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Anàlisi :: antifeixisme |
Sobre el terrorismo y el estado.2
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per Introd. |
27 ago 2004
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Continuacion sobre el terrorismo y el estado.
Título original: Del terrorismo e dello Stato. La teoría e la practica del terrorismo per la prima volta divulgate, 1ª edición, Milán, abril 1979. No consta nombre de traductor para la edición en castellano (Bilbo, 1993).
(2ª-Pa.)To be c. |
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Los estalinistas, desde el momento que no se les puede acusar de ignorar lo que es fascista, deben en consecuencia ser acusados de haber mentido pretendiendo que la provocación de piazza Fontana era "de sello fascista". El hecho de que el general Miceli, hoy abiertamente fascista, lo fuera ya cuando era jefe del S.I.D., no es ciertamente lo que determinó su acción cuando dirigía los servicios secretos: porque los servicios secretos recibían órdenes y ejecutaban lo que los políticos les mandaban hacer. Pero la mentira de los estalinistas, respecto a piazza Fontana, no era inmotivada, aunque fuera torpe, puesto que querían callar lo que sabían perfectamente y puesto que al mismo tiempo se encontraban atacados por los obreros salvajes, y es sabido con qué violencia debieron propagar en el 69 el fantasma de la "amenaza fascista" con el fin de construir "la unidad de la clase obrera" bajo sus directrices. Una semana después del 12 de diciembre, los trabajadores del metal del sector privado, que eran la vanguardia del movimiento y su franja más dura, fueron obligados a desconvocar todas las huelgas a partir de la anunciada para el 19 de diciembre, y a aceptar el contrato impuesto por los sindicatos. Bien sabían, Longo y Amendola, que si hubieran dicho la verdad en caliente, el 13 d diciembre de 1969 habría estallado la guerra civil, y bien saben hoy todavía que cuando uno quiere, como ellos, ser invitado a cenar en un rincón de la mesa del estado, no se puede decir en voz alta que los platos están sucios: pero, sin embargo, pueden decir en voz baja y en secreto: "los platos están sucios, ya lo sabemos: si nos invitáis nos callamos"; y en efecto se callaron.
Puesto que los estalinistas se callaron en el 69, el "partido de las manos limpias" [9], ha tenido en lo sucesivo que seguir callándose y mintiendo sobre las provocaciones y asesinatos ulteriores perpetrados por los servicios secretos de ese mismo estado del que exigen hoy el agradecimiento por su solidaridad, y del que quieren repartirse los jirones con los democristianos.
Durante mucho tiempo, los situacionistas fueron los únicos en Europa en revelar que el estado italiano era el autor y el beneficiario exclusivo del terrorismo artificial moderno y de todo su espectáculo. Y mostramos a los revolucionarios de todos los países que Italia era el laboratorio europeo de la contrarrevolución, y el terreno de experimentación privilegiado de las técnicas policiales modernas - y esto, desde el 19 de diciembre exactamente, fecha de la publicación de nuestro manifiesto titulado El Reischtag arde [10].
La última frase de este manifiesto, "compañeros no os dejéis detener aquí", es lo único, sin excepción, que ha sido desmentido por la historia: este movimiento se detuvo precisamente ese día, y no podía ser de otra manera, desde el momento en que éramos los únicos en tener plena consciencia de lo que la operación de piazza Fontana significaba, y en decirlo, sin disponer, de cualquier modo, de otros medios de una "Roneo robada" como lo precisaba este manifiesto [11]. Como dice el pueblo, "el que tiene el pan no tiene los dientes y el que tiene los dientes no tiene el pan", y todos los valientes extraparlamentarios de entonces, que poseían periódicos y revistas, no tenían los dientes, y no publicaban nada pertinente sobre esta masacre, ocupados todos ellos como estaban, y lo siguen estando, en buscar la "estrategia correcta" a imponer al proletariado, que para ellos no sirve más que para ser dirigido, y ¡además por ellos!
A causa de su incurable complejo de inferioridad frente a la capacidad de mentir del P.C.I., efectivamente superior a la suya, los extraparlamentarios aceptaban de inmediato la versión de los hechos acreditada por el P.C.I., según la cual las bombas eran "de signo fascista", y no podían por lo tanto ser obra de los servicios secretos de este Estado "democrático": tan democrático que no se inquieta jamás por lo que ellos puedan contar y que ellos son los únicos en considerar como "peligroso" para el espectáculo, del que son los comparsas mal recompensados, pero indispensables. Su falsa explicación de los hechos estaba acorde, de todas formas, perfectamente: con la verdadera ideología de estos grupúsculos, encaprichados todos entonces por Mao, Stalin y Lenin, como lo están hoy por Guattari, Toni Negri o Scalzone, o por su miserable "vida privada" y sus ridículos "burdeles". Puesto que estos supuestos "extremistas" no querían decir la verdad y no eran capaces de acusar abiertamente a este Estado de ser el terrorista, no han sabido tampoco combatirlo con la mínima eficacia: porque decir que esta bomba era "fascista" era tan falso como decir que era "anarquista", y todas las mentiras, incluso presentadas como opuestas, son siempre solidarias en el sabotaje de la verdad. Sólo la verdad es revolucionaria, sólo la verdad puede perjudicar al poder, y sólo ella es capaz de mandar a paseo a los estalinistas y los burgueses, y el proletariado siempre engañado y traicionado por todos, ha aprendido a buscar por sí sólo, la verdad, y es impermeable a las mentiras, por muy "extremistas" que se digan. De la misma manera, y por la misma ineptitud culpable, todos los extraparlamentarios de 1978 cayeron alegremente en la trampa del secuestro-Moro "obra de compañeros que se equivocan". Pero, ¿no veis, niños, que sois los únicos "compañeros que se equivocan" también esta vez? Vuestro epitafio, valientes extraparlamentarios, ya lo escribió Dante:
Ma voi prendete l'esca, si che l'amo
dell'antico avversaro a sé vi tira
pero póco val freno o richiamo [12]
Víctimas de su propia falsa conciencia, que se expresa siempre en la Ideología, los extraparlamentarios no podían eludir de todas formas por más tiempo las cuestiones planteadas por el terrorismo espectacular, y empezaron pues, a partir de 1970, a considerar la cuestión del terrorismo en sí, en el empíreo de la ideología, de forma totalmente metafísica, completamente abstraída de la realidad de las cosas. Y cuando la verdad sobre la masacre de piazza Fontana salió finalmente, después de que cayeran una tras otra todas las mentiras admitidas al respecto, ni los bellos espíritus de la burguesía intelectual-progresista, ni los espantagorriones de Lotta Continua y consortes fueron capaces de plantear de una vez por todas la cuestión en sus términos reales, es decir escandalosos: que la república democrática no ha dudado en hacer una masacre cuando esto le ha parecido útil, porque cuando todas las leyes del Estado están en peligro "para el Estado no existe más que una ley única e inviolable: la supervivencia del estado" (Marx). Este es exactamente ese famoso "sentido del Estado" que cargaron sobre las espaldas de Moro, y del que los filisteos adornan ahora su cadáver. En 10 años, nadie ha querido levantar un "asunto Dreyfus" sobre el comportamiento de nuestros servicios secretos, cuyos dirigentes entraban y salían de la prisión tranquilamente, ante la indiferencia general de todos los detentores privilegiados del "sentido del estado", este sexto sentido sublime del que están provistos nuestros políticos, a diferencia del resto de los mortales, que están mutilados de él, como lo están, de una forma totalmente diferente, los que estaban en el Banco de Agricultura y que no están ya muertos. ¿O entonces, hay alguien convencido de que este misterioso "sentido del Estado" es algo distinto de lo que he dicho? "Moro tenía el sentido del Estado" y "Berlinguer tiene el sentido del Estado": si esto no significa lo que he dicho, sin frases vacías que vienen a decir lo mismo que tal chica tiene "el sentido del coño" y yo el de mis cojones y que Tina Anselmi [13] no tiene ningún sentido, incluso si causa sensación.
Los extraparlamentarios, en un primer momento, no creyeron saber, luego supieron sin creer, y, para acabar, han creído sin concluir que es el Estado el que abrió la vía del terrorismo en Milán; y el país entero entró en esta época de locura aparente y de loca apariencia: toda esta cuestión del terrorismo se ha convertido en objeto de diatribas académicas y de fogosas invectivas que llevaron a los unos, burgueses y estalinistas, a condenar hipócritamente el terrorismo "de cualquier color" como si no fueran precisamente ellos los que, alternativamente, lo dirigían y lo tapaban dándole el color más conveniente-, y a los otros, los que se creían "extremistas", a acariciar la idea de que "al terrorismo de Estado se responde con el terrorismo proletario". Nuestros servicios secretos encontraron la mesa servida: apenas se formaron los primeros grupúsculos terroristas clandestinos, B.R. y N.A.P., la policía, los carabineros y los cuerpos separados compitieron sobre quién infiltraría primero estos grupos paramilitares, con el fin de prevenir sus actos, o teledirigirlos, según las necesidades y las desiderata del momento y de los poderosos.
Así, todo el mundo ha podido ver cómo se han aniquilado radicalmente los N.A.P., sea deteniendo a sus miembros para exhibirlos a continuación de forma innoble en tal o cual proceso, o directamente sirviéndose se ellos como blanco de tiro de pichón, espectáculo refinado en el que han brillado las "fuerzas del orden" para el placer de la más sucia burguesía. [14].
Con las Brigadas Rojas, por el contrario, ocurrió de otra manera: se conocen sólo dos nombres de agentes infiltrados en este grupo, son Pisetta y el fraile cristiano Girotto [15], que aunque burdos como agentes provocadores, consiguieron sin embargo hacer caer en su trampa a Curcio y a los demás del llamado "grupo histórico" - todos militantes poco expertos en cuestiones de clandestinidad y muy poco "feroces" además como terroristas. Sin embargo, si las B.R. no han sido nunca desmanteladas, después de haber sido decapitadas, no es ciertamente debido a la prudencia de los demás militantes, que no son menos ingenuos que sus jefes cogidos en la primera trampa, sino a la decisión de sus nuevos jefes. ¿Y por qué demonios, el estado, en dificultades ya por otras razones, habría dejado pasar la ocasión de oro que se le ofrecía de poder disponer en adelante de un organismo terrorista de aspecto autónomo, bien infiltrado, y tranquilamente dirigido a distancia? No creo que el general Dalla Chiesa sea ese genio guerrero del que habla Carl von Clausewitz, pero ha leído ciertamente a Clausewitz con más atención y provecho que Curcio, y tiene mayores medios para poner al servicio de sus facultades. El general Dalla Chiesa se debe reír a gusto, con sus colegas del SISDE, del SISMI y del CESIS, de todas las declaraciones d ellos ideólogos lucharmadistas sobre su firme intención de "llevar el ataque al corazón del Estado"; en primer lugar porque sabe que el Estado no tiene corazón, ni siquiera metafóricamente, y a continuación porque sabe muy bien, como Andreotti y Berlinguer, que el único ataque capaz de herir de muerte al Estado es hoy únicamente el que denuncia sus prácticas terroristas, y que las denuncia violentamente - como lo estoy haciendo yo, por ejemplo.
El general Dalla Chiesa, a pesar de que conozca más a fondo la táctica que la estrategia, a pesar de que cofunda la estrategia con la estratagema, sustituyendo el arte de la guerra por la astucia, sabe no obstante que el terrorismo es el sucedáneo de la guerra en una época en que las grandes guerras mundiales son imposibles, o en todo caso, no permiten ya hacer masacrar a un proletariado por otro, en extenuantes y sangrientas batallas. Nuestro general y los demás estrategas de la alta policía política saben también que el terrorismo espectacular es siempre antiproletario y que es la continuación de la política por otros medios: continuación de la política antiproletaria de todos los Estados, naturalmente. Que este Estado necesite el terrorismo artificial moderno, se prueba ante todo por el hecho de que es precisamente aquí, en Italia, donde se inventó hace 10 años - y se sabe que la burguesía italiana suple con imaginación su falta de capacidad: fue también ella la que inventó el fascismo, que tuvo a continuación tanto éxito en Alemania, en España, en Portugal, etc... en todos los lugares donde se trataba de aplastar una revolución proletaria. Por otra parte el espectáculo terrorista ha conocido un éxito inmediato entre el gobierno alemán, que no envidia nuestra situación, pero envidia nuestra imaginación, es decir la de nuestros servicios secretos, como en los años 20 envidió a nuestro Mussolini, porque esta imaginación permite a nuestro navegar en la mierda sin ahogarse.
Que este Estado necesite al terrorismo, es algo de lo que cada uno de sus representantes se ha convencido perfectamente, si no por razonamiento al menos por experiencia, y esto a partir del buen resultado instantáneo y milagroso de la operación de Piazza Fontana. La prueba es que, si no ha habido a este respecto "asunto Dreyfus", no es porque la cuestión fuera menos escandalosa, sino más bien porque todos los partidos, por razones diversas, han comprendido que si esa bomba había salvado al Estado, que cada uno de ellos defiende a su manera, la verdad sobre esta bomba era capaz por sí misma, de destruirlo definitivamente. Y si no ha habido "asunto Dreyfus", esto se debe a que, entre nuestra intelligentsia asalariada, ningún Emile Zola del momento ni ha tratado ni ha querido exigir nunca una verdadera conclusión sobre el caso piazza Fontana: Giorgio Bocca, púdicamente, comienza por el año 1970 su libro sobre el terrorismo, y, en cuanto a los demás mandarines de la cultura, ante la luz cegadora que proyecta el incendio del Reichstag, han preferido siempre, como Passolini y Sciascia, buscar las luciérnagas, sin encontrarlas, evidentemente, pero continuando su discurso con grandes lamentaciones, sobre las responsabilidades de la contaminación en esta desaparición, "polemizando" alegremente, sin denunciar nunca la contaminación terrorista, de la que todos son a la vez cómplices y víctimas.
Me gustaría que los servicios paralelos y los generales - que leerán atentamente Remedio a todo, al menos el capítulo que les concierne - atiendan un momento a dos cosas que les digo, sobre la fragilidad de su estrategia: Dalla Chiesa sobre todo toma nota bien de lo que Clausewitz te ha enseñando, en el capítulo que dedica a la astucia:
"Pero aunque tendamos a ver a los generales... destacar en astucia, en habilidad, en sagacidad, hay que reconocer que estas cualidades se manifiestan poco en la historia... no es difícil descubrir la razón... En efecto, es peligroso utilizar solo en apariencia fuerzas considerables durante un cierto lapso de tiempo con el único fin de engañar al enemigo: porque siempre se corre el riesgo de que sea en vano, y de que estas fuerzas falten más adelante en el momento decisivo. Esta fría verdad, que debe estar siempre presente en la mente del que actúa en guerra, quita a los jefes militares las ganas de este doble juego fundado en una agilidad fingida... En una palabra, las piezas del ajedrez están desprovistas de esta agilidad que es el elemento característico de los ardides y de la astucia... (los ardides no hacen daño a nadie si no consiguen engañar - lo que es raro -)".
La segunda cuestión a considerar, a propósito de una estrategia basada en la provocación, es vieja como el mundo: ya Séneca - y le cito a él porque entendía en materia de terrorismo de Estado y de provocaciones, siendo consejero de Nerón - señalaba que "es más fácil no tomar esta vía que detenerse una vez iniciada". Como una droga, el terrorismo artificial necesita y reclama ser administrado en dosis cada vez más masivas y más frecuentes,
perché men paia il mal futuro e il fatto [16]
como diría Dante. Rehaced, pues, vuestras cuentas, policía y generales, y ved que ya no funciona nada.
Si, en consecuencia, el Estado necesita el terrorismo, como lo he demostrado, necesita también no dejarse pillar siempre con las manos en la masa, para, a continuación, poner cara de bueno como sus ministros, Rumor y Tanassi por ejemplo, en Catanzaro, igualados en esto sólo por los generales Malizia, Maletti y Miceli. Y ¿qué mejor ocasión, para el Estado, que la ofrecida por un grupo como las B.R., decapitado y disponible, cuyos antiguos jefes están en la cárcel sin enterarse de nada? De todas formas, aunque los antiguos jefes estuvieran libres, si dos infiltrados fueron suficientes para encarcelarles, uno sólo, menos burdo que el Hermano Metralleta o Pisetta, habría bastado para llevarles donde se quisiera, sin que pudieran sospechar nada. Sé perfectamente que los elementos infiltrados conocidos hasta ahora, así como la mayoría de los agentes provocadores en funciones, no son unos linces, pero nuestros militantes clandestinos, como se ha visto, tampoco son más espabilados. E incluso si fueran todos unos Lenin como se cree, hay que señalar que los bolcheviques fueron ampliamente y en varias ocasiones infiltrados: Roman Malinovski, obrero y agente de Okhrana, formaba parte del Comité Central bolchevique, teniendo la más ciega confianza de Lenin, y enviaba a Siberia a cientos de militantes y dirigentes - y, ante una sospecha formulada por Boujarin contesto que era "indigna de un militante consciente: si persistes, serás tú el que serás denunciado como traidor", según los recuerdos de la mujer de Lenin, Nadiejda Kroupskaia. Pero el caso de Malinovski no es aislado: al abrir en 1919 los archivos secretos de la Okhrana, Lenin se extrañó, con razón, de descubrir que de 55 provocadores profesionales en funciones y regularmente pagados, 17 "trabajaban entre los Socialistas-Revolucionarios, pero 20 se repartían el control de los bolcheviques y de los mencheviques, y ¡algunos como militantes de base! Y Lenin tuvo la amarga sorpresa de tener que constatar que los provocadores son casualmente siempre estos mismos "camaradas" por los que tenía, él tan prudente y tan experto en materia de clandestinidad, la más profunda estima y la mayor confianza por los servicios prestados y la audacia mostrada en varias ocasiones.
Hoy, lo que entonces pasaba por las más refinadas sofisticaciones de la Okhrana, no son más que arcaísmos: los servicios paralelos modernos del Estado, de todos los Estados, disponen de una cantidad de medios y de personal de todas las clases y perfiles sociales, bien entrenados en las armas y en las ideas, a menudo mucho más capaces que los militantes ingenuos, que sin embargo corren con los gastos. La forma organizativa del partido, siempre jerárquica, es la que mejor se presta a la infiltración y a la manipulación - al contrario precisamente de lo que cuente la prensa burguesa -: todos los núcleos de base formados por militantes clandestinos son mantenidos al margen y en la ignorancia de todo, sin ninguna posibilidad de diálogo y de debate, y todo funciona perfectamente gracias a la más ciega disciplina y a las oportunas órdenes dadas por una cúpula inaccesible, que anida generalmente en tal o cual ministerio o grupo de poder. Y si alguna vez algún provocador se hace sospechoso, llega siempre una detención providencial, bien aireada por la prensa, que le saca del peligro y le libra de toda sospecha; sin embargo puede volver a ser puesto en acción gracias a una increíble y "heroica" liberación. Y a menudo también los provocadores dejan ahí el pellejo.
He aquí pues una razón suplementaria que me obliga a poner en guardia a todo subversivo de buena fe contra la idea de organizarse jerárquica y clandestinamente en una especie de "partido": la clandestinidad puede ser, en ciertas ocasiones, una necesidad, mientras que cualquier jerarquía beneficia siempre y únicamente a este mundo que se trata de abatir. La infiltración es prácticamente imposible, o descubierta muy deprisa en estos grupos revolucionarios que prescinden de la división entre militantes y dirigentes, y que se basan en lo cualitativo: "El único límite de la participación en la democracia total de la organización revolucionaria es el reconocimiento y la auto-apropiación efectiva, por todos sus miembros, de la coherencia de su crítica, coherencia que debe demostrarse en la teoría crítica propiamente dicha y en la relación entre ésta y la actividad práctica" (Debord).
Se sabe desde hace tiempo que en varios "escondrijos" de las B.R. se ha encontrado un importante material de reserva, proveniente de puestos de policía, de comisarías e incluso de ministerios - que sin embargo, extrañamente, no han sido nunca tomados al asalto ni saqueados por las B.R. -. Ante hechos tan elocuentes, la información espectacular ha pretendido siempre explicarlo todo subrayando una vez más la supuestamente prodigiosa organización de las temibles B.R., añadiendo como refuerzo a este hermoso descubrimiento publicitario el hecho de que estos militantes clandestinos, tan acosados pero también tan tentaculares, se habrían infiltrado en todas partes, incluso en los ministerios y en las comisarías. Dejad que me ría ante tal explicación de una realidad tan lúgubre, tan torpemente camuflada. Una vez más, se abusa de la inteligencia de 50 millones de italianos, que no son alemanes dispuestos a mamar el biberón envenenado de la televisión, del Corriere y de la Unitá, y los que atribuyen al hombre común tal estupidez revelan solo la suya - que, por ser ilimitada, deja de ser común. Una vez más, el poder, diciéndolo al revés, acierta: no son las B.R. las que se han infiltrado en las comisarías y en los ministerios, sino agentes estatales de las comisarías y de los ministerios los que se han infiltrado hábilmente en las B.R., y ciertamente no sólo en la cúspide.
Y si en diez años la gran lucha sin cuartel contra el monstruo terrorista, tan elogiada, ha logrado únicamente alimentar desmesuradamente ese "monstruo", si incluso el proceso de piazza Fontana no llegó a empezarse nunca verdaderamente, esto se debe también al hecho, no sí muy bien si de lo más cómico o de lo más repugnante, de que se han encargado siempre de esta lucha sin tregua, esos mismos servicios secretos, que siempre han dirigido y promovido el terrorismo, y no porque se hubieran "desviado" o hubieran sido "contaminados", sino porque, sobre un plan estrictamente militar, ejecutaban siempre las órdenes recibidas. Y todos los militantes que se exhiben en el banquillo de los acusados, como si fueran bestias feroces, chicos ingenuos a los que gustaría ver envejecer en las cárceles de la patria, son seguramente siempre los menos implicados - incluso si son señalados con el dedo alternativamente como "jefes" o "estrategas" - (es la cosa más sencilla hacer creer a un fanático ingenuo que participa en tal o cual operación únicamente porque depositó el comunicado que la reivindicaba).
Y nuestros oficiales superiores se divierten, contando su colección de medallas al mérito obtenidas bien sea alimentando al terrorismo; bien sea "descubriendo" a los "culpables" en el momento oportuno.
En realidad no hay nada nuevo en este fenómeno que sólo puede ofender la virtud de los hipócritas, y que desde hace siglos se repite en las épocas de corrupción y decadencia de todos los estados. Por ejemplo, Salustio, historiador de la corrupción y de la crisis de la República de Roma, cuenta que el censor Lucio Marco Filipo denunció ante el Senado a Lépido, general traidor, por medio de estas valientes palabras:
"Quisiera por encima de todo, senadores... ver los designios criminales volverse contra sus autores. Pero, lejos de esto, toda la República es presa de sediciones estimuladas por los mismos que deberían prevenirlas... y vosotros, senadores indecisos, dudosos en vuestros murmullos, confiados en las palabras y en las predicciones de los augurios, preferís desear la paz antes que defenderla, y no veis que la blandura de vuestros decretos os hace perder a vosotros toda dignidad, y a él, cualquier temor... en efecto, cuando las recompensas pertenecen a los malvados, cuesta mucho seguir siendo gratuitamente hombre de bien... ¿hay en vosotros miedo, abatimiento o demencia? No sabría decirlo... Y tú, Lépido, traidor hacia nosotros, infiel hacia tus cómplices, pretendes restablecer con semejante guerra la concordia que se ha hecho vana por la forma en que ha sido obtenida. ¡Qué impúdico eres!...
Es exactamente así, la paz social que el terrorismo puede procurar "se ha hecho vana por la forma en que ha sido obtenida", con la diferencia de que hoy los impúdicos son todos los diputados de la República y todos los oradores que se desatan contra el terrorismo, y que lo desarrollan incluso en la retórica, fingiendo siempre no saber lo que todo el país dice de este famoso año 69. Escuchad un momento lo que dice un Lépido moderno, el honrado Leo Valiani, que no tuvo vergüenza de deplorar, en julio de 1978 en el Corriere las "sentencias demasiado moderadas" contra algún ejecutor.
"(Estas sentencias) animan a los subversivos a perseverar, a atreverse todavía más. No pedimos a los jueces - sigue el incansable Valiani - que condenen a cualquiera, sin estar convencidos de su culpabilidad. Pero cuando la República está como ahora, en lucha con organizaciones clandestinas, las mismas que sembraron la muerte en piazza Fontana... cualquier indulgencia con todos los que han militado en tales organizaciones subversivas representa un suicidio".
¿Y qué indulgencia puede sobrepasar, por Dios, la de Valiani, experto en terrorismo estalinista y burgués, protector de estos dos terrorismos y promotor de todas las mentiras al respecto, que finge todavía, únicamente él en Italia, no saber que "la organización clandestina que sembró la muerte en piazza Fontana" no es sino la organización del almirante Henke que mandaba entonces el famoso S.I.D. - al que por decencia, es decir por indecencia, se le ha cambiado ahora el nombre? ¿Y se querría seguir todavía diez años más con las mismas chácharas de Valiani, esta vez a propósito del asunto Moro? ¿Qué parlamentarios, qué honorable crápula, entre todos los que se reprochan el uno al otro su propia "indulgencia", y que hablan a solas de la "salvación de la República" se ha atrevido hasta ahora a exponer, acusar y nombrar a los asesinos de hace diez años?
El hecho es que la salvación de esta República criminal depende desde ahora únicamente de su capacidad para seguir encubriendo a estos asesinos y a los de Moro -así como a los de Calabresi, Occorsio, Coco, Feltrinelli, Pinelli, etc...: y esto lo saben muy bien nuestros ministros y parlamentarios que siguen callándose para recibir nuevas compensaciones que van a completar su ya sustancial parte proporcional.
Nuestro régimen, desde la época del gran miedo de 1969, ha depositado siempre una inmensa confianza en su alta policía política y en su capacidad de imaginarse siempre soluciones teóricas y espectaculares en todas las cuestiones históricas y sociales: nuestro régimen está por tanto cometiendo el mismo error que el régimen zarista, que consagró toda su energía a construir la mejor y la más poderosa policía secreta de todo el mundo, como fue el caso de la Okhrana en su tiempo; esto permitió al zar aguantar diez años más sin cambiar nada, pero el derrumbamiento fue después más violento y definitivo. Como decía un pensador burgués, Benjamin Constant: "el exceso de despotismo puede únicamente prolongar una situación que tiende a disolverse, y retener bajo una misma dominación a unas clases que todo tiende a separar... Una vez más este remedio, peor que la enfermedad, no es de una eficacia duradera. El orden natural de las cosas se venga de los ultrajes que se le quieren hacer, y cuanto más violenta ha sido la compresión, más terrible es la reacción".
Y en Italia, diez años de semejante política, de alta policía empieza a hacerse notar, también en sus efectos dañinos e incontrolables: el estado sigue estando ahí, con demasiada autoridad y menos reputación que nunca, pero sus auténticos adversarios se han multiplicado, su conciencia ha crecido, y con ello la eficacia y la violencia de sus ataques: y cuando es la policía la que hace la política, el resultado es siempre un derrumbamiento completo.
Hoy, el siniestro Craxi busca unos aplausos fáciles fingiendo darse cuenta ahora, de que en Rusia, escandalosa novedad, los delitos de opinión son considerados como crímenes de guerra: ¿pero no ves, pobre Craxi, que aquí en Italia los crímenes de Estado son considerados como delitos de opinión? ¿No es éste quizás un hecho menos indigno que tu casta indignación? ¡Ridículo Craxi! ¿A quién querías convencer de tu inocencia inmaculada? Tú que te pavoneas con tu digno compadre Mitterrand, ¿quién crees tú que ha olvidado que Miterrand es un gángster que pagó hace unos años a otros gángsteres más oscuros que él, para ser víctima de un falso atentado? Nadie te cree Craxi, cuando proclamas que ¡sine macula enim sum ante thronum! Y todos vosotros, jefes de partidos, sois como Mitterand: cuando no sois vosotros quienes encargáis los atentados, sino uno de vuestros rivales, os calláis siempre, y ¡después habláis de firmeza del estado ante vuestras propias provocaciones!
Que en Italia los crímenes de Estado son considerados como simples delitos de opinión, está probado entre otras cosas por este sencillo hecho concreto: cuando, en 1975, bajo el seudónimo de Censor, publiqué las pruebas históricas, y no judiciales, de que el autor de la matanza de piazza Fontana era el SID, todos los periódicos y periodistas recogieron ampliamente mis conclusiones, pero se escandalizaron mucho más del hecho de que un personaje anónimo, aparentemente cercano al poder, se hubiera atrevido a acusar abiertamente al SID que del hecho a secas de que el Estado hubiera ordenado y hecho ejecutar una gran masacre para salir indemne de una crisis social muy grave. El periodista Massimo Riva expresó admirablemente los pensamientos de todos sus colegas, preguntándose en el Corriere a propósito del asunto-Censor qué misteriosa maniobra de poder anunciaba: "¿Qué esconde esto? ¿El miedo de decir públicamente la verdad? ¿Una advertencia entre peces gordos del régimen?" No eran mis afirmaciones y conclusiones escandalosas, sino mi anonimato, lo que desencadenaba el escándalo, mejor dicho, la polvareda levantada alrededor de la identidad de Censor servía para tapar el escándalo de lo que denunciaba. Todos preferían hacer estúpidas conjeturas sobre mi identidad, aunque sólo fuera para evitar hablar de lo que había dicho: "¿Una advertencia entre peces gordos del régimen?": ahí está el quid de la cuestión, según Riva y los otros, y lo que provoca el escándalo es únicamente la meta de la solidaridad entre los poderosos, y no sus crímenes.
Pero el mejor, como de costumbre, es Alberto Ronchey, que sorprendería solamente si ya no consiguiera sorprender: decía, a propósito de mis pruebas, que "sean las que sean las responsabilidades y las intrigas del Sifar-SID o de otros cuerpos separados", a pesar de ello, "en cuanto a las bombas, a los secuestros... si se tratara realmente de un "terrorismo de Estado" estaríamos en presencia de un sistema de gobierno criminal, y nadie tendría nada que hacer con un poder semejante: ni los comunistas, ni los socialistas ni los demás" [19]. Lo que es verdaderamente increíble, no es ciertamente el terrorismo de Estado, sino la forma de razonar de Ronchey: puesto que los comunistas y los socialistas tienen algo que hacer con semejante poder, por lo tanto, según Ronchey, es una garantía suficiente para que un terrorismo de Estado no sea creíble: por lo tanto no existe, "sean las que sean las responsabilidades y las intrigas" del SID; Dios por el contrario es creíble; por lo tanto existe, razonando como Ronchey. A propósito del terrorismo y del Estado, parece realmente haber vuelto a las discusiones sobre la existencia de Dios y del diablo. ¿Será verdad? ¿Existirá? Y si existe ¿es verdaderamente creíble? El poeta dice mucho más sabiamente:
Certo era ver, ma credibil non era
a chi del senno suo no fosse padron [20]
No alcanzo a comprender a dónde quieren ir a parar los Ronchey con su lógica teológica: no he dicho nunca que detrás de cada atentado estén los servicios secretos, teniendo en cuenta que hoy incluso un cóctel molotov y un sabotaje a la producción son considerados como "atentados": he dicho, al contrario, y esto desde hace casi diez años, que todos los actos espectaculares de terrorismo están teledirigidos, o directamente ejecutados por nuestros servicios secretos. Y daos cuenta de que no digo "por servicios secretos", sino por los nuestros, sí, por los servicios secretos italianos, de los que se reconoce siempre la huella y el hedor, la habilidad y la torpeza, la ingeniosidad táctica y la necedad estratégica.
Mirad, por ejemplo, cómo el SID llegó a la operación de piazza Fontana: por medio de ensayos y aproximaciones sucesivas. Habían decidido hacer una masacre entre la población, y la prepararon con dos ensayos generales: las bombas del 25 de abril en la Feria y en el Banco de la estación de Milán, y las bombas en los trenes de agosto del mismo año. Los servicios secretos así prepararon a la opinión pública con esos backgrounds, y se prepararon, ellos, técnicamente.
¿Y qué ensayos generales prepararon el secuestro de moro? En ese caso también los hubo, porque nuestros reconocibles servicios paralelos, incluso si cambian de objetivo, operan siempre de la misma manera - lo que no les perdonaría Maquiavelo -. En abril de 1977 secuestraron a De Martino, sin derramamiento de sangre, lo que constituía ya un ensayo general: en sus ensayos, los servicios secretos nunca quieren hacer correr la sangre, el 25 de abril de 1969 no murió nadie, en agosto tampoco. El ensayo, sin embargo, indica siempre el objetivo que se quiere alcanzar: en el 69 la población, en el 77-78 un hombre político. El mismo día del rapto de De Martino, reivindicado a continuación por un centenar de grupos fantásticos, lo denuncié como un ensayo general de los servicios secretos, en un cartel impreso y difundido en Roma [21]. El segundo ensayo, que revelaba bien el objetivo elegido - es decir, un hombre político - fue la famosa bomba en el despacho del por entonces ministro del Interior, Cossiga. Después vino el golpe contra Moro, esta vez bañado de sangre, porque ya no se trataba de un ensayo general.
En la ola de amenazantes revueltas de principios de 1977, los servicios secretos, que desde hace diez años están siempre alerta y nunca inactivos, empezaron a orientarse decididamente en una dirección bien concreta: las dos provocaciones citadas, que no son las únicas en las que se exhibieron, son en cualquier caso las que mejor anunciaban el objetivo apuntado y la continuación de los acontecimientos.
Se puede decir por lo tanto que el secuestro de Moro era la cosa menos imprevisible del mundo, puesto que era la menos imprevista, lá dove si puó ció che si vuole [22], es decir en el seno del poder. Primero se temía que De Martino, amigo de los estalinistas, llegara a la presidencia de la República, y haciéndole pagar unos cientos de millones para recuperar a su hijo, se destruyó la reputación de este "socialista"; el sucesor de Leone estaba desde entonces señalado públicamente. Moro, al que se podía chantajear con mucha menos facilidad que a De Martino o a Leone, era por lo tanto más peligroso, porque era más fuerte; por otra parte Moro era el responsable del pacto con los estalinistas y, como presidente de la República, habría tenido todavía más responsabilidades. Dos y dos son cuatro, incluso en política: 16 de marzo de 1978; el Presidente debe morir, por dar la vuelta al título de un libro de Andreotti. Seis meses después de la operación de vía Fani, cuando la política antiestalinista de Craxi daba sus primeros frutos, Amintore Fanfani, apodado en toscano il Rieccolo [23], lanzaba su primer vigoroso ataque contra el gobierno, contra el secretario de la D.C., contra el "gobierno de concentración", contra el "acercamiento" realizado pro Moro, denunciando "los abusos del unanimismo", la ineficacia del gobierno "equívoco" de "unidad nacional" y anunciando la superación "de un estadio político" - recogiendo así los aplausos de los craxistas y suscitando "recelos" en los estalinistas. Aunque Fanfani sea el hombre político italiano que ha coleccionado, después de Berlinguer, el mayor número de chaquetas, a pesar de esto, Fanfani no es un cretino; más inteligente que hábil y menos espabilado que ingenioso, il Rieccolo no ha hecho más que sacar las conclusiones políticas del asunto Moro, hasta tal punto es cierto que el terrorismo es la continuación de la política por otros medios.
Mientras exista un poder separado de los individuos, no son ciertamente individuos lo que le faltará; ningún funcionario del poder y del capital es irreemplazable, nadie es indispensable en el mantenimiento de su dominación, ni Kennedy, ni Mattei, ni Moro, ni ninguno de los que están todavía vivos y en activo. Lo que en una época turbulenta se hace indispensable a un poder que no quiere renovarse, es precisamente la eliminación de ciertos hombres, sea porque son demasiado comprometidos y despreciados, como Rumor, sea porque quieren una "renovación", la menor posible, lo que suscita algún recelo o alguna pequeña reacción de defensa en ciertos sectores del poder: y se sabe que los sectores más retrógrados son siempre los mejor armados. Las "aperturas" de Moro fueron consideradas así como contrarias a ciertos intereses, y como una concesión a un "cambio" - y esto a pesar de que históricamente, era precisamente cualquier cambio, lo que tales aperturas intentaban impedir, pero sin excesiva convicción ni garantís suficientes - es decir, de forma diferente a lo que desearían algunos poderosos y militares.
En la historia, todo poder se comporta como se comportó siempre cualquier otro poder; y a medida que la actual política policial de provocaciones sigue su curso, que es irreprimible como he demostrado, la necesidad de deshacerse, al estilo de la mafia, de algunos de estos hombres que utilizaron hasta la víspera, se impone también para sus poderosos estrategas, semi-lúcidos y semi-inconscientes, pero completamente asustados. Ahí no hay nada nuevo, y es una confirmación ulterior del viejo precepto según el cual "aquél que es la causa de que otro se haga poderoso se arruina a sí mismo"; ni Moro, ni ninguno de sus colegas han impedido nunca a la policía política hacerse tan poderosa en diez años; nadie ha contestado ni combatido nunca un fenómeno que al contrario todos han alimentado: Moro fue la primera víctima de cierta importancia que tal política ha segado, pero no la única. Los estrategas del terror se habían deshecho ya de otros personajes, menos importante pero no menos utilizados hasta entonces; tenemos a la vista varios ejemplos todavía frescos: la liquidación de Calabresi, la lejana y misteriosa muerte del fascista Nardi, acusado del asesinato de Calabresi, el suicidio de un buen número de oficiales del S.I.D., los "accidentes" mortales ocurridos a diferentes testigos del proceso de piazza Fontana, los atentados espectaculares y simultáneos contra los magistrados Coco y Occorsio que se hicieron reivindicar, para guardar la simetría siempre presente en el espectáculo de los "extremismos opuesto" a las B.R. y a los fascistas. Es importante señalar que estos dos magistrados habían tenido que habérselas, y no poco, contra el terrorismo: Coco con el turbio e incongruente asunto del secuestro de Sossi, y Occorsio con el golpe preparado como gran espectáculo contra la "bestia humana" Pietro Valpreda. Naturalmente, toda la información mentirosa que se presenta siempre como la confirmación de la versión oficial de los hechos, es precisamente lo que viene a desmentirla: Coco "no cedía a las B.R., por lo tanto se vengaron - y no se comprende por qué, para vengarse, no asesinaron en este caso al juez Sossi: cojo un rehén y te hago chantaje: si no cedes al chantaje, te mato a ti, y no al rehén: lógica ilógica, pero lógica espectacular.
En cuanto a Occorsio, ya que al final estuvo ocupado en una investigación sobre los fascistas, eran por lo tanto ellos los que tenían interés en matarlo - pero, pro favor, que nadie aventure la menor sospecha. Al decir verdad, si Occorsio se ocupó al final de los fascistas, después de haberse ocupado tanto de los anarquistas, con tan malos resultados, es porque alguien le sugirió que se ocupase de los fascistas, para poder hacerles reivindicar su fin, dándole así una explicación (no se podía acusar a Valpreda de haber asesinado también a Occorsio: Valpreda es un "culpable" gastado, quemado e inutilizable; si mañana se leyera que ha asesinado a su suegra, no habría nadie en Italia dispuesto a creerlo).
Los jueces que se ocupan del asunto Moro son las personas menos envidiables de Italia, y deben andarse con ojo; desde ahora, en sus investigaciones, deben tener cuidado de no confundirse y no disgustar a ciertos sectores del poder; luego, y siempre tendrán que tener cuidado de todo porque para el Estado la primera ocasión será buena para deshacerse de ellos: y las B.R. reivindicarán de inmediato su muerte, que de esta manera quedará explicada a la opinión pública. En Italia todo lo que puede ser explicado es, por lo mismo, justificado, - y si la explicación es abusiva, puesto que nadie replica, es una explicación sin apelación, una mentira que no es desmentida y que no puede serlo. Si se puede desmentir no es desmentido, si es desmentido no es "creíble", y si no es "creíble" no es - por decirlo a la Ronchey -. Pocas cosas de las que había previsto Orwell en 1984 no se han verificado todavía: leed, por ejemplo, el siguiente párrafo:
"Ella era mucho más espabilada que Winston, y mucho menos permeable a la propaganda del Partido. Un día, cual él hizo fortuitamente alguna alusión a la guerra..., le dejó estupefacto diciéndole sin énfasis que en su opinión no había guerra. Según todas las probabilidades, los cohetes que caían cada día sobre Londres eran lanzados por el mismo gobierno, "sólo para mantener a la población en el terror". Era una cosa en la que él literalmente no había pensado nunca..."
Algunos extraparlamentarios, perdidos tras sus ilusiones pueriles y la teología fetichista de la lucha armada, querrían quizás objetar, puesto que ellos creen en la lucha armada, que otros más extremistas que ellos, pueden efectivamente practicarla y ser responsables de todo, incluido el secuestro de Moro. Quiero que conste aquí que no he puesto nunca en duda, ni en público ni en privado, la imbecilidad de nuestros extraparlamentarios, en su conjunto; pero es conveniente observar que estos, en lo que les concierne, no ponen nunca en duda lo que el espectáculo pueda contar sobre él mismo y sobre ellos. Escuchad esto, valientes militantes alienados: si efectivamente Moro hubiera sido secuestrado y asesinado, como creéis, por revolucionarios libres y autónomos como os lo ha dicho el Estado, resultaría que, por primera vez en diez años, el Estado no ha mentido en materia de terrorismo. Pero como es absurdo e inaudito hay que excluirlo.
Por el contrario, la triste verdad es que habéis creído siempre en todas las mentiras pasadas, sobre Valpreda, sobre Feltrinelli, sobre las B.R. y así sucesivamente: e incluso el periódico oficial de los anarquistas, Umanitá Nova, se apresuró a tomar precauciones, después de lo de piazza Fontana, disociando sus "responsabilidades" de las de Valpreda - dando prueba así de un valor a la medida de su inteligencia -.
Muchos militantes de extrema izquierda se creen muy sagaces porque han comprendido que Pinelli no se tiró por sí sólo por la ventana del 4º piso de la Comisaría; pero es un record de astucia que no podrán nunca superar, puesto que poco después aplaudieron a nuestros servicios secretos cuando asesinaron al comisario Calabresi. Nuestra burguesía y los estalinistas, que tantas veces han demostrado su incapacidad, tienen así muchas razones para consolarse si consideran el tamaño de la estupidez de sus pretendidos adversarios "extremistas", que, por así decirlo compensa la suya - si no la anula -. Y en diez años, en efecto, ningún grupúsculo extraparlamentario ha logrado nunca dañar por poco que sea a este Estado, porque nadie ha sido capaz de favorecer de ninguna manera las luchas prácticas de los obreros salvajes, y menos todavía de contribuir al progreso de la conciencia teórica.
Impotentes y torpes, los militantes acusan hoy al estado de ser moralmente "responsable" de la muerte de Moro por no haberlo salvado, y no por haberlo asesinado, al igual que en 1970 acusaban al Estado de "responsabilidad moral" en la masacre de piazza Fontana, no precisamente por haberla ordenado, sino por no haber ordenado la detención de ciertos fascistas implicados en este asunto, al menos en el plano jurídico. Estos aspirantes que se recrean imitando los gestos de los politiqueros consagrados, siguen ignorando que la moral no tiene nada que ver con la política, sino y únicamente con la ideología justificativa de una política, es decir con todas las mentiras que cualquier política necesita normalmente. Por eso no hablan siempre más que de "responsabilidad moral" del Estado y se convierten así en corresponsables de todas sus mentiras.
Pero intentemos considerar por un instante, emitiendo una hipótesis osada, que el secuestro de Moro hubiera sido concebido y llevado a cabo por subversivos. En este caso, habría que plantearse unas preguntas - que son las únicas que los militantes contemplativos no se han planteado nunca, ocupados como están en admirar todo de lo que no son capaces, o a desaprobar todo aquello en lo que no participan, lo que equivale a decir todo -.
Ante todo habría que preguntarse cómo es posible que en dos meses unos subversivos hayan sido capaces de acusar a Moro únicamente de servir a los intereses de la burguesía en vez de servir los del proletariado - como si fuera una particularidad de Moro, ¡como si en el Parlamento no hubiera otros "culpables" de este "crimen"! -. Lo absurdo de semejante acusación la hace completamente increíble: Aldo Moro no prendió nunca ni hizo creer que defendía los intereses de los obreros, al contrario que los estalinistas y los extraparlamentarios. Acusarle de semejante crimen es como acusar a los ricos de no ser pobres, o a un enemigo de no ser tu aliado. Si fue para cargar sobre él semejante acusación para lo que estos hipotéticos "subversivos" montaron el "proceso" de Moro, podrían haberse ahorrado el trabajo, y haberle asesinado en vía Fani junto con sus guardaespaldas. Pero como ya he dicho, tras esta acusación, está la acusación contraria: los secuestradores de Moro le acusaban en realidad de no servir suficientemente los intereses de la burguesía, y no ciertamente de servirlos demasiado.
Por otra parte, la torpe parodia de "justicia proletaria" groseramente puesta en escena por los carceleros de Moro, ni siquiera intentó hacerle escupir la verdad sobre la matanza de piazza Fontana, ni sobre otros cien hechos igual de escandalosos, que todos los hombres del poder normalmente conocen, y que habrían sido altamente instructivos para el proletariado. A este respecto, es de destacar que si Moro temía, en una de sus primeras cartas, tener que hablar de "lamentables y peligrosas" verdades, esto no inquietó realmente a nadie del gobierno, lo que muestra bien que nuestros ministros no temían nada por este lado, porque sabían que no tenían nada que temer. En sus declaraciones los secuestradores de Moro, no han sabido nunca ni querido, dirigirse a los obreros, a los que nunca han dicho nada interesante; después de haber afirmado osadamente, inmediatamente después del secuestro, que "nada sería ocultado al pueblo", los carceleros de Moro enseguida entablaron, a través de él, una intensa correspondencia secreta con todos los hombres del poder de la D.C. para quienes este golpe era un aviso, y el secuestro duró el tiempo necesario para que todos estuvieran convencidos: y la primera prueba que debían dar de su convicción era no "negociar", prueba que efectivamente todos se apresuraron a dar. Las condiciones para la liberación del rehén, que oficialmente habría tenido lugar si el Estado hubiera aceptado liberar a una quincena de militantes encarcelados parecían planteadas únicamente para que no fueran aceptadas, y no porque no fueran inaceptables, sino más bien porque, no interesando para nada a ningún sector del proletariado, no podían apoyarse en el país en ningún movimiento espontáneo, o simplemente violento, de lucha - que los carceleros de Moro, por lo demás, no se proponían en absoluto suscitar -. En lo que los secuestradores han traicionado su identidad de agentes del poder, y de la forma más torpe, es en el empeño que mostraron para hacerse reconocer oficialmente por todos los poderes constituidos, desde el P.C.I. a la D.C., del Papa a Waldheim: este hecho por sí sólo prueba admirablemente que no sólo reconocían la legitimidad de todos los poderes, sino que también se preocupaban por ser reconocidos solamente por ellos, y en absoluto por el proletariado. Por su parte, los jefes de partido se traicionaron cuando admitieron que el fin de este secuestro era dividir a las fuerzas políticas del gobierno, añadiendo a continuación que había fracasado en esto, cuando es en esto precisamente en lo que el secuestro tuvo éxito: si los carceleros de Moro hubieran sido unos subversivos, tal división no habría podido interesarles realmente, porque todo subversivo sabe que la única división susceptible de crear el desorden, debe operarse entre los explotados y los explotadores - y ciertamente no entre los diferentes partidos que representan solamente, en el espectáculo, las diferentes fuerzas que trabajan para mantener la misma explotación, no cambiando más que los beneficiarios. Finalmente, si los secuestradores de Moro hubieran sido subversivos, no habrían desperdiciado la ocasión de liberarlo, porque, después de haber sido calumniado por sus amigos y traicionado por sus aliados de la víspera, Moro, una vez libre, habría combatido a todos los que había protegido hasta entonces. Por el contrario, matándole, los artífices del golpe de vía Fani han sacado oportunamente del apuro a todos los poderes. Y en particular a la D.C., para la que Moro era útil muerto, pero enormemente perjudicial vivo.
En cualquier caso, si los secuestradores de Moro hubieran sido unos subversivos, no habrían elegido seguramente como objeto de negociación la libertad de Curzio y los demás, porque eso era dar al poder el excelente pretexto para mandarles a paseo y de no "perder el honor": puestos a elegir reivindicaciones inaceptables, deberían haber pedido algo muy diferente a la liberación de quince detenidos únicamente - cuando se plantean reivindicaciones inaceptables, se debe al menos estar atentos a que no sean fácilmente rechazables, como lo era la liberación de esos pocos brigadistas. Pero los secuestradores de Moro no querían en realidad nada de lo que pedían oficialmente: lo que querían, sabían que no podían pedirlo abiertamente sin correr el riesgo de desenmascararse - y lo que querían lo han obtenido ya. poco antes de que los carceleros de Moro se deshicieran de él, todos los términos reales del chantaje se habían invertido, respecto a los términos espectaculares y oficiales del chantaje a la D.C.; y los términos reales se habían transformado en esto: o cambiáis de política o liberamos a Moro y veréis que será él el que cambiará de política. En esta coyuntura los dirigentes democristianos y los "socialistas" prefirieron sabiamente ser ellos los que cambiaran de política, a costa de Moro, antes de correr el riesgo de ver a Moro cambiarla a su costa. El mundo está hecho así, por mucho que chillen todas las ocas del Capitolio, pretendiendo lo contrario.
Todos nuestros incapaces extraparlamentarios, como primitivos deslumbrados por el éxito técnico del golpe de vía Fani, no fueron capaces de ir más allá, considerando por ejemplo que aquél que dispone de tantos medios y capacidades tácticas no las pondrá ciertamente al servicio de un proyecto político de mayor envergadura. Pero los extraparlamentarios ante la eficacia operativa demostrada en vía Fani y a continuación, naturalmente prefirieron atribuirlo a "compañeros que se equivocan" más que a enemigos que no se equivocan, y que les dan por culo a todos tranquilamente. Aquí también, nuestros izquierdistas tomaron sus pobres deseos por la realidad, sin sospechar que la realidad sobrepasa siempre sus deseos, pero no como ellos quisieran. Y si fueran menos ignorantes, no subestimarían tanto, y sin razón, la capacidad de los servicios paralelos italianos: sabrían, por ejemplo, que las únicas acciones de guerra verdaderamente brillantes llevadas a cabo en Italia durante el último conflicto fueron acciones de comando, ejecutadas por la Marina. Apenas me parece necesario recordar cómo esta brillante tradición se ha transmitido admirablemente de la Marina militar a los servicios secretos, dirigidos primero por el almirante Henke, que no ha sido nunca un imbécil, después por el almirante Casardi, más capaz todavía - con el interregno ignominioso de un general incapaz como Vito Miceli que a fin de cuentas tuvo que sucumbir a su propia incapacidad y a la imprudencia de Andreotti que no tardó en darse cuenta de ello. En efecto Andreotti no hizo arrestar al general Miceli porque hubiera sido el responsable de las "desviaciones" del SID - que datan de mucho antes, como bien sabe Andreotti - sino que lo hizo arrestar precisamente porque Miceli corría el riesgo, por torpeza, de destapar la olla de los servicios secretos. Y una vez más, Andreotti se manifestó como un político más perspicaz todavía de lo que parecía, justificando a continuación su ataque contra Miceli por un afán de fidelidad a la Constitución, lo que le valió algunas simpatías, esperadas, de la izquierda. El único error de Andreotti, como de costumbre, fue un error de falsa modestia y de vanidad: después de la detención de Miceli, se mostró demasiado complaciente, exagerando un poco la carta de la ingenuidad y repitiendo sin cesar que él, por prudencia, nunca quiso ocuparse de los servicios secretos: declaración escandalosa, para un jefe de gobierno, pero necesaria para alguien que, habiéndose mezclado en ello, ha visto "cose che'l tacere é bello" [24] pero cosas tan escandalosas, que sólo se pueden callar si se finge no conocerlas. Andreotti sabe bien que el escándalo de la ignorancia es el precio que debe pagar para fingir la ignorancia de ciertos escándalos. Resulta cómico ver a este zorro disfrazado de cordero para hacerse aceptar mejor entre los lobos.
Aparte de los almirantes, hay en Italia entre los carabineros unos excelentes oficiales superiores, que no son todos como Miceli o La Bruna, (no hay como los Miceli y los La Bruna para caer en todas las trampas). Por otra parte, existe un argumento más profundo y dialéctico a favor de los jefes de nuestros servicios secretos: si esta época exige que ciertos hombres practiquen el terrorismo, es igualmente capaz de crear los hombres que necesita. Y además, no se trata de creer que la operación de vía Fani es una obra maestra de capacidad operativa: hasta ayer, incluso Idi Amin Dada podía permitirse ciertos éxitos técnicos que no dejarán nunca de extrañar a los geniales militantes de Lotta Continua.
Mucho menos ingenuos que los extraparlamentarios, un buen número de obreros, que he encontrado en las más diversas situaciones, han concluido de inmediato: "¿Aldo Moro?, son ellos los que le han secuestrado, entendiendo por ellos, naturalmente, a los que tienen el poder ¡Y pensar que hasta ayer, tales obreros votaban, y en general votaban al P.C.I.!
La rotura definitiva que existe desde ahora en el país entre, por una parte, todos los que tienen la palabra, los políticos, los poderosos y sus criados, periodistas u otros, y por otra parte todos aquellos que están privados de ella, aparece perfectamente en el hecho de que los primeros, lejos de la mayor parte de los hombres y protegidos por la barrera de sus guardaespaldas, no saben ya lo que dicen y piensan los segundos, en la calle, en el bar, en su lugar de trabajo. Así las mentiras del poder se van por la tangente, para acabar bajo la acción de una fuerza centrífuga, en una especie de órbita autónoma que no toca ya ningún polo del "país real" donde la verdad puede entonces abrirse paso con tanta más agilidad porque ningún obstáculo va a estorbarle o intimidarle. Inversamente, el espectáculo se ha convertido en autista, es decir, afectado por este síndrome de la psicopatología esquizofrénica según el cual las ideas y los actos del enfermo no pueden ser ya modificados por la realidad, de la que está irremediablemente separado, reducido a vivir en su propio mundo fuera del mundo. El espectáculo, como el rey Edipo, se ha arrancado los ojos y sigue ciegamente en su delirio terrorista: como Edipo no quiere mirar la realidad, y como el presidente Andreotti, dice que no quiere saber nada de los servicios secretos, y declara por el contrario que han sido desmantelados y no existen desde hace años. Si, como Edipo, el espectáculo no quiere mirar más la realidad, lo que quiere, por el contrario, es solamente ser mirado, contemplado, admirado y aceptado por lo que declara ser. Quiere por lo tanto ser escuchado, sin escuchar nunca, pero a pesar de todo no le importa mucho no ser escuchado más: lo que parece más importante para el espectáculo es que pueda continuar incansablemente su viaje paranoico. Desde el mismo momento en que es la policía la que pretende hacer la historia, todo hecho histórico es explicado por el poder según las claves policiales. El especialista húngaro de psiquiatría, Joseph Gabel, dice que, según lo que define como la "concepción policial de la historia", "el motor de la historia no es el conjunto de las fuerzas objetivas, sino la acción individual buena o mal", donde cada suceso "viene a situarse bajo el signo del milagro o de la catástrofe": el esclarecimiento del suceso no depende así ya más de su explicación histórica, sino dmagia roja o negra. Así para el poder la bomba de piazza Fontana ha sido el milagro que ha permitido a los sindicatos renunciar a toda huelga, y al Estado evitar la guerra civil; la muerte de Moro, al contrario, anunciaba una misteriosa catástrofe que, gracias a la habilidad y firmeza de nuestros políticos, fue evitada. Y poco importa que gran número de personas de la plebe" - por usar una feliz expresión del estalinista Amendola - digan, como he oído decir miles de veces: "si matan a Moro, a mí me da igual; es su problema". "El país ha aguantado, ha sabido reaccionar": ¡qué mentiras! La única reacción de este mitológico "país" ha sido, muy sabiamente, no creer ya una palabra de todo lo que se decía. |
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Comentaris
Re: Sobre el terrorismo y el estado.2
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per bomba! |
27 ago 2004
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Aquell terrorisme d'estat que manipula l'informació,
aquell terrorisme d'estat que privatitza el que és fonamental,
aquell terrorisme d'estat que ens denúncia a la policia.
Aquell terrorisme d'estat que manté als assasins a sou,
aquell terrorisme d'estat que tortura als animals,
aquell terrorisme d'estat que ven armes al tercer món.
Aquell terrorisme d'estat que negocia amb els narcotraficants,
aquell terrorisme d'estat que ens imposa una monarquia,
aquell terrorisme d'estat que cultiva la marginació.
Aquell terrorisme d'estat que controla la publicitat,
aquell terrorisme d'estat que t'envia cap al mar amb patera,
aquell terrorisme d'estat que no vol nacionalismes.
Que li fotin un cotxe bomba no paga la pena,
que li fotin un tir a la nuca no paga la pena,
que segueixi guanyant vots no paga la pena.
dret d´autodeterminació :Que corri la veu!, que corri la veu!, que corri la veu!. |
Re: Sobre el terrorismo y el estado.2
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per anonimo dan13_12@hotmail.com |
21 set 2004
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muy malo asqueroso es una mierda |
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