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MI VENENOSA CREENCIA
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per ANTONIO GARCÃ?A TREVIJANO |
20 ago 2004
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MI VENENOSA CREENCIA
OTRAS RAZONES. Lunes 31 de julio de 2000
ANTONIO GARCÃ?A TREVIJANO
La causa de mi acción polÃtica durante la dictadura no la animó la ambición de poder ni el deseo de fama. Mis propósitos eran más originales que las motivaciones comunes de vanaglorias. Cuando tantas familias y tantos intereses culturales eran machacados por el Estado de la Victoria, pensar en mi promoción personal habrÃa sido, de haberlo podido imaginar, algo desplazado y despreciable. SabÃa que la ambición de poder era el sostén indispensable de las vocaciones polÃticas. No desprecié a los que la subordinaban a una causa más alta que la de ser jefes de partido o de gobierno. Las meras ambiciones de partido nunca me parecieron mejores que las de bandas de barrio o pandillas de colegio. Los partidos son idóneos para la acción, no para el pensamiento. Pensar en plural es imposible. No deja de ser repetición de consignas. Pero en mis circunstancias particulares entraron en juego, para mi fortuna, otros resortes psicológicos y culturales que lograron dar a mis convicciones y decisiones la firmeza y constancia que no suelen acompañar a las puras ambiciones de poder o fama.
La idea y la acción de fundar la Junta Democrática habrÃan sido inconcebibles para otra persona que no hubiera pensado por su cuenta en las causas del triunfo del fascismo y del fracaso de los intentos de unir a toda la oposición. Yo estaba preparado y listo para esa acción porque, desde que percibÃ, en 1956, signos de fractura en el bloque fraguado con el cemento del deseo de tranquilidad que sostenÃa la dictadura con más contundencia que la policÃa (disturbios estudiantiles, huelgas significativas, nueva estrategia del PC con su lema religioso de «reconciliación nacional» y el hecho capital de la ascensión al Estado de los hombres del Opus Dei), cayó sobre mi entendimiento la venenosa creencia de que la dictadura podÃa ser derrotada en vida del dictador. Sin proponérmelo como plan voluntario, pero asumiendo todas sus consecuencias, recayó sobre mi conciencia el ineludible deber de dedicar mi vida a intentarlo a todo coste. Mis actos de sociedad, mis relaciones, mi carrera profesional de notario y abogado, mis estudios de los genios del pensamiento y de la acción, todo lo que hacÃa, pensaba o imaginaba, salvo el amor, la familia y la amistad, lo orientaba a esa insoslayable meta. Una insaciable sed de conocimiento, una gran confianza en mà mismo y la alegrÃa de mi temperamento vital impidieron que esa orgullosa pasión se convirtiera en una obsesión malsana.
El hecho es que una vez poseÃdo por la idea de derrotar, más que al dictador, a la dictadura, se apoderó de mÃ, como de un mero instrumento, el ideal de la libertad polÃtica y la democracia formal. Supe desde entonces que ese ideal implicaba una verdadera revolución polÃtica en España, y que la necesidad de realizarlo me harÃa indefectiblemente su esclavo. TenÃa 29 años y una sólida preparación en todas las materias que afectan al conocimiento de la polÃtica (historia, derecho, filosofÃa, economÃa, sociologÃa, antropologÃa y literatura). HabÃa meditado durante muchos años sobre las causas institucionales que hicieron perecer, con tanta facilidad, a los sistemas parlamentarios del continente europeo. Por ese motivo, nunca he dejado de dar prioridad en la polÃtica a las cuestiones constitucionales. Era soltero y ateo respetuoso de la tradición religiosa en que habÃa nacido. Con independencia económica, estaba decidido a concordar mi peripecia vital con la visión optimista que me daba la reflexión sobre el sentido de la vida y de la historia. Y se ofrecÃan tres caminos para emprender una acción coordinada contra la dictadura. El burgués, el obrero y el universitario. Recorrà los tres. Y en esa experiencia, tan original y variada, encontré las claves para crear, en el momento preciso, la Junta Democrática.
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Novedad de la Junta Democrática
NOVEDAD DE LA JUNTA DEMOCRÃ?TICA
OTRAS RAZONES. Jueves 3 de agosto de 2000
ANTONIO GARCÃ?A TREVIJANO
El nacimiento a la vida polÃtica de la Junta Democrática se debió a diversos factores. Unos, de carácter objetivo, motivados en la circunstancia polÃtica. Otros, de Ãndole subjetiva, basados en mi circunstancia personal. Los que fueron sus fundadores conocen los hechos inmediatos. No sus antecedentes lejanos. Pues lo que se fraguó en la Junta no era una idea que flotara en el aire al alcance de cualquier partido o persona decidida que la hicieran cristalizar. Lo realmente planteado en esa acción unitaria no era el problema de la presencia del PC. Eso sólo fue el aspecto más llamativo. El Régimen y el PSOE, como harÃa luego Kissinger con la Platajunta, lo pusieron en primer plano para producir miedo nacional y restar crédito internacional a la Junta, en tanto que sÃmbolo polÃtico de una alternativa de Estado. Pero lo decisivo era otra cuestión, inédita en la historia europea. La de si la democracia podrÃa ser conquistada, de modo pacÃfico, por la sociedad civil, y elevada al Estado, de abajo arriba, como forma de Gobierno. Esa novedosa idea se apoyaba en antecedentes que provenÃan de la singularidad de mi experiencia personal, y de mis conocimientos de historia sobre las causas de fracaso de las revoluciones polÃticas por las tradiciones oligárquicas de los notables que las promueven.
Como era previsible y deseable, la enjundia de la Junta no pudo ser captada en los momentos constituyentes por la mayorÃa de los partidos que se integraron en ella. Si la idea final de la Junta, que transmità a las personas independientes, al PSA y a los partidos a la izquierda del PC, se la hubiera explicado a este partido, no habrÃa entrado en ella. No engañé a nadie pues no habÃa más compromisos que los del documento fundacional. Pero uno de los puntos programáticos sometÃa las funciones de la Junta a la decisión por mayorÃa de votos. Mi habilidad consistió en someter a votación la naturaleza orgánica de la Junta (un pacto entre notables para negociar la ruptura democrática con los poderes de la dictadura al morir Franco, que era la tesis de Carrillo; o un órgano de impulsión y dirección del movimiento popular por la libertad para producir esa ruptura de la legalidad franquista en el seno de la sociedad civil, que era mi plan de acción) cuando el voto, según la dinámica que habÃa previsto, fuera favorable a mis tesis.
La Junta sirvió a Carrillo para presentarse en sociedad de la mano de hombres tan destacados y significativos para la Iglesia, la Universidad, la alta burguesÃa y los prestigios profesionales, como Rafael Calvo Serer, Enrique Tierno Galván, el PNV, la empresa Huarte, el prÃncipe Hugo Carlos, ValentÃn Paz Andrade, Alfonso CossÃo, Manuel Brosseta, José JoaquÃn DÃaz de Aguilar o yo mismo. Pero cuando quedó en minorÃa, junto con Tierno y CC OO, la lealtad del PC y del PSP a la estrategia de la movilización popular fue ejemplar en todos los sentidos. Y la Junta triunfó, hasta el punto de conquistar la hegemonÃa en la sociedad civil y la iniciativa en la sociedad polÃtica, por su fidelidad a mi concepción del modo de llegar a la democracia, sin peligro de caer en la oligarquÃa de partidos.
Considero, pues, que tiene interés genuino, para la historia de los hechos y de las ideas polÃticas, y por eso escribo esta serie de artÃculos, el conocimiento de las experiencias y vivencias que me hicieron concebir poco a poco, pasando continuamente de la acción al pensamiento y del pensamiento a la acción, la idea constitutiva, y el plan de acción, de un movimiento ciudadano generalizado, capaz de llegar por vÃas pacÃficas a la libertad institucional, realizando la ruptura democrática de la legalidad dictatorial con moralidad civil y conciencia pública, para poder levantar sobre bases naturales una nueva sociedad polÃtica. La Junta destruirÃa la dictadura construyendo la democracia.
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Las meras ambiciones de partido nunca me parecieron mejores que las de bandas de barrio o pandillas de colegio. Los partidos son idóneos para la acción, no para el pensamiento. Pensar en plural es imposible. No deja de ser repetición de consignas.
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