténtica naturaleza.
IV.—Si no puedes creer en un Dios…
No te atormentes con la duda: nunca reÂsolverás con tu esÂfuerzo inÂteÂlectivo una cuestión que realmente no han resuelto ni reÂsolverán jamás los hombres.
Vive entonces simplemente con arreglo a la ley naÂtural graÂbada en tu corazón, y no te preocupes: si existe ese Dios y tú no lo crees, ten por seguro que será condesÂcendiente conÂtigo, porque tú y tu insigniÂficancia en medio del cosmos le harán contemplarte con la misma ternura que a ti te inspiran un recién nacido o la actitud desaÂfiante de un niño.
V.—No hay por qué aferrarse a una única verÂdad posible
Lo sabio es admitir verdades diversas y alÂternaÂtiÂvas. La histoÂria del hombre es una suceÂsión de erroÂres y de esÂfuerzos para corregirlos…
VI.—No tengas mala conciencia por no ser “reliÂgiosoâ€?; pero tamÂpoco menosÂprecies a quien dice serlo
Las religiones —todas— tienen el fin de dar senÂtido a la vida, aliviar la angustia y proÂporcionar pautas moÂrales. Todo, para hacer poÂsible la soÂciedad humana, y también porque tú no tenÃas aún capaÂciÂdad para disÂcernir por tu cuenta.
Si te decides a ser religioso, no andes perdido ni siÂgas esa reliÂgión “por si acasoâ€?. Es preferible que consÂtruÂyas tu propio código de comÂportaÂmiento haciendo de él tu religión. Asà podrás ser sacerÂdote y confesor de ti mismo…
VII.—Sin embargo, si pierdes el norte y te ataca la desesÂpeÂranza, piensa en que es posible que un PrinciÂpio suÂpremo venga rigiendo el orÂden del mundo a lo largo de toda la historia de la humaniÂdad, aun dentro del desorden apaÂrente
VIII.—Si pasa por tu cabeza la idea del suiÂciÂdio, piensa que ya tendrás tiempo para estar muerto; sea para la Nada sea para la eternidad
IX.—Acepta la idea de la muerte como algo natuÂral que ocurre a cada instante.
Piensa que nadie se libra de ella; para su bien, porÂque una vida teÂrrena eterna serÃa insoportable.
Ten en cuenta, además, en relación a la vida desÂpués de la muerte, que nada se ha podido probar hasta ahora y todo es posible. Por eso, y porÂque es ingenuo aceptar una sola hipótesis renunciando a otras también posibles, imagina la otra vida como más te agrade… esa vida en paralelo que siempre soñaste, que no te ha sido posible realizar y que ya no es tiempo de vivirla, la vivirás cuando mueras…
X.—La muerte debe ser, en fin, la culmiÂnaÂción del proÂpio desÂenÂvolvimiento y desarrollo perÂsonal
Este puede ser uno de los sentidos de la vida.
Sé resueltamente optimista en cuanto a las posibiÂliÂdades de otra vida superior después de la muerte.
XI.—El dolor natural es necesario
No te apresures a evitarlo. Sólo habiendo sufrido puedes saÂber de la importancia del doÂlor y gozar de su auÂsencia; como sólo después de canÂsado disfruÂtas del descanso. Sin emÂbargo, si te lo provocas busÂcando el conÂtraste, debilitarás tu espÃritu y emÂbotaÂrás tus sentiÂdos y lo harás más insoÂportable que si viene naturalmente solo.
Puedes, en cambio, curar los males del esÂpÃritu con el pensaÂmiento, y los del cuerpo sirviéndote de la fuerza del espÃritu.
XII.—Cuando te llegue una adversidad fÃsica o moral, piensa en quienes sufren más o carecen de lo más indispensaÂble
No dirijas tu atención hacia quienes pasan por una fase faÂvorable de su vida, y ello quizá en apaÂriencia.
XIII.—Acepta con buena disposición los conÂtraÂtiempos, y aléÂgrate de que sean lleÂvaderos
Ten presente que si no te hubiera acomÂpañado la suerte, hubieran poÂdido ser más graÂves e incluso haber provoÂcado tu ruina moral o material.
XIV.—Valora tu suerte por lo que disfruÂtas y no por lo que te falte
Ten presente que irÃa contra la ley del equiÂlibrio universal que goÂces, tú y los tuyos, de buena salud, de éxito, de prosperidad y del aprecio de los demás, todo de manera prolonÂgada y al mismo tiempo.
XV.—No te ufanes del éxito ni te permitas suÂfrir demaÂsiado por tu fracaso
Con frecuencia la buena suerte de hoy es el coÂmienzo de una fase dolorosa de la vida; y, por el contraÂrio, un fracaso suele ser la seÂmilla de la dicha de maÂñana.
XVI.—Sitúate como espectador de ti mismo y de la vida
Considera la vida como un inmenso laboÂratorio donde puedes reÂcrearte con tus propias experiencias; no demasiado arriesgaÂdas, porÂque estás sujeto a las reglas que tu edad, tu cultura, tu cirÂcunsÂtancia, tus atavismos y aun la censura de tu conciencia te dicÂtan. Si no las respetas te sobrevenÂdrá el espanto.
Pero al mismo tiempo renueva despaciosamente esas reÂglas y coÂrrige las que vienes empleando con excesivo artiÂficio y las que se avieÂnen mal con tu naturaÂleza..
XVII.—No intentes imitar a nadie; ni su comÂporÂtaÂmiento ni sus ideas
Sé tú revelándote a ti mismo quién eres. La verdad está en ti. Esfuérzate en exÂtraer y utilizar las riqueÂzas que se esconden en ti.
Sé original, sin extravagancia. Trata de ser siempre creativo, sin perder de vista la vulgaridad de tu enÂtorno para no verte sumido en un mundo excesivaÂmente ficticio e irreal.
XVIII.—Procura pensar siempre por tu cuenta y no te deÂjes venÂcer por nada extraño a tu espÃÂritu
Rechaza la maledicencia y no te dejes cautivar por la propaÂganda ni por la elocuencia. La elocuencia enÂcierra a menudo los mayores errores y las contraÂdicÂciones más peligrosas emboscados en la veÂheÂmencia y el adorno verbal.
Ahorma tu criterio sobre todo lo que te inteÂrÂesa, pero sé tolerante con las opiniones ajeÂnas. Sé, en suma, condesÂcenÂdiente con los demás pero intransiÂgente contigo mismo.
XIX.—Revisa esporádicamente tus ideas: ninÂguna es realÂmente inconmovible. Si ahora te sientes convenÂcido por alÂguna, considéÂrala verdaÂdera y útil sólo proviÂsionalmente. Esto te permitirá senÂtirte siempre coheÂrente
Sin embargo, esfuérzate en concebir dos o tres pensamienÂtos que, como el oro, puedan tener para ti un valor intemporal. No permitas que los sentimienÂtos invaÂdan el ámbito de tus pensamienÂtos; conÂtrola los pensaÂmientos por medio del espÃritu, y los sentiÂmienÂtos por las ideas. Pero abandónate a los sentiÂmientos que provienen de la emoción estéÂtica.
Llora cuanto desees. No reprimas el llanto; el llanto cura o al menos alivia las enfermeÂdades del alma.
XX.—Goza con moderación de los sentiÂdos
Cuanto menos abuses de los sentidos, más tiempo y más inÂtensaÂmente gozarás de ellos, y más de los placeres del espÃÂritu.
Cuanto más cultives el espÃritu más disfrutarás de los sentiÂdos.
XXI.—Trata de hacer compatible la seriedad y deseable perÂfecÂción en tu trabajo habitualy en tu vida privada, con el buen humor y la imagiÂnación
Observa el lado positivo y amable de casi todas las situaciones y moÂmentos.
XXII.—EjercÃtate en adquirir la audacia neceÂsaria para sobreÂvivir y estar preparado para soportar cualquier grave contraÂtiempo
Algún dÃa puede serte útil; sobre todo si hubieres fracasado a peÂsar de tus esfuerzos en una sociedad implacable con el débil.
Además, con demasiada frecuencia el instinto naÂtural se atrofia por la presión civilizadora, y en la sociedad como en la NaturaÂleza sólo se alza y resiste el más fuerte.
XXIII.—No te comprometas con ideologÃas, ni tendencias, ni fiÂloÂsofÃas, ni doctrinas
Si puedes, conócelas; pero no seas gregario y que tu participación sea siempre sin compromisos que dudes vayas a poder cumplir.
XXIV.—Procura lo necesario para vivir dignaÂmente
Pero no dejes que se apodere de ti la codicia. Y piensa que, por muÂcho esfuerzo que hubieres hecho para merecer lo que tienes, muchos otros también lo hicieron y, aun con más méritos que los tuyos, no triunfan y apenas conÂsiguen sobrevivir.
No confundas tus convenienÂcias personales con el interés colectivo. Usa de tus cosas con un sentido de posesión y de administración pruÂdente, y no de proÂpiedad “contra todosâ€?. Asà las podrás compartir más fácilmente y usarás los bienes comunes con más cuiÂdado incluso que los tuyos propios.
XXV.—Evita, si te es posible, empleos o activiÂdades primados y valorados por su productiviÂdad o por cantidad de trabajo
Si no te fuere posible, recuérdate a ti mismo con frecuencia y a quien te paga que trabajas más por tu propia estima que por ganancia. Pero proÂcura activiÂdades remuneradas y valoradas más por la calidad y el esmero que pongas en el trabajo.
Podrán ser más gratos o mejor gratificados, pero no consideres que haya trabajo más “digno� que otro.
Reserva el tiempo preciso para el ocio bien entenÂdido, es decir no como holÂganza que debilita.
XXVI.—No te empeñes en evitar a toda costa los problemas que se te presenten
Uno de los atractivos de la vida es resolverlos; y piensa que lo más importante de un proÂblema es un buen planteamiento: toda posible solución comienza por un planÂteamiento adecuaÂdo. Como la curación de la enfermedad en el diagnóstico atinado.
XXVII.—Practica cualquier arte o actividad manual, o al meÂnos dedica diariamente tiempo para la música y la lectura
XXVIII.—Haz ejercicio fÃsico moderado todos los dÃas y come con frugalidad; de todo, pues el hombre es omÂnÃvoro
XXIX.—No trates de interrumpir enseguida el proceso natural de las enfermedades
Evita la asistencia médica y la medicación inmediaÂtas. Permite que la propia enfermedad vaya geneÂrando sus propias defensas y contra otras.
XXX.—Conoce y respeta las reglas de la conviÂvencia social, pero elúdelas discretamente siempre que te sea posible
Procede de la misma manera con todas las leyes en general, sobre todo cuando a tu juicio carezcan de justificación moral suficiente.
XXXI.—No te obstines en que otros se sirvan de tu experienÂcia, ni trates de persuadirles o disuadirles de hacer lo que se propoÂnen hacer
Lo que para ti fue un fracaso para otros puede ser su fortuna, y lo que te fue favorable, para otro puede ser causa de su desdicha.
XXXII.—ConfÃa siempre en el hombre, y házÂselo saber asÃ, aunque tengas malas referenÂcias suyas. Asà le obligarás moÂralmente y en reÂciÂprocidad a confiar en ti
El hombre es bueno; quiere ser bueno, pero es déÂbil, y su debilidad le hace cobarde y agresivo al mismo tiempo. La cobardÃa y, sobre todo, su ignoÂrancia de los secretos de la Naturaleza en contrapoÂsición a los esÂtragos que le ha producido su expeÂriencia social, hacen del homÂbre un ser del que, en general, hay que guardarse. Sin embargo, cree en él. Cuando te hubiere engañado, apártalo de ti o dale otra oportunidad… pero sigue creyendo en el homÂbre, una y mil veces: es la mejor protecÂción contra su debilidad, su miedo y su empeño en sacar venÂtaja a tu costa.
XXXIII.—Esfuérzate en descubrir en ti el genio o el torrente creaÂtivo
El hombre carece de verdaÂdera sensibilidad o bien es enfermiza. Solamente de la mujer es la sensibiliÂdad natural; pero sólo el hombre, a través de la insÂpiración que la sensibilidad de la mujer le transmite, ha sido capaz de crear algo grandioso. Y crea, preciÂsamente porque no puede procrear. Por eso, hasta ahora al menos, sólo en el hombre estuvo alojada la semilla del verdadero genio.
XXXIV.—Respeta a los hombre y mide su cateÂgorÃa sólo por la nobleza que te llegue de su espÃÂritu; también por su capacidad creativa
Sólo unos cuantos crean; el resto de la humanidad, sin hacer aportación alguna que valga la pena, se liÂmita a beneficiarse de la inteligencia y de la perseÂverancia de aquéllos. Pero por principio, nadie tiene más derecho a ser respeÂtado más que los otros.
XXXV.—Sé comprensivo con las actitudes reiÂvindicativas de la mujer de nuestro tiempo
Respeta sus anhelos igualitarios. Pero recuérdale que serÃa odioso y, en ciertas cosas, imposible inverÂtir el papel biológico que uno y otro tiene en la NaÂturaleza; que lo deseable es construir entre ambos un sistema de inÂtercambio de valores y atenciones basado en el prinÂcipio de reciprocidad, teniendo en cuenta cada circunstancia, y no en el de hegemonÃa; que el “machismoâ€? no debe sustituirse por el “hemÂbrismoâ€?, y, en fin, que la meta conjunta de hombre y mujer debe ser la reafirmación de un vigoroso persoÂnalismo en el que hombre y mujer conserven, cada uno, las limitaÂciones y grandezas de su sexo.
XXXVI.—Si tienes hijos, dales una formación basada princiÂpalÂmente en tu ejemplo y en exÂcitar su curiosidad hacia los feÂnómeÂnos natuÂrales principalmente y los sociales
En lo que te sea posible, confÃa su educación a quien puedas cosÂtear, pero siempre sin excesivos esfuerzos. Y en ningún caso esperes mucho de tus hijos, ni consideres los gastos de su instrucción como una inverÂsión ni siquiera en beneficio de ellos.
Sabe que suele uno empezar exigiendo mucho a los hijos, esperas granÂdes cosas de su talento... pero terminas conformándote con que no sean desgraciaÂdos.
XXXVII.—Deja que tus hijos hagan pronto su voluntad
Está al tanto de sus cosas; vigÃlales desde lejos para evitarles daÂños irreparables pero no te entroÂmetas en su vida por desviada que te paÂrezca.
Permite que se equivoquen ellos solos. Si se equiÂvocan por tu conÂsejo, nunca te lo perdonarán.
XXXVIII.—Da gran importancia a la amistad, pero aprende a vivir solo
Elige tus amigos por razones de afinidad y por sus cualidades personales, no por su categorÃa social o por su posición económica.
Si quieres conservarlos, no abuses de su trato, no les pidas favores, ni trafiques con ellos ni con su inÂfluencia. Respeta a todos pero aléÂjate de quien no te respete.
XXXIX.—Procura vivir en compañÃa y aprende pacientemente a convivir con tu pareja
Ensaya en los registros y resortes, casi infinitos, que tiene quien comÂparte tus dÃas y tus noches; y ambos dejaros mutuamente maÂnejar como un insÂtrumento musical delicado o como una tablilla de cera.
En los momentos difÃciles y crÃticos de vuestra vida, no te engañes creÂyendo que con otra persona serÃas más feliz. Recuerda una vez más que tu felicidad y, a veces la de los demás, dependen de ti solo. No esÂperes reciÂbirla de los otros. En cualquier caso, la senÂsación de feliÂcidad más intensa es la que experiÂmentamos cuando causamos alegrÃa en los deÂmás. Al menos es la manera de hacer la vida más lleÂvadera.
XL.—Instruye a quien corresponda para que en los momentos de la muerte no se alargue innecesariamente tu vida y tu agoÂnÃa
No hay razones sólidas para oponerse a la eutanaÂsia. Quien se opone a ella es porque sigue los dictaÂdos de otros, o quizá porque tiene secretos recursos para resolÂverse a sà mismo su muerte digna
XLI.—Evita a todo trance los procesos judiciaÂles
Encuentra siempre una solución amigable: es preÂferible que cedas muÂcho de tu derecho a verte enÂvuelto en un pleito. Por ello, procura crearte los meÂnores intereses posibles, y en cuanto a los que hayas ya adquirido, defiéndelos con la máxima largueza.
En todo caso ceder te proporcionará mayor bienesÂtar que una ruin obsÂtinación en defender tus dereÂchos.
En cuanto a las cuestiones de honor, sitúa tu propia estima por enÂcima de tu reputación.
XLII.—Ama a tus padres al menos en la meÂdida en que te amen; pero no te sientas obliÂgado a amarles sino por lo que te sientas amado. A tus hijos, ámalos en la medida que desees te corresponÂdan
XLIII.—La mejor herencia que puedes dejar a tus hijos es hacer que ellos lleguen a ser dueÂños de sà mismos
Renuncia por adelantado —al menos moralmente— a lo que puedas reÂcibir en su dÃa en herencia.
Ten presente que las cuestiones hereditarias crispaÂdas, antes de produÂcirse y después cuando se deÂclaran, suelen ser paradójicamente causa próxima o reÂmota de males, enÂfermedades y ruina.
XLIV.—Nada en exceso; ni siquiera la bondad ni la higiene
La bondad excesiva irrita y origina malestar en el entorno. Muestra también tus imperfecciones. A veces hasta conviene exagerarlas. El ser humano es perfecto en su mismidad. Y es él en todo caso quien tiene que rendirse cuenta a sà mismo de sus debilidaÂdes. Es en sociedad donde comienzan los defectos y carencias... Los defectos son sólo "sociales".
La excesiva higiene favorece el contagio de enferÂmedades y hace más vulnerable tu organismo.
XLV.—Ama, en fin, tu libertad hasta el extremo de negarte a ti mismo abusar de ella...
Pero recuerda:
XLVI.—Para la realización integral de tu vida, es preferible que los necios digan de ti que esÂtás loco a que los inteligentes piensen que eres vulgar...
http://www.eltorrenti.com/editoriales/200407/20040718-003.htm |
Mira també:
http://www.eltorrenti.com/editoriales/200407/20040718-003.htm |
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Comentaris
Re: UN CÓDIGO PARA NO SER INFELIZ
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per Ka |
17 set 2004
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Demasiado largo, para ser feliz es mejor no cumplir ningún mandamiento. |
Re: UN CÓDIGO PARA NO SER INFELIZ
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per fran |
18 set 2004
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Esto parece en plan de autoayuda ya. |
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