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Notícies :: guerra
“Si Sharon crea muerte, vosotros, la gente tenéis el poder de crear vida�.
13 ago 2004
Reproducimos a continuación una serie de impresiones y comentarios de participantes en la Marcha contra el muro, así como testimonios y experiencias de los habitantes de la zona, expresadas por ellos mismos, como la que da título al artículo, dicha por una joven palestina en el recibimiento a los participantes en Budrus, o contadas por los activistas. Se mezclan opiniones, sensaciones, experiencias, datos y detalles que permiten hacernos una idea de la realidad cotidiana del Muro.<p>
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1. Nos hemos sentido totalmente abrumados por la abundancia de hombres y mujeres armados por todas partes Palestina está ocupada por el ejercito israelí e Israel está ocupada, al mismo tiempo por sus propias armas y por la militarización absoluta en la que vive su sociedad.
Al salir del aeropuerto Ben Gurión, la primera imagen que se me viene a la cabeza es la de cualquiera de las estaciones de autobuses en las que he esperado mientras estudiaba. Lo que en España eran grupos de estudiantes que volvían a sus casas o iban a la universidad cargados de mochilas y libros, aquí son soldados de entre 18 y 25 años con grandes metralletas. Pero sus madres los besan y les dicen que se cuiden y que llamen.
nos hemos sentido totalmente abrumados por la abundancia de hombres y mujeres armados por todas partes Palestina está ocupada por el ejercito israelí e Israel está ocupada, al mismo tiempo por sus propias armas y por la militarización absoluta en la que vive su sociedad.<p>

La constante son las armas. Nunca había visto tanta gente armada. En cada parada de autobús hay uno; en cada centro comercial hay varios; incluso en las terrazas de las cafeterías hay grupos de jóvenes que toman cerveza con su metralleta entre las piernas. Los colonos que bajan a la ciudad a hacer la compra de la semana llevan su metralleta como yo llevo mi mochila.<p>

2. Nazzit-Essa es un pueblo partido en dos, cortado por la mitad como se corta una naranja con un cuchillo. Sus habitantes decidieron que debíamos conocer el pueblo antes de llevarnos al muro. Fuimos recibidos en la escuela del pueblo y todos los niños cantaron para nosotros. Izaron la bandera palestina en su mástil, nos dieron de comer, nos ofrecieron un concierto y nos invitaron a bailar. Nos pidieron que nos mezcláramos con ellos, en definitiva, para que comprendiéramos que son personas que, pese a la situación desesperada en la que viven, siguen adelante con una sonrisa en los labios. De hecho, creo que deberíamos aprender a divertirnos como ellos.<p>
El lunes, después de comer, nos topamos con una puerta en el muro que aún no se ha cegado con cemento. Solamente había tres soldados custodiándola y los habitantes palestinos del pueblo nos contaron que llevaba mas de dos meses cerrada; dos meses en los que no se ha logrado convencer al ejército para que los deje pasar al otro lado para trabajar sus tierras. En una sociedad esencialmente agrícola como la palestina -al menos en su región más nórdica-, eso implica un inmenso perjuicio económico. Ni pueden conseguir alimentos ni pueden conseguir mercancías para ir a venderlas a los mercados de las poblaciones circundantes. Y la escasez comienza a aparecer.<p>
Tras una rápida asamblea, los brigadistas, acompañados por un grupo de pacifistas israelíes, decidimos correr hacia la puerta y echarla abajo. Fue todo un éxito. Los tres soldados no parecían demasiado seguros de sí mismos y no hicieron nada por impedirlo. Inmediatamente después, algunas mujeres que viven en los alrededores vinieron a felicitarnos y a relatarnos sus historias sobre el muro. Dicho y hecho.<p>


3. "No necesitamos prisiones en Calquilia porque todos sus habitantes somos prisioneros de Israel." Cuarenta y cinco mil personas encerradas de por vida en una prisión de 14 kilómetros cuadrados. Un país pretendidamente civilizado se permite construir un muro que rodea completamente una ciudad del tamaño de Teruel y que ofrece un aspecto realmente sobrecogedor. ¿Cómo puede encerrarse una ciudad dentro de un muro de cemento de 8 metros de altura?. De nada sirven a sus habitantes las declaraciones de la Asamblea General de las Naciones Unidas y las sentencias del Tribunal Internacional de Justicia si ningún Estado ni organización internacional pone los medios materiales para forzar a Israel a derribar el muro de la vergüenza.<p>
No fue fácil entrar en Calquilia. Unos kilómetros antes de enfilar la carretera que da acceso al DCO (control) que regula todos los movimientos de entrada y salida de la ciudad, cinco jeeps del ejército israelí y un par de coches de policía comenzaron a escoltarnos. Sus exigencias eran dos: que no entrásemos en la ciudad manifestándonos y que todos nosotros llevásemos nuestros pasaportes en alto. No accedimos a ninguna de las dos peticiones, así que el ejército empezó a apretar el cerco en torno al grupo según nos aproximábamos a la barrera. Caminar mientras varias de decenas de soldados israelíes nos rodean y apuntan con sus armas no es demasiado cómodo.<p>
Una de las palestinas que nos acompaña, pertenece a la minoría árabe cuyas poblaciones se han quedado dentro del Estado de Israel, así que viaja con documentación israelí. Decidimos no aceptar la petición de los soldados porque consideramos humillante que una palestina deba mostrar una identificación del ejército ocupante para entrar con libertad en una ciudad de su país. Está claro que quieren detener a algunos de los palestinos que nos acompañan. Nos agarramos fuertemente entre nosotros y nos dirigimos finalmente hacia la puerta. Hay dos momentos de tensión. El adolescente que viene conmigo es retenido. Niklas y yo nos abrazamos a él y el resto del grupo se abraza a nosotros. De este modo no pueden llevárselo sin romper el grupo y detener también a algún brigadista. En el caso de la chica, las cosas se pusieron más complicadas. La agarraron de un brazo mientras que del otro lado 30 personas formábamos una cadena humana que el ejército no pudiese romper. Así estuvimos al menos media hora. Enganchados por los brazos y sentados en el suelo mientras los soldados nos apuntaban y la policía trataba de separar a alguien del grupo para llevárselo camino de la deportación. Primera victoria. No siempre hay que acceder a las peticiones del ejército.<p>
En Calquilia hemos conocido la puerta que comunica los terrenos de los agricultores que aún no han sido confiscados y el núcleo urbano. El espectáculo es dantesco. Una larga fila de palestinos de todas las edades espera a que los soldados les abran la puerta. Hoy han tenido suerte. Nuestra presencia, armados de cámaras que no paramos de utilizar, consigue que los cinco adolescentes que controlan el tránsito se sientan avergonzados y traten con especial delicadeza a quienes esperan para pasar. Aun así el patetismo de su comportamiento nos indigna y la impotencia nos llena de rabia. Uno a uno, los campesinos que quieren pasar a trabajar su tierra son registrados por los soldados.<p>
Hay que explicar cómo funciona el sistema que comunica las casas con los terrenos a través de las puertas en el muro. Cada campesino o granjero cuyos terrenos se han quedado aislados tras del muro tiene dos opciones: la primera es renunciar definitivamente a su tierra e irse del pueblo; la segunda, aceptar que el ejército israelí expida un permiso de utilización de la tierra. Estos permisos se renuevan cada tres meses y son los que permiten atravesar las puertas en su limitado horario de apertura (de 7 a 7.30 de la mañana y de 17.00 a 17.30 de la tarde). Quien no pase en ese intervalo no puede hacerlo hasta el día siguiente. Los palestinos ya no pueden ni siquiera elegir su horario de trabajo, como nos explica Hassan Abú Alí. Estos permisos no son más que una confiscación de facto. El ejército de Israel no autoriza su renovación aduciendo los eternas excusas relativas a la seguridad y el campesino se ve privado de acceder a su tierra. Después de un mes, la cosecha está perdida. Y después de dos años, de acuerdo a las leyes de la ocupación, la tierra es declarada abandonada y entregada a un colono judío que, recién llegado de cualquier parte del mundo, continuará con la puesta en práctica de la ideología sionista: ésta es la tierra que Dios nos otorgó en las sagradas escrituras y estamos aquí para cumplir su voluntad. Esos mismos colonos construyen asentamientos alrededor de las ciudades y pueblos palestinos y el ejército e Israel les protege. ¿De quién? De aquellos a quienes previamente han desposeído de todo, de aquellos que no pueden más que mirar con rabia y odio cuando un extraño ocupa la tierra que su familia había trabajado durante generaciones.<p>
4. Sin embargo, los palestinos que nos acompañan han decidido bajarse del tren de la violencia y protestan desde el pacifismo. Pero el relativismo de cualquier categoría tiene que servirnos para comprender que el concepto de violencia resulta muy relativo en determinadas circunstancias, como la ocupación militar y la construcción del muro. Los que se empeñan desde un pretendido moralismo en considerar que la violencia es violencia sin matices, no han visto nunca cómo se aniquila a un pueblo. Quienes piensan que la resolución del problema palestino está estancada por culpa de los militantes de Hamas y la Yihad no han visto nunca cómo los colonos judíos atacan a las mujeres y niños que recogen aceitunas en sus tierras; ni cómo un imberbe soldado ruso de 18 años, que ni siquiera habla hebreo o árabe, humilla a un grupo de campesinos haciéndolos esperar durante 10 horas con 40 grados a la sombra para poder pasar al mercado; ni conoce la pobreza en la que el ejército israelí deja a cientos de familias mediante la construcción del muro. La violencia se ejerce tanto cuando se derriba una casa como cada día que pasa sin resarcir el dolor y el perjuicio causados.<p>
Y precisamente para romper esa perversa espiral de la violencia en la que palestinos e israelíes viven desde hace demasiado tiempo, nosotros protestamos contra el muro de modo pacífico.<p>
5. Romper una de las puertas del muro puede parecer inútil, puede parecer una provocación, también puede parecer un comportamiento infantil. Se equivoca quien lo afirme. El muro es ilegal. Así lo han considerado tanto la Corte Suprema israelí como el Tribunal Internacional de Justicia de La Haya. Cada día que una de esas puertas permanece cerrada, hay una familia campesina que pierde el derecho a trabajar su tierra, una joven pareja de novios de dos pueblos diferentes que no puede encontrarse o un niño que no puede ir a la escuela. No puede calificarse como violento un acto que surge como respuesta a una violencia infinitamente mayor. La marcha continuará desobedeciendo las recomendaciones que el ejército israelí nos transmite para velar por nuestra seguridad. En Yayús o en Calquilia, romperemos controles, vallas y puertas. Y seguiremos respirando gases lacrimógenos. No van a ser capaces de parar la marcha con unos cuantos botes de humo.<p>

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