Imprès des de Indymedia Barcelona : http://barcelona.indymedia.org/
Independent Media Center
Notícies :: antifeixisme
Sobre el terrorismo y el estado.1.
27 ago 2004
Título original: Del terrorismo e dello Stato. La teoría e la practica del terrorismo per la prima volta divulgate, 1ª edición, Milán, abril 1979. No consta nombre de traductor para la edición en castellano (Bilbo, 1993).
(1ª-Pa.)
transformemos el mundo....jpg
Todos los actos de terrorismo, todos los atentados que tuvieron y tienen cabida en la imaginación de los hombres, fueron y son o acciones ofensivas o acciones defensivas. Si forman parte de una estrategia ofensiva, hace tiempo que la experiencia ha demostrado que están siempre destinados al fracaso. Si forman parte de una estrategia defensiva, la experiencia demuestra que estos actos pueden conllevar algún éxito, pero sólo momentáneo o precario. Son actos de terrorismo ofensivo, por ejemplo, los atentados de los Palestinos o de los irlandeses; son defensivos, por el contrario, la bomba de piazza Fontana y el secuestro de Aldo Moro.

En cualquier caso, no es sólo la estrategia lo que cambia, según se trate de un terrorismo ofensivo o defensivo, sino también los estrategas. Son los desesperados y los ilusionados los que acuden al terrorismo ofensivo; al defensivo, por el contrario, siempre y solamente los Estados, bien sea porque están en pleno centro de una crisis social grave, como el estado italiano, o porque la teme mucho, como el Estado alemán.

El terrorismo defensivo de los Estados es practicado bien directamente por ellos, bien indirectamente, con sus propias armas o con las de otro. Si los Estados recurren al terrorismo directo, éste debe estar dirigido contra la población - como por ejemplo en el caso de la masacre de piazza Fontana, del Italicus, y de Brescia. Si deciden al contrario recurrir al terrorismo indirecto, éste debe dirigirse aparentemente contra ellos - como por ejemplo en el asunto Moro.

Los atentados ejecutados directamente por los servicios especiales del Estado y por sus servicios paralelos, no son reivindicados por nadie habitualmente, pero son atribuidos e imputados cada vez a algún "culpable" ad hoc, como Pinelli y Valpreda. La experiencia ha mostrado que ahí está el punto débil de este tipo de terrorismo, y lo que determina su fragilidad extrema para el uso que se trata de hacer políticamente de él. A partir de las conclusiones obtenidas de esta misma experiencia los estrategas de los servicios paralelos del Estado intentan dar en adelante una mayor credibilidad, o al menos una menor inverosimilitud, a sus propios actos, por ejemplo, firmándolos directamente con una sigla cualquiera de un grupo fantástico, o incluso haciéndolos reivindicar por un grupo clandestino existente cuyos militantes son aparentemente, y a veces ellos mismos lo creen así, ajenos a los designios del aparato del Estado.

Todos los grupúsculos terroristas secretos están organizados y dirigidos según una jerarquía clandestina incluso para los militantes de la clandestinidad, jerarquía que respeta perfectamente la división del trabajo y de funciones propias de la actual organización social: arriba se decide, abajo se ejecuta. La ideología y la disciplina militar preservan a la cúspide de todo riesgo, y a la base de cualquier sospecha. Cada servicio secreto puede inventarse una sigla "revolucionaria" y ejecutar cierto número de atentados, bien difundidos por la prensa, a los que se asignará hábilmente un pequeño grupo de militantes ingenuos, a los que dirigirá con la máxima desenvoltura.

En el caso de un grupúsculo terrorista aparecido espontáneamente, no hay nada más fácil, para los servicios secretos del estado, que infiltrarse en él, gracias a los medios de que disponen y a la extrema libertad de maniobra de la que disfrutan, destacarse entre la cúspide inicial, y sustituirles, ayudados sea por detenciones selectivas realizadas en el momento adecuado, o por la ejecución de los jefes originales, lo que ocurre en general en un enfrentamiento armado con las "fuerzas del orden", avisadas oportunamente por sus elementos infiltrados.

Desde entonces, los servicios paralelos del Estado disponen a su antojo de un organismo perfectamente eficaz, formado por militantes ingenuos o fanáticos, que no pide nada más que ser dirigido. El grupúsculo terrorista de origen, nacido de los espejismos de sus militantes sobre las posibilidades de concebir una ofensiva estratégica eficaz, cambia de estrategas y se convierte en un apéndice defensivo del Estado, que lo manipula con agilidad y desenvoltura, según las necesidades del momento, o según lo que él cree que son sus necesidades.

Desde piazza Fontana hasta el secuestro de Aldo Moro, sólo han cambiado los objetivos contingentes que el terrorismo defensivo ha alcanzado, pero lo que en la defensiva, no puede cambiar nunca, es la meta. Y la meta desde el 12 de diciembre de 1969 al 16 de marzo de 1978 y todavía hoy, sigue siendo la misma, es decir, hacer creer a toda la población, desde entonces intolerante o en lucha contra el Estado, que tiene al menos un enemigo en común con él, enemigo contra el que el Estado la protege, a condición de no ser cuestionado por nadie. La población que es generalmente hostil al terrorismo, y no sin razón, debe pues reconocer que, al menos en esto necesita al estado, en el que en consecuencia debe delegar los más amplios poderes, con el fin de que pueda afrontar con energía la ardua tarea que constituye la defensa común contra un enemigo oscuro, misterioso, pérfido, despiadado y, en una palabra, quimérico. Frente a un terrorismo presentado siempre como el mal absoluto, el mal en sí y para sí, todos los males, mucho más reales, pasan a segundo plano, y sobre todo deben ser olvidados: ya que la lucha contra el terrorismo coincide con el interés común, es ya el bien general, y el estado que la lleva generosamente es el bien en sí y para sí. Sin la maldad del diablo, la infinita bondad de Dios no podría aparecer y ser apreciada como se debe.

El Estado, por una parte debilitado en extremo por los ataques del proletariado que al igual que su economía soporta diariamente desde hace diez años, y de otra parte, por la incapacidad de sus gestores, puede disimular igual de bien ambas cosas, encargándose de escenificar solemnemente el espectáculo de la sacrosanta defensa común contra el monstruo terrorista, y puede en nombre de esa piadosa misión, exigir de todos una porción suplementaria de su exigua libertad, que reforzará el control policial sobre toda la población. "Estamos en guerra", y en guerra contra un enemigo tan potente que cualquier otra discordia y cualquier otro conflicto serían actos de sabotaje y de deserción: no se tiene el derecho de ir a la huelga general más que para protestar contra el terrorismo. El terrorismo y "el estado de urgencia" permanentes, un estado de urgencia y de "vigilancia", he aquí los únicos problemas, o al menos los únicos a los que está permitido e incluso vivamente recomendado consagrarse. Todo lo demás no existe, y debe ser olvidado, por lo menos debe ser callado, guardado, reprimido en el inconsciente social, ante la gravedad de la cuestión del "orden público". Y, ante la obligación universal de defenderlo, todos están invitados a la delación, a la cobardía, al miedo: la cobardía se convierte, por primera vez en la historia, en una cualidad sublime, el miedo está siempre justificado, el único "valor" no despreciable es el valor de aprobar y sostener todas las mentiras, todos los abusos y todas las infamias del Estado. Como la crisis actual no exceptúa a ningún país del planeta, la paz, la guerra, la libertad y la verdad no tienen ya ninguna frontera geográfica: su frontera atraviesa igualmente a todos los países, y todos los Estados se arma y declaran la guerra a la verdad.

¿Alguien duda todavía del poder oculto de los terroristas? ¡Pues bien!, tendrá que cambiar de opinión ante las imágenes magníficamente filmadas de tres terroristas alemanes a punto de subir a bordo de un helicóptero, tan poderosos que consiguen a continuación escaparse incluso de los servicios secretos alemanes más capaces de filmar su presa que de alcanzarla.

¿Alguien cree que 100 o 200 terroristas no estén en condiciones de dar un golpe mortal a nuestras instituciones? Pues bien, mirad lo que 5 o 6 de ellos son capaces de hacer en algunos minutos a Moro y su escolta y admitid pues que el riesgo para las instituciones (tan queridas por otra parte por más de 50 millones de italianos) es un riesgo real y terrible. ¿Alguno quiere mantener lo contrario? ¡Es un cómplice de los terroristas! Todo el mundo estará de acuerdo en esto, el Estado no puede dejarse abatir sin defenderse: y cueste lo que cueste, esta defensa es el deber imperativo y sagrado de cada uno. Y esto porque la República es pública, el Estado es de todos, cada uno es el Estado, y el estado es todos, porque todo el mundo disfruta de sus ventajas, tan equitativamente repartidas: ¿No es esto la democracia? Por lo tanto el pueblo es soberano, pero ¡ay de quien no la defienda!

¿Convencidos? ¿O quizás creéis todavía, después de lo de Moro, pobres ciudadanos ávidos de crítica, que siempre es el Estado, como en los tiempos de piazza Fontana, el que lleva a cabo los atentados?

¡Innobles sospechas! Y que ofende a la dignidad de las instituciones. Zaccagnini llora, aquí está la fotografía, Cossiga también, miradlo en el noticiario televisado, y ¡abandonad de una vez por todas la idea de cargar todo sobre las espaldas de los que no dudan en sacrificar la vida de otro en nombre de la defensa de nuestras instituciones más democráticas! Pero ¿creéis todavía, pobres ciudadanos, que nosotros ministros, nosotros generales, nosotros agentes secretos del Anti-terrorismo -por antífrasis- estaríamos dispuestos a sacrificar a Aldo Moro, destacado hombre de Estado, hombre de sentimientos elevados, ejemplo de rectitud moral, nuestro amigo, nuestro modelo, nuestro protector y, cuando hizo falta, nuestro defensor?

Esto es exactamente lo que debería pensar todo buen ciudadano que no duda nunca, vota siempre, paga si es rico y se calla en todo momento. Las sospechas sobre el Estado están permitidas en lo que respecta a Piazza Fontana, porque las víctimas eran simples ciudadanos: pero ¿no se querrá también sospechar del estado cuando la víctima es su más prestigioso representante? Kennedy, pertenece al pasado.

Únicamente por esto la agonía de Aldo Moro se alargó tanto, para que cada uno pudiera seguir tranquilamente el espectáculo del secuestro y la falsa discusión sobre la negociación, leyendo cartas patéticas y mensajes despiadados de las fantásticas B.R. que canalizarán el desprecio de las gentes sencillas y de los pobres de espíritu, dando así un poco de verosimilitud a todo el suceso y una razón para manifestarse al psicodrama colectivo, manteniendo la contemplación y la pasividad general - que es lo que más cuenta.

Si Moro hubiese sido abatido con sus guardaespaldas en vía Fani todo el mundo habría pensado en un ajuste de cuentas, de los que la historia está llena, entre Gangs capitalistas y centros de poder rivales -como era el caso. En este caso, la muerte de Moro habría sido juzgada ni más ni menos como la de Enrico Mattei. Sin embargo, nadie ha señalado todavía que si un grupo cualquiera de poder se encontrase con la obligación, por necesidad o por interés, de eliminar un Enrico Mattei [2], que reivindicaría o lo haría reivindicar, sin ninguna duda y con la mayor facilidad, tal asesinato por tal o cual grupúsculo terrorista secreto [3]; he aquí por qué hubo que escenificar el largo secuestro, y subrayar unas veces la crueldad, otras lo patético, otras "la firmeza" del gobierno; y cuando se creyó que las gentes estaban ya por fin convencidas de la procedencia "revolucionaria" y la responsabilidad de los "extremistas", sólo entonces, los verdugos de Moro tuvieron luz verde para deshacerse de él. Y tú, Andreotti, que eres menos ingenuo que desenvuelto, no vengas a decirme que todo esto te parece nuevo, y no te hagas el ofendido, ¡por favor!

Toda la polvareda levantada en el país sobre la cuestión de negociar o no - cuestión que apasiona todavía a los imbéciles era lo que tenía que salir mejor, pero es también lo que peor resultó: ahí es donde lo artificioso de toda la máquina, apenas montada detrás de bastidores, se descubrió mejor en la escenificación, en este caso de la cumbre de la D.C. y del P.C.I., la rechazaba porque sabía perfectamente que el guión del drama preveía el desenlace del que efectivamente disfrutamos. Y porque sabía también, vista la situación, que no debía desperdiciarla ocasión, una tantum, de mostrarse inflexible, a costa de otro: por eso pudimos admirar a Zaccagnini y Cossiga, Berlinguer y Peccioli, cagarse sin disimulo en la dignidad de las instituciones republicanas - dignidad, por lo demás, muy bien representada por el presidente de la época, Leone . Los jefes del partido que rechazaba la negociación sabían además que no debían perder la ocasión de tener a Moro muerto, mucho menos peligroso para ellos que vivo, porque más vale un amigo muerto que un enemigo vivo. Porque si Moro, como hipótesis, hubiera sido liberado, cosa por otra parte imposible, los estalinistas y los democristianos sabían perfectamente que habrían tenido que vérselas con un hombre tres veces más peligroso, por más popular después de su aventura, desacreditado de todas las maneras posibles por sus amigos, cuando no podía defenderse y por lo tanto de ahí en adelante enemigo declarado de sus amigos y ex-aliados estalinistas. En consecuencia, nadie tiene derecho a criticar a Andreotti y a Berlinguer, porque no han servido más que a sus propios intereses. Por el contrario, lo que se les puede reprochar es haberlos servido tan mal, es decir haber provocado más dudas y sospechas que aplausos sobre su conversión improvisada y repentina a una inflexibilidad que debía forzosamente fluir de sus intereses inconfesables, no pudiendo derivar ni de su carácter, ni de su pasado, ni de la pretendida voluntad de salvaguardar las instituciones, de las que se burlan en la práctica a cada instante.

En cuanto a Berlinguer, en concreto, no ha perdido la ocasión de aparecer una vez más, como si uno no estuviera convencido todavía, como el hombre político más incapaz del siglo; porque desde el principio, estaba más claro que el agua que el secuestro de Moro era ante todo un golpe importante contra el "compromiso histórico", y ciertamente no por extremistas de izquierda - que en ese caso, habrían secuestrado a Berlinguer para castigarlo por su "traición" sino por un grupo de poder y de intereses que es irracionalmente hostil al compromiso con los sedicentes comunistas, y digo bien irracionalmente, porque semejante política no puede ciertamente perjudicar a los intereses del capitalismo: pero, por supuesto, el eficaz Berlinguer ni siquiera a conseguido convencer de esto a todos los sectores políticos, los medios militares y los grupos de poder, aunque desde hace un lustro se dedica a esta tarea, y sólo a ésta. Así Aldo Moro, designado desde hace tiempo ya como el artífice del gobierno de "unidad nacional", ha corrido con los gastos apenas llevada la empresa a buen puerto: "de donde se puede deducir una regla general que no falla nunca o casi nunca, es que aquél que es causa de que otro se haga poderoso se arruina él mismo", como dijo Maquiavelo, y no por casualidad, sino allí donde habla De principatibus mixtis, como es mixta la actual mayoría de gobierno.

Con la desaparición de Moro, todos los demás dirigentes políticos "aperturistas", democristianos u otros, han sido advertidos: porque los que han decidido y puesto en marcha el secuestro de Moro han mostrado así, que podían, en cualquier momento, hacer algo peor. Craxi fue el primero en comprenderlo, pero todos los hombres del poder lo comprendieron y Berlinguer, en vez de denunciar inmediatamente este hecho, en vez de admitir que este golpe era mortal para su política, prefirió una vez más callarse, fingir creer todas las versiones oficiales, mostrar demasiado celo en la caza de brujas, incitar a la población a la delación, no se sabe de qué ni de quién, continuando marchándose de sus propias mentiras, apoyando la intransigencia democristiana y profiriendo injurias contra los extremistas, con la piadosa ilusión de tranquilizar así a esos sectores ocultos que habían cogido a Moro. Pero los estrategas de la operación de vía Fani se reían de la buena voluntad abstracta de Berlinguer contra la subversión porque sabían que él sabía, y porque sabían también que, cuando se trata de verdadera subversión, de la que perjudica a la economía, Berlinguer no consigue ya impedir a los obreros salvajes hacer lo que hacen. No basta con querer enterrar la subversión, Berlinguer, haría falta también mostrar que puedes hacerlo: los laureles de la voluntad abstracta están hechos de hojas muertas que nunca han sido verdes, ¡idiota!

En efecto, como todo el mundo ha podido constatar, desde entonces el P.C.I. no cesa de padecer las amargas consecuencias de su propia deshonestidad estúpida: durante el secuestro, fue ampliamente acusado por la prensa burguesa de ser en definitiva su responsable, por haber alimentado en sus militantes toda clase de ilusiones sobre la revolución social, obteniendo estos hermosos resultados; después perdió las elecciones; a continuación el despreciable Craxi (ya durante el secuestro chalaneaba con el partido de la negociación, que sabía imposible, pero le permitía diferenciarse de los demás) pasó a la ofensiva acusando a los estalinistas de todo, pero disfrazándolo de vagas querellas ideológicas - tanto más ridículas viniendo de un hombre de tal talla intelectual y cultural. Pero, en todos los casos, Berlinguer ha sido el que ha perdido; y el P.C.I., como no quería ser atacado por sus aliados del gobierno, renunció a la lucha y en cada derrota que sufría se asistía a la escena discretamente cómica en la que Piccoli y Andreotti acariciaban la nuca de Berlinguer, aconsejándole no desesperar, y seguir así. Sin embargo, a pesar de estos reveses, hoy todavía los estalinistas siguen fingiendo creer testarudamente que Moro fue asesinado por extremistas de izquierda: se puede decir pues que la cascada de derrotas ante la que corre el P.C.I. está verdaderamente merecida, siendo tan nulo como "partido de lucha" e inexistente como "partido de gobierno"[5]. Lo que me parece menos comprensible y más injustificado que todo, el resto, es que los estalinistas se lamentan de ello sin pudor, y se hacen siempre las víctimas, es decir de su propia incapacidad por un lado, y de las intrigas de sus enemigos, por otros enemigos mucho menos incapaces e indecisos que ellos, como lo testimonia entre otras la operación de vía Fani.

El partido de la negociación, al contrario, sobrevive a su derrota, sacando alguna fuerza de la debilidad del partido opuesto, y está representado pro Craxi, por razones puramente instrumentales, y por Lotta Continua, a causa de la estupidez extremista que impide a sus militantes darse cuenta siquiera de que son parte integrante del espectáculo que querrían combatir, y del que sin embargo se alimentan a manos llenas. A este partido de la negociación se asociaron, naturalmente, muchos intelectuales, cuya sagacidad es conocida y cuya profundidad de pensamiento ya no hace falta demostrar: a estas características viene a añadirse, en este caso, la más crasa ignorancia de la historia, menos perdonable todavía que lo demás en el que quiere tener la última palabra en todo, comerciando con su pretendida ciencia. Me explico: ante todo, lo que une a los burgueses reaccionarios y a las bellas almas de la burguesía progresista, a los intelectuales de moda, a los militantes quejosos y a los hinchas contemplativos de la lucha armada, es precisamente creer que respecto a Moro, y por primera vez, el Estado no habría mentido en materia de terrorismo; por lo tanto, para toda esta gente, el secuestro es obra de revolucionarios, de los que el lúgubre Toni Negri [6] dijo: "hemos subestimado su eficacia... Estamos dispuestos a la autocrítica". Todos son pues, voluntaria o involuntariamente, las víctimas de esta enésima mentira del Estado: los extraparlamentarios y los intelectuales de izquierda admiten por supuesto que el Estado se sigue sirviendo del terrorismo, post festum, pero no pueden concebir que lo haga asesinando a su más prestigioso "representante". Por eso hablo de ignorancia histórica: nadie conoce, o en todo caso nadie se acordó de la miríada de ejemplos en los que los Estados en crisis, y en crisis social, han eliminado precisamente a sus más reputados representantes, con la intención y con la esperanza de levantar y canalizar una indignación general - pero generalmente efímera - contra los "extremistas" y los descontentos. Para no citar aquí más que uno entre mil, de estos ejemplos históricos, recordaré que los servicios secretos zaristas, la temible Okhrana, olfateando con terror y no sin razón el acercamiento de la revolución de 1905, hicieron asesinar, el 28 de julio de 1904, nada menos que al ministro del Interior Plheve, y como esto no les pareció suficiente, hicieron asesinar poco después, el 17 de febrero de 1905, al gran duque Sergio, tío del zar, hombre muy influyente y jefe de la circunscripción militar de Moscú.

Los atentados, perfectamente logrados, fueron decididos, ejecutados y reivindicados por la "Organización de combate" de los Socialistas-Revolucionarios, a la cabeza de la cual acababa de llegar el famoso Azev, un ingeniero efectivamente ingenioso, agente de la Okhrana, sucediendo al revolucionario Guerchouni oportunamente detenido poco antes.

Cito este único pero admirable ejemplo de provocación, porque para citar todos los que se conocen en el siglo pasado, no bastarían 500 páginas; y lo he elegido también porque la Italia de 1978 tiene un vago pero real parecido con la Rusia de 1904-1905. Y, en cualquier caso, cabe destacar que todos los poderes en dificultades se parecen siempre a todos los demás poderes en dificultades, igual que su comportamiento y su manera de proceder.

La lógica que siguen actualmente los estrategas de este espectáculo es sencilla, llana y vieja: para no admitir precisamente cuáles son sus dificultades reales, y cuáles son las contradicciones incurables en las que se debate esta vieja sociedad, los dirigentes del espectáculo terrorista nos presentan llanamente las cosas más contradictorias: el terrorismo del 78 como la consecuencia inevitable de las revueltas proletarias del 77, y piazza Fontana como la desembocadura lógica del ardiente año 1969. ¡Nada más falso! Las revueltas del 77 son la continuación del otoño caliente y el secuestro de Moro la continuación de la provocación de piazza Fontana. La historia procede por medio de contradicciones dialécticas, pero es espectáculo, como los filósofos escolásticos, proclama simplemente: post hoc ergo propter hoc, después de aquello, por lo tanto a causa de aquello; es el error del hecho. En el 77, ¿la joven generación proletaria se sublevó contra su propia miseria? ¡Pues bien, en el 78, estos mismos jóvenes rabiosos secuestraron a Moro! Y poco importa que las B.R. no hayan tenido nada que ver en las rebeliones del 77, a las que acusaban al contrario de "espontaneísmo": los jóvenes proletarios del 77 eran subversivos, las B.R. están compuestas por jóvenes, las B.R. son los subversivos del 77. ¡En absoluto, señores del gobierno! ¡Y vosotros, oficiales superiores de los servicios paralelos, como vosotros os equivocáis siempre, querríais que todo el mundo hiciera otro tanto! Y quienquiera que denuncie vuestras provocaciones es de inmediato acusado de ser él el provocador, porque la realidad está siempre invertida en el espectáculo.

La verdad es, señores del gobierno, que puesto que en 1977 vuestro sillón volvió a temblar bajo vuestro culo y la tierra bajo vuestros pies, vosotros, vosotros precisamente, pasasteis a la contraofensiva, asesinando esta vez a aquel de los vuestros que vosotros ( y vuestros auxiliares secretos) considerabais como el más apto para levantar la indignación popular (nadie hubiera pestañeado si se hubiera secuestrado a Rumor, o incluso a Fanfani), y que era el máximo responsable del actual "cuadro político" - que como podéis ver, no gusta a todos los sectores capitalistas que vosotros y vuestras organizaciones militares, estáis llamados a defender. Se puede pues decir que Moro fue el homólogo italiano de Allende: y detrás de la acusación de servir a los intereses de la burguesía y del capital más que a los del proletariado, estaba de hecho y mal camuflada, la acusación opuesta, la de no servir los intereses capitalistas como algunos capitalistas hubieran querido.

El 16 de marzo último, día de la operación de vía Fani, no pude evitar pensar enseguida dos cosas: primero que los servicios secretos habían sido finalmente reorganizados y que se habían repuesto un poco de las vicisitudes del 12 de diciembre de 1969, así como de las humillaciones que resultaron (y, aquí también una vez más, la realidad es invertida por el espectáculo: porque se atribuye el éxito del golpe de vía Fani a la inexistencia de los servicios secretos). Y, en segundo lugar, pensé en ese pasaje de Cándido en el que se afirma que "en este país es bueno de vez en cuando matar a un almirante para estimular a los demás".

Sciascia, que es el lector italiano de Voltaire más conocido, no es ciertamente el más espabilado ya que, olvidando este pasaje y toda la realidad, se pierde en tal o cual frase de las cartas de Moro sin encontrar nunca el conjunto de los hechos, que ningún detalle examinado al microscopio puede indicar o dejar entrever. Incluso hoy, Sciascia cree que Craxi u otros habrían tenido realmente interés y la intención de negociar con "los revolucionarios", y se indigna, con un brío digno de una causa mejor, de la poca amistad mostrada a Moro por sus amigos, lo que es un detalle insignificante, en lugar de reservar su indignación para lo esencial - es decir, para el hecho de que con esta provocación, no solo él, sino el mundo entero ha sido engañado, las leyes policiales se aprobaron, y mientras que los intelectuales y el papa lanzan llamadas hipócritas e infames contra el "extremismo", cien inocentes son encarcelados para siempre, y así sucesivamente. Dime, Sciascia: ¿qué importancia puede tener para la historia, o incluso solamente para la verdad, el que Aldo Moro haya tenido, además de otras desgracias, la de estar rodeado de "amigos" infieles e indignos? ¿Es acaso una novedad que el mundo político romano está constituido por canallas y asesinos? ¿No has leído nunca, Sciascia, lo que ya había señalado hace tres años el cardenal de Retz, que era un panfletario más sagaz que tú: que "hay mucha gente en Roma que les gusta asesinar a los que están en tierra"? Nuevo Emile Zola, no acusas a los enemigos de Dreyfus, sino a sus amigos calumniadores, no acusas a los criminales y a los responsables, sino a los que han cometido la simple falta de calumniar y deshonrar a la víctima, post festum, entre los que abundan por otra parte los cronistas del Corriere, periódico en el que sin embargo tú escribías, para no añadir nada. Y si lamentas, Sciascia, que Moro haya tenido los amigos que tuvo, ¿por qué demonios no empiezas a dar buen ejemplo, cesando por ejemplo de confraternizar con el indecente e incalificable Bernard-Henry Levy?

Pero de los intelectuales ya he dicho lo indecible, y añadir más sería superfluo.

En cuanto a los grupúsculos de pretensiones extremistas, que se han lanzado todos a cuerpo descubierto a análisis ideológicos sobre la violencia y la estrategia del terrorismo "revolucionario", recordaré solamente que los límites de su capacidad de comprensión de la realidad se han manifestado hace algunos años, desde piazza Fontana, y en cada ocasión siguiente, como cuando aplaudieron el asesinato de Calabresi, sin que se les hubiera pasado por la cabeza que el comisario había sido eliminado por sus propios patronos, para los que se había convertido en una carga (había participado en el golpe montado contra Valpreda, en el asesinato de Pinello y en otros: incluso algunas semanas antes de ser asesinado, fue precisamente Calabresi quien reconoció a Feltrinelli en el cadáver irreconocible de Segrate, lo que le valió las felicitaciones de todos los periódicos por su "memoria", su "sagacidad", etc., sin que nadie se preguntara nunca si se trataba de memoria, de sagacidad, o de otra cosa bien distinta.

Estos extraparlamentarios alienados se pierden detrás de todo lo que dicen los estalinistas en materia de terrorismo, porque no saben que el P.C.I. es únicamente capaz de mentir, y la única cosa que no pueden creer nunca, es la simple verdad: que, por ejemplo, las BR. Están teledirigidas, que Moro fue eliminado por los servicios paralelos y que ellos mismos son unos imbéciles, que solo sirven para ser encarcelados cada vez que es útil .
(To be c.)

This work is in the public domain
Sindicato Sindicat