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Notícies :: globalització neoliberal
Europa y su estado del malestar.Hipocresia ignorancia y productos de plastico varios ensamblados en Thailandia."Cafe pendiente".
25 ago 2004
Bastante optimista se muestra a mi parecer este articulista:
" Los vientos sociales que corren por Europa no son como para tirar cohetes. Franceses y alemanes, por ejemplo, llevan tiempo reformando, a trancas y barrancas, sus sistemas de bienestar, entre debates sin cuento y una fuerte oposición a los designios de los gobiernos de turno. "
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Pues bien, en Norteamérica hay quien cree que los europeos estamos viviendo en una especie de paraíso del bienestar, al que no queremos renunciar. ¿Piensan lo mismo los europeos? El último sondeo que ha caído en mis manos se remonta a finales del pasado mes de mayo y, aunque se refiere tan sólo a Italia, puede ofrecer algunas pistas.

Según este sondeo, la mayoría de los entrevistados es partidaria de mantener o de aumentar los gastos sociales, aunque ello conlleve subir los impuestos. Sin embargo, no deja de ser significativo que el porcentaje de quienes así piensan haya descendido desde un 46% en 1985 hasta el 39% en la actualidad. Sería, sin embargo, erróneo sacar, a la vista de ello, la conclusión de que se ha producido un incremento de quienes sostienen lo contrario. En absoluto, quienes opinan que es preciso bajar los impuestos, aunque ello represente reducir los recursos destinados a gastos sociales, que eran un 33% en 1985, son tan sólo un 31% en el 2004. Los demás, hasta un 30% (únicamente el 20% en 1985), piensan que las cosas deben seguir siendo como hasta ahora.

La opinión sobre el futuro de las pensiones públicas no es, sin embargo, optimista. En tal sentido, un 51% de los encuestados –frente al 41% en 1992– estima que la mayor parte de la renta de los pensionistas provendrá de pensiones privadas y que el sistema público tendrá un menor papel. Pesimismo, en suma, sobre el porvenir de los sistemas públicos.

He proclamado por medio mundo las virtudes del modelo social europeo frente a otras concepciones de la política social y, por ende, tal pesimismo no me complace. Desconocer, empero, las dificultades que tendrá que afrontar el modelo europeo sería tanto como confundir el ser con el deber ser. Y éste es precisamente el problema que aqueja, según mi particular visión, a muchos europeos. Creen que por pensar que las cosas deben ser de tal o de cual manera, lo serán así por fuerza, de modo que en su fuero interno no admiten que los acontecimientos vayan por otros derroteros. Es una permanente confusión entre el deseo y la realidad, que no es la mejor receta para resolver los problemas de nuestro modelo social.

El examen de estos problemas ha ocupado toneladas de páginas y ha dado lugar a debates enconados. Como no es el momento de hacer un análisis exhaustivo, me ocuparé seguidamente de algunas perspectivas.

En primer término, ha sido lugar común, entre la mayoría de los defensores del modelo social europeo, denunciar los intentos de su desmantelamiento desde el año 1973. Con la perspectiva que da el paso de los años, me reafirmo en considerar que tales denuncias incurrieron en un exceso, pues el sistema nunca fue desguazado, siendo tan sólo objeto de reformas, que no desvirtuaron sus líneas esenciales, pese a abrir, porque era imprescindible, un campo más ancho a la provisión de servicios a través del mercado. No sé, en cambio, lo que sucederá a medio y a largo plazo, aunque, en líneas generales, me parece que la responsabilidad pública en la provisión de los servicios de bienestar mantendrá un papel central en el conjunto del sistema. No comparto, por tanto, la impresión mayoritaria de los ciudadanos italianos consultados en el sondeo antes citado.

Otra de las perspectivas que reseñar atañe al tercer sector. Éste engloba a una constelación creciente de entidades, altruistas unas, mutualistas otras, de muy diversa índole. En la galaxia de lo no lucrativo coexisten estrellas gigantes y planetas minúsculos. Bajo este común paraguas se refugian organizaciones de suculento presupuesto y entidades pobres de solemnidad.

Pues bien, el problema que atisbo al analizar la evolución del tercer sector se resume en la sospecha de si no estará, en ciertos casos, difuminándose la frontera entre lo mercantil y lo social, de modo que la distancia entre lo lucrativo y lo no lucrativo se estaría acortando, hasta el punto de ser, en ocasiones, más aparente que real. Así las cosas, es posible que el tercer sector comience a precisar un tratamiento que distinga y matice las diferentes situaciones que existen en su seno.

Los demás protagonistas de la distribución de servicios de contenido social apenas han merecido, con alguna excepción, la atención de los analistas, acaso porque su menor visibilidad dificulta su aprehensión. Sin embargo, su contribución sigue siendo importante, como también puede ser relevante su potencialidad ante las dificultades actuales. Me refiero a la familia, a la ayuda mutua y a otros canales informales, algunos de ellos muy poco conocidos. Traeré a colación, como ejemplo, la tradición napolitana del caffè sospeso, que podríamos traducir por café pendiente.

Esta tradición consiste en consumir un café en un bar y dejar pagado un segundo –o varios más– para que sea consumido gratuitamente por otro parroquiano menos pudiente. Cimentada en la confianza del pagano y en la buena fe de intermediario y de consumidor diferido, es ésta una hermosa y anónima manifestación de solidaridad que está en las antípodas del teórico altruismo de quienes, como explicó Gino Lofredo (¿Usted todavía no tiene su ONG?, en Viento Sur n.º 23, 1995), han montado sus chiringuitos non profit para alcanzar así su propio desarrollo sostenible.

(Un art.d M. Aznnar)

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